La arquitectura nazi en Bilbao: lo institucional (II)

/ Javier González de Durana /

Los dos casos que presenté en el post anterior surgieron durante los primeros años del franquismo, cuando sus jerarcas saludaban brazo en alto y pensaban que Hitler podía ganar la guerra. Fueron años en que lo mimético estaba profundamente arraigado y ello se notaba en cierta arquitectura pública que se quería propagandística de «los ideales» del régimen que admiraba las maneras nazis. Sin embargo, a partir de 1944, cuando empezó a resultar evidente que el III Reich no ganaría nada, salvo su propia ruina y la de sus compatriotas, la parafernalia gestual y visual hitleriana inició un lento tránsito hacia la desaparición de la escena española; en arquitectura ese tránsito duró hasta 1950. Los tres primeros casos que muestro hoy pertenecen a la segunda mitad de la década de los años 40 y, por ello, rebajan el tono sin desprenderse de algunos tics (la derrota de Hitler no hizo que los jerarcas franquistas renunciaran de pronto a sus pretenciosas ensoñaciones imperiales); el cuarto caso, de principios de aquella década, sin embargo, demuestra que la buena arquitectura podía manifestarse perfectamente tras un rostro discreto y elegante.

Torreón del mando jerárquico en la estación ferroviaria de Abando

En primer lugar, la actual estación ferroviaria de Abando que fue diseñada por Alfonso Fungairiño Nebot (Madrid, 1903 – 1984) en 1945 y concluida en 1948. Fungairiño desplegó un interesante expediente racionalista en Valencia y Gandía durante los años previos a la guerra civil. Sin embargo, aquí el inmueble enmascara su carácter ferroviario al presentar una monumental imagen clasicista con decoración ecléctica de frontones y falsas pilastras, entremezclando sillares y columnas de granito, aplacado de arenisca y ladrillo. El torreón esquinero, con placas de piedra de arriba a abajo, presenta una cornisa en voladizo sostenida por canecillos y modillones de voluta; sobre ella, una balaustrada aparenta delimitar una terraza de vigilancia. El acceso jerárquico a la zona de dirección y oficinas desde la calle queda subrayado con simulación de sillares y mediante un gran arco de acceso en el chaflán, flanqueado por arcos ciegos. Sobre esta entrada, en la primera planta, el espacio de dirección muestra tres balcones coronados por frontones quebrados. Según el edificio gana en altura la enfatización jerárquica se diluye. La fachada trasera ofrece un estilo más austero. El interior se organiza en torno a un precioso vestíbulo de mármol dorado, columnas lisas de sección cuadrada y tres alturas al que asoman fachadas con amplios vanos adintelados, finas balaustradas metálicas y pinturas murales, todo ello humillado por la actual parafernalia comercial y publicitaria consentida por los gestores de Vialia. Muy interesante, aunque por otros motivos, es la anexa cubierta sobre la playa de vías, una espléndida obra de ingeniería desprovista por completo de connotaciones ideológicas: pura y elegante funcionalidad.

Fachadas principal y lateral. A la derecha, el comienzo de la cubierta sobre las vías. Actualmente, a la altura del primer forjado y a lo largo de todo el perímetro, una estructura provisional salvaguarda a los peatones de posibles desprendimientos sólidos de las fachadas.
Fachada trasera; adquieren protagonismo las llagas rehundidas de encuentro entre los aplacados que simulan sillares y dovelas a lo largo de la planta baja.
Aspecto del vestíbulo hacia las vías, situadas en un nivel más elevado, y la cubierta sobre éstas.
Aspecto del vestíbulo y su cubierta plana que permite el paso de abundante luz natural. La publicidad humilla a la arquitectura.
La cabecera de la terminal de vías se halla adornada por una gran vidriera que recoge temas populares de Bilbao y Bizkaia; lo monumental alcanza su paroxismo aquí (15 metros de alto por 20 de ancho). Originalmente, el escudo de España estaba acompañado por el águila imperial y fue sustituido posteriormente por el constitucional.
Grandes paneles pictóricos en un lateral del vestíbulo de la estación: simulación de pergaminos con representación de arquitecturas medievales junto a guirnaldas y volutas de gusto barroco. Decoración historicista para un ámbito de comunicación moderno.

