El obispo, el alcalde y (el poder de) la arquitectura

/ Javier González de Durana /

Este artículo es un homenaje a mis compañeros de la asociación Abando Habitable, a la generosa y lúcida defensa de su barrio por hacerlo mejor, más inclusivo, verde y humano, frente a las abusivas pretensiones del obispado local en alianza con un ayuntamiento vasallo y oscurantista.

La sillería de la catedral de Burgos es una obra tallada entre 1506 y 1513 en estilo renacentista plateresco realizada por el artista borgoñón Felipe Bigarny en estrecha colaboración con Diego de Siloé, Andrés de Nájera, Simón de Bueras y García de Arredondo con sus respectivos talleres. A pesar de la aparente uniformidad, el conjunto es resultado de tendencias artísticas diferentes, tanto en su estructura como en los relieves, adornos y taraceas. Es por este motivo que resulta complicado discernir qué trabajos fueron realizados por unos y cuáles por otros, si bien la idea general tanto en estilo como en iconografía cabe atribuirse a Bigarny: una abigarrada serie de relieves con escenas del Antiguo y el Nuevo Testamento, y otras del santoral cristiano. El conjunto está ejecutado en madera de nogal.

Durante una visita reciente a la catedral burgalesa, me llamaron la atención algunos de los relieves y taraceas de ese coro, así como algún que otro mármol realizado por Bigarny. Me trajeron a la mente ciertas circunstancias que viven hoy los vecinos de la asociación Abando Habitable con su reivindicación de conservar un solar libre en el barrio, pero donde el obispado de Bilbao quiere construir un macro-edificio con el visto bueno, un tanto opaco y servil, del ayuntamiento. Me dio la impresión de que Bigarny, tras la panoplia bíblica habitual, escondía mensajes un tanto críticos hacia el poder civil y religioso de la época. Las cosas no han cambiado mucho en este aspecto cinco siglos después. Espero que Isabel Mateo Gómez, estudiosa de estos maravillosos relieves y tallas en La sillería del Coro de la Catedral de Burgos (Caja de Burgos, 1997), me admita una libre interpretación mediante la que traigo el agua a mi molino.

El primer relieve que quiero comentar presenta a un obispo con mitra en cabeza e ínfula colgante por la espalda, capa magna sujeta con un broche bajo cuello y báculo en mano izquierda mientras con la derecha bendice un edificio al cual dirige, con seriedad, su rostro. El obispo va a la grupa de un centauro que mira de frente hacia el observador con la mueca de una sonrisa en la boca, como si no se creyera la seriedad del clérigo al que transporta. El animal-hombre atraviesa las aguas de un río con sus dos patas traseras, pues con las delanteras sujeta las piernas del obispo para que no caiga debido a la gran velocidad con la que avanza, provocando que la capa se despliegue en volandas. También cabe interpretar que no le sujeta, sino que le atenaza, que en realidad le tiene cogidas las piernas para que no camine por sí mismo y se vea obligado a cabalgar la criatura mitológica. Se trata de un tipo singular de centauro, pues la escena se hace eco del episodio de los daimones rústicos del río Lamos, a los que Zeus encomendó la protección del joven Dionisio frente a las maquinaciones de Hera, quien los transformó en centauros con cuernos de toro, como el de Burgos. Al fondo, bajo la capa del obispo se observan dos arcos de un puente bajo el que discurren las aguas fluviales, pero la construcción principal se halla frente al obispo, a la izquierda de la composición, sin que se identifique con claridad qué tipo de edificio pueda ser éste que es merecedor de una bendición episcopal, aunque por el arco en planta baja, los muros de sillería y la cornisa almenada se deduce una construcción importante. La escena, por tanto, es puro Renacimiento en la que se entremezclaban mitos clásicos con representaciones católicas, sólo que para nosotros aquí el río no es el Lemos, sino el Nervión, si bien el obispo y sus intereses terrenales son exactamente los mismos.

Centauro-toro y obispo forman un equipo; éste no teme a aquel y aquel aparenta obedecer el mando de éste; ambos atraviesan la naturaleza del río peligroso e informal, dirigiéndose con las armas de sus poderes y liturgias a la conquista de mundo ordenado y construido . Esta pareja representa la esfera de temores y misterios que a los seres humanos sobrecogen, siendo resueltos, presunta y tranqulizadoramente, por la religión, sus representantes y sus directrices. Lo espiritual cabalga a lomos de las pasiones humanas. Lo incomprensible aparenta estar dominado por los rituales de la fe o, al menos, eso quiere hacer creer quien los oficia, pero lo incomprensible, por debajo, se carcajea. En el edificio bendecido nadie sale a recibirlos porque es un edificio que aún no existe, pues se muestra apenas silueteado y de momento es quizás sólo el proyecto de algo que se quiere construir. En el centro del espacio dedicado al cielo, arriba y derecha, aparece escrita una palabra que puede leerse como «Arrondo» o «Arredondo», nombre de uno de los colaboradores de Bigarny, quien habría dejado aquí su firma. Conclusión: la iglesia católica, representada por el obispo, se mueve a instancias de intereses pasionales y terrenales -el centauro- mientras protege con espirituales bendiciones sus intereses materiales futuros -el edificio- a los que mira con absoluta atención y hacia los que se dirige.

La segunda escena que paso a comentar tiene como tema el ámbito civil y municipal, representado aquí por el personaje sentado en un sitial, tocado con corona y portando una vara de mando. Su autoridad es evidente en ropajes, ornamentos y actitud, sin embargo, otro personaje situado tras él, de pie y actitud de recelo, sujeta el asiento ceremonial con la mano izquierda y manipula disimuladamente con la derecha el bastón de mando, ejerciendo -como diríamos hoy- el poder desde la sombra. El arco y los capiteles bajo arquitrabe, tras ellos, evidencian la institucionalidad que les respalda y ampara. Estas dos figuras ocupan la mitad derecha de la escena.

