Javier González de Durana
Era un agujero infecto y peligroso, sobre todo para los niños, pero en ocasiones no quedaba más remedio que bajar a su interior y aliviarse de urgencias que no podían ser resueltas de otra manera. En la vía pública, en una tan principal y céntrica, era imposible si se quería evitar el riesgo de ser multado o amonestado por la autoridad o por algún transeúnte higienista. Si los niños lo hacían en la calle, entre dos coches o en el tronco de un árbol, había cierta tolerancia por parte de los guardias municipales y la gente mayor que pudiera ser testigo, pero si el protagonista era un adulto se consideraba indecencia, cuando no exhibicionismo e inmoralidad.
El caso es, como digo, que cuando la necesidad fisiológica apretaba con fuerza y uno se encontraba en las inmediaciones del cruce entre Alameda Urquijo y Gran Vía, muy próximo a la entrada de El Corte Inglés, la única vía para resolver la urgencia era bajar a aquel cuchitril que tenía dos escaleras dispuestas a lo largo de la acera, muy cercanas al bordillo, una para los hombres y otra para las mujeres. Por las inmediaciones había escuelas y colegios de niños y niñas, asociaciones juveniles… Era territorio de caza.
Aquellos urinarios públicos, de responsabilidad municipal, eran de los últimos que quedaban en Bilbao, junto con los existentes en la plaza Pio Baroja, muy utilizados por camioneros. A diferencia de estos últimos, exteriores, a nivel de la calle con una construcción racionalista que creo recordar respondía a un diseño de Pedro Ispizua, para acceder a los de la Gran Vía había que sumergirse en la tierra. Ahí es donde empezaban los peligros.
Si la memoria no me falla, existía una persona instalada allí dentro que actuaba como cobrador del servicio y responsable de seguridad y limpieza, pero justamente eso es lo que no había. Imagino que le pagaría el Ayuntamiento una miseria y, a cambio, no estaba dispuesto a meterse en problemas con ciertos individuos que frecuentaban el sumidero aquel. Dadas las multitudes que caminaban por ese lugar -tantas como hoy en día- los urinarios eran muy utilizados y la limpieza no siempre se mantenía en los niveles deseados. Al abrirse el “establecimiento” a primera hora de la mañana, una mujer -supongo- lo limpiaba y dejaba en condiciones, pero pasadas unas horas el aspecto, olor y color -así como la fauna- cambiaban sustancialmente.
En mi casa me advertían con frecuencia que, a ser posible, no utilizara ese servicio, lo cual me resultaba fácil de seguir ya que vivía muy cerca y podía aguantar las “apreturas” del momento hasta llegar a mi área de seguridad, pues la advertencia no era tanto por la suciedad como por algunos hombres que se apostaban allí, individuos de mirada esquiva que buscaban el encuentro de otros hombres o que, colocándose a tu lado y simulando que orinaban, intentaban echar una ojeada a tus partes y comprobar si consentías o no…
A veces estos hombres estaban en la calle, a la espera, apoyados en la verja-pretil que rodeaba las escaleras, y bajaban justo cuando veían bajar a alguien. Me sucedió varias veces y los muchachos del barrio lo comentábamos. Un niño con el que coincidía en las sesiones matinales del cine San Vicente se llevó un fuerte susto en cierta ocasión; un tipo abusó de él. Nunca supimos exactamente cómo ni qué le sucedió, pero durante varios días se le vio al muchacho como apabullado. Lo mirábamos como si hubiese regresado de una guerra. Alguna vez acudió la policía para detener a alguien que se sobrepasó con quien no deseaba ser sobrepasado y, tras ser retenido por la fuerza, fue avisada la autoridad. Pero lo cierto es que esto era inusual, pues lo cotidiano es que los urinarios estuvieran colonizados por gente turbia. Lo mismo sucedía -y aún sucede- en los baños de las estaciones de autobuses, no tanto en las de ferrocarril…
La mezcla de subsuelo, mal olor, suciedad y peligro acechante aconsejaba a todas luces no penetrar allí, si se podía evitar. Las luces eran de neón y no siempre funcionaban todas a la vez, pues alguna estaba fundida y alguna otra parpadeaba anunciando su próximo fin. Por si acaso alguna vez las luces se iban por completo, el suelo de la Gran Vía tenía unos adoquines acristalados por los que, en horas diurnas, entraba una macilenta claridad grisácea. Gris, como aquel Bilbao, como aquellos años. Desconozco si en los urinarios de señoras sucedía algo semejante, pero la verdad es que nunca escuché nada al respecto.
Ya apenas se utiliza la palabra «urinarios» en favor de la equívoca «baños» -la mayoría de estos lugares no tienen bañeras ni duchas- o la genérica «servicios». Las palabras cambian, pero las necesidades permanecen. ¿Quién no ha sentido la ansiedad de usar un baño público fuera de la comodidad de su hogar? ¿Por qué en la mayoría de las ciudades españolas sólo es posible aliviar la apretura si se entra en un bar, realiza una consumición y utiliza su servicio? Es en los parques públicos donde más se necesitan estos servicios. En ellos la gente suele pasar mucho tiempo, hay personas de todas las edades y algunas de ellas, como niños y gente mayor, necesitan con asiduidad acudir al baño. En un parque debe haber varios puntos con equipamientos de esta naturaleza y situados en lugares visibles y fácilmente accesibles.
