Javier González de Durana
Durante la reclusión forzosa de estos días se ha tenido tiempo más que suficiente para hacer muchas cosas; por ejemplo y en mi caso, volver a libros que no había visto en años. Uno del visionario pintor y poeta inglés William Blake (1757-1827) me ha llevado a través de un viaje propio de tiempos en que la esperanza y la desolación, el cielo y el infierno, caminan de la mano. Una de las imágenes del libro de Blake me ha sorprendido por su posible actualidad: una figura humana, vista de espalda e hincada de rodillas sobre la curvatura de la tierra, apoya su torso desnudo sobre un pequeño altar cuya blanca ara replica la curva terrestre; su actitud es de meditación, rezo o abatimiento; la cabeza no se observa y tan sólo percibimos que se halla cubierta con una toca blanca, mismo color de la falda que cubre su cuerpo de cintura para abajo; esta actitud de rendida sumisión o extenuada plegaria la realiza frente a un objeto circular que, poderoso, se eleva ante la figura, flotando en el espacio y desprendiendo haces de luz amarillenta; ese objeto, que seguramente es esférico, asemeja una estrella solar en fase de apagamiento terminal, pero también me ha recordado al Covid-19. Cosas del presente.
Blake escribió aquellos versos al comienzo de su poema El pequeño vagabundo: «Madre amada, madre amada, la iglesia está fría, / pero la taberna es grata y placentera y cálida. / Puedo decir, por otra parte, es donde me tratan bien, / aunque tal trato nunca será bien visto en el cielo«. Al mencionar esa taberna, me ha resultado imposible no recordar una que existió en Sestao llamada, precisamente, William Blake, matrimonio entre el cielo y el infierno, que funcionó durante los años 90. Era un lugar inesperado y sorprendente, lo que menos podría cualquiera imaginar en Sestao, pero que, sin embargo, encajaba en aquel lugar como anillo al dedo. Lo creó un pintor de San Sebastián, al que la cocina no se le daba mal, llamado Borja Satrústegui; él decoró con su peculiar estilo naif todo el establecimiento, incluido mobiliario, según creo recordar. Tiene un perfil en Facebook, no muy actualizado, donde se pueden conocer noticias referidas a él y su trabajo. No encuentro alusiones a la taberna; me da la impresión que es una etapa que él da por sellada y, quizás también, por olvidada. Sin embargo, ese lugar merecería una biografía. Fue el hito local en una época moribunda.


No me explico por qué extraños vericuetos este donostiarra pudo llegar hasta Sestao y, en concreto, hasta el lugar donde instaló su negocio de hostelería, ya que se trataba de la planta baja de un desvencijadísimo inmueble de viviendas por pisos para obreros construido a finales del siglo XIX; se situaba entre la carretera general de Bilbao a Santurce y los amplios terrenos de Altos Hornos de Vizcaya, junto a la ría; a la carretera daba la fachada y la parte posterior, salvando un fuerte desnivel del terreno, a las instalaciones industriales que en aquel momento todavía funcionaban.
El edificio formaba parte de un deteriorado grupo de inmuebles, en las calles Txabarri, Iberia y sus inmediaciones del barrio Rivas, que fueron las primeras construidas en ese municipio al calor de la naciente industrialización. Esos edificios, al borde de la carretera en su mayoría -creo que ya no existen, aunque alguno con cierta prestancia fue rehabilitado por el Gobierno Vasco para viviendas sociales-, estaban por aquella época abandonados u ocupados por vecinos de míseros recursos económicos sobre cuyas cabezas en cualquier momento podían derrumbarse las techumbres por incendio o por filtración de agua y humedades. En la planta baja de uno de esos inmuebles estaba el William Blake de Satrústegui, quien, tras cerrar el negocio -que no debió de llegar a ser boyante-, cogió los pinceles y marchó a Granada, en donde expone sus obras con cierta regularidad.
Sólo se abría a partir de las siete de la tarde y cerraba la puerta después de que el último cliente decidiera marchar, sirviendo cenas en cualquier momento de ese elástico horario. Solía haber muy buena música, tanto clásica barroca y enlatada como moderna jazz-rockera y en directo. El detalle de la iluminación era de los que hoy no hubiese resistido una inspección municipal -quizás entonces tampoco la pasaba, pero…-, pues era la que única y exclusivamente proporcionaban velas encendidas, a decenas, por todas partes… en un edificio con estructura de vigas de madera y suelos de tabla.
