Javier González de Durana
A mediados del pasado mes de mayo se hizo público que un escultor llamado Víctor Ochoa había donado a la Comunidad de Madrid una obra suya titulada «Héroes del covid-19«. La Presidenta de esa Comunidad, Isabel Diaz Ayuso, la había aceptado e instalado en el patio de la sede del Gobierno, antigua Real Casa de Correos en la Puerta del Sol. Se desconoce si se negociaron contrapartidas por la donación. Sin necesidad de saber si las hubo o no, la pieza levantó una oleada de justificadas críticas que provocaron que fuera, primero, tapada con una sábana y, después, retirada de tan relevante lugar. El artista, oportunistamente, la había ofrecido queriendo aparentar un gesto de altruismo y Díaz Ayuso, imprudentemente, la había aceptado sin pasar por ningún consejo asesor de arte. La obra fue presentada a los medios de comunicación al tiempo de descubrirse que no había sido realizada en ex-profeso homenaje a los profesionales médicos que lucharon contra la pandemia, sino que estaba hecha desde muchos años antes, que incluso había sido exhibida con otro título y que, para colmo, era una cuestionable reelaboración de una escultura de August Rodin. Al parecer, la presidenta había adelantado al inicio de la pandemia que el Gobierno regional construiría un monumento en homenaje a los fallecidos por el coronavirus, sus familiares, el personal sanitario y a todas aquellas empresas o colectivos e instituciones que estaban colaborando para derrotar al covid-19; a la vista de lo cual Ochoa decidió precipitar los acontecimientos, regalando lo que la presidenta había dicho que quería hacer.
Recuerdo que, tras las inundaciones de 1983 ocurridas en Bilbao, tres años después, este mismo Ochoa donó o colocó a la Delegación del Gobierno Civil en Bizkaia -gobierno socialista- otro memorial por aquellos que fallecieron y lucharon contra las aguas, quedando instalada en los jardines de la sede gubernamental, donde supongo aún permanece. Otra escultura pública, titulada «El Zulo», no sé si regalada también o fruto de un encargo institucional, está dedicada en Cartagena a la víctimas del terrorismo. Parece que Ochoa, quien posee el título de arquitecto por la ETSAM, pero no ha ejercido la profesión porque a los 28 años «descubrió» que era escultor, siente estimulada su generosidad y su inspiración cuando las desgracias azotan. Evito dar mi opinión sobre la calidad de la obra artística de Ochoa y los conceptos que la sustentan, pero quien tenga curiosidad en ello le sugiero siga los enlaces que he puesto en el párrafo anterior. Procure tener un flunitrazepam a mano quien lo haga.
Me temo que en los próximos meses y años viviremos una avalancha de memoriales covid-19. Algunas de ellas serán buenas obras de arte que permitirán recordar la desgracia que vivimos, homenajeando a quienes más la han sufrido y enriqueciendo el paisaje urbano de las ciudades. A este respecto, se van conociendo algunas iniciativas que elaboran y discuten teorías que plantean pautas de actuación razonable, sostenible, saludable y colectiva, como la que tienen entre sus manos para la ciudad de New Haven un grupo de estudiantes de la Universidad de Yale, consistente en rehabilitar como parque un terreno abandonado en donde se invertirían recursos sustanciales para su ecologización urbana, lo cual derivaría en beneficios para la salud pública y cohesionaría a la comunidad del entorno consigo misma y con el grupo de arquitectos y artistas que llevaría a cabo la operación en una tarea colaborativa. Si algo así sale adelante no resultará muy vistoso, pero seguro será higiénico y socialmente mucho más efectivo que un bronce instalado en cualquier parte.
En el extremo contrario al de los estudiantes de Yale, también veremos bodrios infumables encargados por políticos en busca de la foto inaugural, piezas lamentables -con las que ninguna víctima quisiera verse relacionada- ofrecidas por artistas «espabilaos», que conllevarán importantes gastos de dinero cuyo mejor destino hubiese sido su previa inversión en hospitales públicos e investigación médica o posteriormente en quienes hayan perdido empleo y salud.
Supongo que serán escultores «rotondistas» quienes más logren pillar encargos por aquí y allá, adelantándose al «estilo Ochoa» con sus ofrecimientos a las instituciones, y que los arquitectos, en general, esperarán encargos públicos sostenidos por sustanciosos presupuestos económicos. Pero no necesariamente, como demuestra el caso que muestro a continuación, el primer proyecto de este tipo que se ha dado a conocer.
