Javier González de Durana
Idea para el «Lincoln XL-500», de 1952, por Charles E. Balogh.
Conocí a Miguel de la Vía a principios de los años 90, mientras reconstruía la medieval Torre de Loizaga, en Galdames (Bizkaia), e instalado en ella su extraordinaria colección de automóviles, la más completa que existe de Rolls Royce. Miguel consiguió reunir todos los modelos que se fabricaron, desde el primero, un Silver Ghost de 1910, hasta el último de ellos, todos los Phantom, incluyendo un Corniche de 1972, un Camargue Coupé de 1975, diseñado por Paolo Martin en Pininfarina, un Silver Spirit de 1984, un Silver Apur de 1990… Además, también forman parte de su colección otros vehículos, como el Jaguar XK y el Jaguar E-Type, uno de los coches existentes en la colección permanente del MOMA de Nueva York desde 1996, el Lamborghini Countach de 1974 y el Ferrari Testarossa de 1984…, todos ellos constituyen el Museo del Automóvil creado por Miguel en seis pabellones levantados para acoger exclusivamente su centenar largo de vehículos, allí en Loizaga. Fabricantes de prestigio como Barker, H.J. Mulliner, Park Ward, Hooper, James Young o Freestone & Webb están presentes en su colección. La versión americana Brewster y Mayfair, de la fábrica de Springfield en Massachusetts, también.
Hasta que él lo dio a conocer nadie sabía que estuviera acumulando semejante tesoro. Lo pagó todo de su bolsillo, coches y pabellones. No pidió ayudas a nadie, no quería que le pusieran condiciones. En unos años durante los que en el País Vasco había que ser prudente por seguridad, Miguel se mantuvo reservado. Por aquel tiempo se acercaba la inauguración del Museo Guggenheim Bilbao y varias altas autoridades de Bilbao y Bizkaia le quisieron convencer para que su colección de autos pasara a formar parte de los atractivos turísticos del territorio y fuera mostrada en la nueva Meca museística: ingleses, estadounidenses, alemanes… fliparían ante algo único y excepcional. Les mandó de paseo, a todos. Sus recursos se lo podían permitir y su carácter se lo exigía.
Miguel de la Vía no sólo era gran coleccionista de coches, sino también un cuidadoso restaurador de las casas en que vivía, por lo habitual edificios históricos como la Torre de Loizaga (que yo conocí en absoluta ruina a mediados de los años 70) y el Palacete de Ocharan, en Castro-Urdiales, que el arquitecto Eladio Laredo diseñó como puro art-nouveau en 1901. Además, le gustaba la pintura y, de hecho, él mismo pintaba unos lienzos muy matéricos de oscura y poderosa energía.
Meticuloso restaurador de inmuebles antiguos aunque estuviesen hechos polvo, creador de un singular museo privado, amante de los coches y la pintura, gastrónomo dionisíaco, socialmente discreto y culturalmente refinado, nada interesado en conchabeos institucionales … era imposible para mí no empatizar de inmediato con él, nos unían muchas cuestiones. A Miguel le habría encantado ver con sus propios ojos lo que voy a contar ahora.
A partir del próximo 15 de noviembre y hasta el 27 de junio del año 2021 (si el covid-19 no lo impide) se podrá visitar en el Detroit Institute of Arts (DIA) la exposición Detroit Style: Car Design in the Motor City, 1950-2020. En ella se mostrarán trabajos de destacados diseñadores de la principal industria local -la fabricación de automóviles-, incluyendo bocetos nunca vistos con anterioridad de coches que no se llegaron a fabricar, junto a diseños de vehículos que sí se hicieron populares, fotografías de los archivos de los fabricantes y una docena de Coupés y Sedanes Reales, incluyendo un Firebird III y un Plymouth Barracuda, entre otros autos icónicos.
El comisario de arte estadounidense del DIA, Benjamin Colman, dice que la exposición será una forma de celebrar el modo en que la ciudad fue decisiva para el fomento de la innovación y la artesanía. Sin duda, a la vista del Firebird III de General Motors (1958), aún tan moderno y futurista, se entiende que esa tecnología o, más bien, ese objetivo y función han sido parte intrínseca del diseño y la ingeniería de vanguardia desde la década de 1950.
Idea para el frontal del ’71 Barracuda», de 1968, por Donald Hood.
Esta exposición organizada por el DIA, con la que se resaltará el arte y la influencia de los diseñadores de automóviles de Detroit que trabajaron entre 1950 y la actualidad, permitirá conocer los innovadores procesos creativos que condujeron a que un vehículo pasara desde la mesa de dibujo hasta la calle. Las raíces de la exhibición se hunden en la quiebra de la ciudad en 2013, momento crítico en que las colecciones de DIA corrieron el riesgo de ser vendidas, lo cual pudo evitarse gracias a una contribución de 26 millones de dólares aportados por General Motors, Ford y Chrysler. Colman y sus colegas del DIA tenían la intención de contar las historias ocultas relacionadas con el proceso industrial de fabricación, pero los bocetos de los diseñadores, que son una propiedad corporativa a veces celosamente guardada y a veces destruida, resultaban difíciles de obtener. Muchos finalmente se encontraron en colecciones privadas. La exposición funcionará como continuación de Automobile and Culture: Detroit Style, de 1985, que cubrió los años entre 1925 y 1950, y fue la primera gran exposición de un museo en acoger automóviles en sus espacios.
