Casanueva y Torres: no sólo el Banco de Vizcaya

/ Javier González de Durana /

En ocasiones, la larga trayectoria de un arquitecto es recordada por uno solo de sus edificios. No importa que de su mente surgieran decenas de ellos, correctos, interesantes y elocuentes de su tiempo, sólo uno es conocido, mencionado y aplaudido. Tal sucede con el equipo que estuvo constituido por José Enrique Casanueva Muñoz (1926-2015) y Jaime Torres Martínez (1926-2002). Puede que muchas personas ni siquiera reconozcan en estos nombres a los autores del edificio del Banco de Vizcaya, el primer rascacielos genuino con muro-cortina de vidrio y placas de aluminio fundido que surgió en Bilbao en la segunda mitad de los años 60 para sustituir la histórica sede de dicha entidad bancaria que desde principios de siglo existió en la Plaza Circular, en el encuentro de las calles Hurtado de Amézaga y Gran Vía.

Casanueva y Torres ganaron el concurso convocado por el Banco de Vizcaya para erigir sus nuevas y modernas instalaciones. La entidad decidió que en la ejecución del proyecto y en la realización de la obra colaborara José Mª Chapa Galíndez (1915-1992), un arquitecto estrechamente vinculado con la institución a través de su tío, Manuel Ignacio Galíndez, arquitecto habitual del banco durante décadas. Chapa fue quien redactó las bases del concurso y fue secretario técnico del jurado, en el que también intervino por parte del Ayuntamiento el arquitecto municipal José Sans Gironella.

El tipo de actuación fue objeto de previo debate interno y se consideraron tres opciones: (a) conservar el edificio existente, ampliándolo con los solares contiguos y siguiendo el mismo estilo de fachada que el histórico mostraba, (b) conservar el edificio manteniendo su carácter y hacer la ampliación con un estilo libre en los solares aledaños, y (c) derribarlo todo y, partiendo de cero, proyectar un edificio completamente nuevo. Se optó por la tercera solución y, en vez de realizar un edificio compacto de ocho plantas (lo permitido entonces por las Ordenanzas frente a las cinco anteriores), se negoció con el Ayuntamiento la cesión a la vía pública de la parte más cercana a la Plaza Circular para ganar altura más allá de ocho plantas hasta llegar a las veinte. El arquitecto municipal que cerró el acuerdo sobre la altura fue Germán Aguirre. Durante varias décadas este edificio fue el icono moderno más conocido fuera de Bilbao, un ejemplo de su poder financiero y arquitectónico.

Todo el mundo conoce este edificio que, ahora con el nombre de Torre Bizkaia, a partir de dentro de unos días acogerá una macro-tienda de indumentaria (Primark) y un centro internacional de emprendimiento . Sin embargo, si preguntamos en Bilbao qué otros edificios diseñaron Casanueva y Torres poca gente sabría mencionarlos. Y los hay, alguno muy visible, por céntrico y notable, y algún otro, ya desaparecido, formó parte de un peculiar paisaje urbano que hoy es otro diferente por completo.

Uno de sus proyectos más curiosos fue el pequeño inmueble destinado a funcionar como Centro de Iniciativas Turísticas de Vizcaya en 1966. Como muchos recordarán, esta preciosa construcción se hallaba en la Alameda de Mazarredo, justo frente a la embocadura de la calle Ercilla. Un lugar extraño porque allí mismo se encontraban las escalinatas de descenso a las rampas de Uribitarte, motivo por el cual, para no eliminar el acceso facilitado por dichas escalinatas, tuvieron que rediseñarlas y proyectar el edificio como una especie de palafito sin laguna inferior (aunque aquel lugar resultara propicio para otras humedades poco higiénicas) que las sobrevolaba. La entonces ilusoria tarea de promover iniciativas que atrajeran un improbable turismo a la contaminada Bizkaia industrial recibió, sin embargo, una respuesta espléndida por parte de Casanueva y Torres.

