Javier González de Durana
La web del Euskadiko Arkitektura Institutua-Instituto de Arquitectura de Euskadi, EAI-IAE, apenas ofrece una leve presentación de objetivos. A falta de un ideario de fondo, prefiere la escueta indicación de los asuntos que le interesan, tan sólo mencionándolos: «Arquitectura, paisaje, debate, pensamiento, investigación, vivienda, internacional, fronteras, punto de encuentro, sostenibilidad, bienal, patrimonio, ciudadanía, cooperación, diseño, urbanismo, innovación, interpretación…». Es breve y ambiguo, también directo, aunque muchas instituciones podrían decir lo mismo que esta dice, de manera que, por grande que se escriban esas palabras, no otorgan identidad. Lo cierto es que entre una plúmbea teoría de altisonantes metas y esto, es preferible esto último, el señalamiento de unas intenciones que no pueden llegar a ser tomadas como Valores.
La Misión, en cambio, es presentada con sucinto laconismo, como debe ser, y no con sólo sustantivos: «La misión del Instituto de Arquitectura de Euskadi es acercar la arquitectura a la ciudadanía, generar socialmente el gusto por la arquitectura en sentido amplio y entendida como disfrute cultural y ciudadano. Fomentar el pensamiento y el debate en torno a la arquitectura, el urbanismo, el paisaje y el diseño. Generar conocimiento y facilitar el acceso al mismo por parte del público generalista no especializado. Promocionar la arquitectura contemporánea vasca a nivel internacional. El Instituto de Arquitectura de Euskadi se gestionará de forma abierta pudiendo acoger en su seno diversas entidades sin ánimo de lucro que tengan como fin la investigación, difusión y promoción de la arquitectura y buscando también sinergias con aquellas instituciones relacionadas con la arquitectura de amplia tradición en Euskadi como el Colegio Oficial de Arquitectos y la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad del País Vasco«. Sería bueno no dejar de lado a las asociaciones ciudadanas que, desde el más puro altruismo, también demuestran todos los días tener intereses coincidentes con esos objetivos, como Áncora o la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública.
Estuve en la presentación del jueves pasado y me gustaría decir lo contrario, pero las palabras de presentación, aunque fueran dichas en tres idiomas, no podían estar más carentes de entusiasmo e ilusión. ¡Dios, qué falta de espíritu! Daban ganas de salir corriendo. De hecho, es lo que hicimos un amigo y yo para ir a ver la exposición Tabula non rasa, comisariada por los arquitectos y críticos berlineses Ilka y Andreas Ruby.
La Nota de Prensa se ufana del «carácter internacional” de la muestra, pero el hecho de que no sea una producción propia, sino pescada en los circuitos europeos (se ha visto con anterioridad en el Gellerup Museum de Dinamarca y en el Swiss Architecture Museum de Basilea), demuestra que este impulso inicial del EAI-IAE se halla carente de capacidades innatas. Luego me referiré a la exposición, pero ahora debe señalarse que, dadas las dimensiones del espacio expositivo, no hubiese resultado complicado elaborar un producto propio en el que resultaran explícitos algunos Valores, con un contenido internacional -implicando a lo local de ese nivel- y un mayor atractivo visual. Tiempo ha habido y la institución debería haberse planteado que su inteligencia interna tenía que hacerse presente, sobre todo en este primer paso. Si el público no profesional que se acerque a Santa Teresa estos días decide sus futuras visitas al EAI-IAE en base a la satisfacción e interés que le ha suscitado esta muestra…, me temo que una mayoría desertará de repetir la experiencia. Es la consecuencia que tiene la elaboración de exposiciones de arquitectura pensadas exclusivamente para arquitectos, para colegas del sector, esto es, para la secta que controla un lenguaje, unas claves y está habituada a unas formas de expresión.
La exposición se plantea explicar tres diferentes modelos de intervención sobre elementos ya construidos para reutilizarlos al insuflarles una vida nueva. Se trata, como dice el título, de no hacer tabla rasa con lo existente para levantar un proyecto nuevo, sino de ver de qué manera lo que se tiene sobre la mesa del territorio, tras haber cambiado las circunstancias que dieron lugar a su aparición tiempo atrás, puede ser vivificado a la luz de nuevas circunstancias y posibilidades. En esos procesos la fase de investigación previa es crucial, no funciona como causante de la intervención, sino que constituye parte intrínseca de la intervención misma, y supone un campo de trabajo inédito. Esta «transformabilidad», que ya tiene unas décadas de experiencia si nos referimos a puntuales edificios industriales y religiosos, cuyas funciones colapsaron en determinado momento, sin embargo, es un desafío nuevo si nos referimos a la vivienda. En estos casos, lo habitual ha sido proceder al derribo y acometer su sustitución, con los consiguientes perjuicios económicos, medioambientales y de memoria urbana.
