Ciudades bombardeadas

/ Javier González de Durana /

A punto de finalizar el día de hoy durante el que, con motivo del octogésimo sexto aniversario del bombardeo de Gernika, hemos recordado aquella bárbara agresión de la Legión Cóndor al servicio de los militares sublevados contra la República constitucional, quiero traer aquí la imagen de otra ciudad europea martirizada por los nazis. Esa imagen es la de una pintura de Jan Hendrik Verstegen (1922-1993), artista holandés cuya obra más famosa es esta Tyrannie der Stalen Helmen (Tiranía de los cascos de acero), datada en 1947 y que ahora forma parte de la colección del Museo Boijmans Van Beuningen.

En la pintura, el artista se representa de frente junto a un amigo, ocupando ambos el primer término. Verstegen viste una gabardina gris clara, a juego con el resto de la indumentaria (bufanda, camisa y corbata) en azules y grises, desabrochada por el frente. Tiene la mano derecha metida en el bolsillo de ese lado, dando a entender que ahí guarda algo que prefiere no mostrar, mientras que la mano izquierda la mantiene cerrada en puño, semioculta por la manga y a resguardo de ser vista. Su mirada se dirige al observador, a nosotros, al futuro, de frente con el ceño ligeramente fruncido, mostrando un semblante serio en tonos fríos. Su amigo, contemplado de costado, viste una chaqueta ocre que sólo permite ver el cuello blanco de la camisa y una delicada pajarita roja anudada por el frente, porta en la mano izquierda una cartera marrón, flexionando su brazo por el codo, como si estuviera a punto de entregársela a Verstegen, confidencialmente, a la espera de que éste le devuelva la mirada y le haga una señal. Su cara se ve de perfil; lleva gafas y tiene el rostro enrojecido, sanguíneo.

Frente a la singular individualidad de estos dos hombres, tras ellos, sobre los adoquines de una calle, discurre un pelotón de soldados alemanes, anónimos, uniformizados en indumentaria y movimientos. Las cabezas del pintor y su amigo están despejadas, ordenadas, iluminadas por una luz que procede del costado izquierdo; las cabezas de los militares, por contra, se hallan enclaustradas en rígidos cascos entre los que se elevan los fusiles. Los dos amigos traman alguna acción a espaldas de estos; no pueden permanecer indiferentes a la situación que viven, la sangre corre por sus venas.

Más allá se observan las ruinas de la ciudad de Rotterdam, bombardeada el 14 de mayo de 1940, y a través de estas, más lejos aún, el cielo cubierto de nubes, cuyas sombras caen sobre los muros semiderruidos. Así como la representación de los dos hombres se alinea con el estilo practicado por los artistas de la Nueva Objetividad (Neue Sachlichkeit) de los años 10, 20 y parte de los 30, el fondo tiene algo de surrealismo magrittiano. Los nazis consideraron arte degenerado tanto al Surrealismo como a la Nueva Objetividad y con la caída de la República de Weimar en 1933 los artistas que practicaban este realismo postexpresionista -alemanes en su gran mayoría- tuvieron grandes dificultades, pues se confiscaron y destruyeron muchas obras, dificultándoles la exposición de sus trabajos. A algunos, incluso, se les prohibió pintar y las grandes figuras del movimiento optaron por marchar al exilio. En consecuencia, con esta pintura Verstegen llevó a cabo un ajuste de cuentas con las prohibiciones artísticas nazis.

Se dice que el lienzo muestra la oposición entre la inteligencia y la ocupación militar nazi, pero yo diría que es algo más, un acto de resistencia política e ideológica frente a la brutalidad destructora de vidas y ciudades, de elegancia ideológica y moral (evidente también en la indumentaria). Pintado dos años después de la derrota nazi, la imagen sólo puede referirse a algo que sucedió cuando Holanda aún permanecía invadida, algo en lo que Verstagen y su amigo estuvieron implicados para poner fin a tal situación, un acto de heroísmo. La tensión del momento queda recogida incluso por el cableado del tranvía, perfectamente alineado sobre sus cabezas en medio del desastre.

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