«Vecunienses hoc munierunt»

/ Javier González de Durana /

Capilla del cementerio parcialmente destruida a mediados de los años 80. Al reconstruirse, se eliminó la carpintería neogótica entre columnas, resultando estos espacios cerrados con muros ciegos después.

Recientemente he tenido el gusto de participar con un equipo de arquitectos en el concurso, convocado por el Ayuntamiento de Bilbao, para la transformación del antiguo cementerio de Begoña en un parque público. La convocatoria exigía que en el equipo hubiese un historiador o arqueólogo, dadas las características del emplazamiento. Se acaba de hacer público el fallo del concurso: no hemos ganado, pero el mero hecho de participar ha sido estupendo. Mi aportación consistió en proporcionar un relato que diera fondo conceptual a la intervención.

A mis compañeros de equipo les planteé un texto con dos versiones. La introducción era diferente en cada versión; en uno me apoyaba en un hecho histórico y en el otro lo hacía mediante un poema. El cuerpo narrativo-descriptivo a continuación de las introducciones, sin embargo, era el mismo, aunque no fue utilizado para la presentación del proyecto. Se decidió utilizar la primera versión, con la que doy título este artículo.

Mapa del valle de Asúa con la zona, marcada con un óvalo, en que que se hallaba la inscripción latina.

(1ª introducción) “VECUNIENSES HOC MUNIERUNT”

La primera obra pública de la que se tiene constancia escrita en el ámbito de Bilbao y su comarca fue construida hace casi 2.000 años por begoñeses o vecunienses, una gentilitas clan o civitas (pequeña comarca organizada en torno a un núcleo principal) que habitaba ambas vertientes de Artxanda, incluido el valle de Asúa en sus actuales términos de Lujua y Sondika[1]. Orgullosos de su trabajo en el peñasco cortado a pico, los vecunienses cincelaron un epígrafe en latín para recuerdo del episodio, hoy olvidado, que merece ser rescatado. Aunque tal obra fue destruida tiempo atrás, se sabe bien en qué consistía: la apertura tallada de un paso, entre dos rocas, para despejar el camino que comunicaba la actual área de Begoña-Bilbao con la zona de Mungia, tras pasar por el alto de Santo Domingo, atravesar el valle de Asúa y ascender, ente Umbe y Lañomendi, al alto de Lauros, barrio donde se halla Azpilueta, lugar en que se realizó la histórica obra[2].

Es decir, hace dos milenios las escalinatas que discurren ante el cementerio de Begoña ya eran parte de un ancestral camino que comunicaba tres valles, superando la altura de dos cordilleras montañosas, y que exigió el esfuerzo de abrir un paso para atravesar cierta dificultad topográfica. La zona alrededor del cementerio de Begoña era el comienzo del camino que, con el tiempo, se convirtió en espacio final para algunos vecinos fallecidos. “Hasiera amaia da”: el principio es el final[3].

Camino, valle, paso, alfa (comienzo) y omega (final) son imágenes metafóricas del transcurrir de la vida utilizadas por la literatura y la iconografía -al serlo de la vida, lo son también de la muerte- y, a su vez, dificultad, construcción y esfuerzo aluden a las tareas vitales. Ayer y hoy, ser y hacer, evolucionar y transformar.

[1] “Los vecunienses construyeron esto”, decía la frase latina inscrita en una peña de Azpilueta (Lujua) por los vecunienses de entonces, los begoñeses de hoy. El epígrafe se perdió, pero su existencia no es objeto de debate. Gabriel de Henao (1612-1704) la conoció y escribió en sus Averiguaciones de las Antigüedades de Cantabria (tomo 2, Salamanca, 1691, p. 123; ed. facsímil, Bilbao, 1980, tomo 2, pp. 124-5) lo siguiente: 

En el Señorío de Vizcaya, en el camino Bilbao á Gatica, en el distrito de Axpolueta, al pie de una gran peña, por la parte que cae al camino, hay unas letras de antigüedad romana, y la gente de la tierra piensa enciérrase en ellas algún alto secreto, bien, que su poca curiosidad había casi olvidado el puesto, cubierto de piedras y céspedes, cuando yo allí́ estuve. Echase de ver que fué abierta á pico aquel camino, porque se pasa por enmedio de dos bien cerradas peñas, la una muy alta; la otra, en la cual están las letras, no tanto; por la parte que no es camino, corre un apresurado arroyuelo, también encañado por las quebraduras de aquellos peñascos, que con su agua muelen dos molinos en aquel sitio. El Rótulo Latino dice:

VECUNIENSES HOC MUNIERUNT

No es fácil acertar, qué gente sea esta. Si de la igualdad de nombres hemos de valernos, serían los de Begoña, nombre de la treinta y seis Anteiglesia de Vizcaya con título de Santa María, porque, aunque ahora el término de esta Anteiglesia, vecina á la villa de Bilbao, está muy distante del de Axpolueta oí á algunos que se extendía antiguamente aún hasta Zondica. Si esta nuestra conjetura fuese admitida, se califica la antigüedad de los begoñeses aun en tiempo de los Romanos, cuyos caracteres son los de la peña”.

