Javier González de Durana
«Fábricas parecían de diamantes y oro, / cúpulas de alabastro y argénteas agujas / y encendidas terrazas sobre terrazas, hacia / lo alto; aquí, apacibles, brillantes pabellones, / en avenidas; torres, allí, adornadas / de almenas, que en sus frentes incansables / sostenían los astros, luciente pedrería».
William Wordsworth, «Cielo tras la borrasca», en La Excursión. Libro I.
A diferencia de otros equipos que aseguran respetar la trayectoria arquitectónica del Museo de Bellas Artes con sus diferentes etapas y adiciones, pero luego en sus propuestas se llevan por delante parte de aquello que decían respetar, Bjarke Ingels Group, BIG, junto con Cristina Acha, Miguel Zaballa, Ane Arce e Iñigo Berasategui, AZAB, declaran valorar el cuidadoso equilibrio entre simetrías y asimetrías, reconocen entender positivamente la ortogonalidad de las preexistencias como contrapunto perfecto de las líneas orgánicas del parque, afirman tener en alta estima el hecho de que se aúne lo clásico y lo moderno en un conjunto híbrido de aparente simplicidad geométrica… y lo dicen sinceramente, puesto que su aportación es de las que menos afecta al museo tal y como ha llegado hasta la actualidad. Eso sí, también sentencian que esa suma de intervenciones en el tiempo ha dado lugar a una amalgama laberíntica de adiciones y cambios de nivel, atajos y caminos sin salida, en donde resulta difícil hasta encontrar la puerta de entrada. Por esos motivos y salvedad hecha de alguna alteración de funciones en puntuales espacios interiores, las arquitecturas y servicios de 1945, 1970 y 2001 quedan en su propuesta tal como están hoy.
Pero eso no quiere decir que el espacio envolvente al museo resulte inalterado, al contrario. De hecho, BIG-AZAB concentra toda su propuesta en los jardines fronto-laterales y en la plaza Arriaga, introduciendo importantes modificaciones físicas y topográficas con las que dan lugar a un nuevo paisaje y ecosistema urbano, es decir, crean algo más que sólo una arquitectura de extensión museística, pues se trata de una geografía que, paradójicamente, tras haber respetado los edificios preexistentes, los oculta parcialmente. Una geo-poética se yergue para establecer diálogos inéditos con lo construido; la tierra, con inesperados movimientos tectónicos, define perspectivas novedosas que obligan al observador a moverse por el lugar para entender lo que se alza ante sus ojos y lo que antes resultaba diáfano a la mirada ahora aparece entre atrincherado y sitiado.
A la puerta que se quiere vuelva a ser acceso principal, orientado hacia Abandoibarra, se llega mediante una rampa frontal. Las escalinatas exteriores quedan eliminadas. Sucede en todos las propuestas: el cumplimiento de las normas de accesibilidad obliga a eliminar peldaños y proveer rampas. Es lógico, pero ello tiene repercusiones en el edificio, sobre todo en su basamento de piedra, el cual que queda oculto en gran parte, con la consiguiente pérdida de las proporciones originales dadas al edificio por Urrutia y Cárdenas. Tras atravesar la puerta, el visitante se encontraría en el vestíbulo histórico y, frente a él, por debajo del rellano de la escalinata monumental se abriría un hueco por el que accedería al nuevo vestíbulo mediante rampa.
La plaza Arriaga quedaría completamente ocupada por una carcasa curva e inclinada que hacia el exterior sería graderío y hacia el interior, nuevo vestíbulo. Esta carcasa de hormigón no tocaría los tres costados edificados sino, que, separándose respetuosamente de ellos, conectaría con los edificios mediante un cierre vidriado por donde penetraría luz natural a dicho vestíbulo. Ya que tanto el vestíbulo histórico como el nuevo conservarían las actuales cotas, el tránsito de uno a otro por debajo de la escalinata de mármol se haría mediante una rampa, si bien me temo que, a pesar de lo que aparece en el render, esa rampa debería ser bastante más larga para cumplir con la inclinación regulada. La solución es disponer esa rampa en el mínimo grado de inclinación que sea y habilitar otra rampa aneja a la galería de columnas mucho más larga y ajustada a normativa. BIG-AZAB honran la escalera y alejan de sí la engañosa fantasía -abrigada por la propuesta ganadora de Foster-Uriarte- de desmontarla y volverla a montar en posición más elevada.
La decisión de cerrar y ocupar por completo la plaza Arriaga coincide con otras propuestas, pero en este caso se decidió que el cierre tuviera una doble utilidad externa/interna: por un lado, graderío, y por el otro, cubierta parcial. Esa pieza de hormigón, sostenida por unos pocos puntos de apoyo, puede parecer un tanto agobiante en alguna imagen, como objeto demasiado próximo a las cabezas de quien transite por ciertas áreas del vestíbulo nuevo. Sin embargo, me da la impresión de que la gran luminosidad que entraría por los vidriados cierres laterales y superior le restaría pensantez y el ámbito, así, no resultaría lóbrego e incómodo con pudiera parecer.
No obstante, este elemento me crea varias dudas. Por una parte, las de su utilidad real. Ciertamente, resulta atractiva ese presencia para posibles actuaciones escenográficas, musicales…, pero el espacio que dispondría ante si, aparte de tres magníficos árboles, no sería demasiado amplio y estaría cruzado por un camino del parque, además de que las viviendas más cercanas se hallan, en verdad, demasiado próximas con lo que su funcionalidad para actividades sonoras se vería muy limitada. Por otra parte, como la altura máxima alcanzada no sobrepasaría la de las actuales cubiertas de los edificios de alrededor, se me plantean muchas dudas sobre la seguridad que ofrecería la convivencia de ese graderío con los cierres vidriados en relación con la posibilidad de que intrusos accedan desde la parte superior del mismo a las cubiertas del conjunto museístico. Por último, si en ese acantilado de gradas una persona tuviera un accidente y se precipitara desde lo alto, ¿de quién sería la responsabilidad, suya o del museo?
