Cines: arquitectura forjada con sueños

/ Javier González de Durana /

Cine Carlton (1948), Eugenio Mª Aguinaga. Plantas niveles 0, 1 y 2.

Para gozo de los aficionados al cine y sus espacios de proyección, recientemente se ha publicado Arquitecturas para el cine en Bilbao, un minucioso trabajo de investigación llevado a cabo por Bernardo I. García de la Torre, arquitecto. Desde hace años compatibiliza el ejercicio de su profesión con la tarea dedicada, junto con su hermano Francisco Javier, a la difusión didáctica de los edificios más relevantes existentes en Bilbao. Lo han llevado a cabo mediante tres títulos esenciales: Guía de Arquitectura de Bilbao (1993), el que puede tomarse como su posterior ampliación titulado Bilbao arquitectura (2009), con descripción de 240 construcciones singulares de la Villa, y Bilbao, nueva arquitectura = new architecture (2013), en el que se recogen 56 destacadas obras realizadas durante el periodo 1988-2012. En este último Bernardo repasa edificios, ámbitos públicos y puentes, incluidos aquellos que han convertido Bilbao en una referencia ineludible a nivel global por su singularidad, la calidad de los nuevos espacios y usos urbanos derivados de recalificaciones urbanísticas y la personalidad de sus diseñadores.

Con esta nueva aportación Garcia de la Torre se centra en la singular y específica tipología constructiva de los espacios cinematográficos, los cuales habían sido abordados con anterioridad por Alberto López Echevarrieta desde una perspectiva más histórica y sentimental. Ahora, el punto de vista del arquitecto analiza sus peculiaridades en cuanto a autores, diseños constructivos, amplitudes espaciales, ocupaciones del suelo y otras muchas circunstancias entre las que, cómo no, también las hay de índole histórica y sentimental. Esto último es algo casi inevitable -aunque el autor no lo pretende aquí- porque para las personas con edades superiores a los 40 años el cine fue un lugar que rebasaba el mero recinto para un espectáculo visual suministrador de relatos y emociones, pues llegaba a ser punto de refugio, paraje de huida, lugar de citas, cámara de maravillas, territorio sin fronteras, apertura a mundos paralelos y otras muchas cuestiones más. No conozco a nadie de cierta edad que no albergue en su interior abundantes y profundos sentimientos vinculados con los cines. La mayor parte de esta gente conserva sólida memoria de vivencias influyentes de sus vidas que tuvieron lugar en cines, a veces, contemplando lo que mostraba la pantalla y, a veces, interactuando con la persona sentada en la butaca de al lado.

La mejor época para los cines en esta ciudad duró aproximadamente medio siglo, entre 1925 y 1977. Por supuesto, hubo buenos locales para la proyección de películas antes de la primera fecha, como el Olimpia, de Ricardo Bastida (1905-47), el Vizcaya, de Raimundo Beraza (1910-81), el Trueba, de Mario Camiña (1913-86) o el Coliseo Albia, de Pedro Asúa (1917-1985) y sobrevivieron algunos de ellos a partir de 1977, casi siempre subdivididos en multi-cines hasta su extinción. Pero la gran época se inauguró en 1925 con el Buenos Aires, de Manuel I. Galíndez (1925-89), el Ideal Cinema, de Pedro Ispizua (1926-2005), y el Actualidades, de Ignacio Mª Smith (1935-76). Después de la guerra civil la cinematografía dispuso de espacios magníficos, en ocasiones con veleidades hollywoodienses, creados por P. Ispizua (Ayala, 1943-2009), Valentín R. Lavín del Moral (Izaro, 1943-2006), Secundino Zuazo (Consulado, 1950-99), Germán Aguirre (Abando, 1950-87), Anastasio Tellería-Gonzalo Cárdenas (Gran Vía, 1951-aún existe), Luis Mª Gana (el nuevo Olimpia, 1951-85), Eugenio Mª Aguinaga (Carlton, 1953-85), José Luis Sanz Magallón (Capitol, 1958-2011), y los últimos entre los grandes, el Astoria, diseñado por Javier Sada de Quinto en 1969, y el Vistarama, de E. Mª Aguinaga y Luis Mª Gana en 1970… entre otros muchos repartidos por barrios, parroquias, colegios privados, escuelas universitarias, la mayoría de ellos con gran y sorprendente calidad… hasta registrar un total de 99 espacios dedicados al cine. Entre estos, están incluidos teatros que, para una explotación intensiva de las instalaciones, compaginaron las representaciones escénicas con las proyecciones cinematográficas (Arriaga, Campos Elíseos…), salones de variedades que mezclaban cine y musicales (Pabellón Vega), casinos (Artxanda), circos (Ensanche), teatros-circo (Coliseo Albia) y hasta estrictos salones de música para conciertos de cámara (Filarmónica).

