/ Javier González de Durana /

Tras la serie de post sobre la influencia del nazismo-franquismo en la arquitectura bilbaína de los años 40, un tanto rocosa y sombría, y el indignado comentario a la entrevista del obispo de Bilbao, resulta muy apetecible tomar un asunto dulce y agradable como el que viene ofrecido por la próxima salida al mercado secundario de subastas, en San Sebastián, de una hasta ahora desconocida pintura de Adolfo Guiard (Bilbao, 1860-1916). Se trata de un pequeño óleo sobre tabla, 21,5 x 16 cm., que por carecer de título conocido he decidido que lleve el de Niña peinándose (no me gusta mucho el verbo en gerundio, pero no se me ocurre titularlo de otra manera).
Por desconocerla entonces, no pude incluir esta pieza en la exposición antológica de la obra de Guiard que comisarié para el Museo de Bellas Artes de Bilbao en 1983 y, en consecuencia, tampoco aparece reproducida en el libro que acompañó a aquella muestra. Sin embargo, en esta publicación sí se daba a conocer un dibujo (61 x 27 cm, bastante más grande que la pintura) conservado por los descendientes del artista que reproduce la figura de esta misma niña a cuerpo completo, lo cual supone una importante diferencia con respecto al óleo, pues en éste sólo aparece, poco más o menos, de cintura para arriba. Se puede suponer con cierto fundamento -ya que en otras pinturas Guiard actuó así, elaborando aproximaciones parciales a un tema más amplio- que llegó a realizar una pintura de mayores dimensiones en la que esta aldeanita se muestra tal como aparece en el dibujo.
La pintura fue realizada entre 1890 y 1894, años durante los que el pintor vivió en Murueta, municipio rural dentro del amplio valle por el que discurre la ría de Gernika. Podría aventurarme a precisar, por otras pinturas cercanas a ésta en asunto y técnica, que debió realizarla en 1892 o 1893. Guiard aborda aquí uno de sus temas favoritos a lo largo del tiempo, niños y niñas preadolescentes. Una de sus pinturas más conocidas y encantadoras es La aldeanita del clavel rojo, que el pintor tituló como Suburbio (1903), aunque el nombre popular es el que ha terminado imponiéndose. Mirando al extremo opuesto de la vida, las personas ancianas fueron otro asunto querido por Guiard, para observarlos en su decrepitud con afecto y ternura, sin blandos sentimentalismos.
Una niña de unos ocho o nueve años aparece en primer término, hacia la parte izquierda de la imagen. Recoge su larga cabellera negra por encima del hombro derecho para caerle sobre el pecho. Sujeta el grueso mazo de pelo mientras con su mano izquierda peina las puntas. Tiene un rostro serio de facciones delicadas: ojos grandes y oscuros, cejas finas bien marcadas, nariz pequeña, pómulos altos, frente amplia, boca carnosa, mentón en leve punta… Dirige la mirada hacia su derecha, a un punto distante situado fuera de la imagen; la actitud es la de estar abstraída en sus pensamientos, concentrada. Viste una indumentaria sencilla, una blusa de holgadas mangas largas abotonada bajo el cuello sobre la que lleva un pañuelo que rodea nuca y hombros, cruzándose sobre el pecho. Elegancia austera para la belleza natural de una joven muchacha que, como las aldeanas que José Mª Ucelay encontró medio siglo después en este mismo territorio de Bizkaia, se presenta con una distinguida naturalidad.
La imagen se abre por la derecha y fuga hacia una vaca con su ternero a media distancia. La cabeza de la vaca está cortada por el borde del soporte, un recurso que Guiard cultivó toda su vida, aprendido de las imágenes fotográficas, para producir el efecto de escena espontánea no compuesta a la manera tradicional. Tanto la niña como los animales se hallan en una pradera cuajada de pequeñas flores blancas cuyo límite llega hasta un árbol y unos vallados que perfilan la primera línea hacia el horizonte donde otras siluetas se difuminan en la caliginosa distancia.
Niña y vaca están minuciosamente estudiadas y dibujadas en gestos y movimientos. El dibujo queda enterrado bajo las pinceladas de color, si bien su estructura se hace patente. Ahí está el dibujo para demostrarlo. Recuérdese la frase del pintor: «haz un buen dibujo y después ensúciate dentro» (ensúciate o cágate o mánchate…, hay versiones para elegir). Pinceladas pequeñas hacen vibrante la atmósfera. La armonía cromática está lograda en base a malvas, violetas, rosas, verdes y ocres.


Han pasado ya cuarenta años desde que se presentó la última exposición que revisaba la pintura de Adolfo Guiard. Fue el resultado de mi tesis doctoral. Desde aquellas fechas hasta la actualidad el Museo de Bellas Artes ha incorporado a su colección obras significativas de este pionero del impresionismo español que no pudieron conseguirse entonces por diversas causas (el transporte costoso y la dificultad para saber los lugares donde estaban ciertas obras, sobre todo). Algunas de aquellas dificultades han desaparecido y, por otra parte, en estas décadas han aflorado bastantes pinturas cuya existencia se desconocía. Creo que ha llegado el momento para una nueva revisión de este artista exquisito y singular y se aborde con una mirada actual sus enormes cualidades pictóricas tan soberanas como poco conocidas fuera del País Vasco.

Diez años después de pintar a la niña del peine en mano, instalado ya en Deusto, cerca de la curva de Elorrieta, en un entorno suburbial donde se entremezclaban caseríos, huertas, fábricas, muelles portuarios y viviendas obreras, Guiard encontró esta otra aldeana a la que armonizó cromáticamente en azules, ocres, blancos y verdes, una materialización espacial del color azul, como apuntó Unamuno, y en la que el reflejo dorado del sol en sus cabellos recogidos sobre la nuca juega un discreto papel, casi imperceptible, pero sustancial. Una vez más, una niña y su cabellera. Como sobre esta cantinera, verdadero icono del Bilbao de 1903, ya escribí en otra ocasión, dejo aquí el enlace para quien lo quiera ver.
Gracias por compartir Javier! Ojalá suceda esa nueva exposición, y ojalá puedas estar tú involucrado en ella.
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Gracias, amigo, no me importaría estar involucrado, pero sólo como informante. Creo que sería enriquecedor que el comisariado lo ejerciera otra persona en esta ocasión. Yo ya aporté mi visión.
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