Javier González de Durana
El jueves pasado se inauguró el Euskadi Arkitektura Institutoa-Instituto de Arquitectura de Euskadi, EAI-IAE. A comienzos del verano pasado se aseguró se el IAE abriría sus puertas hacia el otoño de 2018. Finalmente, ha sido algunos meses más tarde, en las vísperas de una larga campaña electoral. Estuvo presente en el acto el Iñaki Arriola, Consejero de Medio Ambiente, Planificación Territorial y Vivienda del Gobierno Vasco, pero no intervino. De haberlo hecho se le podría reprochar que había puesto un acto institucional de su Consejería al servicio de los intereses electorales que le afectan.
Por tanto, bien por su presencia silenciosa, pero bien sobre todo por ser el impulsor tanto de este EAI-IAE como de la Bienal de Arquitectura de Euskadi, que tuvo su primera edición en noviembre de 2017 y este año celebrará la segunda. En este blog dimos cuenta detallada (todo lo que pudimos) de aquella Bienal y este año repetiremos la experiencia. También analizaremos cuantas iniciativas despliegue el IAE a partir de este momento.
El EAI-IAE se ubica en el antiguo convento de Santa Teresa, un pintoresco y escondido rincón de la parte vieja donostiarra, al pie del monte Urgull. No es fácil llegar hasta ese lugar si no se va con intención de encontrarlo, pero este edificio religioso -reconvertido hoy en cultural- es una de las edificaciones más interesantes de la ciudad, sobre un solar que ha sido ocupado desde muchos siglos antes de la fundación de Donostia, como demuestran los sedimentos de origen romano que proporcionó el subsuelo de un cementerio que apareció cuando se procedía a la rehabilitación del inmueble durante los años 2004-06.
El cementerio estaba debajo de la escalera por la que se accedía a la iglesia del convento, junto al callejón que sube hacia Urgull; esta escalera fue desmontada y dejó al descubierto un lugar utilizado como camposanto a partir del siglo XII. El interior del edificio, cuyos muros exteriores se construyeron sobre el cementerio, ha revelado otros elementos de gran interés para la historia de la ciudad, como la base de la torre del concejo, el edificio en el que se reunían los primeros mandatarios de la villa y que se encuentra adosado a los restos de la muralla de la ciudad.
El edificio ya tuvo una primera intervención de la mano de José Ignacio Linazasoro y Ricardo Sánchez, entre 1983 y 1991, centrada en la iglesia y las celdas conventuales. Dejó escrito Linazasoro entonces lo siguiente: «Lo más importante era crear un ambiente austero pero confortable. Una ‘morada’, en lenguaje teresiano, con todas las dependencias funcionales, así como con los lugares de esparcimiento necesarios para un permanente retiro. El lugar es privilegiado por su aislamiento y las vistas a la bahía de San Sebastián. Existía un problema estructural al situarse la mayor parte de las dependencias del convento sobre la iglesia, aprovechando el vacío de un antiguo desván. Se proyectaron unos arcos parabólicos de madera laminada, apoyados en los muros perimetrales, de los que colgaban las dos plantas de celdas que luego fueron revestidas, buscando un ambiente definido sólo por luz difusa. La biblioteca ocupa el centro y recibe luz cenital. El resto de las dependencias reutiliza en parte las del antiguo convento, creándose un nuevo atrio de acceso intramuros. Exteriormente, sólo la nueva galería acristalada de las celdas, con vistas a la Concha, permite reconocer la intervención«.
La última rehabilitación, en los espacios anexos al templo, estuvo en manos del arquitecto Ramón Ayerza y se llevó a cabo desde la cimentación del edificio, que planteó muchos problemas, hasta la reordenación de los espacios o los accesos. Entre las distintas zonas del edificio, llama la atención la singularidad del pequeño claustro (siglo XVIII), así como la sucesión de tres patios, el aljibe, el coro bajo y la casa cural. La intervención no fue fácil porque hubo que adaptar una estructura laberíntica y compleja para que fuera visitable acorde con las normativas actuales y para poner en valor los testimonios culturales del histórico edificio.
En el coro bajo se pueden observar las ventanas del comulgatorio, que conectaban la iglesia con el convento, para que las monjas pudieran asistir a la misa desde un lado del muro mientras los curas permanecían en el otro lado. Otro muro, que fue derruido para ampliar el angosto espacio, separaba también la casa cural para que no hubiera conexión en la vida cotidiana de los curas y las monjas: ellos ocupaban el lado con ventanas que da al muelle, y las religiosas permanecían en el lado interior del muro.
