La Catedral Olvidada

/ Javier González de Durana /

Fotografía de Alfonso Batalla.

Catedrales olvidadas. La Red Nacional de Silos en España fue el título de un libro escrito por el arquitecto César Azcárate, publicado por la Editorial T6 y el Ministerio de Medio Ambiente (Pamplona/Madrid, 2009). Azcárate investigó y analizó el episodio ignorado -o muy poco conocido- de la construcción de los 672 silos verticales construidos en España entre 1945 y 1984, conforme a 35 tipologías diferentes, además de 277 graneros. Los silos de cereal son unas arquitecturas que, levantadas durante la gestión del monopolio triguero por el Estado, fueron y aún son los hitos visuales más llamativos del paisaje rural en las inmediaciones periféricas de numerosas poblaciones agrarias españolas. En ellos se almacenaba el grano intervenido por el Estado y la gestión autárquica del grano se hacía a través de la Red Nacional de Silos y Graneros, impulsada por el ingeniero agrónomo Carlos Ynzenga Caramanzana, diseñador de algunos de ellos con la colaboración de arquitectos locales; para evitar la especulación, la Red Nacional «compraba» todo el grano y después se lo vendía a las fábricas.

Batalla del trigo. Decretos y reglamento de ordenación triguera. Servicio Nacional del Trigo. Delegación Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Prensa y propaganda. Madrid, 1937, 80 pp., 17×12 cm. La denominada “Batalla del Trigo” fue una campaña propagandística de mítines desarrollada en plena Guerra Civil española por el aparato político falangista del bando sublevado. El objetivo aparente de dicha campaña fue extender los beneficios de su nueva legislación triguera, pero, más allá de ello, subyacía un decidido interés por lograr la plena adhesión política del campesinado y frenar así la oposición existente ante la intervención totalitaria del principal cereal.

Se trata de un libro inusual por la mirada que lanza a la convivencia entre el paisaje y estas arquitecturas industriales, a menudo menospreciadas, que Azcárate recuperó y homenajeó para, entre la emoción y el embeleso, dignificarlas y descubrir el destacado valor que tienen, como tantas otras arquitecturas sin arquitectos que conformaron la identidad de los pueblos en la España agrícola. Según Azcárate, «los silos de la Red Nacional han sido no sólo uno de los más importantes episodios de construcción pública realizados desde el ámbito de la ingeniería, sino también un fascinante episodio arquitectónico». 

El diseño de la portada del libro muestra una composición fotográfica que recuerda las de los artistas alemanes Bern & Hilla Becher, quienes fotografiaron durante años las diferentes tipologías de edificios industriales en su país.

Secciones de dos de las tipologías que se utilizaron.

Aún y cuando sufrieron omisión e indiferencia, fueron iconos del progreso arquitectónico y su influencia se hizo notar en los edificios de quienes vieron en la desnudez ornamental, en los contrastes de sus volúmenes bajo la luz y en la icónica inserción en el paisaje unas cualidades de interés para transferirlas a los diseños de sus inmuebles. A diferencia de los graneros estadounidenses, estimados, muy protegidos por la ley, de influencia reconocida y aceptada por arquitectos americanos, los silos españoles fueron interpretados, especialmente desde las ciudades, como vergonzantes manifestaciones de la altivez franquista en un medio políticamente sometido.

Fotografía de Alfonso Batalla.

El libro abarca tanto el estudio de sus orígenes y evolución como el de su contextualización arquitectónica, social y política, con enriquecedoras reflexiones acerca de los paisajes culturales que crearon. El título del libro habla de ‘catedrales’, debido a que «las similitudes formales en planta y sección de los silos con la tipología basilical van aún más allá si la carga emotiva del observador es capaz de contemplar con sensibilidad: similares dosis de potencia y belleza en edificios funcionalmente tan dispares», afirmaba Azcárate. 

Fotografía de Alfonso Batalla.

