La promesa del espacio en Sáenz de Oíza.

Javier González de Durana

Retrato-de-Francisco-Javier-Sáenz-de-Oíza-en-su-casa-de-Mallorca.

Me alegro mucho de que se reabra la exposición sobre la obra de Javier Sáenz de Oíza en la sala del ICO, de Madrid, tras el cierre temporal provocado por el estado de alarma sanitaria. Este cierre perjudicó la muestra a los pocos días de ser inaugurada. Ahora vuelve a abrirse -lo hizo el 9 de junio- y la fecha de cierre se ha llevado hasta el 23 de agosto de 2020, no restando así posibilidades de visitarla a lo largo de un tiempo suficiente. Este alargamiento me permite comentarla aquí, cosa que pensé hacer desde que la visité a finales de febrero. La exposición contiene numerosos motivos para haber sido realizada, pero se ha aprovechado un aniversario: el centenario de su nacimiento en Cáseda (Navarra).

«La idea protectora y de descenso al misterio, la arquitectura como promesa de un espacio que va a suceder y que nunca sucede, eso está presente en toda la arquitectura de mi padre«, afirma Javier Sáenz Guerra, hijo del arquitecto, comisario de la muestra junto con sus hermanos Marisa y Vicente, y arquitectos ellos mismos. Es una poética descripción que unifica y da cuerpo a la trayectoria del arquitecto navarro, de quien se ha dicho a menudo que careció de un estilo personal característico, pareciendo por ello «contradictorio y lleno de dudas«. No obstante, más allá de formalistas estilemas personales, sí tuvo una coherencia articuladora de base inmaterial y anhelo utópico, un ansia por dar forma a un espacio capaz de ser imaginado, pero que no termina de alcanzarse tal como puede ser concebido, lo que, desde su punto de vista personal e íntimo, le dejaba el sabor melancólico de lo perseguido con esfuerzo y no completamente logrado. Una frustración, justificada o no, que le emparentaba con otro gran fracasador del arte -desde su punto de vista también, claro, no desde el de un observador imparcial-, contemporáneo a su arquitectura, Jorge Oteiza, con quien mantuvo estrecha amistad y colaboración profesional.

Dice Marisa Sáenz Guerra que cada obra de su padre era resultado de circunstancias singulares que obligaba a la búsqueda de soluciones siempre específicas, lo que explicaría la diversidad de maneras de resolver (no propiamente estilos) que manejó a lo largo del tiempo, ese supuesto eclecticismo que algunos le atribuyen. Alejado del costumbrismo puritano, arquitectónicamente, Oíza se acercó a todo lo que le interesaba.

La muestra incluye obras de otros artistas y personalidades con los que confluyó durante su larga carrera profesional, entre ellos, Eduardo Chillida, Lucio Muñoz, Pablo Palazuelo, Antonio López, Carlos Pascual de Lara, Rafael Ruiz Balerdi… De hecho, éste es uno de los aspectos singulares del montaje expositivo, las numerosas obras de arte que atraviesan, casi podría decir que envuelven, los materiales del arquitecto, planos, dibujos, maquetas, fotografías, cerámicas… «Artes y Oficios» han subtitulado la exposición. La decisión está plena de sentido e incorpora un significado fundamental: Sáenz de Oíza fue un arquitecto-creador, a la manera y modo de sus amigos pintores y escultores, con quienes establecía complicidad de ideas y a quienes ofrecía colaboración laboral. Algunos de sus dibujos, por ejemplo las plantas de Torres Blancas, entre el organicismo y la geometría, conviven en el mismo plano de igualdad que las pinturas de Palazuelo, con las que establece diálogos estimulantes para la mirada excitada ante tanta belleza.

