Javier González de Durana
Es hora de alegrarse y felicitar a dos jóvenes arquitectos, Iñigo Ocamica e Iñigo Tudanca, por el premio FAD 2020 que, en su 62ª edición y dentro de la categoría «Ciudad y Paisaje», han ganado por su remodelación de la plaza de la Fuente, en Mansilla Mayor (León) El jurado que examinó el trabajó hizo esta valoración: “La decisión estratégica del proyecto de ampliar el alcance de la intervención hasta incluir los lugares más significados del pueblo obliga a una austeridad de recursos y materiales en perfecta consonancia con el lugar. Constituye una reinterpretación del paisaje castellanoleonés a base de alfombras de diversos tipos de hormigones lavados. Muy buena lectura y resolución de la fuente como lugar funcional, de encuentro y de identidad colectiva. El jurado destaca esta obra por su excelencia en la lectura del contexto urbano y social, por la creatividad y la calidad en el uso de recursos muy limitados en lo económico y en lo formal, por la capacidad de sus autores de mantener la ambición arquitectónica en todas las escalas del proyecto, incluso redefiniendo su ámbito sin incrementar el coste. La intervención en el espacio público desborda las fronteras artificialmente establecidas entre el paisajismo, el proyecto urbano, la arquitectura y el diseño, haciendo, a cambio, un guiño al paisaje tradicional existente”. Su proyecto se alzó ganador entre las 60 propuestas presentadas al premio, dándose a conocer el pasado 28 de julio.
El consistorio de Mansilla Mayor convocó un concurso para la remodelación de la plaza del Ayuntamiento, con escaso presupuesto económico para acometerla y teniendo como condición imprescindible que se tuviera en cuenta la opinión de los habitantes del pueblo, alrededor de 125 personas. Es decir, una localidad pequeña y de casas bajas cuya población ha disminuido mucho durante el último siglo, pues en los años de la II República llegó a tener un millar de vecinos. Forma parte, por tanto, de esa España que se resiste al vaciamiento. Con iniciativas como ésta de su corporación municipal y resultados como el logrado por Ocamica y Tudanca es posible tener confianza en que este territorio nunca se verá vaciado. Su topónimo procede del diminutivo de “mansum”, cuyo significado es «mansión» o parada en la calzada romana de iba de Astorga a Burdeos (Ad Asturica Burdigalam), en torno a la cual se desarrolló la población. Esa vía romana, por cierto, atravesaba la llanada alavesa, de donde es natural Tudanca (Vitoria, 1988), así que un ancestral hilo invisible tenía unidos a este arquitecto alavés y a su socio Ocamica (Zarautz, 1992) con la población leonesa. Es un decir, vaya.
Aunque el concurso limitaba la actuación a la plaza del Ayuntamiento, la propuesta ofrecida planteó que la intervención incluyese la plaza de la iglesia y la corta calle que comunica ambos espacios. La idea era buena y se aceptó al entender que, de esta manera, los dos centros representativos de la comunidad, tanto en lo arquitectónico y urbanístico como en lo sociológico, quedarían unidos por un tratamiento común y el pequeño ágora quedaría subrayado sutilmente: un espacio abierto rodeado por los edificios privados y públicos más importantes (modestos aquí), los pórticos columnados, las oficinas administrativas, la casa de cultura, la fuente artesiana pública, los bancos…, esto es, un ágora.
El pueblo se encuentra en la llanura situada entre dos ríos cuyas aguas confluidas desembocan en el Duero; es la Tierra de Campos. La concentración parcelaria vino a dibujar un paisaje como de teselas escrupulosa y orgánicamente ordenadas de acuerdo con la suave topografía del territorio. Ese carácter teselado ha servido para inspirar la forma del pavimento intervenido. Es un eco o recuerdo de la comarca donde Mansilla Mayor se halla, una señal de reconocimiento del medio agrícola en el que trabaja y gracias al que vive la mayoría de los habitantes en la pequeña urbs: «El pavimento -señalan los autores- se convierte en una suerte de alfombra que pacifica por completo el espacio, eliminando los cambios de alturas que discriminan al coche y al peatón en todas las áreas de la plaza. Este mosaico de hormigones lavados cambia sutilmente de textura para diferenciar la zona de tráfico rodado de la zona peatonal, que junto con la disposición estratégica del mobiliario urbano facilita delimitar estos ámbitos sin necesidad de barreras añadidas«.
