Javier González de Durana

En muchas áreas deprimidas de ciudades en Occidente el proceso de revalorización de los terrenos suele iniciarse con la aparición de actividades culturales que siempre son de iniciativa privada y como resultado de las bajas rentas que en ellos se aplica al alquiler de abandonados almacenes, pabellones, talleres… En esta fase inicial del cambio de uso los primeros usuarios suelen ser sujetos culturales que -sin llegar a ser residentes- realizan ahí sus actividades al no poder desarrollarlas en zonas más centrales y activas de la ciudad, pero también mucho más caras. Ni que decir tiene que se trata de gente con muy pocos recursos económicos y nula influencia sobre los poderes políticos. En medio de incomodidades como el frío, la humedad, la falta de energía eléctrica, la suciedad, las inseguridades de todo tipo…, utilizando los inmuebles tal y como los encontraron, estos primeros usuarios -por lo general artistas y artesanos- consiguen dotar a la zona de una singularidad distintiva por su activismo cultural, que en numerosas ocasiones es «non-profit» o casi.
Al cabo de unos años, esa intrusión sectorial lindante con lo marginal empieza a verse asociada con el pintoresquismo de las viejas instalaciones industriales en un paisaje de cierto romanticismo, lo que atrae a los primeros inversores privados cercanos a la cultura pero con posibilidades económicas más amplias. Esto implica la presencia de un tipo de actividad laboral y usuario que puede exigir a los responsables municipales que empiecen a prestar atención y cuidado a la zona: vigilancia policial, recogida de basuras… Así, se activa la compra de pisos antiguos o pabellones para su rehabilitación y uso residencial o laboral por parte de quienes ya son usuarios de la zona o bien por aquellos que se sienten atraídos por el peculiar clima que se vive en unas calles aún insuficientemente atendidas por los servicios públicos. Todo ello, poco a poco, provoca la elevación del valor de terrenos próximos (vacíos algunos, otros ocupados por absolutas ruinas arquitectónicas) que, tras su recalificación urbanística para dejar atrás los usos industriales y orientarlos hacia los residenciales y terciarios, empiezan a suscitar el interés de gestores públicos, promotores inmobiliarios y constructores…, aunque si se produce la recalificación, por lo general, es porque ya hay intereses previos.
Lo hemos visto innumerables veces desde mediados del siglo pasado. Cuando entre las antiguas instalaciones industriales quedan inmuebles de viviendas con población residente -por lo general anciana y empobrecida- este proceso va acompañado por una lenta pero implacable sustitución social que da entrada a profesionales jóvenes y con recursos, desplazando a los anteriores. Lo sucedido en Zorrotzaurre durante los últimos 25 años ha seguido estos pasos, pero con peculiaridades, pues todos los casos las tienen.
El boletín digital de la Comisión Gestora de Zorrotzaurre (CGZ) manifiesta en algunos de sus escritos cierta memoria selectiva. Por ejemplo, asegura que «desde el año 2008, y en paralelo al proyecto de regeneración urbanística, se están instalando en la futura isla de Zorrotzaurre un número creciente de actividades culturales, artísticas y de ocio, que están convirtiendo a Zorrotzaurre en una verdadera ‘isla creativa’, un espacio idóneo para acoger la innovación artística y la creatividad«. Estos componentes, al parecer, son de gran importancia para su positivo y cualitativamente elevado proceso regenerador: Bilbao se ha convertido (¿de pronto?) en una ciudad cultural y esto ya no nos puede faltar se haga lo que se haga.

Pero no es exacto que «este proceso» tuviera su «origen en el año 1998 cuando la ‘Asociación Cultural Hacería’ se instaló en Zorrotzaurre, recuperando una nave industrial como espacio para teatro, música y danza«. Ya que se menciona el «origen» hay que decir que, antes de nadie y nada, en bastantes muros había grafitis de cierta entidad, lo que nos remite al anonimato de unos artistas de los que me temo nunca sabremos mucho; son la prehistoria del lugar. Pero el primer hecho cultural constatado tuvo lugar durante 1996-97 en la fabrica Consonni, que entonces llevaba varios años cerrada. El asunto fue activado por Franck Larcade, un artista vasco-francés ligado al Instituto Francés de Bilbao que, con la colaboración de su entonces director Jerome Delormas, desplegó una serie de actividades a lo largo de tres años entre las que han quedado algunas obras memorables, como los vídeos que Sergio Prego realizó allí con el título de Tetsuo (bound to fail), 1998. Larcade siguió los pasos que en 1995 había iniciado la Sala Rekalde al abrir un espacio expositivo paralelo (REKALDE-Area 2) en la segunda planta del edificio industrial situado en el 35 de la bilbaina Alameda de Mazarredo. Algún día contaré los esfuerzos de expansión de la Sala Rekalde por instalaciones industriales en la margen izquierda de la ría: Molinos Vascos, Edificio Ilgner…, pero ahora recordaré que la colaboración de aquel Instituto Francés fue importante también para REKALDE-Area 2, pues gracias a su mediación expusieron en España por primera vez artistas como Thomas Hirshhorn, Marie-Ange Guilleminot, Didier Trenet, Olivier Stévenart, Alain Bernardini…

