La escultura al pie de la arquitectura.

Javier González de Durana

A Ricardo del Campo.

Las circunstancias hicieron que la semana pasada, en el lapso de pocos minutos, viera en las calles de Bilbao dos esculturas de Néstor Basterretxea. No son piezas desconocidas, pues llevan más de tres décadas a la vista de la gente, pero el hecho de contemplarlas casi seguidas, debido a la ruta urbana que llevaba yo ese día, me hizo poner en relación la historia de ambas, su origen y el estado actual en que se hallan. Una se encuentra en el chaflán trasero del antiguo edificio de Bankunión, actualmente CaixaBank (esquina de c/ Buenos Aires con c/ Ledesma) y otra es la que ahora se puede contemplar en el Campo Volantín, pero que nació para el acceso de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Bilbao (esquina de c/ Licenciado Poza con Alameda de Recalde).
Como ya mencioné hace meses en la entrada dedicada a “La arquitectura del dinero”, el antiguo Bankunión fue diseñado por el equipo de Ricardo del Campo, Juan Manuel Pazos y los hermanos José Luis y Mariano Ortega, siendo inaugurado en 1977. Con tal motivo la entidad bancaria publicó un libro en el que narraba su propia historia al tiempo que repasaba el devenir económico y urbanístico de la Villa. La radiante modernidad del edificio -el primero con fachada ventilada- incluía una doble intervención, interior y exterior, de Basterretxea. Merece la pena recordar la manera en que el propio banco valoraba en aquel libro esta actuación artística:
El cliente, el hombre, tiene que moverse cómodamente sobre un entorno sin sabores oficinescos, donde su propia subjetividad encuentre, además de las realidades económicas que busca, otras realidades anímicas concretas. Por eso el diseño industrial y el arte indígena no podían escapar a la dimensión vitalista de un banco joven, pensado para una zona abundante de historia. Todo mensaje actual de dinamismo exige de una plástica más evidente y más humanizada. Por eso, la mágica vibración de la luz sobre la pantalla-fuente que Néstor Basterrechea ha realizado en alabastro y cristal para el patio de operaciones. Por eso el gran mascarón de proa del citado escultor vasco que se abre al tráfico de la Plaza de España sobre un ángulo del terreno que BANKUNION ha cedido al pueblo de Bilbao. De nuevo, las raíces vascas de una secular industria -la naval, tan desarrollada durante algún tiempo en las inmediaciones de esta plaza bilbaína- inspirando la telúrica expansión de una forma abstracta nacida para abrir estelas sobre la mar infinita. Es lo que ha hecho Néstor Basterrechea: fundir el ayer con el mañana Recordar aquellas humildes gentes de Albia que asomaban su curiosidad aldeana al tráfico universalista de la ría de Bilbao, recrear, en piedra, los módulos trascendentes de Gaztañeta, cantar a los constructores de su Bermeo nativo y al habitante encendido de Santimamiñe…”.
La característica prosa de Manuel Llano Gorostiza se esforzaba por traducir en clave de negocio con alma y corazón la decisión corporativa de incluir la escultura moderna en sus nuevas instalaciones. Llama la atención ahora que empresas dirigidas entonces por individuos de ideologías conservadoras quisieran mostrar un aspecto decididamente avanzado y tomaran distancia respecto de aquello que ante la sociedad y, en concreto, ante su clientela pudiera ofrecer vínculos con el pasado reciente, franquista, prefiriendo el metafórico pasado remoto, lo indígena, las raíces y hasta la pintura rupestre. No olvidemos que este edificio se inauguró en plena transición democrática y que muchos dirigentes económicos, hasta entonces aliados del régimen fenecido, se convirtieron de pronto en defensores nacionalistas de lo autóctono. El director de la Zona Norte de Bankunión era José Mª Luzárraga, artífice de que el edificio se realizara y que las esculturas de Basterretxea se instalaran; emprendedor incansable, suya fue también la iniciativa del Parque de Atracciones de Artxanda (véase la entrada «Vestigios de una modernidad vencida»). Los arquitectos no habían previsto ningún elemento escultórico dentro o fuera del edificio, pero contemplaron con buenos ojos la idea de instalar unas piezas de Basterretxea.
Es curioso y divertido comprobar en las páginas finales del libro el modo en que recibieron los ejecutivos de esta empresa toda aquella modernidad de diseño y arquitectura, pues en las imágenes de los despachos y salas de reuniones reproducidas en sus páginas la decoración de estos ámbitos personales de trabajo tenía un aire inequívocamente antiguo (cornucopias, jarrones chinos, escritorios de sólida madera tallada, sillas pintadas de inspiración barroca, alfombras…), pero en el que se colaban ocasionalmente detalles más o menos contemporáneos (una lámpara de mesa, unos sillones de escritorio, una estantería de libros…). Entre estos detalles destacaban las pinturas, claramente modernas en su abstracción geométrica e informalista. Resulta gracioso comprobar la manera híbrida en que estos ejecutivos trataban de compaginar un ambiente de comodidad laboral tradicional (similar al que seguramente tenían en sus propias casas, un lujo burgués de conservadora influencia inglesa o francesa) con detalles de neta actualidad.
Bien, a lo que voy; ¿qué fue de aquellos dos gestos de modernidad escultórica? La pieza de luz, alabastro y cristal del vestíbulo interior desapareció hace más de 15 años con motivo de alguno de los varios cambios de propiedad y los correspondientes pasos de decoradores e interioristas. Probablemente, quien la retiró no sabía que se trataba de una obra de arte. La escultura exterior está dejada de la mano de Dios, pero tiene remedio. El poderoso y recio volumen pétreo de Basterretxea, titulado Akez, se mantiene íntegro, pero el espacio reservado a él, ese ángulo “cedido al pueblo de Bilbao” por Bankunión, ofrece un aspecto sucio y desangelado, con grafitis, roturas y pérdidas materiales, habiéndose convertido en refugio propicio para beodos que duermen la mona e indeseables que vacían la vejiga. Puede haber dos causas para esta situación.