El estudio de arquitectura GómezPlatero, con sede en Montevideo, Uruguay, ha diseñado un monumento en homenaje a los afectados por el covid-19. La propuesta es una iniciativa espontánea del estudio, de manera que la idea queda, de momento, en el aire. Fue presentada al Presidente de la República, Luis Lacalle Pou, quien la vio con «buenos ojos«, y el estudio estaría trabajando ahora en conseguir los permisos necesarios. De la financiación del proyecto, ni palabra. Planteado para ubicarse en un punto costero cercano a la capital uruguaya y concebido para ser una expresión de esperanza en una época incierta, este proyecto, presentado como primer monumento a gran escala a las víctimas mundiales de la pandemia, lleva el exagerado nombre de «Monumento mundial a la pandemia», siendo su objetivo el de ser un espacio de duelo y reflexión, ambientalmente consciente y emocionalmente impactante. Voy a intentar exponer los argumentos y presupuestos ideológicos del proyecto.
Se ubicaría en el borde de un paseo marítimo urbano, siendo accesible sólo por un largo camino peatonal; en el centro de la plataforma el vacío abierto al océano situado debajo permitiría observar el encuentro de la naturaleza con el artificio; la escala imponente del paisaje marítimo dramatizaría esta experiencia. Su diseño facilitaría el premontaje de una parte importante de la estructura para su limpia y rápida instalación in situ, minimizando el impacto en el entorno natural. Esta gran estructura circular, dice Martín Gómez Platero, serviría como una «experiencia sensorial que cierra la brecha entre el mundo urbano y el natural, creando un ambiente ideal para la introspección«.
Los monumentos marcan los hitos culturales y emocionales compartidos. Por ello, al crear un monumento capaz de activar los sentidos y los recuerdos de esta manera, se hace notar a los visitantes, como lo ha hecho la pandemia, «que nosotros, como seres humanos, estamos subordinados a la naturaleza y no al revés”. Sería un dispositivo, entre monumento y espacio público, capaz de crear puentes entre la experiencia del lugar y la memoria individual.
La geometría circular pretende resumir el concepto de unidad y comunidad. Se materializaría como una lámina cóncava mediante la que la arquitectura revelaría la constante variación del paisaje natural, una escala a medida de la fuerza del mar, un lugar de abrigo y exposición al viento. La forma sólo se interrumpiría en la grieta que da ingreso al lugar, quiebra y ruptura que recordaría un evento singular, un trágico suceso global. Un espacio multi-sensorial en el que las percepciones construirían un universo de sentidos y asociaciones, apoyadas en el contraste entre la materialidad depurada del objeto y la textura rugosa del lugar. La experiencia de inmersión en el espacio pretende construir una atmósfera amplificadora de los sentidos, un instrumento de evocación.
El memorial estaría pensado para recibir hasta 300 visitantes a la vez (obedeciendo las pautas actuales de distanciamiento social), permitiendo momentos de duelo compartido y solidaridad además de la soledad. «La experiencia dinámica del memorial -asegura Gómez Platero- conectaría intensamente al visitante con su percepción del tiempo y el lugar, construyendo un espacio creativo de atmósferas sensoriales mediante las que, junto a la alternancia de sonidos y silencios del lugar, permitirían reflexionar, escuchar el interior de cada individuo, e imaginar un futuro compartido alentador«.
La literatura que acompaña al proyecto -que he intentado resumir, sin cambiar su espíritu- es razonadamente sensible y razonablemente eco-social, careciendo de las pretenciosas ínfulas que, sin embargo, sí se manifiestan en la escala del monumento, el cual lo mismo serviría de memorial a las víctimas de este virus que a las del holocausto armenio. No es de las peores propuestas que vendrán, pero no creo que se materialice. Lo más inconveniente e inoportuno es que se plantee ahora, cuando la pandemia todavía no ha desaparecido y hay muchas otras necesidades que atender. Como en el caso de Ochoa, parece pensarse que quien se persone primero ya tiene ganada cierta ventaja y, caso de hacerse algo, quizás incluso ganado el encargo de diseñar lo-que-sea, con esta forma u otra cualquiera. En todo caso, al haber sido el primer monumento a gran escala en relación con el covid-19, el estudio de arquitectura montevideano obtuvo a mediados de agosto una repercusión mediática internacional espectacular. Quizás ahí esté el único beneficio que se derive de este trabajo, publicidad positiva para Gómez Platero. Ahora bien, si la iniciativa es tomada como ejemplo, probablemente cundirá en otros estudios y otros gobiernos; así veremos la avalancha, la que nos viene.