El verdadero toque infernal añadido venía facilitado por las ventanas traseras del local, las que daban a la acería, ya que uno de los hornos activos entonces no debía de estar situado a más de 1.000 metros de distancia en línea recta y cuando se hacía la colada nocturna el cielo entero resultaba iluminado de rojo, aquel rojo que llegaba hasta Bilbao, situado a 8 km de distancia, así que cualquiera puede imaginarse cómo era el espectáculo visto desde allí, en aquella cercanía.
Como cocinero, Satrústegui estaba especializado en preparar platos de caza, con salsas poderosas, de ahí que hubiese división de opiniones en cuanto a la calidad de la comida. Para unos era estupenda, para otros, en cambio, resultaba digestivamente pesada. Desplazarte hasta aquel oscuro barrio, entonces marginal y peligroso, escuchar las Variaciones Golberg de Johann Sebastian Bach mientras comías un conejo al ajillo y se te iluminaba la cara con fulgores enrojecidos por el chisporroteo saturnal del cercano gran horno debió ser lo que Satrústegui entendió, con buen tino, como matrimonio entre el cielo y el infierno. Lo era, ciertamente.
Con anterioridad, hacia 1985-86, en las inmediaciones de este local se rodaron algunas escenas de Adios Pequeña, película de Imanol Uribe, con Ana Belén como la abogada Beatriz Arteche y el galán italiano Fabio Testi como Lucas Iturriaga, un joven que se ganaba la vida de camello con la venta de cocaína. La localización era ideal porque en aquellos años muchos jóvenes de la margen izquierda de la ría, desde Barakaldo hasta Santurce, caían víctimas de las drogas, como chinches. El equipo técnico era de categoría y muy prometedor: fotografía de Javier Aguirresarobe y música de Alberto Iglesias. Quien quiera recordar cómo era la margen izquierda en los años 80 puede ver esta historia y echarse a llorar, entre la melancolía y el horror.
La película tiene muchas escenas en las que se ven industrias y paisajes urbanos fabriles, pero en YouTube sólo hay recogidas dos secuencias, una rodada en Portugalete (billares, moteros y punkis) y otra en el Club Jolaseta, Getxo (tenistas, ociosos y empresarios). La escena rodada junto al edificio en el que poco después se instalaría el William Blake no está recogida, pero hay un par de fotos tomadas de la emisión de la película en la 2 de TVE que lo recuerdan. En 1994, Daniel Calparsoro utilizó magistralmente la cochambre de estos edificios de Sestao para su película Salto al vacío, en la que la cuestión de las drogas seguía siendo el hilo conductor.



Eran los años de la desindustrialización, el paro juvenil por encima del 60%, la eclosión del punk brutal de Eskorbuto y las consecuencias de los Pactos de la Moncloa. Yo los pude conocer de cerca, pues entre 1977 y 1981 impartí clases en el Instituto de Enseñanza Media «Antonio Trueba», de Barakaldo, un enorme edificio inaugurado en 1965 al que ya entonces corroían defectos de construcción, lo que ha terminado por condenarlo a la demolición recientemente.
Vuelvo al William Blake pintor y poeta, a su Marriage of Heaven and Hell, de 1790. Se trata de una obra que destaca por su combinación de géneros (poesía y prosa, sátira e historia cultural) y sus heterodoxos puntos de vista. A través de la voz del «Diablo», Blake parodia y ataca la teología, la cosmología y la ética de El Paraíso Perdido de John Milton, así como la historia y la moral bíblicas tal como fueron establecidas por los «Ángeles» de la iglesia y el estado establecidos. La energía y la pasión se valoran positivamente, mientras la razón y la templanza se caracterizan como restricciones en la percepción espiritual y la autoexpresión.
Hay una raíz proto-romántica en esta obra, de la que voy a terminar mostrando una de sus 27 ilustraciones, la de cierto individuo desnudo sentado sobre una tierra de la que sobresale un cadáver, quizás metaforizando la muerte de la Naturaleza; el hombre mira al cielo con expresión de preguntar «¿qué está pasando en el mundo? ¿hay alguien ahí que tenga una explicación?», pero su cara impávida parece no esperar respuesta alguna. Las líneas escritas por Blake bajo esta imagen dicen: «Siempre he encontrado que los Ángeles tienen la vanidad de hablar de sí mismos como si fueran los únicos sabios; lo hacen con una insolente confianza surgida de su sistematizado pensamiento«. Sustituyan Vds. Ángeles por políticos y sistematizado pensamiento por totalitarismo ideológico, seguro que recordarán algunas empavonadas figurillas de la presente escena pública mundial.