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Javier Sáenz de Oíza. Planta de Torres Blancas.
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Javier Sáenz de Oíza. Distribución interior de una de las plantas de Torres Blancas.
1.-Sáenz-de-Oíza.-Boceto-del-edificio-Torres-Blancas.-Croquis-de-estudio-axonométrico-de-terrazas.-Lápiz-de-grafito-sobre-papel-de-croquis.-Colección-particular-2.-Maqueta-de-Torres-Blancas.
Javier Sáenz de Oíza. A la izquierda, boceto del edificio Torres Blancas. Croquis de estudio axonométrico de terrazas. Lápiz de grafito sobre papel de croquis. Colección particular. A la derecha, maqueta de Torres Blancas.

Articulada en torno a cinco oficios-competencias del autor, la visita recorre la vida personal y profesional del arquitecto a través de 400 piezas. Esas cinco secciones llevan por títulos «El oficio de aprender / El arte de enseñar», «El oficio de habitar / El arte de construir», «El oficio del alma / El arte de evocar», «El oficio de creer / El arte del mecenazgo» y «El oficio de competir / El arte de representar».

En la primera se muestra un variopinto conjunto de objetos y piezas con los que se evocan los orígenes de Oíza, dibujos y pinturas adolescentes, las raíces inspiradoras en Cáseda, la estancia en América (1947-48) durante la que pudo empaparse de Mies van der Rohe, Konrad Wachsmann y Marcel Breuer, para volver a la Historia con una mirada diferente y rompedora, su práctica docente, como catedrático y director, en la Escuela de Arquitectura. Sus viajes por el mundo no fueron pretexto para pretender reducir el genio de las culturas extranjeras a la suya propia, sino motivo para recrearse en la diversidad. Una obra destacada de este momento es la Colonia Nuestra Señora de Lourdes, El Batán (1955-70), en Madrid, que dirigió al frente de un equipo integrado por José Luis Romany Aranda, Manuel Sierra Nava, Luis Cubillo de Arteaga, Eduardo Mangada Samaín y Carlos Ferrán Alfaro.

En la segunda, la mirada se centra en la casa individual, esa casa que es más que el lugar donde alguien vive, pues incluye espacios de intimidad y protección en los que el individuo desarrolla sus potenciales humanos: “La casa es el habitáculo para dormir de un hombre que produce, trabaja, vive y se relaciona en una dilatación de espacio en la que se mueve a lo largo de las 24 horas. Es decir, que la significación del contenedor en sí queda relegada a un segundo nivel”. En esta sección se encuentra, entre otras, la casa Durana, de 1959, con Alvar Aalto y Mies van der Rohe en mente, y con la que, por desgracia, no tengo nada que ver. Ya me gustaría…

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Javier Sáenz de Oíza. Planimetría de la casa Durana, situada en el pueblo del mismo nombre, cerca de Vitoria-Gasteiz, 1959.

Esas viviendas unifamiliares, por lo general solicitadas por una burguesía media-alta, convivían en su estudio durante parte de los años 50 y 60 con la construcción de viviendas sociales en Madrid (Entrevías, Fuencarral, El Batán…), sin eludir el mano a mano con los vecinos, tratando de solucionar el problema del alojamiento para los miles de familias que abandonaban la España rural para acercarse a las ciudades.

El tercer espacio se refiere a la Basílica de Aránzazu, 1950-55. Esta sección me es muy querida. Hace algo más de quince años publiqué una investigación, Arquitectura y escultura en la Basílica de Aránzazu (1950-1955). Los cambios (ed. ARTIUM de Álava. Vitoria-Gasteiz, 2003). Con aquel trabajo se lograron descifrar las claves estéticas y políticas por las que el proyecto ganador de Javier Sáenz de Oíza y Luis Laorga en el concurso convocado por la Orden Franciscana en 1950 tiene tan poco que ver con lo que a lo largo de los cinco años siguientes se realizó en el conocido templo guipuzcoano. Una exposición centrada en los planos de este proyecto, que ahora pueden verse en esta muestra del ICO, acompañó en Vitoria, Bilbao, San Sebastián y Barcelona a la presentación del libro. Este espacio presenta, además, algunos de los proyectos pictóricos para el ábside que concurrieron al concurso que ganó Carlos Pascual de Lara, aunque no pudo realizarlo por la censura eclesiástica y la muerte temprana del pintor en 1958 (lo realizó en 1962 Lucio Muñoz), junto con abundantes bocetos de Jorge Oteiza para la estatuaria de la fachada que sólo conseguiría culminar en 1968-69.