Una es que, al haberlo cedido a la ciudad, «al pueblo de Bilbao«, el promotor del inmueble no se considerara responsable de su limpieza y mantenimiento, pero si esto no quedó estipulado en su momento con el Ayuntamiento, es decir, si el Ayuntamiento no recibió como propia esa escultura, es evidente que no tendría por qué hacerse cargo de ella. Sospecho que aquello de la “cesión” era un bonito modo de decir que colocaban la escultura en un espacio privado abierto al espacio público de las calles, y punto. Existió algo más que el libro corporativo se encarga de recordar cuando menciona las “atenciones y esfuerzos” que se tuvieron que aplicar a “la remodelación y concordancia de la fachada de Ledesma, impuesta por inflexibles criterios municipalistas, nacidos de una interpretación literal de los textos de las Ordenanzas de Construcción de la Villa”. En conversación mantenida con uno de los arquitectos que lo diseñó, éste me confirma que, en efecto, debido a una serie de compensaciones volumétricas, esa esquina la diseñaron en chaflán, desocupando unos veinticinco metros cuadrados de solar y evitando que la nueva construcción acabara en punta, como así hacía el edificio preexistente. De ahí que quizás por ello se hablara de “cesión”, lo cual fue aprovechado por Luzárraga para instalar la escultura. Esto explicaría que la pieza de Basterretxea se ubicase en la parte trasera del edificio, cuando lo habitual en estas corporaciones era que el elemento artístico-simbólico (caso de dotarse de uno) ocupase la zona cercana al acceso principal.
Otra causa ha podido ser que, al haber cambiado el propietario del inmueble (Bankunión se desprendió de él poco tiempo después y, tras pasar por varias manos, ahora es una multipropiedad), los nuevos y actuales gestores no se sientan obligados a cuidar algo que ellos no pusieron en ese ángulo de su solar. Esta última circunstancia se ha repetido con mucha frecuencia: un promotor instala con orgullo -y paga de su bolsillo sin que nadie se lo haya requerido- una escultura en el espacio urbano liberado por el edificio que promociona, cuidándolo con el afecto y la atención que merecen los símbolos mientras continúa siendo suyo porque para él significa algo, pero una vez la propiedad cambia de manos y para los nuevos dueños el objeto artístico no significa nada pero implica gastos de mantenimiento y preocupación, el afecto y la atención desaparecen.

La segunda escultura de Basterretxea, llamada Mascarón de proa, como he dicho antes, estuvo en el acceso de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Bilbao, un edificio de Juan Carlos Smith, Félix Iñiguez de Onzoño, Carlos Lázaro, Vicente Mensua y Ángel Pérez Iniesta, inaugurado en 1981. Sin embargo, a pesar de disponer de un acceso en esquina que se abre al espacio público, la escultura se instaló cinco años después, en 1986, con motivo del centenario de la Cámara. El lugar era propicio para una iniciativa de este tipo, pero la decisión de que fuera esa escultura en concreto constituyó un error porque las dimensiones de la pieza eran demasiado grandes para el espacio disponible y, por tanto, más que un ornato siempre supuso un obstáculo. Sus medidas son: 4,50 metros de alto, por 1’00 metro de ancho y 3’00 metros de largo y pesa unas 3,5 toneladas. Lo que resultaba más incómodo, en todo caso, era la amplia plataforma-soporte sobre la que se elevaba, una superficie triangular de unos 12 metros cuadrados.

basterretxea en CCIN
Mascarón de proa, en la entrada de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Bilbao.

Desconozco de quién fue la decisión de encargarla y ubicarla allí con ese tamaño (el presidente de la entidad entonces era Antón Madariaga), pero la relación de escalas no estuvo bien calculada. Tras permanecer bastantes años en ese incómodo lugar, finalmente en 2012 fue retirada, cedida al Ayuntamiento para su restauración y, después de unos años de olvido, trasladada a un jardincillo del Campo Volantín; éste fue el acuerdo que el Ayuntamiento alcanzó con el artista cuando aún vivía y es de suponer que en él estuvo incluida la Cámara de Comercio como propietaria.
La “cesión” en 2012 coincidió con el regreso de la Cámara a este edificio que había inaugurado en 1981, del que salió en 2001 y al que terminaba por retornar.
Desde el pasado mes de mayo la pieza se puede contemplar mucho mejor y sin haber perdido su vínculo simbólico con el componente de la Navegación por estar muy cerca de la ría y frente a la antigua Aduana del puerto. Imagino que la Cámara regaló o cedió (signifique esto lo que signifique en este caso) al Ayuntamiento la pieza -o la intercambió por algún favor- y que es éste quien se encarga de su actual mantenimiento. Esto último parece claro aquí, a diferencia de Aketz.

basterretxea en campo vol
Mascarón de proa, ahora en el Campo Volantín.

En definitiva, se trata de dos esculturas específicamente concebidas para espacios concretos de hibridación público-privada, pero surgidas de la iniciativa privada inmobiliaria. Finalmente, una permanece en su lugar originario abandonada a su suerte y la otra fue sacada de su equivocado emplazamiento originario para ser llevada a otro lugar.
Esta reflexión de hoy me llevará a escribir otra entrada, más adelante, acerca de las relaciones entre escultura y arquitectura corporativa porque, en muchas ocasiones, estas aparentes generosidades artísticas maquillan operaciones económicas de más hondo calado.

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