Continúa el boletín digital de la CGZ: «En 2008, con el proyecto urbanístico ya en marcha, surgió el proyecto ZAWP (Zorrotzaurre Art Work in Progress) con el objeto de generar actividades artísticas y creativas mientras la modernización del barrio se desarrollaba. Se trataba de realizar actuaciones en el ‘mientras tanto’ utilizando para las actividades creativas naves industriales desocupadas que cobraban así una nueva vida«. ZAWP contó con el apoyo de la Viceconsejería de Cultura del Gobierno Vasco que financió la rehabilitación de algunas naves industriales, pero es importante señalar el detalle de que esa participación gubernamental empezó a darse más de diez años después de que el barrio empezara a acoger y desplegar actividades de iniciativa privada y, más importante aún, una vez el proyecto urbanístico estaba «en marcha«. Es decir, la cultura institucional se insertó en la vida de la isla cuando ésta ya había quedado ordenada en los planos de Zaha Hadid (2005).
«A finales de 2009 -prosigue el CGZ- surgió la idea de un mercadillo creativo que se ha acabado consolidando en la antigua fábrica de galletas Artiach (…). Liderado por ‘Espacio Open’, en Artiach conviven hoy un total de 30 empresas y asociaciones de industria tradicional, industria creativa, fabricación digital y cultura urbana. También con el apoyo del Gobierno Vasco, en 2012 surgió el proyecto ‘Pabellón Nº 6’, de la mano de 13 profesionales relacionados con las artes escénicas, con la pretensión de propiciar sinergias y hacer un ejercicio de autogestión compartida. Hoy es un teatro estable donde se representan obras de vanguardia de pequeño formato».
Fue sintomático de este hacer institucional «a rastras» que la única iniciativa realizada con la colaboración del Gobierno Vasco y el Ayuntamiento de Bilbao fuera la rehabilitación de las naves del antiguo edificio de Papelera Nervión, las cuales han permanecido cerradas y sin uso durante muchos años, tras haber realizado una fuerte inversión económica, porque no se descontaminó el suelo sobre el que se levantan. Ahora, años después, se dice «que pronto abrirá sus puertas como centro cultural«. ¿Qué tipo de centro será ese?: «El Ayuntamiento de Bilbao y el centro superior de diseño Kunsthal, ubicado en la localidad guipuzcoana de Irún, han suscrito un acuerdo por el que el consistorio cede el Edificio Papelera para que acoja la nueva sede que el Kunsthal va a instalar en Bilbao». Kunsthal se creó en 1998 para la formación de profesionales en diseño gráfico, diseño de interiores y diseño de jardín-paisajismo. Es el único centro privado de Euskadi que otorga títulos superiores en estas especialidades. «En septiembre de 2019, el Edificio Papelera abrirá sus puertas ya convertido en centro superior de diseño, tras una obra de acondicionamiento que va a realizar el Ayuntamiento (…) cuyo presupuesto se estima en medio millón de euros».
Kunsthal, en su web, asegura que «el hecho de que Kunsthal, abra una sede nueva en una de las zonas con más proyección urbana de la ciudad de Bilbao (la isla de Zorrotzaurre), contribuye al enriquecimiento, tanto cultural como de oferta educativa, en un momento en el que las disciplinas del Diseño repuntan de nuevo como profesiones impulsoras del nuevo reajuste y crecimiento económico«. Mayor proyección urbana va unido estrechamente a enriquecimiento cultural y crecimiento económico. Más claro agua, apresurándose a decir que «en el entorno de Zorrozaurre, Kunsthal convivirá con otras entidades con las que podremos compartir estímulos y sinergias. Entidades como el Instituto Tecnológico del videojuego Digipen; la nueva facultad de Medicina de la Universidad de Deusto; el proyecto As Fabrik de Mondragon Unibertsitatea; o Tknika, el centro público de Innovación para la Formación Profesional«.
Kunsthal es una empresa privada, «una cooperativa sin ánimo de lucro» dice, así que la pregunta inevitable es ¿cómo una empresa privada accede al uso de un edificio público? ¿Existen compensaciones del tipo que sea por esa «cesión» de uso y por las «obras de acondicionamiento» que asumirá el municipio? Si las hay ¿cuáles son? En todo caso, Vds. ya se habrán dado cuenta: DigiPen, «la universidad de los videojuegos«, la Universidad de Deusto, Mondragon Unibertsitatea mediante su proyecto As Fabrik promovido por seis socios privados -más el Ayuntamiento de Bilbao-…, ¿acaso no son todas entidades privadas? Tan sólo Tknika es un centro impulsado por la Viceconsejería de Formación Profesional del Departamento de Educación del Gobierno Vasco.
Como colofón de todo ello, el boletín del CGZ se ufana en decir que «este proceso innovador se ha convertido en una de las señas de identidad de Zorrotzaurre, futura ‘isla creativa’, donde la imaginación, la cultura y el ocio alternativo encuentren su natural acomodo en un entorno adecuado donde vivir, trabajar y disfrutar«. Antes esto era una ruina, en el futuro -dícese- será un barrio con las señas de identidad propias de un «ocio alternativo». ¿Alternativo?
La cultura, perdón, LA CULTURA. Y todo esto empezó con unos grafiteros, un artista-gestor y un videoartista rodeado de cámaras fotográficas en una nave industrial vacía. Ahora llegan Universidades y empresas privadas de nombres sonoros: DigiPen, As Fabrik, Kunsthal…, ¿quiénes son y qué han conseguido de las instituciones a cambio de lo que se supone ofrecerán? Por cierto, ¿cuáles serán los equipamientos culturales públicos previstos para la zona? ¿habilitará el Ayuntamiento una biblioteca, una sala exposiciones, otra de conciertos y conferencias… o será todo de pago y acceso restringido? No se ha escuchado ni una sola palabra sobre esto de momento.