Los tres ejemplos elegidos son de diferente escala entre sí: la casa (AGPS architects con Jenny Rodenhouse), el barrio (Lacaton & Vassal, Druot, Hutin) y la ciudad (ETH MAS Urban Design). «Todos parten del concepto de que nunca se empieza de cero -reflexionan los comisarios- porque siempre hay algo que precede a tu intervención. En este sentido, la arquitectura nunca puede ser completamente nueva, sino que siempre es la transformación de otra cosa».
El trabajo de AGPS (Espacio 99 céntimos, 2016-18) es una investigación conceptual sobre cómo abaratar el espacio. Se alinea con la tradición estadounidense de crear viviendas asequibles, empleando componentes prefabricados y comprados por correo. El objetivo era averiguar cuál es el mínimo que se puede pagar por un espacio habitable en un clima cálido del mundo occidental. Si bien a todo el mundo le gustan las gangas, el enfoque de este trabajo es el de la investigación y la exploración. En este proyecto se han empleado unos medios mínimos para transformar un establo equino prefabricado situado en la California rural en una unidad donde vivir y trabajar con 200 m2 y en el que los costes se lograron rebajar hasta los 99 céntimos por metro cuadrado. Los materiales proceden de catálogos agrícolas e industriales online, localizados lo más cerca posible. Espacio 99 céntimos forma parte de una granja casi autosuficiente y casi desconectada de las redes. Para este proyecto se contó con la colaboración de Jenny Rodenhouse, una diseñadora de interacción y artista de los nuevos medios.
La aportación de Lacaton & Vassal, Druot, Hutin (Cité du Grand Parc, en Burdeos, 2011-16) consiste en la transformación de tres grandes bloques residenciales (los G, H e I) de entre 10 y 15 plantas, con un total de 530 viviendas, levantados a principios de los años 60 y que, como la mayoría de aquellas construcciones, se realizaron con baja calidad arquitectónica, con errores en lo urbanístico y con ideologías ya obsoletas. Buscando mejorar sus condiciones de vida y ampliar las plantas de las viviendas, se reemplazaron las pequeñas ventanas de las fachadas originales por paneles acristalados desde el suelo hasta el techo y se añadió por delante una dermis de 3’80 metros de profundidad con jardines de invierno y balcones. Estas galerías transformaron las viviendas estándar, muy compactas antes, en generosos apartamentos tipo loft y reduciendo el consumo general de energía del edificio en un 50%. Todos los elementos constructivos nuevos eran de prefabricación económica y se instalaron en muy poco tiempo, sin que las personas residentes tuvieran que trasladarse durante la ejecución de la obra. Y aunque la superficie de planta se incrementó sustancialmente, las personas residentes siguieron pagando la misma renta que antes. Este trabajo es finalista y aspirante al prestigioso premio Mies Van der Rohe 2019, otorgado por la Unión Europea.
Finalmente, la oferta académica de la ETH, de Zurich (Constructing for the non dominant class, 2016-19), propone una práctica constructiva que, incluyendo el aspecto urbanístico, fomenta barrios variados y accesibles, teniendo en cuenta que la sociedad actual es más diversa. Dentro de este programa MAS Urban Design se presentan diecinueve ideas aplicadas en ciudades alemanas que ambicionan contribuir al debate sobre la producción asequible de viviendas con conocimientos adquiridos previamente en el Sur global, más concretamente en Etiopía, Brasil y Egipto.
La idea curatorial es interesante, pero tropieza en la manera de presentar los materiales. Aunque buena parte del espacio de exposición ofrece un aspecto de instalación doméstica que, supongo, quiere suavizar y hacer próximos los contenidos, no lo consigue. El resultado es pedagógicamente nulo, poco inteligible y árido en la mayor parte de sus imágenes. Last but not least, señalemos que resulta paradójico que se presente en San Sebastián una muestra como Tabula non rasa, ya que la tónica dominante es el derribo de villas en Ondarreta y Ategorrieta y otros edificios de enorme interés, como el de Miracruz 19, para ser sustituidos por otros de mucho menor valor.
