Javier González de Durana
Hace ya más de treinta años escribí: “debe tenerse en cuenta que, al menos en el País Vasco, el racionalismo, como pauta de comportamiento proyectual, no estuvo ligado a ideologías de izquierda, sino más bien, en cualquier caso, a las contrarias. De hecho, el racionalismo fue asumido, además de por […] razones económicas, como otro estilo nuevo que llegaba del exterior, un estilo que negaba la retórica y el enmascaramiento historicista y poco más: higiene, luminosidad y una mayor atención a los problemas de planta y distribución, como mucho. Casi se podría afirmar que, sobre todo, las mayores aportaciones introducidas por lo que conocemos como ‘racionalismo vasco’ fueron, paradójicamente, de carácter fachadista, en una especie de mestizaje racional-expresionista. Lo que desde luego nadie debe ver en su materialización arquitectónica es la búsqueda de los ideales igualitarios y anti-académicos que alentaron su aparición en Centroeuropa unos años antes”. Se ha profundizado mucho en este asunto desde entonces y matizaría ahora algunos puntos de aquella afirmación, pero en lo sustancial suscribo lo que dije en 1989. La idea del racionalismo en arquitectura se manifestó ideológicamente pura en su origen, cuando las vanguardias arquitectónicas de las primeras décadas del siglo XX se pronunciaron sobre las gentes desfavorecidas y quisieron aliviar sus vidas por mediación de la nueva arquitectura racional, funcional y utilitaria; sin embargo, cuando las construcciones empezaron a aparecer localmente, el ideario social originario se aplacó, empapándose de impregnaciones iconográficas de tinte elitista o con tratamientos lingüísticos pseudo-monumentales para las fachadas y los espacios visibles desde el exterior.
Tal es el caso del proyecto (no realizado) que se muestra en las dos imágenes siguientes. Se trata del proyecto del arquitecto Tomás Bilbao (1890-1954) para un palacete que hubiese estado situado en la privilegiada franja de terreno entre la Avenida de Zugazarte y el paseo marítimo frente al Abra, en Getxo. El adinerado cliente que encargó el trabajo, vinculado políticamente a la derecha del tradicionalismo católico, no rechazó la solución netamente racionalista de la que sería su futura vivienda, ni que el arquitecto autor del mismo fuese un relevante nacionalista vasco, si bien el estallido de la guerra civil impidió su materialización. Es curioso comprobar en estos dos dibujos la coexistencia de la radical pureza formal con pequeños detalles neo-barrocos en las puertas de acceso y con un incuestionable empaque monumental en el conjunto.
Vienen los párrafos anteriores a propósito del ejercicio neo-racionalista desplegado recientemente por Foraster Arquitectos en Bilbao y Getxo, dos ciudades en las que el racionalismo de los años 30 y 40 cuajó con abundancia, notables piezas y algunas singularidades estilísticas.
El edificio de viviendas de Manuel Allende 25 se encuentra en la esquina de dicha calle con la de Autonomía, un emplazamiento de mucha visibilidad desde esta última vía, frente a una de las mejores obras de Ricardo Bastida como arquitecto municipal y diseñador de escuelas, en este caso, la de Félix Serrano, desde cuyo amplio patio de recreo delantero la nueva obra adquiere un fuerte protagonismo. El edificio sustituye a otro muy banal que existió ahí con anterioridad.
El barrio de Indautxu, donde se ubica el inmueble, posee el conjunto más amplio y depurado del racionalismo local aplicado a bloques de viviendas por pisos. Secundino Zuazo, Tomás Bilbao, Pedro Guimón, Ricardo Bastida, Emiliano Amann, Pedro Ispizua, José Mª Sainz Aguirre y Benito Areso, entre otros muchos, dejaron su huella en un amplio conjunto de calles a las que terminaron por dar una innegable personalidad, particularmente a las esquinas enfatizadas con curvaturas de geométricas elevaciones, expresivos ángulos rectos y remates airosos. La simetría y el escrupuloso orden de ventanas, balcones y miradores otorgan al barrio un aire solemne de seria ciudad burguesa combinada con la modestia levítica de fachadas con ladrillo caravista, el simple raseo pintado o la mezcla de ambas soluciones.
De aquellos ejemplos toma inspiración Foraster Arquitectos para su intervención en Indautxu. Nada más pertinente que recordar la buena arquitectura que se hizo aquí para compensar en algo la mala que sufrió después (bloques de La Casilla) y aún soporta (Garellano). Son veinte viviendas, todas con terraza, a las que se suman los locales de planta baja y tres plantas de garajes y trasteros. Se optó por una solución de esquina en curva. Este remate redondeado pierde su simetría a partir de la planta cuarta, con un juego de diferentes curvas y terrazas que confieren al edificio un atractivo dinamismo. Además, esta solución no es arbitraria, pues sirve para ajustarse a la normativa que fija las alturas de los perfiles de las calles, lo cual determina la fachada, al permitir que la altura en la calle Autonomía sea mayor que la de Manuel Allende. «Fachadas de puras líneas estilo racionalista -si es que al racionalismo puede calificársele de estilo arquitectónico-, esto es: líneas severas, ausencia completa de temas ornamentales, conjunto armónico en que juegan un papel muy importante los lienzos de ladrillo ‘vistos‘», así decía el analista E. Loygorri de Pereda en la bilbaína revista Propiedad y Construcción con relación a un edificio de Pedro Ispizua levantado en 1934 no muy lejos de aquí. Salvo por la mención al ladrillo «visto», sigue valiendo para este caso.
