Observancia de la Naturaleza (refugio en Artieta).

Javier González de Durana

Ante el paisaje.
En construcción. Foto Vicinay Miret Arquitectos.

De vez en cuando se descubren pequeñas piezas de arquitectura que sorprenden. No es frecuente. Los motivos de la sorpresa, cuando ésta es positiva, pueden ser muy variados, pero el efecto se recibe siempre con agradecimiento. Son obras que difícilmente aparecen en revistas especializadas o reciben la atención de los medios de comunicación. Suelen ser trabajos realizados por arquitectos jóvenes, sin una larga trayectoria profesional y quienes, a menudo, se ven empujados a compatibilizar su labor en arquitectura con tareas paralelas en la docencia o en otras áreas afines y, así, obtener los recursos necesarios para vivir. La docencia en una Escuela de Arquitectura puede considerarse una actividad estrechamente ligada a la tarea profesional del arquitecto, sin duda, pero también es cierto que las horas invertidas en la atención docente son horas no vertidas al diseño de edificios.

Por razones que no tienen al caso, paseo mucho por los montes del Valle de Mena (provincia de Burgos, cabecera del río Cadagua tributario del Nervión, cuenca hidrográfica vertiente al Cantábrico, a 34 km de Bilbao y 123 km de Burgos capital). Recientemente los pasos me llevaron hasta Artieta, una de las cincuenta y tantas pedanías o aldeas diseminadas por el amplio y majestuoso valle.

Artieta es una aldea enclavada en un paraje delicioso. Sin exageración. No llega a las veinticinco casas o caseríos y casi todas las levantadas antes del siglo XX presentan un aspecto señorial o, como mínimo, de haber sido construidas con fortaleza, funcionalidad y encanto, incluidas las caserías claramente orientadas a labores agropecuarias en su día, de contundentes volumetrías cúbicas. O sea, firmitas, utilitas, venustas. Marcus Vitrubius Menensis, podríamos decir. En particular, sobresalen dos palacios barrocos que ostentan elaborados escudos de armas en sus fachadas. Otros responden a la sobriedad del neoclasicismo. Como es tierra fronteriza, se detectan peculiarismos meneses mezclados con otros ayaleses y encartados, es decir, alaveses y bizkainos.

Espectaculares son el paraje inmediato y el paisaje al que el visitante se ve confrontado a media distancia. Se extiende la aldea por una ladera de suave inclinación, venteada, luminosa y orientada al Sur, con una vista excepcional del Castro Grande, espolón de la sierra de la Carbonilla que, situada frente a la aldea, se despliega de Este a Oeste, una sierra de ciclópeas peñas que dividen las aguas entre el Cantábrico y el Mediterráneo. De la carretera comarcal se desvía un camino vecinal que sube entre praderas y vacas hasta un encinar (significado de «artieta» en euskera).

A 450 metros de altura sobre el nivel del mar, el viento y la lluvia del norte son elementos de los que conviene protegerse en invierno. El sol y su luminosidad, en una ladera claramente vertida hacia el sur, es lo que debe ser evitado en verano. Si se presta atención a las casas que allí existen, salvedad hecha de alguna construida en el siglo XX, todas parecen protegerse de esas dos incidencias climáticas, dando preferencia a orientar la fachada hacia el Este. Incluso el pórtico de la iglesia lo está, cuando lo habitual en el Valle de Mena es que miren hacia el Sur, resguardando la puerta principal de acceso al templo.

El asunto que relaciona Artieta con la arquitectura contemporánea es la construcción de una pequeña vivienda, obra de Ibon Vicinay Fernández y Elena Miret Establés (Vicinay Miret Arquitectos, 2006, con estudios en Bilbao y Zaragoza), quienes en mayo del año pasado, 2018, ganaron el X Premio de Arquitectura de Castilla y León, según el jurado, “por lograr una propuesta muy expresiva y de gran sencillez, a partir de tres piezas iguales que se adaptan muy satisfactoriamente al programa y a la topografía de la parcela. El lenguaje formal y los materiales consiguen renovar la imagen de la arquitectura tradicional con una buena integración en el entorno”. Como suele ser frecuente en este tipo de actas, el razonamiento justificativo resulta poco expresivo y uno no consigue hacerse idea de qué es exactamente lo que el Jurado ha considerado estimable. Si seleccionamos los conceptos más relevantes tendríamos estos: expresividad, sencillez, adecuación al programa y a la topografía, renovación e integración, pero no significan mucho si uno no los ha experimentado personalmente, esto es, si no ha sentido esa expresividad y su carácter, si no ha percibido la sencillez y su justificación, si no ha pisado el suelo y su singularidad, si no conoce la arquitectura tradicional del entorno y sus invariantes, si no ha podido constatar la forma efectiva en que se produce la integración con el entorno… Desde la distancia, tan sólo la adecuación de las formas arquitectónicas al programa solicitado podría estimarse como muy satisfactorio a la vista de los planos, sin más. Doy por sentado que el Jurado conoció directamente cada una de las arquitecturas sobre las que se centró su deliberación final.

Maqueta. Foto Vicinay Miret Arquitectos.

