Javier González de Durana
El pasado día 20 en la sede bilbaína del Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro (COAVN) se presentó un par de proyectos que, bajo la denominación de Terminus, realizaron alumnos de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra como ejercicios Fin de Grado. El director de dicha Escuela, Miguel Ángel Alonso del Val, aprovechó la circunstancia para exponer los planes que desde ese centro universitario se tienen para un futuro cercano y que, en buena medida, tendrán proyección en Zorrotzaurre, puesto que entre ellos está el de instalarse en ese neo-territorio como delegación o expansión de la Escuela de Arquitectura que Alonso del Val dirige. Fue interesante conocer sus planes. Los expuso con claridad y sucintamente. No era el momento para muchos más detalles. Iremos viendo.
Las especialidades que tienen pensado crear en Bilbao son arquitectura, urbanismo, diseño y, dentro de esta última, moda. El propósito es no limitarse a la arquitectura, sino ampliar su campo de actuación docente a territorios colindantes en los que su enseñanza tenga efectos formativos y laborales. La Escuela navarra es la que logra la más alta tasa de empleabilidad entre sus titulados, así que se puede conjeturar que habrá calculado con buen tino que existen territorios académicos no suficientemente atendidos en los que no sólo habrá alumnado, sino también empleos por cubrir. El asunto va rápido, pues para junio de 2019 tienen previsto impartir sus dos primeros cursos, relacionados con el diseño de moda y las tecnologías, ambos en alianza con otro centro académico europeo cuyo nombre no desveló.
La sala de conferencias del COAVN estaba repleta de gente, lo que, unido a los ciclos de cine, cursillos de formación, exposiciones…, con muy buenas acogidas también, cabe interpretar como excelente síntoma de que el Colegio está recuperando el pulso cultural que tuvo hace años.

En el turno de preguntas alguien del público señaló que lo que más le había llamado la atención de lo expuesto por Alonso del Val era que se incluyera la moda como parte de la actividad docente de esa futura Escuela de Arquitectura. No sé quién hizo la pregunta, pero imagino que, como la inmensa mayoría de los presentes allí, era un arquitecto y el tono de la pregunta era algo así como «¿qué tenemos que ver nosotros con ese campo?«. La respuesta que recibió fue correcta pero genérica, bajo el signo de lo relativo al diseño. Es curioso, aunque lógico, este acercamiento al diseño de indumentaria -vamos a dejar de lado la palabra moda– por parte tanto de la formación universitaria en Arquitectura como de la paralela en Bellas Artes.
Sí, porque también esta última facultad, en Leioa, ha venido ofertando desde el curso 2010-11 un Titulo propio de Especialista en Diseño de Moda, si bien durante el curso 2017-18 se ha sustituido por un Curso de Formación Complementaria de 20 créditos (200 horas) en colaboración con una Escuela de Alta Costura privada de Bilbao. Así que tenemos a docentes de arquitectos y de artistas convergiendo en una misma área formativa. A ver quién se lleva el gato al agua. El título propio de la UPV/EHU de especialista en Diseño de Moda era el único relacionado con este campo que se impartía en aulas universitarias de Euskadi. En sus siete promociones se formaron más de medio centenar de diseñadores y, aunque era una titulación potente y consolidada, la caída de las matrículas obligó a suprimirla. Exigía contar con una licenciatura o un grado para poder matricularse y mucha dedicación a los estudios. La formación tenía una duración de cerca de año y medio que incluía prácticas laborales.
Bueno, a lo que iba, a mi me sorprendió la sorpresa de quien la expuso en voz alta ante el director de la Escuela navarra porque los paralelismos entre la arquitectura y lo textil, las relaciones entre ambas, tienen raíces antiguas y profundas. El origen textil de la arquitectura constituyó el núcleo fundador de una línea de la cultura arquitectónica que, a mediados del siglo XIX, se propuso como alternativa moderna a la del clasicismo o el neo-clasicismo, una alternativa cuya característica era la ligereza y respecto a la cual la estructura se encontraba subordinada y era sólo soporte, una alternativa que ha llegado prácticamente hasta nuestros días y que constituyó el núcleo central del ejercicio profesional del arquitecto a lo largo del siglo XX.
La teoría del origen textil de la arquitectura fue elaborada por el alemán Gottfried Semper (1803-1879). Su tratado, sobre el origen de la arquitectura, rompió completamente con la tradición iniciada por Vitruvio, pues a diferencia de éste, quien recurrió a narraciones o historias míticas para explicar el origen de ésta, Semper lo explicó en base a investigaciones antropológicas y a su observación sobre la evolución de las técnicas constructivas. Su propuesta, respaldada por el análisis de numerosas construcciones primitivas, explicó la evolución de la arquitectura por medio de los materiales, las técnicas constructivas y las características de las sociedades en que se desarrollaron. La identificación de los elementos básicos de la arquitectura permitió romper -posteriormente- con normas estéticas que ya eran anacrónicas, liberando la posibilidad de utilizar nuevos materiales y técnicas de construcción. La influencia de la teoría de Semper ha sido evidente en la obra de varios de los principales arquitectos del siglo XX, como Gaudí, Kahn, Le Corbusier, Loos, Mies van der Rohe, Scarpa, Utzon y Wright.
La identificación hecha por Samper de los cuatro elementos originarios y básicos del arte de la construcción fue la siguiente: primero, el fuego u hogar (centro espiritual y social alrededor del cual se reúne, calienta y alimenta el grupo humano); después el suelo con terraplén (que protege el fuego); en tercer lugar la cubierta; y en cuarto, el cerramiento lateral. En relación a estos cerramientos laterales, Semper estableció que su origen se hallaba en el arte de fabricar esteras con filamentos vegetales.
La propuesta de Semper sobre el origen textil de la pared ha sido de enorme importancia en la arquitectura moderna, como se puede ver en el concepto de muro-cortina (curtain-wall), como revestimiento. El material básico que en origen estableció la norma para la delimitación vertical no fue la pared de piedra, sino un material que, aunque menos durable, influyó por mucho tiempo en la evolución de la arquitectura tan poderosamente como la piedra, los metales o la madera. Me refiero a la valla, la estera y la alfombra… Tejer la valla llevó a tejer paredes movibles de carrizo, caña o mimbre y después a tejer alfombras de fibra vegetal o animal más delgadas. Usar esteras de mimbre para delimitar la propiedad, para alfombras y para protección contra el calor y el frío, es anterior a la albañilería. La estera fue el origen de la pared. Continuador de la línea de pensamiento de Semper, Adolf Loos en un texto titulado El principio del revestimiento (1898), al referirse a alfombras y tapices, puntualizó que “la manta es el detalle arquitectónico más antiguo”.