Las curvas en fachada quedan enfatizadas mediante frentes horizontales de hormigón blanco, mientras que entre las ventanas se ha instalado un acabado porcelánico que asemeja ser madera. Las viviendas se proyectaron con cumplimiento máximo tanto de los aislamientos térmicos como de los acústicos, muy importante esto último para los residentes en ellas dado el abundante flujo de tráfico rodado de la zona. Inevitablemente, el tráfico plantea la pregunta acerca de cómo aguantarán la limpieza esas superficies de blanco tan restallante.
El edificio de viviendas Muelle de Ereaga 6, de otra parte, fue originalmente diseñado por los arquitectos Fernando Barandiarán y José María Anasagasti en 1973, construyéndose a lo largo de 1974-75. Se levantó en un enclave privilegiado, frente a la playa de Ereaga, en Getxo (Bizkaia), entre el muelle de Arriluce y el Puerto Viejo. La parcela era una ladera de fuerte desnivel -unos 17 metros de extremo a extremo- que obligó a excavación y levantamiento de muros laterales de contención. En conjunto, el edificio absorbía el desnivel mediante dos cuerpos unidos, uno bajo en la zona más elevada de la parcela, hacia la parte posterior, y otro más alto en la más baja, ofreciendo la fachada delantera. Eran característicos los dos cuerpos de miradores curvos en la parte orientada hacia el mar. Las esquinas suavemente redondeadas ayudaban a integrar el volumen edificado en un terreno y entorno muy ajardinado; la ubicación elevada y retranqueada respecto al limite delantero de la finca facilitaba su integración a pesar de que su muy moderna arquitectura, con algún acento brutalista, se insertó en una zona de chalets y palacetes de finales del XIX y principios del XX.
No conozco muchos otros trabajos del tándem Barandiarán-Anasagasti -unas viviendas sociales en Zabalbide 71-73 (Bilbao, Arabella, 1965), dos centrales de Telefónica, la de Valladolid (1960-61, incluida en el Registro DOCOMOMO) y de la Las Palmas-Schamann (1963-70, junto con el gran arquitecto canario Rubens Henríquez) y ya sólo de Barandiarán su melkinoviano ante-proyecto presentado al concurso de la iglesia de San Esteban (Cuenca, 1960)- y cabe suponer que el encargo en Ereaga estuviese provocado por circunstancias de parentesco ya que el solar era en aquel momento propiedad de Guillermo Barandiarán y Mª Victoria Gondra, que fueron los clientes que encargaron la construcción, llevada a cabo por Huarte y Cía.
Aunque se habla de rehabilitación integral del inmueble, en realidad se trata de la reutilización de sus estructuras verticales y horizontales en hormigón armado, puesto que estas fueron desnudadas por completo para, a partir de ahí, llevar a cabo un trabajo que dio como resultado un edificio nuevo, sin borrar por completo el recuerdo del anterior. Las viviendas, por tanto, se rediseñaron a partir de cero, sumando una planta más para garajes. El aspecto exterior se transformó al crear nuevos balcones curvos volados que dan dinamismo y cierto carácter orgánico al conjunto. Como en algunos otros casos del municipio, se buscó el acercamiento a una estética náutica y el ondulante movimiento de balcones y miradores transmiten una idea cercana tanto al oleaje sobre la arena de la playa como a la erosionada roca del acantilado. Una playa cercana como la de Arrigunaga para la que el escritor Ramiro Pinilla inventó la leyenda de que la vida en la tierra había nacido en sus olas.
El volumen edificado anterior se mantuvo tal cual. En este caso, la afección exterior sobre las franjas blancas que rodean el edificio se manifestará tarde o temprano, no siendo menos dura que la del tráfico rodado: la del mar. Sin embargo, aunque el edificio adquiera, con los años y por efecto del viento, la humedad y el salitre, otras tonalidades cromáticas, sin duda, parecerán más naturales que las provocadas por los motores.
Los muy racionalistas Carlos Arniches y Martín Domínguez, refiriéndose a su propia arquitectura, decían tener la esperanza de que fuera racional, desconociendo si, al tiempo, era también racionalista. Estas dos piezas de Foraster Arquitectos son rigurosamente racionales al haber resuelto con eficaces soluciones las exigencias interiores planteadas por los promotores de las mismas. Exteriormente siguen esta misma línea de aplicar el sentido común y para dar forma a las fachadas decidieron nutrirse del rico acervo que les rodea. Su racionalismo no es, por tanto, fruto de una necesidad económica -como en los años 30, aunque ahora como entonces vivamos las secuelas de una grave crisis económica mundial-, sino que surge de unas raíces culturales y una tradición de diseño que prendieron con vigor en Indautxu y Getxo, reviviendo ahora sin desear sentirse extrañas, sino lógicas y cercanas.
Fotos: Juan Boado