Ha sido un viaje singular. Por una parte, los vestigios inmobiliarios sestaoarras de la industrialización desaparecieron, el Willíam Blake y los Altos Hornos cerraron, los ángeles insolentes, por contra, se reproducen, la Naturaleza herida se rebela como coronavirus…, pero, por otra parte, ciertos libros se recuperan, Bach sigue al alcance de la mano, las imágenes creadas por el alucinado artista inglés, junto a sus poesías, se reactivan al mirarlas y leerlas… Convivir con unos y otros debe ser lo más parecido al matrimonio del cielo y el infierno que nos ha tocado vivir.
Es un gusto leer, reavivar recuerdos y aprender. Y poder hacerlo todo al mismo tiempo. Me pregunto si no podría ser al revés: sustituir ángeles por personas como nosotros, o incluso nosotros mismos, y sistematizado pensamiento por autorresponsabilidad. Tal vez así se pudiera salir del victimismo y la culpa, que nos rodea por doquier.
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Muchas gracias por tus palabras, Garbiñe. Nos educaron, al menos a mí, en la culpa, en la tradición judeocristiana pura y dura. Cuesta salir de ella. Desde el victimismo se puede transitar hacia la autorresponsabilidad, aunque tampoco es sencillo. ¡Es tan cómodo y liberador creer que todo lo malo que nos pasa es culpa de otros! Ni lo uno ni lo otro, ni ángeles ni demonios, sino condición humana.
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Excelente artículo -como otros anteriores, todo hay que decirlo-. Si en esta ocasión me he animado a hacer un comentario es porque me hablaron del William Blake de Sestao en el 93 o en el 94 y nunca llegué a ir. Una oportunidad perdida, evidentemente. Recordarlo me ha llevado a un viaje particular por aquella época y yo también me he encontrado con la primera película de Calparsoro. Una coincidencia en el itinerario mental, supongo.
Me quedo con tu última frase porque creo que no nos queda otra opción. Convivir con lo infernal, y difundir la cultura para contener la insolencia de los «ángeles».
Un saludo.
PD: Como agradecimiento me gustaría compartir contigo estas «imágenes de Bilbao para estados de alarma»:
https://drive.google.com/file/d/1ZJyH4XDcUOvepCpcbl_UEalHxIR1wTp9/view?usp=sharing
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Hola Joseba,¡qué buen regalo me haces! No conocía apenas ninguna de las fotos anteriores a la guerra civil. Si se presentaron al público a partir del 2012-13 no me extraña que no me enterara porque trabajaba entonces fuera de Bilbao. Según iba viéndolas se me ocurría cantidad de comentarios sobre ellas, fechas más precisas, acontecimientos en los edificios que ya no existen (¡qué buena la del día 14, con esas casetas en Colón de Larreátegui y la estatua de Trueba ya instalada en 1894 en su posición original! y la del día 53, realizada por mi amigo José Luis Ramírez…), esos alrededores de Albia y la plaza circular que fueron los espacios infantiles míos y de mi madre -quizás ella aparece en alguna de las fotos…, quién lo sabe.
Pocas opciones nos quedan, aparte de la cultura, en efecto y si hasta ella nos fuera escamoteada, sin ningún tipo de resignación, se puede decir aquello de que «en el infierno, después de todo, no se está tan mal», por lo menos ahí dentro no hay que soportar a determinados «ángeles». Un abrazo.
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Solo un artista pudo poner el ojo en aquella taska. Fue visita obligada en los 80. Te asomabas a los infiernos, ambientados por la visión ígnea de la ventana trasera… y aquel ruido del alto horno.
El primer fotograma de Ana Belén me ha recordado, nada que ver, la imagen con la que otro artista supo retratar nuestro paso mundano.
https://www.museobilbao.com/catalogo-online/paisaje-urbano-con-figuras-o-barrio-obrero-82160
Alguna vez he intentado buscar la zona de donde la pintó Arteta. Ya daremos con ella.
Muchas gracias por tus regalos. Nunca defraudan. Cuando empiezas a leer una nueva entrada, sabes que te esperan varias sorpresas. Un saludo.
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Hola Xabi, muchas gracias por tu comentario. Me has alegrado el día. Yo creo, con pocas dudas, que el punto geográfico desde el que está compuesta esa pintura de Aurelio Arteta está claro. Hay que tener en cuenta lo mucho que ha cambiado el panorama urbano en estos 100 últimos años y que Arteta «compuso» su imagen pictórica libremente, tomando datos sestaoarras de aquí y allá.
