Javier González de Durana

En la Sala Ondare (c/ María Díaz de Haro 11, Bilbao), desde el pasado 3 de octubre y hasta el próximo 30 de noviembre, se puede visitar la exposición de fotografías realizadas por José Luis Ramírez (1935) y englobadas bajo el título de Paisaia eraldatua – Paisajes transformados. Ramírez, ingeniero (titulado en 1959) y profesor en la Escuela de Ingenieros de Bilbao en la rama de Construcción, ha venido fotografiando el entorno de Bilbao desde principios de los años 70. Su cámara ha sido testigo de la transformación de esta ciudad desde que era una urbe industrial en decadencia hasta su estado actual. Si alguna vez en el futuro alguien quisiera conocer qué sucedió en las orillas del Nervión durante el cambio de milenio le será obligatorio recurrir al archivo de este hombre meticuloso, fiel a su temática, persistente en capturar la realidad cambiante de su entorno y excelente fotógrafo. Sus imágenes huyen del deslumbramiento; el autor no pretende impactar con efectismos fáciles y rechaza los formatos demasiado grandes; sus fotos tienen las dimensiones de la cubeta en la que positiva las imágenes porque -es importante decirlo- Ramírez durante tres décadas trabajó analógica y casi exclusivamente el blanco y negro en su laboratorio doméstico, y en la actualidad lo compagina con el color, mediante técnica digital e impresora igualmente doméstica.
Sin embargo, su mirada nos alumbra y provoca un efecto de extrañeza ante aspectos de una ciudad que creíamos conocer bien hasta que Ramírez nos hizo ver otros rostros de esta urbe multiforme. Son documentos visuales cargados de información tratada por un hombre sensible hacia el paisaje que ama y al que se ha entregado durante décadas para intentar capturar, «en la intimidad y el silencio del trabajo personal«, destellos fugaces de su esencia arquitectónica, urbanística y paisajística. Probablemente sea la persona que ha pisado, acompañado por su cámara, lugares en los que muy pocos bilbaínos se aventuraron a poner los pies y en los que ya no los pondrán jamás porque desaparecieron. Las fotografías tomadas por Ramírez son de apariencia sencilla, digamos que presentan escenarios que por si mismos no llaman la atención en una primera instancia, pero que a nada que se les presta atención terminan por mostrar aspectos sorprendentes, paradójicos o, en algún modo, insólitos.
El trabajo de Ramírez es espacio local revertido a imágenes detenidas en el tiempo: un tiempo de transformaciones, una ciudad en época de muda de piel y unas imágenes que nos conducen a un diálogo interior acerca de la realidad cambiante.
Recuerdo bien la primera fotografía de Ramírez que contemplé. Era el primer premio que logró en la IV Bienal de VALCA (1975): sobre el destripado y aun rural terreno de Txurdínaga en primer término, un hombre camina de espaldas entre los frágiles límites de un sendero hacia un caserón superviviente que emerge del revuelo de huertas y escombros alrededor y tras el cual, sobrepasada la carretera, se eleva el edificio de Santutxu diseñado algunos años antes por Sans Gironella. Este edificio pantalla, con su composición de cuadrículas, oculta el horizonte sin ofrecer una salida, un posible punto de fuga visual (o fuga de cualquier clase). La atmósfera es asfixiante y pesada, sombría, el hombre parece deambular cabizbajo y perdido hacia un destino de ruina y masificación, y la tierra es un genuino wasted land sin posibilidad de escape. El título de la imagen fue Prisioneros y la intención social resultaba evidente. Era mediados de los años 70, cuando la crisis empezaba a mostrar sus roñosas zarpas. Puro Bilbao de la época. Algunos años después, en 1982, Ramírez publicó su primer libro, titulado Escenarios, en el que concentró imágenes de paisajismo urbano e industrial.

