/ Javier González de Durana /
Mohamed Atta, el piloto del avión que atacó la primera de las dos torres gemelas, era arquitecto-urbanista.
Hoy hace dieciséis años y dieciséis días, a las 8:46 de la mañana, el líder del comando terrorista que había secuestrado un Boeing 767 de American Airlines estrellaba el aparato contra la torre norte de una de las construcciones arquitectónicas (The World Trade Center) más importantes de la segunda mitad del siglo XX, emblema de un sistema económico que con esas dos torres había inaugurado la etapa más furiosamente liberal del capitalismo.
El egipcio Atta estaba titulado por la Universidad de El Cairo y amplió sus estudios en el Instituto de Tecnología de Hamburgo. La tesis doctoral que presentó en 1999 con el título de El desarrollo de los barrios en una ciudad oriental islámica, iba encabezada por una dedicatoria terrible («Mis oraciones, mi sacrificio, mi vida y mi muerte pertenecen a Alá, Señor Padre del mundo«) y defendía que la histórica ciudad siria de Alepo, tras décadas de intromisión de planificadores urbanísticos europeos, debía ser reconstruida conforme al modelo tradicional de las ciudades árabes, dueñas de valores propios. Por lo demás, en la tesis no había antiamericanismo ni antisionismo ni anticristianismo, sólo ideas un tanto rancias -como basadas en los estereotipos de las Mil y una noches– acerca de las ciudades árabes históricas. Escrita en alemán, mereció la calificación de sobresaliente por el tribunal que la juzgó. Antes de defender su tesis, en el verano de 1995, Atta había regresado a El Cairo con una beca de investigación en planes de evaluación de conservación histórica, control del tráfico y promoción turística en el conjunto histórico monumental de la ciudad. La beca le fue concedida por el Carl Duisberg Centrum, una institución que apoya proyectos de investigación en países en vías de desarrollo.
El planteamiento de la tesis reflexionaba sobre la exigencia de eliminar autopistas y la imposición de veto a las construcciones verticales tipo torre, las cuales proliferaron feas y enormes durante las décadas de los años 60 y 70 en otras ciudades semejantes de Oriente Medio y a las que veía como resultado de una técnica y un lenguaje arquitectónico ajenos al contexto sirio, en particular, y al árabe, en general, consiguiendo destruir la esencia de la ciudad tradicional, devastar los barrios antiguos, privar de intimidad y privacidad a sus habitantes, arruinar los componentes artísticos que atesoraban e interferir en los paisajes urbanos y naturales. Sus padres, hermanos y él mismo vivían en un pequeño apartamento dentro de uno de los abarrotados y degradados rascacielos de la periferia de El Cairo. El arquitecto Atta temía que Alepo fuera arrasada por otros rascacielos y eso fue exactamente lo que le sucedió a la ciudad, pero no por culpa de los rascacielos, sino por la guerra civil desatada a partir de 2011.
Atta no fue quien eligió el World Trade Center como blanco, pero cuando, estando ya a las órdenes de Osama Bin Laden, se le informó que encabezaría una misión para abatir el complejo urbano de rascacielos más elevado y conocido de Estados Unidos -el apogeo del tipo de edificio que deseaba erradicar en Alepo- puede que notara el sagrado dedo de la predestinación en el encargo. Con estos antecedentes académicos de Atta en mente es posible entrever en él tanto a un arquitecto crítico con los modos de construir en Occidente como a un fanático religioso, tanto a un urbanista que arrasa con la zona de la ciudad de Nueva York en cuyas calles se decide el destino económico (y político) del mundo (incluida Alepo) como a de un aguerrido militante en busca del paraíso mientras recita versículos del Corán. De la crítica académica a los posibles rascacielos locales al ataque político a los rascacielos universalmente simbólicos. Se entrevé que alguna relación pudo existir entre la teoría universitaria y la praxis terrorista.
