Bosque para el olvido y árboles para recordar

/ Javier González de Durana /

Cuelgamuros

Santi Eraso plantea en su blog una idea con la que estoy de acuerdo: dejar que la Naturaleza se apropie del mamotreto franquista del Valle de los Caídos, actualmente denominado Cuelgamuros. En cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica ya han sido sacados de ese lugar los restos del dictador y del ideólogo falangista. Ahora queda identificar los huesos de miles de personas que fueron inhumadas en ese lugar sin su permiso ni el de sus familiares, entregarlos a sus descendientes y, si la identificación no fuera posible, devolver a una tierra limpia e inocente, con ceremonial digno, sencillo y respetuoso, los restos de tantas gentes desconocidas cuyas vidas fueron violentamente arrebatadas y sus muertes mezquinamente manoseadas. Después ¿qué hacer con el trasto pétreo?…, pues dejar que la Naturaleza, los árboles, la vida animal, los arbustos, la vegetación de todo tipo se apropie del lugar y quede sumergido en un espeso bosque.

Me parece muy bien. Ese lugar no puede ser reutilizado con otros fines por muy bienintencionados que estos sean, su pecado original es demasiado grave y dañino. Olvídese la idea de ubicar allí un archivo de la guerra civil, el exilio y la represión franquista -el cual debe estar cerca, a mano de los investigadores- o de resignificar el sitio introduciendo alguna otra función distinta de aquella para la cual fue construido con la vana pretensión de que, en tanto sea útil para algo, permita ir olvidando lo que representa. Sería un intento por dignificar lo netamente indigno y un empeño imposible de lograr dada la magnitud de la construcción y, sobre todo, la magnitud del sufrimiento del que surgió -la guerra- y lo hizo materialmente posible -el trabajo esclavo de prisioneros políticos-.

Se hirió la piedra del lugar, se perforó la entraña de la roca, se avasalló el valle ubicando en él una plataforma dura, se humilló la cumbre con una gigantesca cruz…, pues bien, devuélvase ahora todo ello a la agreste Naturaleza, a la que se lo arrebataron. Sin necesidad de derribar nada, ahí se quedan los emblemas y las esculturas, los espacios y las galerías, las criptas y los ábsides, las avenidas ceremoniales y las escalinatas monumentales… ni un sólo euro más gastado en ese espantajo salvo quizás para cercarlo y aislarlo de los seres humanos, pues inhumano fue su nacimiento y es ideológicamente contaminante. Sin prestar más atención al lugar, abandonarlo al crecimiento no planificado, informal, lento e inapelable de la Naturaleza, que ésta y el tiempo lo arruinen y las raíces de los árboles lo agrieten, el musgo lo cubra y los matorrales lo invadan. En todo caso, plantar una espesa barrera de árboles a su alrededor y en los parterres de la explanada delantera que embosquen la construcción, haciéndola desaparecer visualmente en un mar verde y fragante, que el sol, el viento y la lluvia lo purifiquen y sacralicen -de verdad- en silencio y sin testigos. Ningún político en la actual escena española la hará suya, pero la idea es hermosa.

La utilización de arbolado para recordar algo o a alguien está presente en algunas culturas y por ejemplo, sin ir más lejos, en el centro del cementerio de Derio hay un espacio, laico y a cielo abierto, llamado el Bosque del Recuerdo, donde se despiden de las cenizas de sus seres queridos quienes no desean actos religiosos pero sí necesitan reunirse en esos momentos. Lo mismo sucede para sumergir algún suceso funesto en la trastienda de la Historia: mayas del Yucatán, camboyanos de Angkor Wat… Al pensar sobre la capacidad del bosque para evocar positivamente hechos, momentos, personas, sensaciones…, he recordado el trabajo del artista holandés Marinus Boezem, quien en 1987, siguiendo la planta de la catedral de Reims, plantó 178 álamos italianos en la pradera despejada de un pólder recién construido cerca de la neo-ciudad de Almere. De Groene Kathedraal (la catedral verde) no tiene techo ni vidrieras ni paredes… ni sacralización religiosa alguna. Aquí, la lluvia cae sobre su suelo y el viento sopla a través de las columnas convertidas en árboles, haciendo susurrar las hojas.