En segundo lugar traigo a Martín José Marcide Odriozola (Bilbao, 1916 – Madrid, 1972), que fue el autor del ambulatorio de la calle Dr. Areilza en 1950, en un momento que la arquitectura oficial en España ya estaba quitándose de tics ideológico-políticos. Estuvo a cargo del Instituto Nacional de Previsión y fue el arquitecto de numerosos hospitales por toda España. Aquí realizó dos obras singulares: un ambulatorio médico para el distrito de Indautxu y el grandioso hospital de Cruces, en el vecino municipio de Barakaldo.

En el ambulatorio seis columnas recorren el centro de la fachada verticalmente, de arriba a abajo, con grandes vanos acristalados entre ellas en los dos pisos superiores, lo que otorga ligereza a la entrada y monumentalidad al edificio. Tras esta primera fila de columnas se despliegan las escalinatas que conducen a otras seis columnas iguales a las anteriores, esto es, de sección cuadrada y caras estriadas. Algo en esta entrada recuerda a la del Reichtag en la Voss-Strasse, diseñada por Albert Speer, quizás por ese preámbulo o pórtico que acoge las escalinatas para que no invadan la acera…, en fin, sin la grandiosidad germana. A ambos lados de este acceso central se despliegan dos cuerpos de ladrillo caravista sobre un zócalo de granito. Edificio desfigurado en la actualidad por el añadido de una planta sobre la cubierta original y la penosa sustitución de la carpintería en las ventanas.

Cuerpo central con acceso en el ambulatorio de Dr. Areilza.
Escalinatas y segunda fila de columnas en la parte superior de ellas. Esta elevación de la planta baja permitió habilitar una planta semi-sótano.

Sin embargo, la obra más destacable de Marcide se levantó entre enero de 1949 y julio de 1955 en el barrio de Cruces, Barakaldo, y con el nombre de Ciudad Sanitaria ‘Sotomayor’, en homenaje al periodista y fundador de las Juventudes de la Falange, Enrique Sotomayor Gippini, muerto en el frente de combate en Rusia, mientras luchaba con la División Azul. De su construcción se hizo cargo el Estado. La configuración del terreno y la construcción de una gran plaza circular obligó a un trazado curvo de la planta con cinco cuerpos radiales de diferentes alturas. En la disposición general se elevó el cuerpo central para no extender el edificio hacia la parte posterior. Inicialmente estuvo habilitado para 650 camas. El carácter social de este hospital estuvo «alentado» por la necesidad de empresarios y fábricas en la margen izquierda de la ría de atraer a decenas de miles de obreros para el desarrollo industrial que la zona vivió a partir de los años 50.

Me cuesta asociar un hospital, un ambulatorio o un museo al concepto de arquitectura nazi porque, como herramientas para la vida y la cultura, las considero situadas en las antípodas de lo que representó el nazismo. No obstante, aquí esta convivencia existió. En el caso del hospital de Cruces -un precioso edificio con un más que interesante despliegue en planta- encuentro un leve vínculo formal en las vías de acceso a la planta baja, las cuales, en algún modo, recuerdan a la del ambulatorio antes descrito. Luego estaría, claro, la monumentalidad apabullante de la estructura edificada, que le acercaría tanto a la megalomanía nazi como a la soviética, no tan distantes por paradójico que parezca. El alto cuerpo central, aunque justificado por la irregularidad del terreno que impedía su desarrollo hacia la parte trasera, además de contener una bonita y vertiginosa escalera helicoidal en su frente, también se erige como símbolo de autoridad y orden, de vigilancia y control, ideas de sometimiento (médico, en este caso) que se permeaban a otros ámbitos de la vida comunitaria.

Vista área del hospital de Cruces en el año de su inauguración, 1955.
Una de las plantas de hospital de Cruces.
Escalera en el cuerpo central.

