/ Javier González de Durana /

Olabeaga fue durante siglos uno de los barrios con más poderosa y singular personalidad del municipio de Abando, al que perteneció históricamente hasta que resultó engullido por la expansión del Bilbao metropolitano, sin perder por ello su carácter. Situado al borde mismo del Nervión y al pie de una pronunciada ladera vertida hacia el Norte, nunca fue un lugar climatológicamente amable (de ahí la popular identificación con Noruega), salvo quizás durante los días de verano, cuando la sombra de Castrejana y la cercanía del agua alivian la humedad pegajosa del bochorno. Contemplar las puestas de sol estivales, cerveza en mano, desde alguno de sus baretos y tabernas, de ambientación portuaria, mientras callejones y cuestas se llenaban con el silbido de sirenas que anunciaban el final de jornadas laborales en talleres cercanos, era uno de esos placeres que hoy pocas personas llegarán a comprender. Casi ni yo mismo ya.
Su peculiar morfología y el haber permanecido separado del resto de la ciudad por la presencia interpuesta de los enormes astilleros Euskalduna le permitió -lo quisiera o no y al precio de convertirse en un cuarto trastero urbano- hacerse primero y conservar después una idiosincrasia peculiar, algo que se hacía patente ya a finales del siglo XVIII, cuando Luis Paret y Alcázar, desde la orilla de enfrente, lo pintó en su extensión hacia la punta de Zorroza.
Asentamiento de campesinos y marineros, acogió también a calafateadores, carpinteros de ribera, cordeleros y otros oficios relacionados con la navegación y reparación de barcos; de ahí la advocación de su ermita a San Nicolás. Posteriormente llegaron los pequeños talleres y dos o tres grandes fábricas, viviendas obreras a finales del XIX, otras de la primera protección oficial franquista y algún masivo bloque de pisos resultado del desmadre constructivo y urbanístico de los años 60. Desde los 80, con el hundimiento de la industria sidero-metalúrgica y los astilleros, el barrio se fue degradando social y económicamente de manera paulatina; las gentes perdieron sus empleos y muchos jóvenes se auto-inmolaron en las drogas. Lo cual, por extraño que parezca, aumentaba el peligroso encanto de su marginalidad y un pintoresquismo acrecentado por románticas ruinas modernas. En la descoyuntada geografía urbana del Bilbao de entonces, Olabeaga no es que fuera un lugar fronterizo, sino que directamente era el más allá, otro planeta a pesar de su cercanía.
Un bar que hoy está de moda entre gente «cool», llamado Karola berria, durante los 80 y 90 era una taberna bastante tirada de nombre Basabe. En ella, sin embargo, los integrantes del equipo de la Sala Rekalde (Carmen Álvarez, Pilar Mur, Gerardo Elorriaga, Fernando Quincoces, Iñaki Diago…) comíamos la mejor menestra que haya catado paladar alguno, con las piezas de verdura rebozadas una a una. A su lado sobrevivía un viejísimo caserío que funcionó algún tiempo como asador de carne y sidrería. Este caserón, incomprensiblemente, fue derribado tras haberse mantenido en pie durante siglos, en su lugar se construyó un edificio anodino y en el bar de la menestra hoy sirven cócteles finos al ritmo de música trendy.
En el plano topográfico dibujado por Juan y Francisco Solinis en 1806, el que manejó Silvestre Pérez para idear su frustrado Puerto de la Paz, esos caseríos ya aparecen señalados con la siguiente descripción: «Dique pa. carenar en seco, casa y tinglados propios de los herederos de Dn. Manuel de Zubidia», es decir, que esa hondonada donde la carretera que baja desde Basurto se encuentra con el camino de ribera fue en su día un dique seco posteriormente rellenado.

