La oscura memoria y Alfonso Batalla

/ Javier González de Durana /

the so called night ok

Hace un par de meses el fotógrafo Alfonso Batalla presentó una selección de sus trabajos en la Fundación Iberoamérica Europa, en Madrid, parte de la cual podrá ser vista en breve en la galería Vanguardia, de Bilbao. La obra de Batalla suscita mi interés desde que la conozco hace ya algunos años. Me gusta la calidad con la que resuelve sus imágenes, cierta fría objetividad con la que envuelve escenarios de gran potencial narrativo y que encuentre belleza en lugares desolados y abandonados al olvido. Me une a él, además, el gusto por explorar fábricas sin actividad, en ruinas o no, y espacios arquitectónicos que conocieron la ultima visita humana décadas atrás. A petición de Alfonso escribí este texto que fue incluido en el folleto de mano publicado por la Fundación y como la arquitectura es el asunto principal de sus fotografías lo reproduzco aquí, a continuación.

state of the art

Los lugares abandonados, aquellos edificios y paisajes que después de haber sido escenarios de intensas actividades laborales e industriales cayeron en el desuso y el descuido, constituyen un tema reiteradamente abordado por el arte a lo largo de la historia. En otros tiempos fueron las ruinas de civilizaciones desaparecidas, sus templos y ciudades, los monumentos asaltados por la vegetación y los vestigios que precariamente aún se mantenían en pie lo que atraía con fuerza la mirada de los artistas.

No se trataba sólo de salir de los escenarios de la vida cotidiana para entrar en unos mundos en los que la imaginación encontraba motivos para la elucubración y la fantasía, sino que lo que subyugaba de ellos era, sobre todo, la imperceptible y difusa percepción del paso del tiempo y la futilidad de todo esfuerzo humano. Esa melancólica sensación de que lo erigido con esfuerzo y empeño, con sacrificio y voluntad de perdurar, termina por verse arrumbado al olvido y la desaparición. Lo cual, irremediablemente, lleva a la conclusión de que también nuestros esfuerzos y los de la época que nos ha tocado vivir recorrerán un semejante camino hacia la disolución, incluidos aquellos que nos parecen más sólidos e indestructibles.

Fotografiar estos lugares situados junto a los arrabales de la no-ciudad, como hace Alfonso Batalla, implica un regreso al habitar más allá del lugar y del momento. Aquí no tiene sentido preguntarse por la utopía, ya que estos no-lugares están construidos junto a las ruinas de la ciudad moderna que, precisamente, alimentó sueños imposibles, de hecho, ellos mismos son ruinas de no-lugares, espacios urbanos reconducidos por la mano de la desafección al estado de relatividades restringidas, de naturalezas arbitrariamente esquilmadas. “Cuando los oasis utópicos se secan -escribió Habermas-, se difunde un desierto de trivialidad y descontento”. La fría y estéril soledad que reina en el desconcierto.

Estas arquitecturas que obsesionan a Batalla, desde el lirismo que infunde la nostalgia, circunvalan y excitan la fruición poética. La alegoría es la manera más común de leer el mundo en el entorno de la melancolía y es por ello que las imágenes de Batalla deben ser leídas simbólicamente, como poseedoras de un significado que rebasa lo visual, lo local y lo particular. Frente a los fabuladores de la noche de los tiempos que acuden sin escrúpulos a falsificar el espacio y a ser posible el tiempo, Batalla se niega a mutilar la historia y la mira de frente, adentrándose entre sus restos. De ese encaramiento surge la decantación artística.

Estos lugares atraen la mirada como consecuencia de un síntoma más profundo: el que experimenta la conciencia moderna al no poder acomodar la transmutación del tiempo al entorno donde habita el hombre, devolviendo al presente los resecos itinerarios de la memoria, una memoria que ya, sin remedio, oscurece la utopía que estos espacios abandonados de la historia abrigaron alguna vez.

Espacios imposibles de recuperar como lugares; utopías canceladas por el pesimismo. Sin embargo, encararse a estos límites herrumbrosos del tiempo nos evita la necesidad de vivir en el simulacro. Lo sabemos: seremos olvido y nuestras obras no perdurarán. El poeta Ramón Gamoneda escribió estos versos:

Mi juventud fue conducida por relámpagos tecnificados

más allá de las flores en su hábito de llamas.

Vi, en habitaciones abandonadas, grietas

por las que asomaban su cabeza los reptiles del llanto.

Conocí el frío y, más allá de los símbolos, vi huellas judiciales.

(…)

Después advertí la belleza de ciertas úlceras y, en el tejido arterial, las tuberías que comunican el placer y la muerte.

bluer than velvet

Cuando Batalla se adentra en la habitación en un edificio carente de vida desde años atrás, normalmente, lo hace para mirarla de modo frontal, desde la puerta hacia la pared de enfrente en donde, por lo habitual, hay una ventana a través de la cual se ve -o no se ve- el exterior. Esa ventana, además de exterior a nosotros, también es interior, son ventanas de habitaciones que nos dejan en la soledad inconsciente al separarnos de la Naturaleza consciente situada afuera, más allá del encuadre.

Cuando Batalla sale al exterior de esos mismos edificios, en Ucrania o en Pyramiden, fotografía el ulular del viento entre las grietas y el frío de los símbolos. ¿Por qué será que este tipo de escenarios muertos, por muy distantes en lo que geográfico que se encuentren y muy diferentes que fueran en sus funciones originarias, terminan pareciéndose tanto? Quizás sea porque el regreso arrasador de la Naturaleza los asemeja, quizás sea porque la cámara del fotógrafo los iguala y, como una tubería, pone en comunicación el placer de la mirada con la muerte del pensamiento.

the molologist

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