En la mitad izquierda aparece un grupo de seis personas -alegorizando multitud- encabezado por una mujer que representa al conjunto social, al pueblo. Su cabeza aparece coronada, estableciendo un paralelismo con la corona edilicia, el uno tiene el poder oficial y la otra posee el poder comunitario; ambos buscan entenderse mutuamente, pero utilizan recursos diferentes: él, su autoridad y las artimañas de su asesor, y ella, la fuerza del colectivo unido y los frutos sociales que, en el regazo de su delantal, la mano masculina intenta coger, si bien ella se los aleja. El edificio situado al fondo de este grupo no tiene la verticalidad del institucional, mostrando una inclinación indicadora de que aún no está concluido y quizás aún sea sólo un proyecto. Estas seis personas se manifiestan públicamente ante la idea del edificio, mostrando oposición y enfado, claramente expresados en sus rostros. No obstante, su capacidad de actuación se encuentra limitada, lo que se hace patente en el cepo que aprisiona los pies del individuo situado al lado de la mujer, un cepo de hierro que el hombre sujeta y levanta con una soga para que el metal le dificulte la movilidad, pero sin herir sus tobillos. Tal cepo viene a representar la censura a la libertad de expresión del colectivo, imposible de contener en todo caso, y las artimañas administrativas con las que el poder edilicio trata de obstaculizar la acción ciudadana. La lectura es meridianamente clara desde nuestra actualidad: el tipo del bastón es el alcalde, las flores en el regazo de la mujer son los votos de las próximas elecciones, el grupo de seis individuos forma parte del colectivo Abando Habitable y el asesor en la sombra es un sujeto que cuenta con la confianza del obispo y el alcalde. Me reservo los nombres de todos ellos.

Cerca del coro, se encuentra el sepulcro de Gonzalo Díez de Lerma, un trabajo maravilloso en mármol esculpido por Bigarny. Aparte del noble castellano, en él se representan diversos santos y virtudes: la Fe, la Esperanza y la Justicia, pero destaca por la rareza un medallón con la imagen de Jano, como símbolo de la Prudencia. Jano bifronte: el rostro barbado, símbolo del pasado, y un rostro femenino más joven, símbolo del porvenir. El hombre prudente tiene en cuenta el pasado, lo que Cicerón llama “Memoria” para prever el futuro y “Providencia” para obrar con “Inteligencia” en el presente. La mujer joven aparece con un espejo en el que se mira, pues para ser prudente se requiere que, antes, uno se conozca a sí mismo. Memoria, Providencia e Inteligencia, tres virtudes de Abando Habitable, frente a olvido, imprudencia e incivilidad institucional.

Cierro con una taracea deliciosa en la que dos infantes angelicales -escolares del colegio Cervantes, sin duda- se mean en el alambicado entramado institucional, recordando al ayuntamiento que lo que necesita su barrio no es más ladrillo, sino fuentes y jardines en espacios abiertos.

6 comentarios sobre “El obispo, el alcalde y (el poder de) la arquitectura

  1. Imaginativa, valiosa y acertada intervención de J. G. de Durana en la lucha de la Asociación Abando Habitable contra la tropelía urbanística que Obispado-Ayuntamiento pretenden cometer en el Barrio de Abando.
    Gracias Javier.

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  2. Eskerrik asko Javier por esta entrega de Arquilectura. Acertada e ilustrativa, como todas, pero que toca especialmente a las personas que llevamos años reivindicando algo tan esencial como un pequeño espacio verde en medio de tanta edificación y frente a un colegio que no tiene patio de recreo al aire libre. Además, es una sinrazón construir una gran clínica entre dos calles estrechas (Barraincua y Heros) y una peatonal (Lersundi) y alejada de los medios de transporte público.

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  3. Brillante y entretenido análisis Javier, de una erudición fuera de lo común. Con su lectura he aprendido algo mas y refuerza el discurso de Abando Habitable. Ya lo he difundido a otros contactos para que circule. Eskerrik asko.

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  4. Buen artículo. Ojalá hubieran hecho una plazita en ese solar. Una fuente, mantener las palmeras y tres o cuatro banquitos y ya tendríamos un rincón delicioso en Bilbao. Animo a que, juntamente con esta reivindicación, luchemos por reconquistar para la ciudad espacios cerrados para uso privativo, como el delicioso parque de la subdelegación de gobierno, que mejoraría enormemente el ensanche. Y a coste cero. Simplemente eliminando el vallado y abriendo el parque a la gente. También el parquecito de Ibaigane podría ser objeto de una «abertura» más luminosa y accesible a Mazarredo.

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    1. De acuerdo con tu sugerencia i. El jardín de Ibaigane es accesible, pero no resulta lo bastante «invitador», faltan bancos (quizás a propósito para que no entre y se quede la gente) y tampoco lo hace atractivo el hecho de estar embolsado entre las paredes medianeras de los edificios colindantes. El jardín de la subdelegación del gobierno sería mucho más utilizado por lo accesible que resulta, pero me temo que razones de seguridad lo impiden, aunque todo sería cuestión de poner voluntad, y sin eliminar el vallado, porque es una joya; fíjate bien en él; en la esquina entre Gran Vía e Iparraguirre existe una gran puerta-verja de acceso directo al jardín; bastaría con tenerla abierta y ese espacio sí que es bien «invitador».

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