/ Javier González de Durana /

No se si es novedad arquitectónica o sub-tipología dentro del rango de la hostelería, pero en los últimos tiempos está apareciendo un tipo de espacio o salón social que no es estrictamente un bar-restaurante, aunque en ellos se beba y se coma, porque su objetivo central es el de acoger reuniones festivas, empresariales o sociales que congregan decenas de personas que desean celebrar algo (un cumpleaños, un aniversario, una despedida de soltería, un acontecimiento del tipo que sea…, conocidos en general como «eventos») sin tener que estar amarrados durante dos horas a una mesa a la espera de que se vayan sirviendo los platos del menú acordado.
Frente al tradicional tipo de celebración rígida, estos nuevos locales están preparados para servir comida y bebida, pero de manera un tanto informal, con la gente moviéndose de un lado a otro por un espacio amplio con la libertad de elegir con quién se quiere estar en un momento dado, acercarse a hablar con otras personas después y sin la obligación de tener que meterse entre pecho y espalda unos entremeses, dos o tres platos y un postre en compañía de tres o cuatro -conocidos o no- sentados alrededor. Este tipo de locales se alquilan durante las horas que se precisen y sólo el arrendatario y sus invitados acceden a su interior durante ese tiempo. Nadie más, el acontecimiento es privado. Por lo habitual, estas reuniones tienen un componente festivo, pero este carácter no es imprescindible para alquilar el espacio, pues también se admiten reuniones de trabajo, asambleas… a las que se quiere añadir momentos de distensión e interacción personal y social.
Por lo habitual, tales «espacios para eventos» carecen de actividad cuando no son alquilados para una reunión de esta naturaleza, pero algunos otros reservan todo su espacio para los eventos durante el horario demandado por los clientes, que puede ser de mañana, tarde o noche, y actúan con bares convencionales en las franjas desocupadas del tiempo, subordinando éstas a las solicitudes de aquellas.
Quiero referirme a dos casos aparecidos recientemente en Bilbao, muy distintos entre sí, aprovechando arquitecturas singulares y en entornos de gran atractivo urbano y paisajístico. Además de la común función, ambos lugares comparten el hecho de haberse instalado en espacios construidos hace décadas para cumplir con otras actividades, lo que supone una reconversión funcional que aprovecha estructuras edificatorias preexistentes, a las que insuflan otra vida.


Uno de los dos es el Etxekobe, situado en el monte Kobetas, cerca de una popular cervecería y del espacio donde se celebra el Bilbao BBK Live, festival de música en verano. Aquí se partió de una antigua cuadra de ganado de la que se decidió aprovechar tanto la superficie ocupada en un fantástico emplazamiento como las cerchas de la cubierta y sus estructuras metálicas verticales de apoyo.
La operación fue llevada en 2019 por Garmendia & Cordero Arquitectos, quienes por aquella época aparecieron en muchos medios de comunicación, tanto profesionales como sociales, por su proyecto de rehabilitación como vivienda de una antigua iglesia semiderruida en Tas (Labarrieta, Sopuerta, Bizkaia)
Transformar una cuadra de vacas de 450 metros cuadrados en un atractivo salón de actos sociales puede parecer de entrada una tarea compleja y, sin duda, lo es, pero aquí se ha logrado con extraordinaria solvencia con unas pocas decisiones sencillas muy bien meditadas, a lo que ha contribuido el estímulo de una ubicación que facilita espléndidas vistas paisajísticas sobre la ría desde Bilbao hasta el mar. El punto de partida era una construcción pobre, sin aislamiento y envejecida, pero con un esqueleto de hierro capacitado para seguir siendo útil y, así, salvar toda la luz ocupada en su interior.
Las tres decisiones fundamentales para el cambio de uso fueron: (1) la apertura de la larga fachada Norte orientada al paisaje del Bajo Nervión para crear un gran ventanal horizontal que permite en todo momento el contacto visual y físico del interior con el exterior, disponiendo una terraza abalconada a lo largo de este costado; (2) el derribo una de las fachadas laterales para, tras girarla, crear un acceso que guía al visitante y le ofrece un espacio cubierto previo a la entrada, al tiempo que insinúa por primera vez la vista existente, y (3) el forrado de todo el volumen con un plano vertical de chapa negra microperforada, un sencillo revestimiento que proporciona un necesario cambio de imagen -contenido, pero sustancial, al permitir seguir apreciando de manera sutil el volumen original de la construcción-.
Interiormente, se organizan tres zonas: en un extremo, una primera de mostrador y almacén, que solventa la recepción del usuario, otra segunda, central, amplia, libre y flexible, en la que el evento social tiene lugar y, en el otro extremo, una última que absorbe el resto de servicios necesarios: aseos, despacho, cocina, cámaras y demás dependencias. El interior mantiene visible la originaria estructura principal, que se usa para acoger la iluminación, manteniendo igualmente las pendientes de la cubierta anterior. Un acabado global neutro y un pavimento cerámico continuo desde el interior hasta la terraza exterior transmite la idea de que se entiendan ambos espacios como uno, ganando así superficie práctica y sensación de amplitud.