Y de lo textil arquitectónico se pasa, con facilidad, a lo textil sartorial. Una indumentaria no deja de ser un hábitat. Temporal, individual y flexible, pero dentro del cual una persona está y vive. Conceptualmente, no hay grandes diferencias entre construcción y confección. Sí las hay en cuanto a los materiales, procesos y destinatarios, pero no en lo referido a la idea de formalizar espacio humano.
Las relaciones entre lo textil, la arquitectura y la indumentaria se hacen patentes en la exposición que se muestra en el Museo ICO (c/ Zorrila 3, Madrid) hasta el próximo 20 de enero. Con el título de Elementos primarios aborda la interesantísima obra de Francis Kéré, un arquitecto de Burkina Faso que desde su remota aldea ha crecido profesionalmente hasta convertirse en uno de los más atractivos profesionales actuales. La diáfana hermosura de sus sencillas construcciones alecciona sobre cómo actuar en entornos precarios, al utilizar los pocos medios disponibles con necesaria agudeza pragmática y dando poder a las comunidades a través de su activa implicación en las decisiones que se toman, así como en la misma materialización de sus edificios, al tiempo que plantea un punto de vista crítico, fruto de la reflexión, sobre la sustancia misma de la arquitectura porque en paralelo también investiga y revisa sus fundamentos generales básicos.
La escuela levantada en su aldea natal (1999-2001) mereció el premio Agra Khan por la feliz combinación de compromiso ético y excelencia estética y el Pabellón de la Serpentine Gallery (2017) londinense marcó su consagración cosmopolita. Entre ambos Kéré ha transitado el largo camino que media entre las secas y ralas llanuras de su país y la exhuberante fronda vegetal de Kensington Gardens, sin perder su integridad personal y su conciencia comunitaria.


Entre el suelo y el techo, sus muros delimitan el perímetro con celosías ligeras o patrones cromáticos que recuerdan el origen textil, separando interior y exterior con el material y el ornamento, que vienen a ser lo mismo. Semper, defensor de la policromía en los edificios, levantó su teoría sobre la asociación del muro y el techo, y precisamente la obra de Kéré alude a menudo al cerramiento textil que evocan los muros vernáculos pintados con motivos geométricos.