Precisamente, la semana pasada el fotógrafo Alfonso Batalla inauguró en Bilbao una exposición con titulo similar, La Catedral Olvidada, en clara referencia a lo anterior, pero alejado en contenido. En primer lugar, porque lo percibido es lo menos esencial de estas construcciones, ya que los enormes depósitos de grano no son accesibles y el exterior del inmueble no permite adivinar sus formas y espacios interiores. En segundo lugar, porque lo percibido, unas entreplantas de reducidas dimensiones atravesadas por tuberías mayoritariamente azules, sólo permitiría a un espectador experto en el tema adivinar ante qué se encuentra. Sin el libro de Azcárate o sin una fotografía del exterior del silo, las imágenes de Batalla podrían pasar por las de un edificio fabril de cualquier tipo. De este modo, al descontextualizar los espacios, la fotografía crea una realidad diferente en la que habitáculos, tubos y maquinaria tienen un sentido que sólo depende de la percepción del espectador, pero no de su percepción del edificio, si no de la percepción de lo percibido y descontextualizado por el fotógrafo. Una metapercepción como lenguaje.

Fotografía de Alfonso Batalla.

Para reforzar la intención, estas fotografías fueron tomadas durante el breve tiempo de una mañana. Con ello se pretendía no tener la opción de una segunda lectura del espacio tras un análisis de las primeras capturas. Forzar la intuición, frente al proceso racional, genera un ritmo especial de trabajo fluido y natural que podría dotar de de frescura a unas fotografías englobadas en el “registro puro” caracterizado por una aparente frialdad y precisión en la toma.

De un minimalismo geométrico, inicialmente estas imágenes dejan al observador en un estado glacial, presa su mirada entre líneas verticales y diagonales, pero poco a poco, al ir percibiendo pequeños detalles al amparo de la luz blanca procedente de los grandes ventanales y la pureza constructivo-funcionalista, las fotografías se animan en la mente de quien las observa hasta percibir su estricta belleza, sentir el trasiego de la vida laboral que acogieron y oír el murmullo suave del grano cayendo, como fina lluvia alimenticia, por el interior de los enormes cilindros. El interés de Batalla no atiende al interior de los altos silos verticales, «celdas» herméticas en completa oscuridad, donde se almacenaba el grano, sino que presta su atención a los pequeños rellanos existentes en la torre por donde discurren las conducciones y maquinaria elevadoras junto a la escalera de mantenimiento. Unos pocos elementos, pero suficientes para lograr austeras imágenes de luminosa y serena quietud.

Alfonso Batalla es un tenaz fotógrafo al que de modo particular le atraen los espacios vacíos de fábricas y ciudades abandonadas, se encuentren donde se encuentren, sea una pequeña isla japonesa sea una explotación minera soviética en el círculo polar (como ya comenté aquí en una ocasión anterior), en las que encuentra huellas humanas que testimonian el paso del tiempo junto a la derrota de ilusiones y utopías. En esta catedral olvidada, aunque el tiempo parezca aquí detenido, las vivencias que albergó están aún demasiado próximas para sentir melancolía…, aunque ya se empieza a notar en el roer implacable que debilita la memoria.

Fotografía de Alfonso Batalla.

Cuando los silos se ubicaban en las inmediaciones de un nudo de comunicaciones o cruce de carreteras comarcales -y, caso de haberla, cerca de la estación del ferrocarril- era frecuente que en sus alrededores se abriese un bar o una gasolinera, primero, quizás un hostal después, y una discoteca o un burdel, más tarde. En ocasiones fueron el primer edificio del polígono industrial que con el tiempo se desarrolló a su alrededor. Tras el abandono de la política intervencionista del Estado a mediados de los años 80, el carácter utilitario de los silos está siendo objeto de experimentación y de investigación para buscarles usos alternativos. De momento se han llevado a cabo más de 40 intervenciones en silos y el doble en sus hermanos pequeños, los graneros, a impulsos de la voluntad municipal por ofrecer nuevos servicios a los ciudadanos o suplir las carencias existentes. Con estas intervenciones se confirma su versatilidad para adaptarse a las otras necesidades y exigencias.