El otro establecimiento no se encuentra muy alejado del anterior; si uno está en lo alto del monte, el que paso a comentar se sitúa en la base del mismo monte, junto a la ría a la altura del Muelle de Olabeaga, ocupando el edificio 21 de esa vía urbana. El local se denomina SILO y se despliega en la planta baja de un edificio industrial que fue almacén y fábrica de café, época de la que como recuerdo se han conservado en el interior del local algunos elementos fabriles (un polipasto, cadenas, el cubrimiento de un tostador…), así como el nombre: un silo cuya huella circular conforma uno de los espacios singulares del local.


El edificio es de por sí notable, pues su autor fue el arquitecto Luis Pueyo San Sebastián, quien lo diseñó en 1958. Es el típico edificio que pasa desapercibido por su discreción, pero posee notables cualidades que se hacen patentes a nada que se le preste atención. Luis Pueyo fue un arquitecto que llevó a cabo destacados proyectos en los años 50 y 60 en Bilbao y municipios de los márgenes de la ría. Sus edificios son de una elegancia contenida y sobria con esmerados rasgos de distinción y buen gusto. Un edificio suyo que siempre me ha encantado por su elegancia clasicista es el número 2 de Máximo Aguirre, de 1952, con entrada por el parquecillo lateral, próximo al Museo de Bellas Artes. Otro fue la segunda sede del Club Deportivo, en la Alameda de Recalde 28, construido en 1965. Pueyo recibió la difícil papeleta de sustituir la sobresaliente pieza art-decó de Pedro Ispizua, primera sede del Club que sus directivos, atolondradamente, decidieron demoler. Su fachada levantada en forma de dientes de sierra verticales y, sobre todo, su maravillosa cafetería acompañará la memoria de muchos bilbaínos. Todo ello se encuentra muy reformado ahora mismo: la fachada cambió, la cafetería no está igual… Pueyo realizó abundantes proyectos de viviendas en la zona de Indautxu, siendo el arranque de María Díaz de Haro prácticamente suyo por entero. También diseñó la Clínica del Dr. San Sebastián, en Deusto (1953).
En Olabeaga el edificio se organiza a partir de la caja de escaleras que, situada en el centro la fachada, queda oculta tras un muro de ladrillos acristalados que marca un potente eje vertical al tiempo que facilita el acceso de luz natural al interior. A ambos lados se despliegan las plantas (PB+4P) en estricta horizontalidad, alternando paños ciegos y acristalados. Cuatro hiladas verticales de ladrillo rojo, desde casi la acera hasta la cornisa, enmarcan tanto el edificio con la caja de escaleras. El orden y la racionalidad, la combinación de materiales y colores, la composición con el juego de verticales y horizontales proporcionan al inmueble una claridad y sinceridad admirables. Casi todos los ventanales conservan su diseño original. Una quinta planta se retranquea ligeramente para dar lugar a dos viviendas del edificio. La cubierta plana abre dos huecos rectangulares para configurar sendos pequeños patios interiores exclusivos de esas viviendas. Una exquisitez.

El espacio SILO ocupa toda la planta baja del edificio, exceptuado el hueco de escalera y montacargas, esto es, unos 400 metros cuadrados. El local responde en su diseño a las idea de su promotor, Mikel Bilbao Isasi, siendo la arquitecto Raquel Lázaro su consultora a efectos técnicos. Lo más evidente de la intervención consistió en despejar el local de sus preexistencias sin ocultar las huellas del origen y pasado industrial. Los pilares de hormigón y los muros quedan a la vista, la carpintería es de perfiles metálicos negros, las lámparas -creadas expresamente- responden a un diseño de inspiración fabril, el pavimento es de hormigón gris continuo semejante al de los muros perimetrales y los pilares. La cocina, el almacén y los servicios se sitúan al fondo del local de manera que la mayor parte del espacio se abre hacia las dos grandes cristaleras de la fachada y, tras ellas, a la ría, a 8 metros de distancia. Un pequeño ámbito vestibular abierto permite estar en el espacio local sin estar dentro de él.
Las conducciones del aire acondicionado y el sistema de iluminación quedan a la vista bajo un techo, a casi cuatro metros de altura, conformado por bóvedas rebajadas entre las vigas de hormigón, las cuales, a su vez, acogen suplementos rectangulares como absorbentes acústicos para el mejor funcionamiento del sonido.
Por necesidades, en gran parte derivadas de las restricciones impuestas a la hostelería por la pandemia, las actividades de SILO no se centran sólo en eventos, sino que los compaginan con la función de bar con servicio de algunos platos de cocina. Un punto añadido de enorme valor que enriquece la personalidad del local es que se organizan conciertos de música (rock, blues, pop, jazz…), en vivo.


