/ Javier González de Durana /

Durante las últimas dos décadas Bilbao ha mantenido una intensa relación con la arquitectura contemporánea a partir de los edificios encargados a destacadas firmas del panorama internacional. Dichos encargos han procurado a la ciudad la exhibición de un notable catálogo de obras, de las cuales sus comitentes -en la mayor parte instituciones públicas- se muestran orgullosos por la relevancia que ha dado a la ciudad y por la imagen que con ellas se transmite acerca de la capacidad local para reinventarse tras sufrir la crisis del modelo económico que estuvo vigente durante más de un siglo. No hace falta insistir sobre un asunto bien conocido.
Lo que sí puede afirmarse es que esa pasión institucional por la arquitectura de prestigio no ha estado acompañada por la publicación de libros referidos a tales construcciones. En algunos casos sí, pero la notoriedad de los nombres y el hecho de que sus promotores subrayen la aportación cultural que con ellos hacen a la ciudad parecerían justificar la publicación de textos ilustrados con los que se remarcara y difundiera la singularidad de la obra ejecutada. Edificios cuyo levantamiento cuestan muchísimo dinero podrían muy bien haberse permitido el gasto menor que comporta la publicación de un libro.
El caso es que no ha sucedido. En su día se publicó un libro sobre los proyectos presentados al concurso para el diseño del Metro, el Museo Guggenheim Bilbao aportó una monografía sobre su edificio, Iberdrola sacó a luz un extraordinario volumen, casi un libro-objeto, sobre el edificio de Cesar Pelli y las torres de Isozaki hizo lo propio con otra monografía. No ha habido más. La biblioteca deustense de Rafael Moneo, el rectorado universitario de Alvaro Siza, el aeropuerto en Loiu de Santiago Calatrava, el hotel para Sheraton que ideó Ricardo Legorreta, el Palacio Euskalduna concebido por Federico Soriano y Dolores Palacios, la Alhóndiga, que de ningún modo es obra de Philippe Starck, el centro comercial Zubiarte de Robert Stern…, ninguno ha tenido el gesto de publicar un libro sobre la manera en que se hizo posible, incrementando la cultura arquitectónica de los bilbaínos con hechos y documentos.
Paradójicamente, sí tendremos pronto un minucioso estudio sobre un edificio que no se hizo: el proyecto para la Alhóndiga de Sáenz de Oiza + Oteiza. Ya lo comentaremos cuando se presente en un próximo futuro.
Tampoco la iniciativa editorial privada se ha sentido estimulada. Los libros publicados durante los últimos años han sido pocos. Los historiadores han dado sus investigaciones, lo cual hubiera sucedido igualmente con fiebre o sin ella, y las editoriales como mucho se han animado a publicar catálogos de edificios singulares de Bilbao, por lo general orientados al turismo y, por tanto, salvedad hecha de alguna excepción notable, resultan meras recopilaciones de informaciones que ya se tenían y que, así, pasaban a servirse en forma ordenada y sintetizada. Dedicaré algunas entradas en ArquiLecturA a comentar las publicaciones que, aparecidas en estos últimos 20 años, a mi entender son más interesantes.
La primera de ellas está dedicada al libro Bilbao interiores. Se trata del caso más singular e inesperado que puede citarse. El libro fue un proyecto de Cala Olivera Producciones que vio la luz en 2009, siendo su editor Enrique Portocarrero y estando la dirección artística y la realización en manos de Carmen Gomeza. En vez de mostrar el Bilbao que cualquiera puede contemplar desde las calles de la ciudad, los edificios y las perspectivas de los paisajes urbanos que estos configuran, la publicación muestra lo contrario, es decir, lo que no se puede ver de esos inmuebles porque pertenecen a interiores domésticos y, por tanto, son privados. Bilbao dispone de un excelente conjunto de edificios construidos durante el último siglo y medio. Han sido mil veces fotografiados, hemos caminado al pie de ellos en innumerables ocasiones, los hemos mostrado con orgullo a los amigos que han venido a visitarnos…, pero por motivos obvios desconocemos cómo son por dentro, no tanto el interior de sus portales y escaleras, la mayoría de los cuales son accesibles, sino los interiores en que viven sus propietarios, de qué manera se han configurado en tanto que arquitectura personalizada al gusto de quien reside en ellos.
El valor de este libro es mostrar lo que raramente se puede contemplar a pesar de tenerlo cerca. Y no se trata sólo de que no sean conocidos por pertenecer a ámbitos no públicos, sino porque, como bien explica Carmen Gomeza en la introducción, “en lo que se refiere a lo privado: el bilbaíno ha sido siempre una persona amante de la discreción, a la que jamás se le verá presumir de lo que es o tiene delante de los demás. En Bilbao, los pavos reales no abundan porque la ostentación está considerada de muy mal gusto. Aquí se prefiere pasar desapercibido. Se oculta por pudor. Todo el mundo conoce esa máxima y la respeta. Y si alguien por descuido o excesiva curiosidad se aventura a preguntar más de la cuenta, sólo obtiene monosílabos e imprecisiones como respuesta”.
Los interiores que se plasman en las páginas del libro son algunos ejemplos que, a su manera, retratan los gustos característicos de la alta burguesía de Bilbao, entendida esta ciudad como el corazón de un amplio territorio que abarca los municipios del bajo Nervión. Como decía Adolfo Guiard, la civilización llega hasta donde llega la marea, es decir desde Las Arenas y Portugalete hasta poco más arriba de las Siete Calles.