Fuente, árboles, bancos, suelo texturado y la comprensión del espacio urbano son todos los elementos constituyentes de esta sensible y mínima operación. Como dice alguno de sus actuales usuarios, todo (formas, colores, materiales…) tiene un obvio aspecto moderno, pero discreto y sin estridencias, hasta el punto de que si se preguntara qué parece lo que se ha hecho ahí nadie diría que es moderno o antiguo o esto o aquello, porque simplemente parecería que siempre ha sido así, como resultado del decantamiento del tiempo. Por tanto, el trabajo es tan silencioso y natural al lugar que aparenta haber sido hecho por nadie, que no surgió de una intención, sino que es fruto del vivir y quehacer de generaciones de vecinos que fueron dejando aquí y allá su huella y su no-huella, esto es, la quietud cotidiana de sus existencias. Después de la intervención el lugar continúa siendo sensiblemente lo que siempre fue, es decir, una modesta plaza del pueblo. Salvando las distancias geográficas y ambientales, algo parecido a lo que Peña Ganchegui hizo en la Plaza de la Trinidad: intervenir pareciendo que no se interviene.
En su tercer libro publicado, El camino, Miguel Delibes escribió que “las calles, la plaza y los edificios no hacían el pueblo, ni tan siquiera le daban fisonomía. A un pueblo lo hacían sus hombres y su historia (…) pasaron hombres honorables, que hoy eran sombras, pero que dieron al pueblo y al valle un sentido, una armonía, unas costumbres, un ritmo, un modo propio y peculiar de vivir”. En efecto, las realidades materiales y los espacios existentes en calles, plazas y edificios son las condensaciones de miles de vidas y decisiones que, poco a poco, lentamente, las hicieron posibles. Este proyecto ha respetado a esas gentes, actuales y pasadas, que dieron un sentido -y, claro, también una forma- a la plaza del pueblo.
Podría deducirse que la sobria estética resultante es consecuencia del corto presupuesto habilitado, pero no lo creo. Aunque las limitaciones dinerarias impongan restricciones formales, pienso que en este caso la ideología de los autores del diseño ha sido lo determinante, no la economía. Imagino que, si el presupuesto hubiese sido mayor, el resultado hubiese sido muy parecido a lo que se ha realizado. Las ideas brillantes no suelen ser necesariamente caras. Esta es la prueba.
No me gusta el suelo. Muy duro. Muy y totalmente duro. Ese entorno parece pedir (a mi juicio) algo más amable. ¿Losas de piedra con yerbajos en las juntas deliberadamente separadas?
No me gusta.
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Hola Jabitxu, gracias por compartir tu opinión. El pavimento no está realizado con losas de piedra, sino con hormigón continuo con diferentes tratamientos para la superficie en cada fragmento. Las juntas simulan esos fragmentos o separaciones, pero no lo son, así que los hierbajos no nacerán en ellas. Es verdad que ahora la plaza parece algo dura, pero se han plantado cuatro árboles en secciones terrosas a los que hay que dejar crecer. No son muchos árboles, pero es que el espacio trabajado tampoco es muy grande. Una vez crecidos los árboles, el lugar se verá suavizado.
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Entendido.
He retuiteado el artículo para contribuir a su mayor difusión.
En otro orden de cosas, y quizá influido por algún que otro arquitecto (¿J M Smith?) me han terminado gustando
-Transición hierba-aglomerado SIN BORDILLOS (tipo inglés)
-Losas y/o adoquines con hierba en juntas. El caserío de un familiar tiene un caminito de entrada a base de losas de tamaño irregular, de colores ocre y gris, y juntas floridas. Me encanta
Opiniones personales. Sin más.
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