Javier González de Durana
A José Luis Burgos.
Es una afirmación repetida que la transformación de Bilbao se inició con el Metro, cuyas estaciones fueron diseñadas por Norman Foster (Manchester, 1935). Cierto que esa fue la primera obra finalizada de la larga serie de actuaciones que vendría después, pero también es verdad que los comienzos de la regeneración de esta ciudad arrancaron antes con un par tentativas que no salieron adelante…, podríamos decir que afortunadamente. La primera fue la de otro arquitecto británico, de la generación anterior a la de Foster. Se trató de la reforma-modificación de la Estación de Abando a cargo de un James Stirling que vivía la etapa final de su, por otra parte, brillante trayectoria. El proyecto no estaba bien concebido e incluía una extraña pasarela aérea que desde desde la zona lateral-posterior de la estación llegaba hasta el Casco Viejo, ¡atravesando uno de los edificios de la calle Bailén y sobrevolando la ría! La segunda fue la tentativa del alcalde José Mª Gorordo, aliado con Jorge Oteiza, para convertir la Alhóndiga en un centro cultural. En otro momento analizaremos este asunto con motivo del libro publicado por la Fundación Oteiza sobre aquel proyecto que fue revisado dos décadas después para su tesis doctoral por el investigador Iskander Rementería.
El Metro es uno de los 24 proyectos concebidos por Foster para formar parte de la exposición que la Fundación Telefónica presenta en su sede de Madrid, desde el pasado 6 de octubre y hasta el próximo 4 de febrero. En Bilbao, a raíz de que el británico ganara el concurso restringido organizado para el diseño de las estaciones de Metro, ya tuvimos la oportunidad de conocer con cierta amplitud su obra. En el Museo de Bellas Artes se presentó una exposición titulada Norman Foster. Proyectos de transporte y comunicación, al tiempo que se iniciaban las obras del subterráneo en la Plaza Elíptica. Era el año 1990. Posteriormente, en diciembre de 1995 se presentó en el Archivo Foral de Bizkaia otra exposición titulada Norman Foster. Arquitectura, urbanismo y medio ambiente con trece proyectos y obras, de las cuales cinco tenían relación con ciudades de España.
Aquella primera exposición de Bilbao estuvo centrada en «transporte y comunicación» debido a que se quería dar a conocer el trabajo realizado en tal campo por quien había recibido el encargo de diseñar un sistema de esa naturaleza. En Madrid la orientación de los contenidos es otra muy diferente: a lo largo de doce secciones, dedicadas a diferentes ámbitos sociales y técnicos (la cultura, la forma, la función, el bienestar, la movilidad…), se han creado doce diálogos entre, por un lado, un proyecto de su primera etapa y un proyecto reciente y, por otro lado, en el modo que el tema que los une hoy será abordado en el futuro. Dentro de cada sección se pone en evidencia la fusión entre el componente extremadamente tecnológico orientado al desarrollo y su carácter ético y social. Por tanto, el recorrido -cronológico y sintético- documenta la continuidad de las inquietudes de Foster y, al tiempo, pone de manifiesto la variedad de sus intereses. Este puente (trans)-temporal construye el esquema expositivo.
Más de 30 maquetas, 160 dibujos, abundantes fotografías y varios audiovisuales completan la exposición y permiten un mayor y más estrecho acercamiento a cada edificio, a cada momento profesional, a cada contexto histórico, técnico y artístico. Muy recomendable es el documental proyectado en una pequeña sala al fondo del espacio expositivo. Veamos esas doce secciones, la mayoría de las cuales están bien justificadas sin que falte alguna en la que -no importa- ha sido preciso forzar el discurso del emparejamiento; sea como sea, todos los proyectos son interesantes y doce pequeños videos con Foster -sereno, didáctico y a veces lírico- reflexionando sobre el tema de cada sección se constituye en elemento denominador común a todas las secciones:
(1) «El futuro del pasado: inspirar y nutrir el presente» relaciona sus dibujos realizados como estudiante entre 1958 y 1959 con la ampliación de las instalaciones del edificio de Château Margaux en Burdeos (Francia), acometida entre 2009 y 2015; aquí la estructura metálica que sostiene la cubierta de la ampliación, la ramificación de los soportes, proviene del ejemplo de la naturaleza y de los dibujos realizados medio siglo antes de las estructuras lígneas de construcciones vernáculas inglesas.
(2) «El futuro de la cultura: integrar patrimonio y creación» enfrenta el Carré d’Art de Nîmes (1984-1993), un foco cultural que reinterpreta con un lenguaje contemporáneo el cercano templo romano, con la rehabilitación del Salón de Reinos del Museo del Prado, un proyecto aún en desarrollo, diseñado como un atrio de triple altura y una sala multifuncional que ocupa todo el ancho del edificio; en ambos casos, el clasicismo esencial de las propuestas se refuerza con la regeneración de la ciudad histórica a través de la creación de ámbitos peatonales de intenso uso comunitario.
(3) «El futuro de la forma: reunir belleza, lógica y urbanidad» vincula la reciente colosal sede de la compañía Bloomberg (2010-17) en la City londinense con la que construyó para Willis Faber & Dumas (1971-75) en Ipswich hace cuarenta años, trabajos que se incorporan a la ciudad con respeto al entorno y a los vecinos, esto es, con urbanidad, es decir, con elegancia impecable y sofisticación en las fachadas.