Las ciudades -Bilbao, por supuesto- son el resultado de las relaciones que las sociedades humanas establecen en y con el medio habitado. Ello ha sido posible gracias a que la evolución del ser humano se ha concretado en la transformación de ese medio, dando lugar a las estructuras técnicas y simbólicas que dan cimiento a las diversidades culturales y las diferentes dimensiones de aquello que se denomina lo ambiental. Ramirez se ha acercado al ambiente urbano y arquitectónico de Bilbao con una doble mirada -itinerante e irradiante- que queda plasmada con claridad en su exposición.
Con la mirada itinerante percibe la ciudad a partir de un caminar trashumante, al recorrer su espacio geográfico y tomar conciencia de él, componiendo la imagen urbana sobre la suma de puntos de un trayecto caracterizado por el andar. Se comprende esa dimensión de la ciudad de un modo expandido, esto es, no sólo la que corresponde al suelo puntualmente local, sino que esa imagen urbana lo es en toda su extensión, porque también incluye montes y desmontes, también muestra río y horizonte, también son nubes y luces en «espera paciente del momento oportuno entre los arbustos de una ladera«. Ramírez asocia esta mirada a los recorridos personales que hizo y a las dinámicas urbanas donde se entrecruzan los espacios, se cargan simbólicamente de contenido más allá de lo visible y constituyen distintas maneras del habitar y trabajar. Ramírez deambula por la ciudad como un cazador y casi siempre sus series fotográficas nos permiten saber exactamente dónde y cuáles fueron las estaciones de sus itinerarios. Inevitablemente, en 1985 publicó un libro con el título de Sendas.
La mirada irradiante, por su parte, es como la mirada del águila, una mirada que desde las alturas contempla el crecimiento horizontal y se asocia con la perspectiva de la planificación, ordenada o desordenada. Ramírez despliega sus dispositivos técnicos para controlar/entender las estrategias del territorio y se toma cierta distancia respecto de los cuerpos construidos que en esos territorios habitan. Así pues, Ramírez sobrevuela la ciudad al contemplarla desde sus elevaciones, normalmente las laderas montañosas que circundan la Villa, pero a veces desde la cubierta de sus edificios más altos, como esa imagen tomada desde la planta superior del Banco de Bilbao, en fuerte picado hacia la Plaza Circular.
La arquitectura que interesa a Ramírez no es la burguesa de Ensanche ni la nueva firmada por afamados profesionales salvo para verlas desde la distancia. Los lugares preferidos por su cámara son los periféricos y suburbiales, aquellos en los que la ciudad pierde identidad definida para convertirse en imprecisos territorios de ambigüedad y mestizaje, donde las antiguas veredas rurales sobreviven entre pabellones industriales, y las arquitecturas de distintas épocas y funciones conviven en chocante pero pacífica vecindad.
La exposición está constituida con cinco series de temas. «La transformación de Mirivilla» se compone en base a trípticos de imágenes tomadas en distintas fechas y que muestran la radical transformación de la zona. Así, en las fotos más antiguas, tomadas a principios de los años 80, observamos la reventada situación en que quedó la zona tras el final de la explotación minera. En las segundas, ya en plena década de los 90, vemos los iniciales movimientos de tierras para urbanizar el área. Finalmente, en las terceras fotos, tomadas este mismo año de 2017, contemplamos el estado final y actual. Cada secuencia de tres imágenes es una prueba del paso del tiempo observado siempre desde el mismo punto, lo cual ha debido de ser complicado porque algunos emplazamientos topográficos existentes en 1983 desaparecieron en 1993 y hoy en día pueden estar varios metros más altos o más bajos en relación con la topografía originaria. Ramírez consigue, milagrosamente, retornar al mismo lugar, haya cambiado mucho, poco o nada; precisión de ingeniero.
«Bilboko Portua. Ayer / Hoy» fue una serie elaborada por encargo de la Autoridad Portuaria y en ella Ramírez pone en relación fotografías históricas (1875-1975) de la ría y sus orillas con fotografías tomadas por él en 2004. De nuevo, Ramírez consigue colocarse en el mismo emplazamiento que utilizó un colega suyo hace décadas, «hay una especie de sensación de presencia intelectual de ese otro y se produce una cálida emoción cuando se escruta el paisaje y se realiza el descubrimiento de su foto a través de las referencias que han desafiado el tiempo«, para que, tras re-fotografiarlo o replicarlo, podamos constatar la transformación sufrida. Antiguas vías ferroviarias que penetraban en el corazón de la urbe, pabellones, solares abandonados, oscuros túneles, astilleros y depósitos de mercancías agolpados sobre los muelles…, huellas muchas veces convertidas en cicatrices de hierro, son comparadas con la realidad actual tras ser sustituidas por edificios de nuevo cuño, museos, paseos de ribera…


«9999 Días fugaces», realizada en 2007, es un trabajo centrado en el barrio de Olabeaga y en la existencia/inexistencia del edificio de LABEIN, donde Ramírez trabajó durante muchos años como técnico. Como un lobo, aquí Ramirez merodeó alrededor de aquel histórico inmueble y de la denominada «casa roja», cercano edificio de viviendas obreras levantado a finales del XIX. La sección «Entre dos libros» muestra fotografías de diversos lugares de la ciudad tomadas entre 1991, Bilbao, una mirada, y 2012, Bilbao. Retrato de mi ciudad, años en los que el autor publicó dos volúmenes que condensan su labor hasta los respectivos momentos. Finalmente, en «Interfaz», del 2015, Ramirez recorrió los límites urbanos en que lo industrial y lo residencial conviven merced a la carencia de una previsora planificación que hubiera ordenado las zonas suburbiales.
Sería injusto calificar a Ramírez como mero documentalista. Por supuesto, lo es, y excelente, pero no sólo. Ramírez evita lo anecdótico al tiempo que posee un agudo sentido de la composición y una penetrante lucidez para ver los lugares que a los demás nos pasan desapercibidos y mostrárnoslos como paisajes nuevos, no advertidos hasta entonces o, dicho de otra manera, de mostrarlos renovando nuestra mirada.
El ayer de la solidez industrial, el hoy del aire de servicios y el desvanecimiento de una ciudad transfigurada en otra. Todo eso lo fotografió José Luis Ramírez con exactitud científica, con la constancia de ciudadano enamorado, con la lucidez artística del visionario.

El llamado ‘damero maldito’ (1968-69), en el barrio bilbaíno de Txurdinaga y que aparece al fondo de la fotografía de José Luis Ramírez, Premio VALCA 1975, respondió a la necesidad de edificar viviendas dignas con los mínimos recursos posibles, destinadas a los miles de trabajadores inmigrantes que llegaron a Bilbao en aquella época. El proyecto, obra de César Sans Gironella, es un conjunto residencial visualmente impactante, que no resulta amable al público y que tampoco gustó a algunos compañeros de profesión, pero que el arquitecto valora especialmente. Para su diseño se inspiró en sistemas de modulación y prefabricación observados en un viaje por Europa. Son cuatro bloques organizados en torno a un espacio central común.
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