Plano del proyecto de Marinus Boezem. El perímetro de la catedral de Reims, con el crucero y el ábside polilobulado, se perfila mediante una secuencia continuada de árboles. En el interior se plantaron otros árboles en los puntos donde la catedral gótica tiene las columnas que organizan sus tres naves y la girola.

De Groene Kathedraal al poco tiempo de ser plantada. La espesura del conjunto aún dejaba ver los recorridos interiores.

Un par de años más tarde Boezem hizo surgir cerca de la anterior una segunda catedral o contra-catedral. Aquí, el espacio abierto está cortado en una parcela densamente cubierta por setos de haya, dibujando el perímetro de la catedral, lo cual crea un vacío diáfano rodeado por el exuberante boscaje. Cuando la hierba no está demasiado alta se pueden ver las piedras que marcan la ubicación de los árboles-columnas en la otra versión. Ambos templos se encuentran próximos entre sí y unos sencillos senderos permiten acercarse a ellos y penetrar en sus interiores.

Vista reciente de ambas catedrales, frondosa ya la verde y claramente perceptible el vacío de la segunda.

El suelo de la catedral verde replica el desarrollo de los nervios de las bóvedas en Reims y deja que el césped crezca entre las líneas así dibujadas.

Los álamos alcanzarán dentro de cinco años una altura aproximada de 38 metros, la misma que la catedral de Reims. Los caminos se cruzan en su interior para crear una red que se corresponde con las bóvedas de cañón doble existentes en el templo francés, dando a la instalación una sensación más formal. Se despliega sobre 150 metros de largo y 75 metros de ancho, quedando abierta al público en 1997 cuando los árboles maduraron. Debido a que los árboles seguirán creciendo y morirán, Boezem ya ha comenzado a plantar una nueva catedral junto a la instalación existente. Los álamos italianos son árboles de corta vida y, salvo que se planten nuevos, esta catedral comenzará a deteriorarse en poco más de treinta años a partir de su plantación original. La obra de Boezem realiza una sutil reflexión sobre la idea de eternidad, de renovación permanente, de crecimiento y decadencia, una celebración del mundo natural.
Mientras que el diseño original gótico se inspiró en los troncos de los árboles y las estructuras naturales, la creación de Boezem busca devolver ese diseño en piedra a la Naturaleza. La imagen tiene vínculos tanto con el espacio sagrado como con el secular, con lo trascendente y lo contingente, de modo que personas de diversas religiones y estilos de vida acuden a esta catedral verde para meditar, sosegarse, celebrar uniones de parejas, despedir a seres queridos o recordar a los fallecidos, sin que ningún acto deje huella alguna en el lugar, pero esa no fue la razón por la que Boezem la construyó.
Las ciudades medievales cultivaron las catedrales no sólo como lugares de culto, sino también como proyectos comunitarios que unían a las personas al trabajar en un objetivo común, proporcionando empleo y unidad comunitaria. Construirlas, a veces, requería el esfuerzo de siglos. Hoy en día no hay muchas cosas que requieran tanto tiempo y atención. La Catedral Verde no tardará siglos en terminarse, pues nunca se terminará, de hecho, ya que estará en permanente proceso de vivificación.
Mientras estas dos catedrales interdependientes, llena y vacía, positiva y negativa, oscura y luminosa, femenina y masculina, yin y yang, crecían en silencio, sobre los terrenos ganados al mar en Almere surgieron edificios uno tras otro. Los árboles fueron plantados en tierra de nadie, pero hoy en día esa área colinda con una zona residencial. Esta obra de Boezem se ha convertido en parte de la historia de la ciudad y de la vida cultural en la provincia de Flevoland.

Un comentario sobre “Bosque para el olvido y árboles para recordar

Deja un comentario