En uno de los patios, que en las ultimas décadas fue utilizado como cochiquera y gallinero por las monjas, se abrieron unas ventanas al exterior donde antes había un muro cerrado: las monjas permanecían ajenas a las vistas a los tejados de la Parte Vieja y a la bahía que ahora se pueden disfrutar. Otra de las dependencias permite ver los restos de la torre del concejo y el aljibe, que sigue recibiendo agua del monte y de los patios.
Cuando se rehabilitó el convento hace 15 años la intención consistía en que sus instalaciones fueran ocupadas por el Museo Histórico de Gipuzkoa. Esto no ocurrió; primer intento. Años después un engendro llamado Kalostra -mal remedo del desaparecido Arteleku- asentó su sede aquí, pero el inventó duró apenas un año (2015-16); segundo intento. Ahora le llega la tercera -y esperamos definitiva- atribución de usos y funciones, el EAI-IAE. De la rehabilitación y las mínimas intervenciones habidas posteriormente ha resultado un edificio que, en la distribución de los espacios, atribuye a la zona de exposiciones y difusión de contenidos unos 1.600 m2, incluidos los patios y galerías utilizables como zona expositiva, que ocupan otros 400 m2. Otros 1.250 m2 están ocupados por la administración, el almacén de maniobra, los servicios higiénicos y las instalaciones destinadas a la circulación. De todos ellos, el EAI-IAE utiliza 1.386 m2.
El resultado ahora visitable es un edificio ciertamente complejo, bastante enrevesado en un interior por donde las circulaciones son alambicadas y el sentirse bien orientado no resulta fácil, pero que posee un encanto evidente. Los espacios útiles disponibles son irregulares, poco cómodos para una utilización ordenada, pues son fruto de las numerosas intervenciones, reajustes, demoliciones, reconstrucciones, incendios (1813), construcción de nuevos pabellones, levantamiento del campanario… ocurridos desde que el convento se inauguró en 1686. Comprimido en el angosto solar situado entre el monte y la calle, la sensación que se obtiene tras recorrer este interior es que todos los espacios son residuales de alguna intervención mayor y necesaria que los hizo aparecer sin que fueran un objetivo, sino un resultado colateral aprovechable para alguna tarea que pudiera caber en ellos.
Esta rehabilitación tuvo que resultar de enorme complejidad, pero, a la vez, fascinante, casi una aventura. Salir airoso del empeño era arduo. Se podría discutir la pertinencia de algunas decisiones puntuales (este suelo, aquellas ventanas y sus carpinterías…), pero en general el criterio fue acertado y la resolución, digna. La plena accesibilidad a todos los lugares del edificio no debió de ser, desde luego, el más pequeño de los dolores de cabeza de Ramón Ayerza, y lograrlo obligó a instalar rampas y ascensores que en este tipo de edificios entran con calzador y malamente.
Esta es la sede del Instituto de Arquitectura de Euskadi, esta es la herramienta que se le ha facilitado, un edificio con historia y complejidad, al pie de un monte y al borde del mar, con una ciudad ante sí y un territorio por analizar, debatir y cuidar. Cabe esperar de este EAI-IAE el cumplimiento de la vigilancia arquitectónica, urbanística y cultural, y anhelamos que su dependencia de una Consejería -que coincide en sus responsabilidades con lo que el EAI-IAE tiene encomendado- no silencie aquello que debe ser dicho, no disculpe lo injustificable y no olvide que es un servicio público, por tanto, con la obligación de ser voz crítica al servicio de los intereses colectivos y no sólo de los intereses políticos.
Que la limpieza de Arriola al no intervenir en el acto inaugural se extienda en el futuro a todos los actos que correspondan a la responsabilidad de cada cual, a los de la Consejería, a los del EAI-IAE y a los nuestros, la de quienes tantos asuntos positivos y satisfacciones esperamos de esta iniciativa que reúne arquitectura y cultura, pensamiento y acción. Nosotros sí estaremos, desde luego, vigilantes.
En el siguiente post comenzaremos los objetivos del EAI-IAE y su primera exposición temporal.
En los años 1662 y 1663 se remodeló el primitivo convento de Santa Teresa a partir de la Basílica de Santa Ana, que había sido lugar de reunión del Concejo medieval. El conjunto se inauguró en julio de 1663. Posteriormente se siguió construyendo.Entre 1670 y 1691 se levantó la iglesia. Desde 1703 y hasta la tercera década del siglo dieciocho se edificaron de piedra de sillería las arquerías labradas de los patios y el claustro cuadrado. Más datos en mi libro, «Carmelitas Descalzas en San Sebastián, 1663″(1982, 1990). Luis E. Rodríguez-San Pedro Bezares
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Muchas gracias por estas puntualizaciones cronológicas y por la mención al libro donde se puede ampliar el conocimiento sobre la historia de este convento. Un saludo
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