Mugak. Exposición «Imanolena», de Luis Peña Ganchegui.

Javier González de Durana

peña casa color

No es la exposición principal de la Bienal, tampoco es la que más ha costado en recursos económicos, no ocupa un espacio grande, contiene pocos elementos, está montada con modestia, sólo se refiere a una casa familiar construida el año 1964 en los alrededores de un pequeño y apartado pueblo…, pero es una delicia, tanto la exposición como la obra expuesta de Luis Peña Ganchegui (1926-2009).

Se muestran los materiales precisos y necesarios, ni uno más, para comprender la obra de un autor en un momento histórico concreto: dibujos, planos, fotografías históricas y actuales, cartas, la memoria del proyecto, una maqueta e incluso una pintura al óleo realizada por el arquitecto.

La pintura en cuestión tiene historia. Luis Peña pugnaba por entrar en la Escuela de Arquitectura de Madrid, pero suspendía Dibujo. Varias veces; le costaba aprobar. No dibujaba mal, pero entonces suspendían hasta los muy buenos y excelentes. En ese tiempo de espera el aspirante a estudiante de Arquitectura se dedicó a pintar. Debió de pensar que esa podía ser una salida profesional alternativa. Pintaba y presentaba sus óleos a los concursos. En cierta ocasión ganó el primer premio de uno de ellos y en el jurado estaba Javier Sáenz de Oiza. Cuando éste se enteró que el premiado era un estudiante que fracasaba en sus reiterados intentos por entrar en la Escuela a causa del dibujo hizo saber a los profesores que le examinaban que aquel muchacho había ganado un premio de pintura y que él había intervenido en tal concesión. Luis Peña aprobó Dibujo en la siguiente ocasión que se presentó a examen. Faltaban diez años para que, ya como arquitecto, diseñara Imanolena, pero la mano del artista creativo que manifestaría en 1964 ya estaba en el bodegón de 1954.

peña pintura
Luis Peña Ganchegui. Sin título, óleo sobre lienzo, circa 1954.

El cliente que le solicitó la casa era el matrimonio compuesto por Imanol Beristain y Benita Bernedo. Industrial dedicado a la forja de precisión en acero, latón, cobre, duraliminio y aleaciones (Industrias de Deva, S.A.), Beristain era un empresario de la estirpe de vascos que aman su tierra y sienten un compromiso hacia sus gentes, que les lleva a perseguir la prosperidad de sus empresas con la misma intensidad con la que huyen del exceso y la ostentación.

La parcela en la que se construyó Imanolena está en una ladera que desciende hacia la costa, cerca de unas antiguas ruinas. Según recordaba el arquitecto años después, «el sitio ya era un lugar. Estaba habitado por los mitos y las leyendas (…) Lugar de encuentro entre el Cantábrico y la entrada del mismo en la cala donde se asienta el puerto de Motrico con su caserío, mirando al norte y abierto a los vientos reinantes y dominantes», en suma, un lugar que para ser habitado debía ser un refugio que permitiera a su cliente «recordar y soñar (…) mirar al mar protegido de sus temporales pero atento a los sonidos de los vientos y a los rumores de las brisas del mar«.

Antes de hacerse cargo de este proyecto, Luis Peña había conseguido dos importantes éxitos: la Torre Vista Alegre (Zarautz, 1959) y la reforma de la Plaza de la Trinidad (San Sebastián, 1963). Si la primera fue la única y sobresaliente pieza de un proyecto urbanístico que no cuajó en los aledaños de un señorial jardín, con la segunda demostró su predisposición sensible hacia el contexto urbano y su capacidad para establecer diálogos con las pre-existencias, pareciendo que apenas si tocaba lo que en el vacío espacio público había.

Los croquis iniciales de la vivienda muestran un enfoque aparentemente alejado del resultado final. Se trata, sin embargo, de un proceso casi lineal, en el que la organización funcional y la modulación espacial, presentes desde el comienzo, evolucionan hasta encontrar acomodo en una organización estructural y volumétrica unitaria. Esos primeros croquis responden a una composición orgánica, aterrazada siguiendo la pendiente de la ladera. Las diferentes estancias se resuelven mediante módulos cuadrados, dispuestos en racimo en torno a un patio. Un vacío interior que, a pesar de no ser estrictamente necesario para iluminar o ventilar estancia alguna, es utilizado por Peña para aportar la orientación sur a la zona de día (permitiendo la entrada de los rayos de sol en el estar-comedor). Un patrón de vivienda escalonada bajo un plano de cubierta paralelo al terreno.

peña plano

peña maqueta

El paso del primer esquema a la solución definitiva implica una simplificación de la disposición de los módulos, tanto en planta como en sección. En planta, suprimiendo los desfases entre crujías para definir un rectángulo. En sección, introduciendo un único cambio de nivel, entre la zona de noche y la zona de día. En esta evolución el patio será matizado y desarrollado hasta convertirse en uno de los elementos clave del proyecto.