Mientras pequeñas localidades de ambas Castillas, Extremadura, Aragón y Andalucía rehabilitan y buscan cómo dar un actualizado servicio a estos edificios, normalmente un uso turístico-cultural, en Bizkaia el impresionante e icónico edificio de Grandes Molinos Vascos, anterior en el tiempo a los hispanos -de hecho, fue el primero que se construyó en la península (proyecto de Federico Ugalde, 1923)- lo tenemos en la incuria y tolerando su paulatino deterioro en Zorroza, extremo de Bilbao para el que hace poco tiempo las autoridades municipales presentaron bonitos planes urbanísticos que incluyen la reutilización de este histórico y monumental silo. La pregunta es si el edificio existirá para cuando tales planes se pongan en marcha o si habrá que conformarse con una odiosa réplica.

Patrimonio industrial frágil. Silo de Medina de Rioseco (Valladolid) al poco de inaugurarse en los años 50. Con capacidad para acoger 14.000 toneladas de cereal. En 2019 el Estado, a través del Fondo Estatal de Garantía Agraria, lo puso en venta mediante subasta con un valor de tasación inicial de 2,6 millones de euros . Algunos de estos silos, los más pequeños, se ha vendido por alrededor de 100.000 euros, si bien la mayoría, adquirida por personas o empresas privadas, lo ha sido a un precio medio de 1.000.000 euros.

Silo de Guadalajara, hoy.

13 comentarios sobre “La Catedral Olvidada

  1. Muy interesante. Siempre me han fascinado estas construcciones. Cuando era niño y veía un silo de estos en cualquier pueblo de Castilla tenía la sensación de llegar a un sitio importante. Lástima que le demos tan poco valor a la arquitectura industrial y fabril en España.

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  2. Siempre es interesante desvelar referencias sobre tipos de edificios.
    Sin embargo no debe ignorarse la incidencia a menudo muy negativa que causaron silos situados sin mayor análisis del paisaje o de los valores ambientales de los cascos de población.
    Por citar dos ejemplos los de Trujillo en Cáceres o Medina del Campo en Valladolid.

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    1. Tu negatividad paisajistica, queda ninguneada frente al bien común que realizaron estos silos al garantizar un precio mínimo de compra a los cereales producidos en este desunido y desinformado País, que luego de entrar en la comunidad europea los precios cayeron ,y los mantuvieron bajando los especuladores por debajo del precio decente rentable. Por ejemplo el trigo a estado 30 años al mismo precio e inferior a los años 80′,sin que ningún periodista,ni político ayude. A los maltrechos pequeños agricultores, si con limosnas a cambio de votos.

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  3. Mi padre fue Jefe del Silo o SENPA.
    He correteado desde niño por ellos.
    En la provincia de Ciudad Real, algunos han sido pintados por fuera. En otras zonas los han utilizado como depósito o almacén municipal. Por su estructura interior tienen difícil reutilización.

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    1. En general no estoy de acuerdo con la idea de que, para hacerlos atractivos, se pinten por el exterior con colores que no pertenecen a la naturaleza del edificio. Su color natural es el blanco, quizás en alguna ocasión el ocre claro. No veo inconveniente en que si cumplen ahora una nueva función se incorpore a alguno de sus laterales alguna señal en base a nombre, color y tamaño que avisen de su nueva etapa tras haber sido silo, pero pienso que en general deben re-pintarse con sus colores originales. Gracias.

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      1. Pues a mí me gustaría que artistas locales,dibujen grafitis en honor a sus, nuestros abuelos agricultores que llenaron esos silos durante 50 años para que no faltase pan en ninguna mesa.

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      2. Totalmente de acuerdo contigo en que aquellos que trabajaron en estos edificios industriales sean recordados con honores y agradecimientos, pero creo que no tiene por qué ser a base de deformar los silos con grafitis o modificaciones que alteren su aspecto y fisonomía. Hay que respetar al ser humano que trabajó y también al lugar en el que desempeñó el trabajo.

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    2. También mi padre fue Jefe de silo, en un pueblo de Extremadura donde nacimos todos (5) y donde tener más de dos hijos era lujurioso, en el pueblo nos llamaban los trigueros. Aquel almacén han sabido reconvertirlo en Museo, no corrió esa suerte el último silo donde estuvimos… alguien del ministerio dio permiso a un chatarrero para desvalijarle todo el hierro interior que lo hacía funcionar

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