Una plataforma de hormigón sostenida por siete pilares en fila y apoyada sobre el muro que delimitaba la calle, el edificio, con un solo nivel a ras de acera, se dividía internamente en dos espacios: uno a la derecha ofrecía información sobre Bizkaia y bregaba con el trabajo de alimentar iniciativas turísticas, y otro a la izquierda funcionaba como cafetería-restaurante-sala de actos. Los interiores eran extraordinariamente luminosos gracias a las grandes cristaleras que se abrían hacia el espacio del Depósito Franco, muy por debajo en ese punto, la ría con el puerto más allá y Artxanda al fondo, esto es, hacia el Nordeste, con lo que el sol no incidía directamente sobre los amplios ventanales, recibiendo, sin embargo, mucha luz. La planta del edificio mostraba un recto muro como fachada de piedra hacia la calle, en el que se encontraban los dos accesos, y una secuencia rítmica de ángulos rectos en las otras tres fachadas en voladizo, modesto eco horizontal de los Laboratorios Jorba (más conocido como «La Pagoda», demolida en 1999) de Miguel Fisac (1965-67). Esta encantadora rareza cuasi-fractal del Bilbao pre-Guggenheim fue demolida, creo recordar, hacia el año 2005.

Mucho más ambicioso fue el encargo para construir oficinas, locales comerciales y garajes en el número 23 de Rodríguez Arias, que les llegó en 1976. En ese solar estuvo la sede de los imperativos Sindicatos verticales del franquismo desde los años 40. Esa zona de Plaza Elíptica-Ercilla-Rodríguez Arias-Iparraguirre fue el cuartel general de aquella época política, pues en sus inmediaciones se encontraban el Gobierno Civil, la Hacienda, y el Sindicato, rodeados por edificios construidos a finales de los 30 y principios de los 40 que creaban el contexto civil. El proyecto de Casanueva y Torres introdujo modernidad donde hasta entonces existió un pesado y mostrenco edificio franquista.

En el amplio solar circundado por las calles Ercilla, Iparraguirre y Rodríguez Arias, los arquitectos diseñaron un edificio de calidad y singularidad dentro de los convencionalismos de la época: gran zócalo con planta baja y entreplanta, cinco plantas como cuerpo principal, muros-cortina de cromatismo evidentemente corporativo y gran mural en fachada. No obstante, no dejaron de lado su acento personal: la cornisa se igualó con las colindantes, con lo que no se distorsionó la homogeneidad de la manzana, y sobre ella una planta ligeramente retranqueada, encima otra planta aún más pequeña retranqueada y, sobre ésta, el cuerpo de otro piso que, asomándose a las alineaciones del volumen principal, parece flotar sobre el conjunto. Este cuerpo hace eco de los torreones en esquina, si bien en su caso adopta una forma que le acerca a las narrativas de la ciencia-ficción, las naves espaciales o, cuando menos, a las torretas aeroportuarias.

Como fue habitual durante aquellos años en inmuebles sobre grandes parcelas, con el propósito de ganar metros para actividades comerciales se habilitó una calle-galería interior que, como en otras de Bilbao (Zabálburu, Isalo, Urquijo…), nunca funcionó bien. El mural lo concibió el escultor José Luis Pequeño, quien también ideó un friso cerámico que, con similares formas geométricas y un vivo cromatismo añadido, se sitúa sobre el acceso interior a los pisos. Pequeño se debió de inspirar en un mural pensado por Jorge Oteiza algunos años antes para el muro vertical en el edificio de la Babcock & Wilcox, en la Gran Vía bilbaína (A. Líbano y J.L. Sanz Magallón, 1956), si bien lo que en Oteiza era predominio del muro gris oscuro sobre las formas positivas, en el de Pequeño estas adquieren un protagonismo absoluto y un mimetismo cromático con el resto del edificio. También existe en el arranque de las escaleras una muy bonita vidriera brutalista (supongo que también de Pequeño) y por aquí y allá se pueden ver interesantes apliques de luz para pared.