Aranzazu vista interior hacia el ábside
Javier Sáenz de Oíza y Luis Laorga. Interior de la Basílica de Aránzazu. Vista interior del templo hacia el ábside, propuesta planteada en el concurso de 1950 (prácticamente nada de lo que aquí se mostraba llegó a realizarse, todo fue cambiado).

De su precocidad habla el hecho de que junto con su entonces compañero Luis Laorga ganara el Premio Nacional de Arquitectura, vertiente de Urbanismo, en 1945 con su propuesta de remodelación de la plaza del Azoguejo, junto al acueducto de Segovia.

En el cuarto espacio la exposición informa sobre la fertilidad creativa de Oíza durante los años 60 y 70. Genio y figura, de esta época es el edificio Torres Blancas, junto a la Avenida de América, espectacular trabajo que aún hoy produce un asombro que oscila entre la densidad orgánica del árbol-columna y la ciencia-ficción pre-blade runner.

El apoyo del constructor y mecenas navarro Juan Huarte  cuya empresa encargó a Oíza el proyecto de apartamentos de verano Ciudad Blanca de Alcudia, en Mallorca, así como el diseño de la imagen de la empresa de muebles del grupo familiar, H Muebles, le posibilitó estrechar aún más sus relaciones con los artistas de las segundas vanguardias hispanas, sobre todo abstractos, matéricos, informalistas, geométricos… Sobre la Ciudad Blanca reflexionó que sus apartamentos eran como “casas-tumbona… (pues en la playa) nadie va con una brújula a ponerle su orientación a las butacas, pero ve por la tarde a una playa y verás que todas están alineadas en el momento que dejaron de tomar el sol… Pues en el fondo estas son unas casas-tumbona, como te he dicho, orientadas para hacer un uso cómodo de la casa en relación con el medio”.

Los concursos ganados y no ganados colman la quinta sección, el Centro Atlántico de Arte Moderno, en Las Palmas, el Palacio de Festivales, en Santander… son algunas de sus últimas obras. Por más que en el primer caso se cite el patio tradicional canario como influjo y en el segundo se vaya hasta las gradas de Epidauro para justificar la intervención…, surgen dudas sobre las soluciones concretas adoptadas son aquí.

Al parecer, decía que en su vida había recorrido un periodo temporal de 500 años, pues, habiendo nacido en un pueblo de permanencias medievales y actividad rural, Cáseda, había logrado enlazar con su presente hasta mezclarse con las vanguardias del siglo XX. Sáenz de Oíza es autor de diecisiete obras incluidas en los Registros DOCOMOMO Ibérico, casi nada. En realidad siempre fue un clásico. He empezado este post con una fotografía del arquitecto, ya mayor, posando junta a una cabeza grecolatina incrustada en un muro de mampostería y lo termino con el alzado de un templo clásico dibujado a los 23 años. Entre una y otra, la modernidad cosmopolita -vacuna contra el nacionalismo y de vocación errante: la patria en las sandalias- fruto de su mente febril que nunca renunció al espacio prometido.

Francisco-Javier-Sáenz-de-Oíza.-Quinto-dibujo-20-de-marzo-de-1941.-Aguada-y-tinta.-45×62cm.-Colección-particular
Javier Sáenz de Oíza. Quinto dibujo, 20 de marzo de 1941. Aguada y tinta, 45×62cm. Colección-particular.

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