Huellas febriles de otro tiempo.

Javier González de Durana

Sucedió sobre todo en las décadas de los años 50 y 60, antes de que existiera conciencia social e institucional sobre el valor de la arquitectura de viviendas por pisos, es decir, sobre la práctica totalidad de lo construido en los Ensanches desarrollados a finales del siglo XIX y principios del XX. En aquella época (no hace tanto tiempo en realidad, apenas han pasado 50 años) sólo se consideraban dignos de protección los edificios de claro origen histórico -lo que significaba más de un siglo de existencia- en los que hubiera acontecido algún hecho relevante en el devenir de la sociedad ubicada a su alrededor y que, por supuesto, manifestara a las claras en sus fachadas exteriores y espacios interiores unos indicios notables de algún estilo definido por la historia del arte. Aún así, muchas construcciones que reunían esas condiciones -antigüedad, eminencia histórica y singularidad estilística- fueron derribados hace cincuenta años con el permiso de ayuntamientos y organismos supuestamente dedicados a la vigilancia y protección del legado arquitectónico.

Si esto era así con joyas de la arquitectura, ¡qué decir de los modestos inmuebles de pisos que apenas alcanzaban los tres cuartos de siglo, diseñados por maestros de obras o arquitectos poco conocidos para viviendas familiares de clase media en régimen de alquiler! Los derribos integrales y las alteraciones fisonómicas era permitidas sin problema. Ni siquiera se les tenía en cuenta como elementos constituyentes de un paisaje urbano-ambiental, que es lo que hoy admiten los PGOU para permitir su derribo interior a cambio de conservar sólo sus fachadas para escenografiar la ciudad.

Esto que ahora se valora como telón de fondo de calles armonizadas por inmuebles característicos de una época, la fachada, hace cincuenta años era completamente   rechazado como portador de alguna clase de interés patrimonial. Por eso quiero comentar aquí los casos de algunos edificios a los que se les facilitó un cambio de rostro, una especie de ‘lifting’, mediante el que, en nombre de la rehabilitación, perdían sus alzados originales para recibir otros notablemente peores. La práctica no duró mucho tiempo, por fortuna, y podemos considerar este episodio como una especie de fiebre temporal que vivió la arquitectura en tiempos de poco control y escasa cultura. Los estragos fueron abundantes en barrios periféricos o arrabales, donde la mediocre calidad constructiva podía reclamar, con cierta lógica, una intervención consolidadora de miradores, balcones, paños exteriores, molduras…, pero también afectó a inmuebles notables del centro de las ciudades, edificios diseñados por arquitectos de prestigio que utilizaron materiales nobles en sus procesos de construcción.

Lo sustancial de esta infección dérmica consistió en eliminar toda huella de aparato decorativo exterior, sustituir balcones de herrería y miradores de madera por otros de hormigón para, tras picar su cubrimiento original, revestir la totalidad del cierre exterior con placas de ladrillo cara-vista. Estas obras de «modernización» solían estar acompañadas por recrecimientos en altura al añadir uno, dos y hasta tres pisos sobre las cubiertas originarias. Es de suponer que con la venta de los nuevos pisos la propiedad del inmueble pagaba la totalidad de la obra. Veamos unos pocos casos detectados en un breve paseo por las calles más céntricas del Ensanche bilbaíno:

Alameda de Recalde 15, esquina con Barraincúa. Se trata de un inmueble diseñado por Manuel Camarón, maestro de obras, en 1906. Un informe elaborado por el arquitecto Francisco Soriano Muguruza en noviembre de 2011 decía lo siguiente: «El edificio fue promovido por la Casa de Misericordia de Bilbao (..) En la década de los sesenta la Casa de Misericordia decide enajenar las viviendas a favor de sus ocupantes los que las adquieren o transmiten y forman la primera comunidad de copropietarios. En el año 1.969 acometen obras para el adecentamiento de las fachadas con el contratista Sr. Poveda y al estilo de la incomprensible moda imperante demuelen el recubrimiento de toda la fachada eliminando los recercos de ventanas en dinteles, jambas y alféizares, revisten el conjunto con plaqueta de ladrillo “cara vista”, demuelen los balcones, sustituyen los miradores por elementos cerrados con ladrillo visto y raseado pintado y sustituyen carpinterías y canalones«. No hace falta decir mucho más. Hago mía la calificación de «incomprensible moda imperante» utilizada por el arquitecto Soriano para referirse a ese «estilo«. En este caso, Manuel Camarón se había limitado a seguir muy literalmente la pauta marcada por el arquitecto Javier Luque un año antes (1905) en el solar colindante de Alameda de Recalde 17, al diseñar un inmueble que, por fortuna, se conserva íntegro y permite establecer una comparación en la que resulta evidente lo desafortunado de la intervención. Se desconoce si el contratista Poveda actuó a las órdenes de algún arquitecto, pero sin duda así debió ser. Este edificio no tiene ningún nivel de protección dentro del PGOU y eso que su histórica arquitectura interior se conserva íntegra al haber cambiado sólo la fachada. Sin embargo, al colindante edificio de Javier Luque le protege un nivel D.

