Fachadismos

/ Javier González de Durana /

A finales de 1987 escribí un artículo acerca de la peligrosa tendencia inmobiliaria que empezaba a verse entonces y que, debido a los perjuicios patrimoniales que implicaba caso de consolidarse, temí que llegara a convertirse en una costumbre aceptable para los órganos institucionales de protección del patrimonio construido y para los arquitectos. Con aquel texto, publicado en un modesto periódico municipal recién nacido con el impulso y la dirección de mi inolvidable amigo Ángel Ortiz-Alfau, intentaba conjurar lo que preveía como un desastre para la arquitectura de calidad construida en tiempos pasados, esa arquitectura que debe ser transmitida al futuro como parte de nuestro legado socio-cultural. El título del artículo centraba directamente el problema, «Proteger fachadas es atentar contra el patrimonio arquitectónico», y se ilustraba con imágenes de dos lamentables actuaciones que en aquel tiempo se sufrieron bajo este criterio de intervención, las casas de Sota, en la Gran Vía, y la casa Arróspide o antiguo Rectorado, en Indautxu. La advertencia no tuvo éxito y la tendencia se acrecentó y consolidó, convirtiéndose treinta y dos años después en una pandemia urbana…, eso sí, siempre bajo la paradójica consideración de que actuar de esta manera es una razonable forma de proteger la arquitectura histórica, esto es, de destruir aquello que precisamente se dice querer proteger.

FACHADAS
Periódico municipal BILBAO, nº 2, diciembre de 1987.

«Fachadismo» es el concepto que indica este tipo de actividad y, en su sentido más habitual,  consiste en conservar la fachada de un edificio, por lo general histórico, al que se le atribuye algún tipo de valor arquitectónico o cultural para construir tras ella -y a menudo también encima de ella- un edificio nuevo. En un sentido más amplio también se utiliza este término para aludir a la reconstrucción de una fachada histórica con nuevos materiales, ajustándose a las alturas de los pisos preexistentes que se conservan (IDOM), y, en el caso de un edificio enteramente nuevo, a la construcción de una fachada historicista con la que intenta integrarse en el estilo predominante de su entorno y que tiene muy poca o ninguna relación con los espacios situados tras ella (Artklass).

Cuando no es posible conservar un edificio en su totalidad y la pérdida de su interior es inevitable por ruina física, resulta muy razonable salvar el exterior, por supuesto. Salvaguardar una fachada histórica es sensato, ya que conserva un tejido de valor público o cultural y facilita al promotor inmobiliario cierta libertad de actuación al permitirle desarrollar, tras ella, espacios útiles que cumplan con sus objetivos de negocio. Si se realiza con sensibilidad, salvar sólo la fachada puede verse como una expresión alternativa de la historia con proyectos contemporáneos cuidadosamente planteados para contar cómo surgió y era la estructura original y cómo ya no está allí. También podría justificarse como una forma de actualizar las estructuras en los núcleos urbanos históricos a los estándares modernos de accesibilidad, incendios y medio ambiente, ofreciendo espacios interiores más cómodos para conjuntos diversificados de usuarios. Lamentablemente, las expectativas del fachadismo actual se desvían a menudo de estas realidades. El mayor problema surge cuando, encontrándose el interior del inmueble en perfectas condiciones físicas para sobrevivir mediante operaciones de rehabilitación o reutilización, se decide la conservación, únicamente, de su fachada. El fachadismo, tal como se ve en Bilbao, San Sebastián, Madrid y otros muchos lugares, es la alianza entre la codicia de los promotores, el mezquino diseño arquitectónico y la permisividad cómplice de las administraciones públicas.

Las fuerzas financieras y administrativas que se encuentran detrás del fachadismo, por cuestionables que sean, no son la razón por la cual este comportamiento tiene tan mala fama en la opinión pública. El problema más evidente con el fachadismo son las respuestas baratas, poco inspiradoras y mediocres ofrecidas por los arquitectos que diseñan y construyen el sustitutivo contemporáneo del edificio histórico. Aparentemente atrapados en un punto medio entre la creación de una estructura orientada hacia la utilidad funcional en el presente-futuro y el ejercicio de reemplazamiento edificatorio leal hacia la preexistencia edificada en el pasado-presente, los equipos de diseño casi nunca logran ninguno de los dos objetivos. Más que otra cosa, esta es la arquitectura como teatro, como valor ambiental, por utilizar la expresión utilizada por el actual PGOU de Bilbao.