Los diseñadores de Detroit siempre han liderado el camino en el diseño de automóviles. Los concept cars futuristas, los muscle cars rugientes y las elegantes avenidas diseñadas en la ciudad y sus alrededores han dado forma a nuestra idea de lo que ha sido el automóvil y la ciudad en nuestra época. Trabajando en papel, arcilla y metal, sus ideas impulsaron la cultura automovilística y explican la forma en que nos movemos y somos.
Una selección de pinturas y esculturas mostrará el diálogo entre el mundo del arte estadounidense y la cultura del automóvil desde la década de 1950 hasta la actualidad, pero la más singular pintura que podrá verse es anterior a ese periodo y forma parte permanente de los muros del propio museo, ya que se trata de los murales de Diego Rivera, realizados en 1932-33.
Cuando Rivera llegó a Detroit durante la Gran Depresión, la ciudad estaba en crisis, pero albergaba la industria de fabricación de automóviles más grande del mundo: Ford, General Motors, Chrysler… Rivera estaba en la ciudad para pintar lo que se conoció como Detroit Industry Murals, una serie de frescos de 27 paneles que muestran las diversas facetas productivas existentes en Motor City, con gran protagonismo de los trabajadores de Ford, y que hoy adornan el patio principal del DIA como su impresionante pieza central.
Edsel Ford encargó murales a Diego Rivera para DIA en 1932. Realizados al fresco, los cinco conjuntos de grandes murales se conocen colectivamente como Detroit Industry o Man and Machine. Los murales se incorporaron a un gran patio central que no estaba acristalado cuando se ejecutó la obra. Los murales de Diego Rivera están considerados ahora como la característica más singular del museo. El entorno de Paul Philippe Cret, arquitecto autor del beauxartiano edificio del DIA (1923-27) opinaba así: «Estos (murales) son duros en color, escala y composición. Fueron diseñados sin pensar en la delicada arquitectura y el ornamento. Son simplemente una parodia en el nombre del arte «. Los temas políticamente cargados con imágenes de lucha del proletariado causaron fricciones entre sus admiradores y detractores. Durante la era McCarthy los murales sobrevivieron gracias a que una cartela los identificaba como arte legítimo; este letrero además afirmaba sin ambigüedades que las motivaciones políticas del artista eran «detestables». Hoy en día, los murales están considerados como uno de los mejores activos de la DIA e incluso «uno de los monumentos más importantes de Estados Unidos».
Los temas referidos a las tecnologías del aire (aviación) y del agua (navegación y recreo) están representadas en los paneles superiores de dos de los muros. La mitad cara / mitad calavera en el panel monocromático central simboliza tanto la coexistencia de la vida y la muerte como los aspectos espirituales y físicos de la humanidad, mientras que la estrella quiere aludir a las aspiraciones y la esperanza de la civilización. Esta imagen heráldica introduce otro tema importante del ciclo: las cualidades duales del ser humano, la naturaleza y la tecnología. Los paneles verticales a cada lado de la entrada oeste del patio presentan el tema de la industria del automóvil a través de la representación de la Power House Nº I, la fuente de energía para la Rouge Plant, el lugar donde Ford fabricaba sus coches.
Influyentes profesores y analistas en la prensa dijeron que «el señor Rivera ha perpetrado una broma despiadada contra su empleador capitalista, Edsel Ford. Rivera estaba comprometido para interpretar a Detroit; le ha impuesto al señor Ford y al museo un manifiesto comunista». Mucha gente se opuso al trabajo de Rivera cuando se dio a conocer al público. Pintó a trabajadores de diferentes razas: blancos, negros e indígenas americanos, trabajando unos al lado de otros. Los desnudos en el mural fueron tachados de pornográficos y algunos miembros de la comunidad religiosa calificaron de blasfemo otro panel pues muestra un belén donde un recién nacido está recibiendo una vacuna de un médico y científicos de diferentes países ocupan el lugar de los Reyes Magos. Un editorial del diario Detroit News calificó los murales como «toscos en su concepción … tontamente vulgares … una calumnia a los trabajadores de Detroit … antiamericanos» y exigía que fueran destruidos.
Hubo gran revuelo. El país estaba en medio de la Gran Depresión y algunos cuestionaron por qué se había elegido a un artista mexicano en lugar de un pintor estadounidense. Otros objetaron los lazos comunistas de Rivera. Edsel Ford, mecenas de los murales, nunca respondió públicamente al clamor. Sólo emitió una simple declaración diciendo «Admiro el espíritu de Rivera. Realmente creo que estaba tratando de expresar su idea del espíritu de Detroit». Los murales industriales de Rivera en el DIA influyeron en una generación de artistas que encontraron trabajo en el programa WPA del presidente Franklin Roosevelt y siguen siendo uno de los ejemplos más importantes del arte público del siglo XX.
A Miguel de la Vía todo esto le habría encantado.
Como este blog tiene algunos lectores en Estados Unidos quiero pedirles, con encarecido respeto y fervor, que en las próximas elecciones presidenciales del 3 de noviembre hagan lo que esté en sus manos (el voto) para que Donald Trump no sea reelegido. Muchas gracias.
Vehículo de propulsión atómica «Ford Nucleon», vista lateral, 1956, Albert L. Mueller.