(4) «El futuro de la función: adaptarse a necesidades cambiantes» relaciona la nueva Casa de Gobierno en Buenos Aires (2010-15), que se concibió e inició como proyecto para una entidad bancaria y cambió su uso a edificio edilicio, con el renovador Sainsbury Centre (1974-78), que en su día transformó la percepción de los espacios del arte al dotarlo de una flexibilidad inexistente antes en los centros y museos con este contenido.
(5) «El futuro del trabajo: difuminar la frontera con el ocio» disuelve las fronteras tanto del futuro del trabajo como el futuro del bienestar al mostrar en paralelo la emblemática sede construida para Apple en California (2010-17) con el pionero proyecto para el Centro de ocio Fred Olsen en los muelles de Londres (1968-70), al desdibujar las barreras materiales e ideológicas entre el trabajo físico y el intelectual provocadas por la robotización y la mecanización.
(6) «El futuro del bienestar: alcanzar la armonía con la naturaleza» vincula el acogedor Maggie’s Centre (2013-16) para pacientes oncológicos con la colorista Escuela de Hackney (1970-72) para niños con necesidades especiales, en los que el nexo es la obligación ética y social expresada a través de edificios específicos para la atención de grupos de usuarios especialmente vulnerables.
(7) «El futuro de la construcción: desafiar sus propios límites» pone en conexión el titánico proyecto para el aeropuerto de México (2014- ) con el no construido Climatroffice -la visionaria propuesta que realizó con R. Buckminster Fuller en 1971-, inscritos en una genealogía heroica de estructuras colosales.
(8) «El futuro de la técnica: aunar sofisticación y simplicidad» relaciona el sostenible aeropuerto para drones Droneport (2015- ) concebido para llevar materiales vitales, como medicinas y alimentos, a áreas del África rural de complicada accesibilidad por otros medios, con la elementalidad geodésica de su Casa autónoma (1982) concebida -y tampoco construida- nada menos que para su maestro y amigo R. Buckminster Fuller, en los que se reúnen métodos de construcción sencillos con geometrías singulares.
(9) «El futuro de la movilidad: ser segura, colectiva y ecológica» evidencia que la ciudad y el territorio exigen pensar de nuevo el futuro de la movilidad, una tarea que aquí se manifiesta poniendo en relación el estimulante proyecto urbano del SkyCycle (2013- ) con el popular Metro de Bilbao (1988-95).
(10) «El futuro de la sostenibilidad: unir innovación y tradición» pone como ejemplo pasado el Estudio territorial de la isla canaria de La Gomera (1975), que Foster diseñó por encargo de la naviera noruega Fred Olsen, y como futuro la Masdar City (2007- ) de Abu Dabi -donde, en una superficie de 640 hectáreas, reinterpreta las estrategias medioambientales y los patrones urbanos propios de los asentamientos tradicionales árabes para crear en el desierto una ciudad sin huella de carbono ni residuos- con los que muestra su preocupación por el medio ambiente y por mejorar el comportamiento energético de las ciudades, algo esencial para abordar el desafío del cambio climático.
(11) «El futuro de las redes: conectar personas mediante el diseño» plantea que el futuro de las redes que enhebran el planeta -e incluso de la expansión de la humanidad fuera del mismo- dan lugar a mostrar juntos el colosal proyecto del Thames Hub (2011- ) con la barcelonesa Torre de Collserola (1988-92),
(12) «El futuro del futuro: proteger y proyectar la vida humana» hermana la base lunar (2013- ) para la Agencia Espacial Europea, construida con robots y tecnología 3D, dando cuerpo al viejo sueño de proyectar las formas de vida terrestres más allá de nuestro planeta, con la primera realización del arquitecto, un minúsculo refugio en forma de cabina de avión, el Cockpit (1964), un acogedor habitáculo junto al río para la observación de regatas.
Inspirándose tanto en las construcciones históricas como en los avances científicos, sus proyectos reconcilian tradición y modernidad, inteligencia urbana y capacidad transformadora, excelencia estética e innovación tecnológica. La obra de Foster recupera la memoria del pasado y anticipa las necesidades del futuro sin dejar de estar sólidamente arraigada en las demandas y urgencias del presente.
Más allá de la fascinante técnica y estética de sus edificios, la exposición incide en algunas cuestiones menos llamativas pero igualmente trascendentales dentro de su trayectoria: la sensibilidad social que ha guiado muchos de sus trabajos, el diálogo entre tradición y modernidad, la reflexión acerca de la sostenibilidad y la vida en nuestras ciudades, el papel de la innovación y la tecnología, etc.
Comisariada por Luis Fernández-Galiano, catedrático de Proyectos de la ATSAM, la exposición tiene lugar en la tercera planta del edificio de Telefónica, un rascacielos madrileño (Ignacio de Cárdenas Pastor, 1929) que fue modelo de innovación en su día, y cuya formidable estructura se subraya con el limpio y ordenado montaje de la muestra. La exposición se organiza en doce estancias laterales, seis y seis, con una nave central ocupada por un conjunto de máquinas al servicio del movimiento -desde el planeador a la cápsula espacial-, presentadas como fuentes inspiradoras de estas arquitecturas livianas y emblemas de un mundo acelerado en cambio permanente. Esta «ambientación» museográfica es, quizás, la parte menos necesaria de la exposición; lo aéreo funciona como conjunto metafórico y simbólico que, realmente, Foster no necesita.
Para animar a que quien lea este escrito visite «Futuros comunes» no se me ocurre mejor estímulo que decir que no hace falta que le interese la arquitectura, pues con que le guste soñar es suficiente para disfrutar esta exposición.