La plataforma escalonada que, a modo de crepidoma, sirve de apoyo a la hilera perimetral de soportes sobre los que se apoya la cubierta, define la sección atrincherada que protege el espacio vital de esta vivienda-refugio. Sección escalonada que, adecuándose a la topografía, permite una mayor altura en la zona de día que en las habitaciones sin alterar la imagen de gran cubierta flotando próximo al terreno.

La cresta acristalada que remata el tejado permite adecuar, a la climatología lluviosa del Cantábrico, un elemento propio de otras latitudes como es el patio, cuya presencia resuelve la ecuación de disfrutar de las vistas, al norte, sin renunciar a los rayos de sol, procedentes del sur. El resultado es una estancia singular, al mismo tiempo interior y exterior, tan pronto jardín como distribuidor de las habitaciones.

La disposición del garage bajo la vivienda permite el acceso directo al centro de gravedad de la planta, articulando con ello el encuentro del edificio con el terreno en el mismo punto en que se produce la transición exterior-interior, público-privado. Se trata de un recorrido ascendente de la oscuridad a la luz, de las entrañas de la tierra a la visión del cielo a través del lucernario central, en una especie de ritual que ayuda a sentirse conectado con el lugar.

Esta combinación de elementos en la que un profundo alero horizontal se articula mediante capiteles metálicos sobre una secuencia de soportes cuadrados que descansan sobre un talud escalonado, es un mecanismo que hereda del bolatoki de la Plaza de la Trinidad, construido un año antes de Imanolena.

Tal y como declaraba la Memoria del proyecto: «Volumen único para no minimizar el paisaje. Estudio de la sección terreno-vía de acceso para crear intimidad y mantener las vistas. Al mismo tiempo se reduce la altura del porche para defensa de la lluvia. Intencionada expresión de defensa dando riqueza formal a la cubierta. Composición en torno a patio cubierto que permite el soleamiento del estar-comedor debido a que las vistas tienen orientación Norte. Desarrollo de vivienda para familia numerosa y propietario de País Vasco que tras duros avatares (exilio, trabajador obrero, pequeño industrial en América, luchador por los diversos países del mundo) consigue ser empresario en Motrico y Deva«. La superficie útil en la planta de vivienda, garaje al margen, es de 134’50 metros cuadrados.

Continuaba adentrándose en territorios míticos y poéticos con un pie anclado en el presente moderno con cita a autoridad pertinente: «La futura vivienda ocupa una posición singular y privilegiada junto al Paseo de S. Nicolás, en el lugar llamado Santa Bata. Final del Paseo acentuado con unos bancos de piedra para admirar el paisaje: Golfo de Vizcaya, faros de la costa Vasca, Francia… y rememorar viejas leyendas de la Iglesia en ruinas con una canción popular. Ante este panorama se sitúa una plataforma, una plataforma porticada. Se crearán dos espacios: uno el de la familia (la ‘caja encantada’ que diría Le Corbusier), interior; otro exterior, de atalaya, mirador. La vivienda gira en toro a dos espacios: el patio interior y la zona porticada exterior con una ampliación de jardines y zonas de estar al aire libre«. A partir de este punto Peña empezó a organizar tres zonas: la de vivir, la de dormir y la de trabajar.

A comienzos del verano de 1964 Imanol invitaba a Luis a cenar en el Mendixa de Motriku (restaurante que ya no existe) o tomar un café en el Tanger Bar de San Sebastián (mismo local que hoy continúa activo y que dio titulo a una novela de Miguel Sánchez Ostiz), en una evidencia de que cliente y arquitecto reflexionaban conjuntamente sobre cómo sería la futura casa y que lo hacían a la manera vasca, o sea, ante una buena comida.

Los comisarios de esta atractiva exposición formalizada con una eficaz y sencilla museografía han sido Rocío Peña y Mario Sangalli, trabajando con materiales del Archivo Peña Ganchegui.

 

 

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