Por último, el Mer­cado del Ensanche, fue concebido por el arquitecto municipal Germán Aguirre Urrutia (Bilbao, 1912 – Algorta, Bizkaia, 1989) y se construyó entre 1942 y 1950 sobre el solar anteriormente ocupado por un decimonónico mercado de hierro de una sola planta. La mitad de aquel solar se destinó a jardín público en su zona delantera y la otra mitad, al nuevo mercado con tres plantas en altura. Presenta elementos de clara vincula­ción a la arquitectura oficialista en el cuerpo delantero que funciona como recepción al mercado propiamente dicho: doble escalinata en el frente exterior con doble dirección a la planta sótano y a la baja, composición austera y ordenada, escudo de armas en posición de honor, grandes ventanales rasgados laterales para iluminación de escaleras interiores, cierta palaciega grandiosidad como edificio cívico…. En contraste con lo anterior, el cuerpo posterior, más bajo, donde se ubicaba el mercado en sí, queda acogido bajo una cubierta abovedada de gran transparencia y ligereza. Podría encontrársele cercanía al convento Angelicum que Giovanni Muzio realizó para Milán en 1939, principalmente por el uso masivo exterior del ladrillo y las soluciones espaciales en arcos como estructuras puras, una interpretación personal de las formas clásicas como alter­nativas al movimiento moderno entendido como funcionalista y racionalista, aunque este mercado también fue funcional y racional; mucho, además. Al discreto y elegante jardín delantero, situado en una cota por debajo de la calle que daba recogimiento al espacio, se descendía por unas amplias escalinatas frontales de piedra; hoy debajo tiene un aparcamiento y los restos del jardín se hallan por encima de la cota de la calle. Actualmente el edificio está modificado en su fachada con una desafortunada mampara de cristal que oculta una grave mutilación del muro sobre las tres vías de acceso y el cuerpo posterior ha visto crecer un piso por encima; interiormente se ha reconvertido en un centro municipal para oficinas, ambulatorio y -signo de los tiempos- celebración de eventos.

Imagen del jardín y mercado del Ensanche el año de su inauguración. No era una plaza dura. Los árboles crecieron después, convirtiéndose en un lugar recogido, amable y delicioso
Interior del cuerpo trasero del mercado del Ensanche, en la actualidad centro municipal para eventos.

En un principio, había pensado incluir dentro de «lo institucional» algunos ejemplos de arquitectura para la iglesia católica, pero este post se estaba empezando a poner demasiado extenso. Así que he decidido dedicar, más adelante, otro post para «lo religioso» y mencionar algunos casos que, creo, merecen una atención más detenida de la que hubiese podido darles en este de hoy. La arquitectura erigida durante los años 40 para esta aliada del régimen franquista daría para mucho más que un post, pero bastará con citar tres o cuatro ejemplos.

4 comentarios sobre “La arquitectura nazi en Bilbao: lo institucional (II)

  1. Interesante análisis. Las obras elegidas tienen, además de una relativamente evidente relación con la arquitectura nazi, un innegable valor arquitectónico.
    Para mi punto de vista la obra más “nazi” en Bilbao es la Delegación de Hacienda de la Plaza Elíptica, motivo además de recientes polémicas a causa del dichoso escudo del águila.

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    1. Opino como tú, JI, la Delegación de Hacienda es el ejemplo más claro. Entre otros motivos, encuentro que lo es por esa masa pétrea que la envuelve y le da un carácter aplastante, autoritario, casi da miedo desde fuera. La arquitectura nazi en Bilbao muchas veces entremezcló piedra con ladrillo, lo cual quitaba pesantez al edificio, lo aligeraba, quizás por influjo italiano. Muchas gracias por tu comentario.

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  2. Muy interesante esta serie sobre la arquitectura fascista de Bilbao. Yo también creo que la joya de la corona fascista es la Delegación de Hacienda. Cuando los que se dedicaban a la construcción en aquellos años hablan de las dificultades de obtener materiales o transporte, aquí se ve que no se escatimaron medios para dejar claro quién mandaba y dónde debían pagar sus impuestos los bizkainos una vez anulado el Concierto.
    Alguna vez que visité el edificio me impresionó la, al menos aparente, riqueza de los materiales: mármoles bien pulidos, puertas de madera majestuosas, fachada de granito procedente de lejanas provincias…
    Es un poco irónico que ahora toda aquella grandeza de la portada sirva, basicamente, de marquesina para los viajeros que esperan al Bizkaibus del aeropuerto

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    1. Muchas gracias, Pedromari. Tienes razón, en la Delegación de Hacienda no repararon en gasto. Es un edificio lujoso, en todas y cada una de sus partes. Al menos, lo era cuando lo conocí bien a finales de los años 70. Supongo que, reformas puntuales aparte, lo esencial se ha mantenido. Fue la representación más clara e imponente del Estado central, quería transmitir la idea de solidez e impugnabilidad.
      En los casos que mostraré a partir de septiembre se verán huellas menos patentes de lo nazi en la aquitectura bilbaína, en parte porque esos rasgos adquirieron un sesgo nacional hispánico, pero era los mismos rasgos, sólo que «traducidos».

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