A principios de la década de 1960 el complejo World Trade Center 1 y 2 fue diseñado por el estudio del norteamericano con antepasados japoneses Minoru Yamasaki & Associates. De sus manos salió un proyecto de perfiles claros, pura sencillez. Su construcción se desarrolló entre el verano de 1966 y la primavera de 1973. En el aserrado y variado skyline de Nueva York estas dos piezas se diferenciaban claramente de todas las demás, puntiagudas y escalonada elevación piramidal. Tal diferencia hacía que fueran vistas como poseedoras de una fuerza carismática. Dos misteriosos rascacielos de 110 niveles cada uno, dos monolitos a-históricos (en apariencia) y no agresivos: puros, prismáticos, ciegos y abstractos, orientados por completo hacia sí mismos, encarrilados a su propio interior.
Sin embargo, para realizar la construcción fue necesario recurrir a la destrucción de lo que previamente existía en esa zona del sur de Manhattan, edificios de oficinas, viviendas y calles surgidas a lo largo la segunda mitad del siglo XIX. La Autoridad Portuaria de la ciudad, propietaria de esos solares concedió el permiso para una meticulosa demolición de lo existente; las personas que residían allí fueron obligadas a abandonar las casas que habitaban. La semilla de la destrucción anidaba como huevo de serpiente en el origen de las torres gemelas, las cuales crecieron indiferentes hacia el sacrificio al que obligaron.
Destruir para construir. Actuar con violencia para transformar la realidad y crear algo nuevo: “Toda arquitectura fundante -dice Ignasi de Solá-Morales en ‘La ciudad desde el balcón’– se basa en la violencia y tiene en su interior no tanto una construcción sino también inseparablemente una destrucción. Hay una forma de entender la arquitectura (…) como un vehículo de pacificación, como un vehículo de mediación, cuando en realidad toda operación de arquitectura es una imposición, es una colonización que implica violencia”. Ya sabemos que la arquitectura es un acto violento porque impone sobre el paisaje y sobre las personas unas determinadas formas de habitar y relacionarse, con un resultado tectónico, por supuesto, pero también provocando una determinada consecuencia social, económica, ambiental, etc.
La singularidad formal y diferencial de las Twin Towers fue analizada con clarividencia por Jean Baudrillard y Edgar Morín en La violencia del mundo (2004), como símbolos perfectos de los cambios que había sufrido el capitalismo en la segunda mitad del siglo XX: “Todos los grandes rascacielos de Manhattan se habían limitado a enfrentarse en una verticalidad competitiva, cuyo resultado era un panorama arquitectónico a imagen del sistema capitalista, una jungla piramidal cuya célebre imagen se perfilaba cuando se llegaba por mar. Esta imagen se modificó en 1973 con la construcción del WTC [que] ya no encarna[ba] a un sistema competitivo, sino digital y contable, en el que la competencia ha desaparecido en beneficio de las redes y el monopolio (…). Que haya dos significa el fin de toda referencia original. De haber solo una, el monopolio no se encarnaría a la perfección. Solo la reduplicación del signo pone verdadero fin a aquello que designa como si la arquitectura, a imagen del sistema, solo emanara ya de la clonación de un código genético inmutable (…) en su pura modelización informática, bancaria, financiera, contable y numérica las torres eran en cierto modo su cerebro, y, golpeándolas, los terroristas han golpeado el cerebro, el centro neurálgico del sistema”. En otras palabras, según Baudrillard y Morin, las torres representaban la cruel manifestación del mercado global y neoliberal de nuestros días.
En todo caso, la acción demoledora del arquitecto-urbanista Atta no sirvió para poner fin al rascacielos como modelo constructivo. Él y el comando que en paralelo dirigía lograron derribar dos, pero en su mismo lugar se ha levantado otro aún más alto. Lo que sí consiguió con su cruel y sangriento acto ha sido la reurbanización de la zona. Se construye para derribar y se derriba para construir. Tal día como hoy hace dieciséis años y dieciséis días.
Para finalizar, recomiendo la visualización de los efectos provocados por el avión manejado por Atta en las estructuras de la torre contra la que impactó en una excelente simulación realizada en la Universidad de Purdue (USA).