El hecho es que desde hace un par de décadas el barrio está viviendo una paulatina, pero evidente, transformación gentrificadora. Una de sus áreas más características, un lugar que en pocos metros reúne dos etapas históricas, la rural-marítima, representada por un caserío, y la industrial, materializada en un pabellón de talleres, va a ser destruída, dando paso a sendos edificios para apartamentos turísticos. La desaparición del Bilbao que conocimos sigue sumando víctimas debido a su falta de rentabilidad y pone alfombra roja al nuevo Midas económico local: el turismo. Se trata de dos operaciones inmobiliarias diferentes promovidas por empresas distintas, una al lado de la otra, pero con un mismo objetivo.

El caserío se sitúa sobre una pequeña loma al borde de la carretera ribereña. En tiempos, su planta baja acogió uno de aquellos bares, el Noruega, y desde su pequeña atalaya delantera se podía contemplar el subir y bajar de los barcos, el flujo de las mareas y la actividad industrial del canal deustoarra. Abrigaba yo la esperanza de que sucediera con él lo que ocurrió con otro caserío similar situado a su espalda, esto es, que tras años de malvivir y bordear la ruina, fuera rehabilitado con gusto y ocupado por gentes que adoraran el lugar. Quienes, alentados por un grafiti gigante pintado en una medianera cercana, soñábamos con que esto sucedería nos daba por pensar que, junto al blanco impoluto del caserío ya restaurado, este otro remozaría su telúrico rojo férrico. Pero no va a ser así y la piqueta hará pronto picadillo con él.
En el edificio que lo sustituirá, MVRE (siglas de Mountain View Real Estate, una consultora inmobiliaria integral con sede principal en Vitoria) tiene previsto construir y habilitar 20 apartamentos para lo cual no sólo ocupará el actual espacio edificado sino también un terreno lateral, antigua huerta, que hoy funciona como informal aparcamiento de coches. El invento lo gestionará la cadena hotelera abba suites. La nueva fachada mantendrá el retranqueo del caserío respecto a la acera de la calle y la publicidad que lo promociona destaca su privilegiado emplazamiento frente a la ría, la cercanía de San Mamés, la vecina isla de Zorrotzaurre y, de hecho, el centro de la ciudad, una vez el tapón de los astilleros Euskalduna se volatilizó. Me hace gracia que se diga que el suelo de la terraza, transitable y destinada a albergar un solárium de uso comunitario, será «antideslizante y no heladizo». Tratándose de Noruega, no está mal pensado, nada más oportuno. Las habitaciones interiores no tendrán «molduras de techo para conseguir líneas rectas y acabados más modernos». La prédica de Adolf Loos en Ornamento y delito continúa vigente, ¿»más modernos» que qué?
Me pregunto si no habría sido posible restaurar el caserío, habilitar en él cuatro o cinco apartamentos y trasladar el resto de la edificabilidad a la que tiene derecho la propiedad al inmueble nuevo que se construirá sobre la antigua huerta con autorización para levantar un par de plantas más. Total, lo que tiene detrás es un edificio enorme, el que invita a «soñar».




Nótese cómo MVRE anula el espacio colindante donde existirá un competitivo conjunto de apartamentos turísticos.
La operación inmobiliaria paralela ofrecerá otros 20 apartamentos turísticos tras tumbar un edificio industrial que acogió pequeños talleres por plantas. Su oscuro color rojizo ha sido una seña de identidad del barrio durante décadas. La promotora GIDATUM Group ha decidido que este inmueble lleve el nombre de Noruega, ¡caray, qué ocurrente! Les ha faltado originalidad e imaginación para obtener el aprovechamiento volumétrico al que tienen derecho sin derribar lo existente… y al área municipal de urbanismo, un poco de flexibilidad.
La publicidad se hace lenguas con las actuales virtudes culturales, arquitectónicas y gastronómicas -todo muy emblemático- de Bilbao que propone sean disfrutadas desde este emplazamiento, «una gran oportunidad -según la promotora- para adquirir en propiedad un apartamento turístico que desde el primer día puede generarle ingresos, y cuya óptima ubicación es también garantía de una excelente inversión» y si quiere hacer negocios, pero no romperse la cabeza, se pone «a su disposición, como opción, una empresa operadora especializada en la gestión de apartamentos turísticos, garantizándole una rentabilidad mínima anual, con la posibilidad de mejorar esta en función de una determinada ocupación (…) Y además puede reservarse unos días al año para su uso particular». ¡Qué astutos! Un airbnb en toda regla -con chill-out en la terraza- sin que lo parezca, «al tiempo que erradica la situación de deterioro y abandono actual del entorno». Al ayuntamiento le parecerá fantástico.
La oferta constará de «estudios» y «apartamentos» con pocas diferencias en metros útiles, pues el más pequeño de los primeros tendrá 28,28 m2 y el más grande de los segundos 36,99 m2. Según las infografías, la nueva fachada se retranqueará e igualará la altura del edificio colindante, un más que interesante trabajo para talleres industriales, años 50, del arquitecto Luis Pueyo que, de momento, con sustanciales cambios de uso en su interior, sin embargo, se preserva y parece estar a salvo.