Sus promotores son, probablemente, las personas idóneas para acometer una tarea tan delicada y confidencial como ésta. Ellos y quienes les han asesorado, connoiseurs, anticuarios y decoradores de reconocido prestigio, permiten asegurar que no se les pasó desapercibido ningún domicilio de interiorismo atractivo y singular, que entraron en aquellas casas donde hace falta algo más que una mera confianza para que se abran las puertas. Aunque las habitaciones, salones, dormitorios… fotografiados se muestran sin desvelar a quién pertenecen o dónde se localizan, guardando la lógica discreción que el asunto requiere, es probable que no todas las personas con interiores fascinantes hayan autorizado su reproducción en esta publicación. En cualquier caso, si ello hubiera sucedido, los espacios domésticos que podemos conocer a través de estas páginas ejemplifican unos modos de ambientación e interiorismo que retratan meridianamente bien unos modelos peculiares y habituales en (un segmento de) la sociedad bilbaína.
El libro está organizado en ocho capítulos: “Arquitectura y luz”, “Coleccionismo”, “La tertulia”, “La buena mesa”, “Lo inglés”, “El escritorio”, “Contrastes” y “Escenografías”. Las fotografías fueron tomadas por Joseba Bengoetxea y Txetxu Berruezo y mediante ellas se pueden conocer casos relevantes de arquitecturas en las que interior y exterior se comunican de modo notable por medio de la claridad natural, obras de arte que protagonizan algunas estancias, salones en donde la conversación preside las relaciones humanas, comedores en cuyas mesas se degustan viandas y vinos, la enorme influencia que lo británico ha ejercido en el modo de entender el confort unido al refinamiento, y despachos en que realizar gestiones laborales o epistolares lejos de la oficina empresarial. Por último, se nos muestran algunos ejemplos de convivencias entre objetos y mobiliarios antiguos y modernos, locales y foráneos, elementos constructivos de distintas texturas y materiales, etc., y puestas en escena de gran teatralidad a pequeña escala. Las fotografías van acompañadas por descripciones minuciosas -también escritas por Carmen Gomeza- de lo que éstas muestran, permitiendo conocer los detalles.

Como un Diablo Cojuelo de nuestros tiempos, el lector va escudriñando cada fotografía, deteniendo su mirada en objetos, pinturas, espacios, muebles, elementos constructivos…, tomando posición ante lo que observa, pues es imposible no reaccionar desde un punto de vista personal: “este dormitorio no lo tendría yo así, ese salón me encanta por la sencillez y comodidad que aparenta, aquella mesa me parece muy sobrecargada de retratos familiares, aquel color en las paredes es delicado pero, desde mi punto de vista, no enfatiza el espacio, la pintura de tal artista queda soberbia en esa pared, o es un error colocar lámparas justo delante las pinturas, ocultándolas en parte…”.
El interiorismo mostrado va desde el clasicismo francés estilo Carlos IV y el Chippendale inglés hasta la sobriedad minimalista de lo contemporáneo y el colorismo pop. Hay predominio de ambientes recargados, de objetualidades densas conviviendo en espacios que pueden funcionar como ‘cámaras de maravillas’, si se quiere, pero que no manifiestan ser habitats cómodos para la vida cotidiana. En fin, a cada cual su gusto y parecer. Al margen del lujo, riqueza y refinamiento que algunos interiores muestran, el libro es un valioso documento sociológico.
El libro se lee y mira con delectación y agrado. Sólo se le podría objetar que haya mezcla de interiores estrictamente residenciales con interiores de instituciones como la Sociedad Bilbaína, el Club Marítimo del Abra, la Sociedad Filarmónica, el Palacio de la Diputación Foral… Quizás hubieran merecido un capítulo separado porque sus espacios y ornamentaciones son de naturaleza diferente; semejantes porque respiran un mismo aire, pero en el fondo distintos en sus objetivos. Lo mismo puede decirse de algún interesante interior comercial: se trata de una clase de espacio que requeriría un apartado específico. La finca San Joseren, en Neguri, y el palacete Ibaigane, en Bilbao, dos auténticas joyas de la arquitectura de principios de siglo XX, son hoy en día un establecimiento hostelero y la sede del Athletic Club, pero su inclusión como interiores domésticos está justificado porque en su día nacieron como tales.
Esta selección de interiores no agota el tema. Si los promotores de la iniciativa hubiesen sido otras personas el contenido del libro habría mostrado una selección diferente, con algunas coincidencias, pero no necesariamente. El gusto, el conocimiento y las relaciones personales de los editores ha condicionado su contenido. Lo que se nos muestra aquí es un Bilbao interior, sin duda, pero existen otros bilbaos de atractivas y deslumbrantes interioridades…, y se encuentran en éste que todos compartimos.
Este libro tiene, a mi parecer, un antecedente en el volumen raro y muy difícil de encontrar que con el título de Recuerdos artísticos de Bilbao fue editado por J. E. Baranda Icaza y publicado por la Biblioteca Tesoro en Bilbao el año 1919 con una introducción de Aureliano Beruete y Moret. En él se daban a conocer colecciones de arte instaladas en los domicilios de (entonces no importaba desvelar los nombres de los propietarios) Ramón de la Sota, Horacio Echevarrieta, Isidoro Delclaux y otros muchos.
