/ Javier González de Durana /

Acabo de empezar a leer los Diarios de Rafael Chirbes y ya estoy enganchado. En su anotación del 14 de mayo de 1984 me encuentro con este párrafo:
«¿Dónde guarda su sensualidad Madrid, su alegría de vivir? Ni siquiera en la arquitectura se permite demasiados caprichos. Madrid ha levantado contenedores del poder, unos cuantos edificios grandes, y por lo general carentes de gracia, cuyos interiores guardan riquezas y secretos (mis primeras impresiones cuando la conocí: que lo único interesante eran el Museo del Prado y el Retiro, ni siquiera el Palacio Real me parecía hermoso). Barcelona edificó escaparates de comercio, se engalanó, se sigue engalanando para el visitante; en Barcelona, la riqueza busca la calle, se exhibe. En Madrid, el poder prefiere imponerse a seducir: edificios que son como un puñetazo en la mesa» (pp. 69-70).
Chirbes fue un narrador extraordinario, no un crítico de arquitectura, y en sus diarios tampoco fue estrictamente un narrador, sino alguien que volcaba sobre el papel sus frecuentes sentimientos de miedo a las enfermedades, de inseguridad hacia su capacidad como escritor y de soledad entre las multitudes, unos papeles que al ser escritos no tenían el propósito de que fueran leídos por nadie, así que el resultado es una escritura libre de la necesidad de tener que aparentar nada. Escritura en sí y para sí, como necesidad liberadora. Punto. Sin embargo, están llenos de apreciaciones, ideas, puntos de vista y literatura excelentes. Las páginas que voy leyendo me recuerdan la limpia prosa de Josep Pla en el Cuaderno gris y la fina ironía de Iñaki Uriarte en sus Diarios.
Ese párrafo en el que Chirbes caracteriza Madrid y Barcelona paralizó por unos momentos mi lectura para plantearme si yo sería capaz de hacer lo mismo con Bilbao. Tres pinceladas sobrias para cada ciudad, suficientes para ofrecer una visión personal: pim pam pum y ya está, con todas las imprecisiones y ausencias que se quieran, pero también con toda la sólida verdad reconocida por alguien que ha sabido ver e interpretar, sin matices ni complejos. Como es lógico, son tres pinceladas muy generales en las que una parte arquitectónica pretende describir el todo urbano. Lo que parece estar dicho en relación a la Gran Vía o la Castellana madrileñas no es válido para Vallecas o Usera, que también son Madrid, ni lo singular del Paseo de Gracia o la Rambla de Catalunya es lo mismo que lo singular en Poble Sec o en el Raval, que también son Barcelona. Sin embargo, para Chirbes esas precisiones no cuentan, podrían contar si él quisiera, pero para ofrecer una impresión urbana rápida y certera no es necesario andar con muchos tiquismiquis. Naturalmente, a lo largo de estos diarios hay muchísimas más alusiones a Madrid y Barcelona, pero este ha sido el párrafo que me ha detenido.
Yo creo que no podría hacer eso con Bilbao. El entomólogo que hay en mí empezaría por diseccionar barrios y hasta calles del mismo barrio y hasta edificios dentro de una misma manzana. Un rollo como pieza escrita, y no es esto lo que hace Chirbes, pues lo suyo es una pieza literaria.
Literaria sí, y sociológica también. ¿Qué resalta de Madrid? La arquitectura del poder, edificios grandes, sin gracia ni alegría ni sensualidad, que encierran riqueza y secretos, pareciendo extender la riqueza al Museo del Prado (lo que sería riqueza cultural pública, no sólo la económica, que sería la encerrada) y los secretos al Retiro. Esto último conecta con la descripción del salvaje punto de encuentro homosexual en que estaba convertido un cerrado laberinto vegetal situado en las cercanías de un popular kiosko de música que atraía a familias y niños, descrito por él poco antes. Esto es, algo así como una brutalidad mesetaria. ¿Qué resalta de Barcelona? El componente comercial, el atractivo visual de la oferta -a ras de calle y en las elevaciones de edificios recubiertos con galas- y la riqueza que se exhibe sin pudor para atraer al cliente. El toque fenicio. No sé si este párrafo escrito en 1984, antes de los Juegos Olímpicos de 1992, volvería a ser redactado por Chirbes del mismo modo hoy a la vista de esa Barcelona hiperturistizada y depredada por trusts hoteleros e inmobiliarios. Creo que no lo haría.

Definitivamente, yo no podría hacer una descripción chirbeana de Bilbao. Me avasallarían los detalles, me saldría el historiador tontuno que considera imprescindible mencionar que la herrería de los balcones del edificio XX fue fabricada en los altos hornos de Santa Ana de Bolueta en 1894 bajo la dirección del ingeniero tal o cual, cosas así. Los pequeños árboles no me dejan ver el gran bosque. Quizás sí podría, pero de otra ciudad que no fuera la mía, en la que he vivido tantos años y tantos acontecimientos me han sucedido desde niño. Creo que a Chirbes le pasa lo mismo: despacha esas dos grandes capitales con unos pocos brochazos (en ese párrafo) y en cambio se detiene bastante en Tavernes de Valldigna, el pueblo valenciano agrario y en parte anfibio donde nació, aunque para rememorar no tanto los edificios como el olor ambiental de la flor del naranjo, la luz, la temprana muerte de su padre ferroviario, el igualitarismo y la solidaridad en la pobreza, las calles llenas de polvo, el muelle de la vieja estación de tren, el paraíso de las huertas y balsas de riego hoy perdidas… sus recuerdos infantiles.
De mi ciudad a mí siempre me han cautivado sus fachadas o, mejor dicho, las historias que imagino han sucedido tras ellas. Fachadas contenidas y sobrias en general, con alguna pequeña extravagancia muy puntual. Un espíritu jansenista, como exigencia de vida virtuosa, que puede ser beneficiada con la riqueza material, pero que no debe ser exhibida ostentosamente, sólo un poco y con moderación. Discreción frente a suntuosidad, civilidad frente a poder político, persuasión frente a seducción, elegancia frente a gracia…, en sus interiores a veces riqueza y siempre muchos secretos. Como dice Chirbes, «no hay riqueza inocente», así que mejor no aparentar. Pero ¿qué he estado mirando? No he salido de la Gran Vía y Colón de Larreátegui. Esa no es toda la ciudad. Me siento incapaz de escribir ese párrafo y ya me gustaría.