Los baños públicos desaparecieron de las ciudades y de Bilbao en concreto cuando se clausuraron aquellos infectos lugares a finales de los años 70, pero tras algún tiempo volvieron a aparecer con un formato diferente: menos masivos y más higiénicos, aunque quizás no tan abundantes y diseminados como deberían. Les falta atractivo, son como muebles necesarios, pero incómodos y visualmente perturbadores. La solución de entrar a un bar y consumir algo o no -no siempre el propietario lo requiere- sigue siendo la más frecuente. Incluso hay gente que la utiliza a pesar de tener un baño público al alcance de la mano. El estigma de la sordidez y la mala fama que arrastran estos lugares seguramente es inmerecida hoy, pero sigue pesando en el ánimo de muchos. Buen mantenimiento, mucha limpieza, diseños atractivos y seguridad total es la manera de que los empecemos a ver y a utilizar sin aprensiones.
Varios arquitectos han experimentado con propuestas que abordan estas situaciones estresantes, abordando la eficiencia de los baños públicos desde sus instalaciones sanitarias, distribución espacial y, principalmente, privacidad y comodidad. Estos son tres ejemplos interesantes.


Miro Rivera Architechs. Austin, EEUU. Se halla en un parque lineal de senderos y paisajes que sigue las orillas del río Colorado, en pleno centro urbano. Muy popular entre los corredores y ciclistas, el parque ofrece un escape rural en un entorno muy edificado. El baño, el primer baño público construido en el parque en más de 30 años, fue financiado por una organización comunitaria sin ánimo de lucro en asociación con el Departamento de Parques de la ciudad. Fue concebido como una escultura, un objeto dinámico a lo largo de uno de los senderos. La estructura consta de cuarenta y nueve placas verticales de acero Corten. Los paneles están dispuestos a lo largo de una espina dorsal que se enrolla en un extremo para formar las paredes del baño. Las placas están escalonadas para controlar las vistas y permitir la penetración de luz y aire fresco. Tanto la puerta como el techo fueron fabricados con placas de acero.


Jacky Suchail Architecture Urbanisme Lyon, Francia. Recientemente se han instalado ocho nuevos baños públicos en el parque la Tête d’Or. Son fácilmente visibles y están ubicados en el perímetro y en puntos estratégicos del parque. Todos son diferentes, aunque con una forma básica similar en madera y hormigón: zócalo, superestructura, pantalla y sombrillas. Se requirió de cierta habilidad para lograr su integración en el espléndido entorno natural. Además de modificar significativamente el ambiente general, el proyecto trata de manera discreta un tema sensible. La idea fue crear una configuración arquitectónica que no compitiera con la naturaleza. No había deseo de usar formas «suaves» de inspiración orgánica o curvas como las de los árboles circundantes. Por el contrario, lo que se quería eran líneas que incorporaran la estructura, ocultaran o revelaran, marcaran un camino o terminaran un pasaje: en suma, ocupar el espacio.
Public Architecture. Nakanojo, Japón. Teniendo en cuenta el mantenimiento de un baño público, en lugar de utilizar maderas para agregar comodidad, se eliminó tristeza al diseñar el espacio. Public Architecture considera que la esquina de un baño cuadrado ordinario ofrece tristeza, al hacer una sombra y al parasitar charcos, polvo o arañas. Se actualiza un espacio fresco, blanco y cómodo de baño público al deshacerse de esquinas e iluminar la pared interior con luz natural desde lo alto. La pared en forma de S logra una distancia adecuada entre el baño de hombres y el baño de mujeres y, al mismo tiempo, recibe el flujo de personas desde ambos lados de la calle y del estacionamiento en donde se ubica. A pesar de ser un edificio mínimo de 10m2, estos baños combinan elementos como el flujo de personas y automóviles alrededor del lugar, la comodidad interior y el simbolismo en la ciudad.
Yo creo recordar que también había urinarios en la Plaza Moyua, en los bajos del puente del Arenal y en el parque de Dña Casilda cerca del museo. No creo que tuve malas experiencias, salvo el mal olor ambiental. Me parece que los sanitarios eran de fabricación inglesa. Se ve que eran anteriores a la expansión de Roca
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Hola, pedromari, en efecto, había otros urinarios similares en la Plaza Elíptica, en el paseo perimetral entre Elcano y Alameda Recalde, y en la Plaza Zabálburu, en la acera de los bares. El del puente del Arenal era de otro tipo, no subterráneo y el del parque de Doña Casilda no lo recuerdo. Mi amigo Mikel Gotzon me recuerda que la barandilla de estos subterráneos sirvió para la nueva barandilla del puente del Arenal, tras eliminar la muy severa de barras verticales que se instaló después de la guerra. Parece un diseño atribuible a Ricardo Bastida. En Bilbao actualmente coexisten varios modelos diferentes, y afortunadamente ninguno es subterráneo.
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Saludos, en la plaza del Sagrado Corazón junto a las desaparecidas marquesinas de la línea 1 del trolebús, también había urinarios subterráneos. Por cierto, esa marquesinas estaban decoradas con unos preciosos cuadros de azulejos de las colonias de la Caja de Ahorros de Villarcayo y Pedernales, supongo que cuando desapareció la entrada de los Astilleros Euskalduna se irían en el lote.
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Cierto, Juan, gracias por traer al recuerdo aquellos urinarios del Sagrado Corazón. Los tenía completamente olvidados.
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