Por otra parte, las fachadas trasera del edificio de 1945 y lateral del de 1970 resultarían visualmente afectadas por la presencia de este cierre-graderío-techo. Y así sucedería, como veremos después con otro motivo, que la propuesta tiene en alta consideración a los edificios con los que quiere convivir, pero sólo físicamente porque, de hecho, en parte los oculta.
Dentro del nuevo vestíbulo, que quedaría unido al actual vestíbulo Chillida, se encontrarían la recepción de visitantes junto a otros servicios, guardarropa, cafetería, tienda…, la galería de columnas abierta a él. En este lobby se podría ver una de las pocas ideas con que los aspirantes dan un tratamiento singular a la escultura de Paco Durrio, al cambiarla de orientación y ponerla mirando hacia la galería de columnas y coronarla con un neón circular para proporcionar una luz individualizada. Se agradece el esfuerzo, pero no lo veo nada claro, no sólo porque Durrio concibió esa pieza para que estuviera al aire libre (la musa lanza su gesto de llanto y dolor al cielo a causa de la muerte del músico Arriaga), sino porque, además, ese neón (casi una obra de Dan Flavin) se presentaría como un objeto con acusada afección e incidencia sobre la escultura.
El único cambio apreciable en cuanto a funciones interiores en los edificios históricos es la que se produciría en el ala izquierda del pabellón frontal, el cual quedaría exclusivamente dedicado a tareas de educación y, por lo que se puede ver, conservando su actual organización en cinco salas. El cuerpo lateral del edificio histórico y la sala BBK se dedicarían a la colección permanente, al igual que las primeras plantas de los edificios de 1945 y 1970, para cuya comunicación se utiliza, ingeniosamente, la cubierta de la galería de columnas, si bien ello obligaría a abrir un vano en la fachada trasera de ladrillo en un edificio declarado Bien de Interés Cultural. Dudo que fuera posible.
Junto con al graderío-cubierta, la otra singular aportación de BIG-AZAB consiste en utilizar el jardín delantero-lateral para excavar en ellos un espacio con uso flexible destinado a exposiciones temporales de entre 5 y 10 metros de altura. Como ya vimos en otra de las propuestas, aquí se repiten los mismos inconvenientes que se mencionaron: descenso al subsuelo, alejamiento del circuito creado por los demás espacios expositivos, planta irregular… Ahora bien, la sensación de estar en el subsuelo y bajo dominio de la luz artificial -que SANAA aminoraba con un «jardín hundido»-, en esta propuesta queda muy ampliada, pero mediante un recurso opuesto, pues, en vez de bajar un pequeño jardín de luz, BIG eleva y moldea los techos, como una corteza de naranja, creando largos y curvilíneos muros de vidrio, de manera que la sala, aunque sumergida, en cierto modo, emerge al exterior urbano, dando lugar a una singular topografía con amplios ventanales a ras de calle que captarían una tamizada luz del nordeste. Toda una disolución de los límites programáticos entre interior y exterior. Curiosamente, esta sala contaría con un pequeño graderío en uno los extremos luminosos, ofreciendo la posibilidad de acoger performances ante él.
Se trata de un estilema querido por BIG: esas sinuosidades y largos desarrollos en espiral o amplias curvas que se superponen unas a otras han aparecido en varios de sus últimos proyectos. En Bilbao no disponen de un gran espacio para lograr los espectaculares logros alcanzados en otros lugares, pero aún así dejan constancia de esa habilidad que poseen para crear recintos que parecen muy abiertos y públicos aun y cuando contienen actividades que requieren de aislamiento, control, calma y quietud. Dado el enorme flujo de gentes que circula por esa acera al comienzo de la calle Elcano no sé hasta qué punto sería un molesto inconveniente estar en esa sala viendo una exposición y, al mismo tiempo, convivir con personas que, desde la calle, pretendieran interactuar con quienes estuviesen dentro.
Contemplados desde el exterior, esos suelos ajardinados que se levantan e inclinan me suscitan ciertas dudas respecto a su mantenimiento, también acerca de su condición estanca de cara a que no se conviertan en fuente de filtraciones y, cómo no, en cuanto a que sus perímetros sean ideales para que paseantes circulen por ellos.
No obstante, el mayor inconveniente es que, al elevarse se convierten en obstáculos físicos para la visión del edificio de 1945. Así, aunque decían ser respetuosos con las preexistencias, sucede que las ocultan, las cubren con vidrio y hacen accesibles sus cubiertas. Vista la sección longitudinal de esa sala con el edificio histórico encima parecería que la nueva instalación se levanta para abrazar y envolver a la construcción primigenia, pero no. Lo que sucedería es que esas «argénteas agujas«, «brillantes pabellones» y «luciente pedrería» se convertirían en unos parapetos que obstaculizarían aquello que se quería poner en valor. Esos dos picos podrían tener un tercer compañero en la plaza Chillida si el cliente quisiera disponer en él de un pequeño «pabellón cultural» para actividades paralelas.
Mármol, madera y hormigón encofrado in situ serían los materiales dominantes. Se crearía una pequeña sala de exposiciones donde actualmente se encuentra la biblioteca, la cual sale del museo; se mantiene la sala 33 bajo el restaurante y éste sobreviviría en las inaccesibles alturas donde, a pesar de tener buen nivel desde el punto de vista gastronómico, fracasó: «terrazas sobre terrazas, hacia lo alto» no siempre funcionan.
Mi agradecimiento al Museo de Bellas Artes por las imágenes facilitadas en alta resolución.