El Olimpia, de Ricardo Bastida (1905). Alzado de la fachada del cuerpo principal, que se complementaba con dos pabellones menores a su derecha.

El autor explora los pequeños locales de programación híbrida que abundaron en las calles de los «barrios altos» de Bilbao, pues el cine encontró en sus inicios mejor acogida entre las clases populares y en los ambientes de mayor libertad moral que en las avenidas del centro de la Villa. Calles como San Francisco, Las Cortes, Cantera, Iturburu o Bailén acogieron establecimientos en los que se mezclaba el café cantante, la comedieta bufa y la proyección luminosa de imágenes fijas o en movimiento. La búsqueda de información sobre estos locales, de vida efímera y casi clandestina en su mayoría («mísera y cutre» se dijo en alguna ocasión), ha sido exhaustiva y gracias a ella sabemos cómo eran, cuántas butacas tenían, de qué manera se distribuía el público ante la pantalla, la clase de películas que se programaba, la forma de acceder a los distintos niveles del espacio (cuando los había)…, en fin, una riqueza informativa verdaderamente sorprendente por tratarse de establecimientos que, en general y por razones obvias, dejaron muy poca documentación relativa a su existencia.

Lógicamente, los datos, planos, diagramas, fotografías históricas y hasta entradas compradas en taquilla abundan a partir del momento en que se empezaron a construir locales de mayores dimensiones en emplazamientos céntricos. La investigación en los archivos municipales y en los estudios de los arquitectos que los diseñaron (son pocos casos y menos aún los que conservan aquellos expedientes) ha facilitado información riquísima y abundante. Ante tal cúmulo se hace imperativa la clasificación tipológica, el orden temático, la estructuración de los contenidos mediante secciones diferenciadas. En este aspecto, García de la Torre saca provecho de sus experiencias anteriores como autor y, así, los locales de cine van descritos de manera didáctica, descubriendo los aspectos destacables de su gestación y ejecución. Se incorporan documentos originales de los proyectos, se analizan los contenidos de sus memorias descriptivas, se ordenan croquis, planos y esquemas, se ofrecen planos de ubicación con coordenadas, se añaden fotografías del proceso de ejecución. Los arquitectos autores de los proyectos ocupan un apartado con datos personales sobre su trayectoria profesional. Cada ficha relativa a cada cine concreto está concebida como una unidad didáctica que aporta información general y técnica con una organización visual que ofrece varios niveles de aproximación y lectura. Las imágenes de todo tipo abundan a lo largo de las páginas del libro pero no abusan del espacio, sino que se presentan como citas visuales que apoyan la comprensión de lo escrito. Hay muchísimas fotografías, pero no es un libro de fotografías.

Dos vistas del interior del cine Consulado, de Secundino Zuazo (1950).

