Añorar la delicadeza del hormigón visto

/ Javier González de Durana /

La obra del arquitecto William L. Pereira para la Biblioteca Geisel (San Diego, California) constituye un delicado equilibrio entre peso y ligereza al sostener el cuerpo principal de la construcción sobre unos fuertes pilares de hormigón y dar lugar a ocho niveles de los cuales dos son subterráneos.

Como sucedió con otras construcciones anteriores en el tiempo, a la arquitectura brutalista de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado ha empezado a llegarle la hora en que la piqueta se cebe con ella, lamentablemente. La vida útil de los edificios es cada vez más corta y ahora medio siglo es mucho tiempo para algunos promotores inmobiliarios que buscan hacer negocio en áreas centrales de las ciudades ocupadas con edificios de aquella época que exhiben el hormigón visto como material constructivo y como estilo puesto de relieve en su piel, pero no sólo en ella. El poco aprecio que, en general, han recibido estas construcciones por las sociedades en las que se encuentran, la consideración peyorativa con la que han sido calificadas en numerosas ocasiones, no les ha granjeado muchos defensores entre los guardianes oficiales del patrimonio arquitectónico y, así, van siendo demolidas poco a poco, resultando que entre las que desaparecen a veces hay joyas que deberían haber recibido mejor trato y se les echa de menos cuando, de pronto, dejan de estar a la vista.

A diferencia de los numerosos amantes de otros estilos arquitectónicos históricos, el brutalismo ha sido objeto de escasas devociones. Su aspecto rudo, fuerte y seco, junto al hecho de haberse desarrollado en abundancia durante las limitadas circunstancias de una postguerra que obligaba a construir rápido y a bajo coste, no ha excitado pasiones ni alimentado buenos recuerdos. Constituyó una alternativa económica y útil para la construcción de todo tipo de viviendas, centros comerciales o edificios gubernamentales, siendo idónea en un contexto postbélico. No obstante, su éxito fue tal que incluso las clases más adineradas abrazaron su propuesta estética y a medida que va desapareciendo empieza a crecer la conciencia de que es otro estilo histórico más, fruto de un tiempo ya pasado del que es testimonio y que, como en las construcciones de todas las épocas, bajo su signo se realizaron edificios malos, regulares, buenos y también espléndidos. Aunque poco decorativos y sin tonterías, algunos ejemplos alcanzaron cotas de brillante expresividad.

Su creciente valoración se manifiesta en las cada vez más abundantes publicaciones que recogen lo hecho en ciudades y países, así como en perfiles de Facebook que publican abundantes fotografías de edificios levantados en todos los rincones del planeta. Una es Brutalism Appreciation Society, otra, Brutalist Architecture, que no acepta como brutalistas las construcciones realizadas en el área soviética (excepto algunos casos en Yugoslavia) al considerarlas «modernismo socialista», y una tercera, centrada en Inglaterra, British Brutalist Appreciation Society. La consagración del brutalismo ha venido en la actualidad de la mano del neoyorquino The Metropolitan Museum of Art al presentar una exposición del trabajo de Paul Rudolh (Materialized Space hasta el 16 de marzo de 2025), quizás el más señero arquitecto norteamericano en utilizar esta manera de diseñar y construir. Lo paradójico de esta celebración museística es que hace apenas tres años uno de sus edificios más significativos, construido en 1969 en Carolina del Norte, USA, para la compañía farmacéutica Burroughs Wellcome, fue demolido. Y no es la única obra de Rudolph que ha sufrido este destino, total o parcialmente, en los últimos años. Consagración por un lado y demolición, por otro.

Burroughs Wellcome (1969), de Paul Rudolph, demolido en 2021.

La Tulipe, en Ginebra, Suiza, arq. Jack Vicajee Bertoli (1975-76) y detalle interior de Nichinan Cultural Center, Nichinan, Japan, arq. Kenzo Tange (1962-63).

Detalle del acceso al Auditorium de la University of Massachussets, en Dartmouth, USA, arqs. Desmond & Lord (1968-71) y Derwent Tower, en Dunston, Tyne and Wear, UK, arqs. Owen Luder Partnership (1972, demolido en 2012, inspiró algunas secuencias de Blade Runner, de Ridley Scott; en general, la arquitectura brutalista ha servido como escenario a numerosas películas de ciencia-ficción).