Nótese cómo GIDATUM anula el espacio colindante donde existirá un competitivo conjunto de apartamentos turísticos.


Una curiosidad de ambos proyectos es que en ninguna parte se dice el nombre del arquitecto o arquitectos que han diseñado los nuevos edificios. El arquitecto, hoy, es un empleado más de la empresa y esta quiere rentabilidad, no lindezas ni protecciones patrimoniales. Se suponía que para esto último ya está el Ayuntamiento.
Si la historia, la memoria y las singularidades constructivas que dan personalidad a un lugar no importan quizás sí valgan otras consideraciones, como por ejemplo ¿cuántos recursos naturales se emplearán para derribar lo existente y construir los nuevos edificios? ¿cuál es la huella de carbono -cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero liberadas a la atmósfera- que provocará toda esta operación? ¿conocen el ayuntamiento y las promotoras la huella ecológica -impacto sobre el barrio y la ciudad- que supondrá esto? Ingenuo de mí: por supuesto que tampoco importarán estas preguntas.
Totalmente de acuerdo con tus apreciaciones Javier. Es curioso cómo en un corto espacio de tiempo se puede transformar un barrio con «singular personalidad y peculiar morfología» como indicas, en un espacio residencial rentable y anodino. Operación realizada sin ninguna sensibilidad y en la que la denominación de «Noruega» para uno de sus inmuebles parece una broma de mal gusto.
Más adelante, en la misma margen izquierda, arranca otra operación urbanística de bastante calado, en la punta de Zorroza, en un entorno también de gran singularidad histórica, por el antiguo Arsenal Real y el edificio de Grandes Molinos Vascos, que agoniza sin que haya una intervención para recuperarlo. En distintos foros hemos defendido su recuperación con diversas propuestas. Habrá que estar atentos.
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Muchas gracias, Bernardo, es muy penoso lo que está sucediendo en éste y en otros barrios de Bilbao. No obstante, en Olabeaga se han producido un par de rehabilitaciones de algunos históricos edificios de viviendas que, en mi opinión, están muy bien. Estaremos atentos, sí, esperando conseguir lo mejor, pero preparados para llegar a ver lo peor. Es a lo que nos han acostumbrado.
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Los caseríos citados siempre han sido casas de pisos y la huerta que citas nunca fue huerta aunque era un mirador magnífico sobre la ría.
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Hombre, Andoni, los caseríos habrán sido casas de pisos en las últimas décadas, pero en origen y tipológicamente esas construcciones eran caseríos, de ahí que yo utilice esta palabra. Lo mismo sucede con ese espacio trasero: cuando el caserío fue caserío eso era una huerta reconvertida posteriormente en aparcamiento improvisado, no diría tanto que «magnífico mirador».
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El dique al qué haces referencia creo que era nuestra huerta. En la confluencia de la carretera que baja del hospital y la de la ría estaba nuestra casa ( con varios vecinos) la taberna y la carnicería en la planta baja y las huertas hasta las vías.
Por encima otra casa de vecinos y una carpintería. Se lo llevó el agua en el 83
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Sí, así será lo que dices. No conozco los lazos de tu familia con esa zona concreta de Olabeaga.
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