[2] https://www.ehu.eus/ojs/index.php/Bidebarrieta/article/download/18479/16276, “Vecunienses hoc munierunt”, por Miguel Unzueta y Fernando Fernández. Los dos molinos mencionados por Henao existieron hasta hace poco tiempo, “Molinos de río en el valle del Asúa (Bizkaia)”, por Alberto Díez Saiz, https://core.ac.uk/download/11497294.pdf.

[3] Frase del escritor romántico Francisco Navarro Villoslada en su novela Amaia o los vascos en el siglo VIII (1879), figura literaria que se relaciona bien con un cementerio tardo romántico en el que los enterramientos más antiguos corresponden a soldados caídos durante la segunda carlistada.

(2ª introducción) EL TIEMPO SIN DERROTA

«El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar… / Es otro reino que un alma habita y guarda. / Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz… un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así.  / Y queda la nada y el vacío que el claro del bosque da como respuesta a lo que se busca. / Mas si nada se busca, la ofrenda será́ imprevisible, ilimitada. / Y la luz no se refleja ni se curva ni se extiende. Y el tiempo sin derrota no transcurre… / Una visibilidad nueva, lugar de conocimiento y de vida…». María ZambranoClaros del bosque. Ed. Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2011.

Todo jardín empieza a ser pensado como una utópica recuperación del Paraíso Perdido, como el intento de aproximarse, siquiera mínimamente, a la idea de una perfecta relación amistosa entre el ser humano y la Naturaleza. Desde el primer momento, el jardinero que abriga este propósito es consciente de que su esfuerzo está condenado al fracaso porque no es el Todopoderoso bíblico, pero aun así lo intenta. El resultado siempre es un reflejo distante y pálido de la idea que quiso alcanzar, lo cual suele conducir a pasajeros estados de melancolía. 

Ello no impide reconocer que esos “imperfectos” jardines en los que, con orden geométrico o desorden calculado, se entremezclan hierbas, flores, árboles, senderos, rocas, lagunas y construcciones para el descanso son algunas de las creaciones más nobles y hermosas con las que la Humanidad ha sabido expresar sentimientos respecto a la Naturaleza, sus cambiantes ciclos estacionales y lo trascendente de ella.

En la cultura occidental, la nuestra, el hecho de que los cementerios parezcan jardines tiene que ver con la idea de que los cuerpos allí enterrados, de alguna manera, reposen -y nosotros los sintamos- cerca del Paraíso o, al menos, de un espacio que lo evoque. En el antiguo cementerio de Begoña el reto consiste en transformar el territorio del desaparecido jardín funerario en un jardín que facilite una visibilidad nueva y un lugar de conocimiento y de vida.

Si en nuestra cultura la imagen de un cementerio representa ideas de finitud y acabamiento existencial, de tiempo estático y liquidado, la transformación del camposanto de Begoña será tal que, en él, como diría María Zambrano, el tiempo sin derrota no transcurre, sino que el jardín es, atemporalmente. Un jardín bien concebido contiene un relato transmitido no por las palabras, sino por los diferentes grados de color, olor y sonido, de frescura y tibieza, las piedras, los restos de preexistencias…

La vida, la muerte y la Naturaleza son siempre inciertas. Por ello, el jardín geométrico es una pretenciosa tentativa humana por poner orden en la informalidad de la Naturaleza, manipulándola a instancias de la razón. El jardín de Begoña no será de esa característica, sino que, partiendo de la irregularidad topográfica y parcelaria del terreno, se acercará a los rasgos románticos descritos por Edmund Burke en su ensayo de 1757, Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello, un buen recordatorio de las implicaciones antropológicas y psicológicas de los dos principales sentimientos estéticos -universales y vinculantes- que el ser humano puede experimentar, lo bello y lo sublime, el placer y el dolor. 

Portón de acceso y muro de cierre del camposanto, orientados hacia las escalinatas de Begoña.

Post scriptum, 3 de agosto, 2023.- Un amigo, MGM, me envía esta fotografía con un texto que reproduzco a continuación:

Con relación a la imagen de la capilla del cementerio de Begoña que Javier incluye en su colaboración de Julio (Vecunienses...), rescato una fotografía de su interior que tomé en 1978, en una de aquellas primeras incursiones descubridoras de nuestro patrimonio. Podríamos llamarla «El Cristo doliente de Begoña» y en ella se aprecia algún pequeño detalle de esa carpintería neogótica de madera, desaparecida tal como nos lo cuenta. La capilla estaba ya entonces casi en ruina y la figura -patética, expresiva- del Cristo amputado y vilipendiado, resume muy bien ese deterioro que ha durado casi hasta nuestros días. Celebramos la iniciativa de su recuperación y esperamos ese proyecto ganador.

P. S.: el Cristo logró resucitar al tercer día y escapar.

2 comentarios sobre “«Vecunienses hoc munierunt»

  1. Buenísimo, Javi. Muy interesante, muy bien expuesto. Me ha gustado más la segunda , la parte de María Zambrano pero, es igual, el caso es que uno disfruta mucho con estas lecturas. Muchas gracias, Javi

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    1. Muchas gracias, Manu; me gustó mucho escribir ambas introducciones, tan diferentes. No sirvieron para ganar el concurso del ayuntamiento, pero pude colaborar con unos arquitectos, muy buenos, de quienes aprendí cómo son estos concursos públicos. Ya juzgaremos la obra premiada cuando se materialice…

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