Casanueva y Torres realizaron bastantes más proyectos en Bilbao durante las décadas 60, 70 y 80. Tan sólo mencionaré algunos referidos a viviendas en el Ensanche, como los de Rodríguez Arias 59 y 59bis (1970), Múgica y Butrón 7 (1965), y Elcano 25 (1965), todos ellos de calidad y manifestando una personalidad singular.

Curiosamente, antes de todo lo mencionado ambos habían sido nombrados arquitectos al servicio de la Hacienda pública por orden dada a conocer en el Boletín Oficial del Estado el 27 de enero de 1962. Casanueva y Torres, casi unos desconocidos a pesar de todo.

Post Scriptum del 12 de mayo de 2021.- A veces sucede que estas reflexiones sobre arquitectura derivan en pequeñas investigaciones que completan o rectifican datos que he publicado. Es lo que ha sucedido con este post.

Yo atribuí a José Luis Pequeño la autoría del relieve situado en la fachada de este edificio numerado 21 de la calle Rodríguez Arias. Acabo de hablar con él hace un momento por teléfono y me ha confirmado lo que ya empezaba a crecer en mí como duda: él no es el autor de ese mural, sino que lo fue un estrecho amigo suyo llamado Francisco Muñoz Bezanilla, dibujante nacido en Santander en 1936 y que trabajó en Bilbao en los años 60 y 70 como diseñador gráfico de una agencia de comunicación bilbaína.

Mi confusión vino dada por la similitud de las formas en ese mural con las existentes en una escultura pública de José Luis Pequeño que es propiedad de la Caja Laboral y que actualmente se halla instalada (mal y amputada) en la fachada de la sucursal de esta entidad bancaria tiene en la Plaza Circular.

En consecuencia, el mural cerámico, sobre el dintel del portal interior de acceso, también debe atribuírsele. Al igual que la vidriera, pues José Luis Pequeño me ha confirmado que en alguna ocasión colaboró con Muñoz Bezanilla para realizar trabajos de vidrio en las instalaciones de Vidrieras de Llodio S. A. (Álava). Igualmente, mi suposición acerca de la posible influencia de Oteiza debe descartarse. Yo la mencioné al suponer que era una obra de Pequeño, sabedor de que éste y Oteiza fueron amigos y colaboradores durante mucho tiempo a partir de los años 70.

6 comentarios sobre “Casanueva y Torres: no sólo el Banco de Vizcaya

  1. Echábamos de menos tus interesantes comentarios.
    Respecto al edificio del Bco. Vizcaya, me parece una pena que eligieran derribar el antiguo edificio. Soy partidaria de conservar lo que merezca la pena. La Historia también importa.
    En cuanto al edificio de Información y Turismo, no lo recordaba.
    Gracias por traérnoslo a la memoria.

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    1. Muchas gracias por tus palabras Lourdes. En efecto, en aquellos años 50 y 60 no se protegió el patrimonio arquitectónico como se debería haber hecho. Se perdieron muchos edificios notables que hoy tendrían el grado máximo de protección. No existían autoridades oficiales con fuerza y conciencia y las personas con autoridad personal no se activaron lo suficiente más allá de un lamento nostálgico. Aquella terrible situación terminó por generar conciencia de que no se estaba actuando correctamente y ello se manifestó, como no podía ser de otra manera, en el Colegio de Arquitectos. Su empuje frenó la demolición de la Alhóndiga para construir pisos y otras muchas iniciativas que hoy echamos de menos.

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  2. Su precioso, completo y riguroso artículo es un regalo para la memoria arquitectónica y cultural de Bilbao y para la mía en concreto, que soy hija de Jaime Torres. Un fuerte abrazo.

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