También es verdad que en numerosas ocasiones se debe mirar a los equipos de diseño con cierta comprensión. En las escuelas de arquitectura se enseña que la Forma sigue a la Función. Se enseña a diseñar desde dentro hacia afuera, que el exterior de un edificio es una expresión de su interior y viceversa. Cuando la relación simbiótica entre el interior y el exterior de un edificio se ve comprometida, requiriéndose un trasplante complejo, los diseñadores se encuentran en un territorio desconocido, dando lugar a resultados confusos y desorganizados. Sin embargo, esta excusa no posee mucho alcance. Después de todo, la misma educación que enseña a diseñar de dentro a afuera también enseña a proyectar con creatividad. Esta última debería servir para algo en tales situaciones.

El fachadismo crea una tensión entre lo que se percibe y lo que es real. Una sensación inevitable de absurdo se impone cuando una fachada queda a la deriva, apuntalada por andamios, esperando la llegada de un nuevo edificio detrás de ella. El ojo, acostumbrado a esperar alguna relación entre la disposición de los vanos exteriores y el espacio interior, se ve perturbado cuando las luces fluorescentes revelan que una fachada histórica no está ante nada más que unas amplias oficinas de planta abierta.

El fachadismo ofende lo puramente racional. Implica ofuscación deliberada. En su nivel más básico, el fachadismo no es veraz. Nos importa, posiblemente, si somos racionalistas y utilitarios. Si se pone menos énfasis en el valor sacro de la integridad estilística arquitectónica, si los edificios se ven en parte como escenografías urbanas y algunas de las arquitecturas más severas de mediados del siglo XX se aprecian más como esculturas, entonces el fachadismo puede tener sentido, eso sí, un sentido decorativo. Si el fachadismo es un problema ético, ello es debido en gran parte a que se ha encontrado en medio de una colisión intelectual entre arquitectos, historiadores y políticos que se podrían dividir entre racionalistas progresistas, por un lado, y conservadores pragmáticos, por el otro.

Recientemente, se publicó un ensayo titulado The Ethics of Facadism. Pragmatism versus Idealism, escrito por Robert Bargery, secretario de The Georgian Group y anteriormente Jefe de normativas e investigación en la Commission for Architecture and the Built Environmentque me ha recordado el texto que escribí hace ya más de tres décadas. Pero también lo he recordado porque estamos viendo cómo proliferan estas actuaciones en tiempos recientes: el lavadero de Barraincúa, el último palacete (Villa Favorita) que quedaba en La Concha donostiarra, la enorme y larguísima operación de las calles Sevilla y Alcalá, en Madrid…

Por fortuna no todas las actuaciones acerca de fachadas salvaguardadas son penosas y quiero mostrar algunos ejemplos que me parecen brillantes y resueltos con mucha sensibilidad en construcciones históricas sin valores materiales, decorativos o culturales que las hagan sobresalientes, como la nueva edificación llevada a cabo dentro del perímetro de los cuatro muros de una antigua casa rural, cuyo tejado desapareció hace tiempo así como parte de los muros exteriores -sin ocultar lo que ha sido necesario reconstruir en ellos con nuevos materiales- hasta convertir esos muros en la cerca exterior de la nueva casa.

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…nueva edificación llevada a cabo dentro del perímetro de los cuatro muros de una antigua casa rural…

O una operación similar, pero realizada dentro del núcleo urbano de una pequeña población, en la que no se oculta el grado de deterioro que alcanzó la construcción preexistente antes de la nueva intervención.

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…dentro del núcleo urbano de una pequeña población, en la que no se oculta el grado de deterioro que alcanzó… 

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O este tercer caso de Paul Chemetov, Maison Lebeaume, en el que las fachadas remanentes de la antigua casería se convierten, tras ser consolidadas, en una parcial indumentaria texturada y rugosa para la nueva, pulida y minimalista estructura de hormigón, la cual establece sus vanos en función de los vestigios de los que tuvo la casa del solar renacido.

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Frente a estas delicadezas se encuentran las operaciones brutales que anulan la arquitectura histórica y aplastan con prepotencia las fachadas preservadas para convertirlas en contradictorios zócalos de las nuevas construcciones. Fachadas que quizás permanecieron durante años sostenidas por andamios a la espera de un promotor inmobiliario que aceptara operar ahí dentro de los límites de la volumetría anterior o a la espera de que la normativa municipal autorizara una edificabilidad que superara las alturas edificatorias previas.