En una entrevista reciente, los autores de esta casa premiada reflexionaron sobre ella de la siguiente manera: «La casa de Artieta es una vivienda pequeña, casi un refugio, que nos encargaron unos buenos amigos en la periferia de un pueblo muy bonito (…). La primera estrategia del proyecto tiene que ver con la fundación de un lugar, un pequeño asentamiento humano en la naturaleza. Su forma se desvincula del componente tradicional de las viviendas del entorno, formando así tres módulos, casi iguales, que emergen como lo hace la piedra entre la hierba. La apertura bajo las cubiertas crea una transparencia en la parcela a través de su interior, y la madera aporta la calidez apropiada para el hogar». 

Al intentar compatibilizar lo afirmado por el Jurado con lo declarado por los autores, me parece observar lo siguiente:

  • la integración con el entorno edificado se logra mediante la escala de la obra, «un lugar, un pequeño asentamiento«,
  • la integración con la naturaleza se consigue por medio de la evocación a «la piedra (que emerge) entre la hierba«,
  • la renovación de la arquitectura tradicional se basa en el uso de la piedra y la madera para los cierres exteriores,
  • la innovación (más que renovación) respecto a esa arquitectura tradicional consiste en el uso de volúmenes limpios, formas rotundas, aristas puras, fachadas ciegas y grandes ventanales trapezoidales laterales.
  • la sencillez se concilia con el uso de «tres módulos, casi iguales«, y
  • la expresividad se alcanza por la combinación de una geometría franca, el dinamismo posicional («apertura«) de los módulos y la fragmentación («transparencia«) del área edificada.

Resulta complicado decir qué es periferia y qué no en una aldea como ésta. Cualquier punto puede ser visto como tal, al tiempo que ninguno lo es. Esta construcción se halla en un límite del diseminado conjunto en el sentido de que hacia el Sureste no hay más casas, pero si tenemos en cuenta que la hermosa iglesia del lugar colinda con esta parcela por el Norte puede entenderse que el sitio era bastante delicado porque, se hiciera lo que se hiciera, el resultado colisionaría visualmente con el templo.

Aunque parezca contradictorio, el resultado es discreto e impactante al mismo tiempo. Tras recorrer Artieta y sus hermosas arquitecturas históricas, el encuentro con estas formas angulosas resulta bastante intempestivo, provoca un respingo en el observador y salta, inevitable, la pregunta de qué rayos hace esto aquí.

Foto Vicinay Miret Arquitectos.

Sin embargo, al observarlo con detenimiento se aprecian enseguida las virtudes que contiene. Las cubiertas de una sola agua constituyen espaldas que se ofrecen como firmes barreras a las lluvias y vientos del Norte. Las altas fachadas ciegas -sólo contienen puertas de acceso- evitan la dura y erosiva intrusión solar del mediodía. Los altos y grandes ventanales laterales inundan de luz el interior de los tres módulos, dejando pasar a los espacios elevados de cada módulo los rayos solares de las primeras horas de la mañana y las últimas del atardecer. Los módulos poseen la misma altura, dos se adelantan y emergen, en tanto el tercero penetra en la tierra y retrocede. Hay ligeros desplazamientos de los ejes en casi cada elemento. La convivencia con la cercana iglesia se resuelve mediante la simplificación formal (cede al templo todo el protagonismo), el monocromatismo de la piedra y la idea de que -vistos de frente casa y templo- la casa funciona como zócalo sobre el que el templo se eleva. Las cumbreras aristadas en las fachadas Sur parecen alzarse como homenaje de admiración hacia el paisaje ante el que se abren. Admiración, pues se elevan, y humildad, pues se ciegan. El lugar está hecho para la observación y la observancia de la Naturaleza, y, tras ello, para el recogimiento interior en el «refugio» y pensar lo respetuosamente contemplado.

El interior no es sólo luminoso, sino también amplio, abierto, cálido y con una comunicación lógica, efectiva y sencilla, en suma, un espacio acogedor. Se accede a él por tres puntos: por el frente, entre los dos módulos delanteros bajo una marquesina, por la parte posterior y por el lateral derecho mediante unas escaleras que, en ambos casos, ocupan exactamente el ancho que resulta de los desplazamientos de los módulos entre si.

El trabajo posee un evidente radicalismo resolutivo, pero para ciertas cuestiones encuentra precedentes en otro edificio del mismo Artieta. En los años 30 del siglo pasado, a la entrada de la aldea, se construyó una bonita casa en estilo regionalista para la asistencia facultativa del médico y el veterinario. Arquitecto desconocido, de momento. Ignoro si este bien integrado edificio sirvió de inspiración para el trabajo de Vicinay y Miret, pero (a) también consta de tres módulos, ensamblados, no separados, (b) también ocupa cada módulo una posición diferente a la de los otros, más adelantados o retrasados, dando protagonismo al central, y (c) también tienen los dos laterales sus cubiertas vertidas a una sola agua, agachando la parte trasera hacia el suelo para defenderse del Norte.

No sé si existe alguna relación, pero al salir de la localidad uno se marcha con la sensación de que el trabajo de Vicinay y Miret, aunque pueda parecer lo contrario, no está tan alejado de la historia edificatoria de Artieta. Podemos estar seguros de que cuando se construyó esa casa en los años 30 a muchos les debió de parecer ajena y tan poco integrada con las preexistencias como a otras gentes les puede parecer hoy la nueva obra que comento aquí. Con el tiempo se integrará; tiene los mimbres.

Casa del médico y veterinario.

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