En España hay y/o ha habido magníficos ejemplos de esta arquitectura, como los Laboratorios Jorba, conocido popularmente como “La Pagoda”, de Miguel Fisac (1963-1965, derribado en 1999), el de Torres Blancas, de Javier Sáenz de Oiza (1964-69), y el edificio para la Cooperativa de Viviendas Militares, de Antonio Miró Valverde y Fernando Higueras Díaz, en el cruce de las calles San Bernardo y Alberto Aguilera (1968-74), en Madrid, ciudad donde también estuvo el primero y se conserva el segundo de los mencionados. Fuera de la capital, en el Norte deben recordarse las tres centrales hidroeléctricas asturianas diseñadas por Joaquín Vaquero Palacios en Proaza (1964-68), Salime (1954-60) y Miranda (1956-62). Y en el Sur, la inolvidable urbanización de Ten-Bel, en Tenerife (1963-84), de Vicente Saavedra y Javier Díaz-Llanos.

Laboratorios Jorba, Madrid, arq. Miguel Fisac (1963-65, demolido en 1999)

Central Hidroeléctrica de Proaza (Asturias), arq. Joaquín Vaquero Palacios (1964-68).

En Bilbao también contamos con notables ejemplos, como el pionero ascensor de Mallona, arq. Rafael Fontán (1943-49) o las casas municipales de Sarriko-San Ignacio, arqs. Rufino Basañez, Esteban Azcárate y Julián Larrea (1963-68).

Una arquitectura que puso énfasis en los materiales, las texturas y la construcción para dar a luz formas muy expresivas. Visto en el trabajo de Le Corbusier de finales de la década de 1940 con la Unite d’Habitation, en Marsella, el término brutalismo fue utilizado por primera vez en Inglaterra por el historiador de la arquitectura Reyner Banham en 1954. La escala era importante y el estilo se caracteriza por enormes formas repetidas, en tanto los conductos de servicio y las torres de ventilación se exhiben abiertamente. Los materiales de construcción brutalistas pueden incluir ladrillo, vidrio, acero, piedra toscamente labrada y gaviones. No todos los edificios que exhiben un exterior de hormigón expuesto pueden considerarse brutalistas.

Dos vistas, exterior (arriba) e interior (abajo), de la Cooperativa de Viviendas Militares, en las que la vegetación desempeña la importante función de aproximar estos edificios a las corrientes organicistas, alejándolas de los secos y rigurosos dictados del movimiento moderno. Fernando Higueras señaló que «la vegetación es un gran aliado capaz de esconder cualquier error del arquitecto o el constructor». Los edificios se convierten en un jardín excitante para los sentidos.

Se podría decir que el brutalismo creció en los países europeos en paralelo a la consolidación de la social-democracia, llegando ser una especie de estilo oficial en la zona soviética debido al bajo precio del hormigón y a los ideales utopico-igualitaristas derivados del Movimiento Moderno. Muchas universidades, edificios institucionales y de servicios públicos (ayuntamientos, oficinas, escuelas, guarderías, polideportivos, iglesias), viviendas sociales… se llevaron a cabo a instancias de esa ideología política con el auxilio del hormigón. Sin embargo, su estética cruda y su asociación con regímenes totalitarios han llevado a que muchos lo rechacen, considerándolo frío y alienante, a pesar de ofrecer una forma de expresión arquitectónica que desafiaba las convenciones y buscaba una autenticidad honesta a través de la exposición de materiales crudos. Por desgracia, el mantenimiento de esas edificaciones no siempre ha sido el adecuado y, como le sucede a cualquier construcción descuidada, su aspecto y funcionalidad con el tiempo han resultado deterioradas, provocando otro tipo de rechazo. Aquellas personas que vivieron las décadas de la guerra fría suelen sentirla como deshumanizadora.

Sin embargo, en los últimos años ha empezado a surgir un revival del brutalismo en el que una buena parte de la sociedad pone de manifiesto su admiración, entusiasmo y añoranza por este tipo de arquitectura -y la sofisticada delicadeza que en algunas ocasiones conseguían sus autores- a través de las redes sociales con los perfiles en Facebook antes mencionados, así como del hashtag #SOSBrutalism, una respuesta a las demoliciones de edificios brutalistas.

Centro Comunitario y Friedenskirche, arq. Hanns Hoffmann (1971-72), en Herten, Alemania.

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