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…a la espera de que la normativa municipal autorizara una edificabilidad superadora…

Y voy con un caso local y con otro cercano. Uno local, lo realizado en el lavadero de Barraincúa por el Ayuntamiento de Bilbao (aún no inaugurado como Centro de Distrito), en donde la aséptica neutralidad de la malla metálica que cierra el frente de los pisos sobre la cornisa del antiguo edificio (gesto positivo, dentro de lo que cabe) se ve empañado por la decisión de hacer sobresalir el piso bajo del nuevo cuerpo más allá del paño de la fachada histórica y situarlo a escasa distancia de la punta del frontón de piedra que es uno de los elementos hacia los que se debería haber mostrado mayor respeto (gesto negativo, fácil de evitar con un simple retranqueo, como en los pisos situados por encima, aunque es obvio que en este caso el diseñador ha optado por un deliberado y -a mi juicio- torpe anti-retranqueo). El caso cercano se halla en la orilla de Burdeos, entre el puente de piedra y el puente Chaban-Delmas, y se trata de antiguo cuartel militar -con pabellones industriales- abandonado que se ha convertido en el epicentro de la cultura urbana de la capital de la región de Nouvelle-Aquitaine con una superficie de nada menos que 10.000 m2 (¡¡toma Garellano!!… y llanto por Babcock&Wilcox…).

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Fachada del lavadero de Barraincúa con el primer piso inmediato al frontón (arriba) y mallas metálicas en los pisos superiores (abajo). Foto Roberto Aguirrezabala.
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El cuerpo inferior de malla metálica avanza sobre el elemento más saliente de la fachada histórica del lavadero, además de situarse a escasos centímetros de la punta del frontón.

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Concluyo con una genialidad de Alberto Campo Baeza realizada en Zamora y que mereció el Gran Premio Internacional de Arquitectura BigMat’15 por su «acertada actitud a la hora de resolver un programa actual, (combinando) sabiamente en la obra la contemporaneidad con el entendimiento respetuoso de lo existente», según explicó el Jurado de la organización. Se trata de una parcela situada frente a la catedral de Zamora, elegida para construir en ella la sede del Consejo Consultivo de la Comunidad de Castilla y León. Un muro horadado por escasos huecos rodea un jardín en el que se levanta una leve caja de vidrio.  Una tapia como fachada, un muro casi ciego que respeta el recorrido de la antigua tapia del huerto conventual. El muro es tan alto como el edificio. Los pocos huecos que atraviesan la fachada-muro se han distribuido para favorecer ciertas vistas desde el jardín, en donde un edificio con la máxima transparencia en sus fachadas abre sus espacios al máximo a la caja-jardín, renunciando a manifestarse hacia la calle. El muro perimetral transforma la parcela en una gran caja de paredes de piedra, cerrada a las vistas pero abierta al cielo, dentro de la cual la colocación de árboles crea un jardín introvertido dominado por un edificio de factura moderna.

campo baeza planta

campo baeza vista aérea

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2 comentarios sobre “Fachadismos

  1. Lamentablemente Villa Favorita es el último y escandaloso ejemplo de vaciado y destrucción completa de un hermoso interior del que era el último palacete que quedaba en el Paseo de La Concha de San Sebastián . Fue construida por Antonio Cortázar en 1866 y aunque tuvo intervenciones de arquitectos posteriores seguía teniendo un magnífico interior con yeserías, chimeneas y una gran escalinata de madera . Calificada en Grado D en el PEPPUC (como la mayoría de edificios de San Sebastián) es una muestra más de como»proteger» para permitir destruir. Ahora será un hotel con vistas a la bahía de la Concha.

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    1. Muchas gracias por la información, Montserrat Fornells. Sospechaba que algo así había sucedido con Villa Favorita, pero al consultar la página web del hotel allí instalado ahora, las fotografías que exhiben algunos de los espacios interiores dan a entender que se preservó y restauró el palacete en al menos su planta baja y planta principal. Si en realidad lo que hicieron fue vaciar la totalidad del espacio interior y ahora simulan o «recrean» el aspecto que tuvo -más o menos- estamos siendo sometidos a un engaño puesto que todo lo que ahí dentro existe está recién hecho. Así, tendríamos dos aspectos: la perdida patrimonial de lo que existió hasta que intervino la empresa hotelera y la mentira de querer hacernos creer que hubo un respeto a la historia y a la arquitectura. En fin, lamentable caso.

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