Bien, estamos viendo a un grupo de tres personas que ascienden por una cuesta. A su espalda se ven las fachadas traseras de varias casas (PB+4+camarote) orientadas a unos descampados vallados de mala manera. Se advierte que las fachadas delanteras, aunque no se ven, se orientan a una calle por la que circula el tranvía, a la izquierda. Esa calle importante es Txabarri y la cuesta por la que sube la gente es el tramo hoy escalonado entre las calles El Sol y Oquilla, junto al parque del Sol. Si te metes en Google Maps y pides al Street View que te lleve al 3 de la calle Oquilla y orientas la visión hacia el Alto Horno nº 1, verás los perfiles, exactos, de los tejados de las casas pintadas por Arteta. Las fachadas traseras han cambiado un poco, pero el ritmo y las alturas de las cubiertas son, aún hoy, como Arteta los pintó, incluido ese estrecho callejón que separa el inmueble de la izquierda de los dos de la derecha. Por encima de los tejados, en la pintura, se ven las chimeneas de los Altos Hornos del mismo modo en que hoy se ve el único Alto Horno que se conserva.
A la izquierda de la pintura, tras el tranvía, se ve un edificio rojizo que hace esquina; éste ya no existe, pero esa esquina daba comienzo a una carretera que conducía a las instalaciones industriales, exactamente igual que hoy sólo que ya no es esquina de un cruce de calles, sino rotonda despejada. Al fondo de la pintura se observa el curso de la ría, de lado a lado, y un barco sobre sus aguas.
Para crear un punto de fuga visual hacia la izquierda, Arteta tuvo que eliminar el edificio que ya existía entonces a un lado de las escalinatas, así como los que se hallaban unidos a la medianera izquierda del que en la pintura se ve aislado, y sustituir todo ello por esos descampados vallados. Un placer, Xabi..
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¡Genial, Javier! Además de todo, y lo bien, que divulgas, ¡eres un cuadrolocalizador de aupaelSestao! Invéntate también un término para esta nueva actividad de volver al cabo del tiempo a lugares pintados.
Y el de Google, otro «artista», retratando un siglo después a la chica ociosa de las playeras y, ¡cómo no! con su móvil.
https://www.google.es/maps/@43.3103688,-3.000924,3a,45.8y,-1.75h,85.63t/data=!3m6!1e1!3m4!1sVbhklBW0WZ_X-Luivvl_PQ!2e0!7i13312!8i6656?hl=es
(¿Y por qué no va a ser nieta de la criatura que lleva en el brazo la mujer del cuadro de Arteta?)
SI a ti te ha alegrado el día este descubrimiento, a mí me ha alegrado por lo menos la semana. Pasaremos en familia el sábado a desandar ese cuadro; y a ver si así, consigo otro día acercar al adolescente al museo del parque.
Te debo una. Por si acaso te comento dos localizaciones, porque a lo mejor conoces una, y es menos probable que conozcas ambas. García Erguin comentaba en prensa, hace cosa de año-añoypico, en entrevista hecha en su estudio cómo creía que Arteta debió pintar uno de sus cuadros desde la ventana colindante a su estudio. Ahí tienes una visita, que está en tu barrio.
La otra ubicación requiere desplazarse a Elantxobe, porque esta vez no llegó el del Steet View. Detrás del ayuntamiento, a la izquierda entrando a la a talaya, está la casa del cuadro «Elanchove» de Guezala.
Claro que como me dijo Iñigo, un amigo que se dedica al asunto, el arte supera siempre la realidad.
Un abrazo (de los de antes del 14Ml)
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Jajaja!! No me había fijado en la chica de las playeras y el móvil, ahí sentada en un banco de la esquina y volcada sobre su WhatsApp. Apuesto a que, como tú dices, esa chica es nieta o biznieta de la niña que llevaba en brazos la mujer de la pintura. ¡Qué historia tan bonita podría construirse con este material! Respecto a las otras dos localizaciones. Conozco la del estudio de Iñaki García Ergüin, he estado en esa casa y, en efecto, es el mismo lugar que el utilizado por Arteta para una pintura que muestra el Campo de Volantín visto desde esa altura. La otra en Elantxobe, uff, hace mil años que no he pasado por ese pueblo y cuando estuve, en fiestas, no tenia la cabeza para acordarme del bueno de Guezala y su preciosa pintura. Creo que Arteta utilizó ese mismo ángulo para su pintura «Tríptico de la guerra» que pintó en 1937 en el exilio vasco-francés.
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