Se tardó en crear una arquitectura propia para la contemplación de las películas y durante mucho tiempo se proyectaron en lugares «de prestado». Por otra parte, los primeros edificios integrales dedicados a este fin, el Olimpia, el Gayarre y el Ideal eran deudores de las tipologías teatrales y las artes escénicas. No fue sino hasta la aparición del Izaro, después de la guerra, en que la distribución de las butacas se dispuso en abanico y no en filas paralelas entre sí y a la pantalla, se eliminó el pasillo central y los suelos de planta baja y de anfiteatro adoptan una posición inclinada en busca de la mejor visibilidad; el modelo norteamericano se aclimató a la Villa. Otra característica de los espacios cinematográficos fue que en su mayoría no mostraban una fachada peculiar hacia la calle, sino simples vías de acceso al interior por las plantas bajas de los edificios, pues las salas propiamente dichas, en su gran mayoría, se hallaban en los patios de manzana.

Cine Capitol, de José Luis Sanz Magallón (1958), vista del patio de butacas y del anfiteatro, comunicados por una maravillosa escalera lateral.

Sección del edificio de viviendas en cuyo patio de manzana se hallaba el cine Consulado, visto en su sección transversal.

Las etapas en que se desarrolló la arquitectura para contemplación de películas cinematográficas en Bilbao, de acuerdo con el autor, son las siguientes: (1) las primeras proyecciones, 1896-1904, (2) los primeros cines y la incorporación de los teatros al cine, 1905-1925, (3) transición y consolidación, 1926-1949, (4) las grandes salas del Ensanche y los cines de barrio, la edad de oro, 1950-1965, y (5) declive, últimas aperturas y cierre, 1966-2011. La proliferación de canales televisivos, primero, y el reproductor doméstico de cintas de vídeo, después, causaron la extinción de estos gigantes del espacio de ocio.

En las primeras páginas se ofrece una visión panorámica y esquemática de la situación urbana de la ciudad en los albores de la modernidad. En las páginas finales se recogen, a modo de resumen y síntesis, los siguientes apartados: índice de obras, fichas técnicas, índice onomástico y bibliografía.

Este extraordinario trabajo permite conocer a fondo qué dimensión social tuvo y qué supuso en la vida cultural bilbaína el espectáculo artístico más característico del siglo XX. Sumergirse en estas páginas es una constante emersión de recuerdos y emociones sepultados por el paso del tiempo, lo cual procura tanta alegría como sumerge en estados de melosa nostalgia y melancolía. Un lujo.

Demolición del escenario y marco de pantalla del teatro Buenos Aires (1989).

6 comentarios sobre “Cines: arquitectura forjada con sueños

  1. Gracias Javier, como es habitual, magnífico y clarificador trabajo el tuyo. Únicamente una pequeña puntualización: Aunque lo dejas entrever en un primer momento, no queda claro que el libro Bilbao Nueva Arquitectura, al igual que los otros dos anteriores, es obra de ambos hermanos, de Francisco Javier y de Bernardo.
    Un saludo

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  2. Como siempre, tu artículo es una gran aportación de cara a conocer la Historia de Bilbao. Esta vez, a través de unos edificios cuya actividad aportó entretenimiento a los bilbaínos durante décadas. Muchas gracias también por la reseña del libro.

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  3. Un artículo que nos trae muchos recuerdos a los bilbainos de cierta edad..
    A mi el Capitol siempre me pareció el summum de la modernidad, y tengo grabado en mi recuerdo el reloj modernista que había junto a la pantalla.
    Es una pena que los multicines y luego la actual tienda de ropa deportiva hayan arrasado cualquier resto de la decoración de aquel local.
    En cambio en el Mercadona de Rodriguez Arias se agradece que aun veamos algún resto del cine Consulado

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    1. Muy de acuerdo contigo, pedromari. A mí también el Capitol me parecía el cine más hermoso de Bilbao, con los grandes muros pintados en el vestíbulo, su enorme capacidad de acogida, la escalera en curva adosada al lateral, el reloj con luz verde a la derecha de la pantalla. Un lujo ideado por José Luis Sánz Magallón y una lástima tremenda su desaparición.

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