Alameda de Recalde 13, esquina con Barraincúa. En este caso se trata de uno de los tres inmuebles que diseñó en 1905 Ángel Iturralde, maestro de obras, en un estilo suavemente «art-nouveau». El conjunto de su intervención incluyó los número 9 y 11 de Alameda de Recalde, los cuales se conservan bien hoy (aunque sólo el 9 mantiene la bonita puerta de ingreso), de manera que es posible calibrar la magnitud del desastre cometido, el cual incluyó la elevación de un par de pisos. El arquitecto de la «rehabilitación» realizada en 1967 fue Jose Antonio Cirión García de Acilu. En el PGOU de 1995 esta esquina recibe el nivel de protección D, mientras que las otras dos con las que formó unidad de construcción recibieron el nivel C, más elevado. No deja de resultar chocante, ya que el nivel D es el que protege el carácter ambiental del escenario urbano (se permite demoler el inmueble excepto la fachada) y, justamente, eso es lo que este edificio no puede aportar ya. Lo absurdo es que este edificio tenga nivel D y el de Alameda de Recalde 15 (antes citado) no tenga ninguno, habiendo padecido lo mismo.

Colón de Larreátegui 45. Este fue un edificio de distinguido aspecto diseñado por el arquitecto Ángel Líbano Peñenori en 1924. Nos podemos hacer una idea de cómo era originariamente puesto que en 1927 Líbano fue autor asimismo de otro par de inmuebles en esta misma manzana del Ensanche, en su cara orientada a la Gran Vía, números 42-44. De hecho, las fachadas traseras de Colón 45 y Gran Vía 44 se enfrentan en el patio de manzana. Desconocemos el nombre del arquitecto y el año de la reforma, pero el fiasco fue de consideración. Carece de cualquier tipo de protección en el PGOU; por supuesto, su arquitectura interior conserva sus condiciones originales.

Colón de Larreátegui 1. Diseñado en 1895 por Eladio Iturria Bizcarrondo, arquitecto. Se le agregaron tres pisos por encima de la cornisa original a raíz de la reforma, cuya autoría desconozco. Se puede equiparar en estilo y tipología al inmueble en Colón de Larreátegui 5, diseñado un año antes por Andrés Escondrillas Abásolo, maestro de obras. El daño salta a la vista. Goza de nivel de protección C ¿Por qué motivo a éste sí le ampara el nivel C y otros en su misma situación tienen el nivel D o incluso ningún nivel?

No obstante, la gran pifia tuvo lugar en una manzana completa del Ensanche, la situada entre las calles Elcano (18, 20, 22 y 24), Alameda Urquijo (18, 20, 22 y 24), General Concha (1, 3, 5 y 7) y Licenciado Poza (3). Este gran conjunto fue diseñado en 1920 por Ricardo Bastida (uno de nuestros dioses locales en el ramo), resultando reformado en 1959 por el arquitecto Celestino Martínez Diego. La aplicación cosmética desfiguró el conjunto. Como anécdota, cabe señalar que en esta manzana estuvo ubicado el Circo Ecuestre que había diseñado el arquitecto Atanasio Anduiza Uríbarri en 1895, siendo derruido en 1917 para liberar el solar y construir las viviendas concebidas por Bastida. Lo desconozco en la actualidad, pero este bloque fue (y quizás es aún) propiedad de la Caja de Ahorros Vizcaina, hoy integrada en Kutxabank. Tiene el conjunto un nivel de protección D.

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Esquina de Elcano con Licenciado Poza.

No todas las modernizaciones exteriores de edificios fueron siempre chapuceras. Es posible encontrar alguna reforma que mejoró o que, al menos, no empeoró lo anterior. Tal es el caso de Gordoniz 5, diseñado por Mario Camiña Beraza en 1910 y reformado por Pedro Ispizua Sesunaga en 1938 con un lenguaje racionalista. Para comparar lo ganado con lo perdido basta con mirar a los inmuebles colindantes, en San Mamés 34 e Iparraguirre 48, pues formaron parte de la tarea de Camiña y permanecen tal cual con su delicada y contenida adaptación «sezessionstil». Claro que la intervención de Ispizua se hizo en los años 30, inmediatamente después de la guerra, lejos todavía de los corrosivos 50 y 60. Le ampara a este inmueble un nivel de protección C, el mismo que a sus dos compañeros.

Resulta paradójico que, pretendiendo «mejorar» los inmuebles, estas intervenciones fueron en algunos casos el origen de numerosos daños posteriores ya que se aplicaron sobre fachadas que no estaban preparadas para soportar tales pesos con lo cual se generaron fisuras, desplomes, grietas y otros perjuicios. De los estéticos infligidos al «paisajismo ambiental» de la urbe ni hablamos.

Curiosamente, estas agresiones se centraron en las fachadas de los pisos, evitando casi siempre actuar sobre las plantas bajas, las cuales quedaban tal como eran originalmente, con sus sillares de piedra caliza y arenisca a la vista. Esto permitió que, cuando años después estas fachadas también se vieron intervenidas con recubrimientos y aplacados por parte de comercios instalados en sus locales, pudieran ser recuperadas al retirar tales revestimientos, como ha ocurrido en la planta baja de Alameda de Recalde 13, donde recientemente se han podido recuperar los bonitos huecos de arco quebrado concebidos por Ángel Iturralde.

25 Recalde 13 bis
Huecos en planta baja recuperados tras la eliminación del revestimiento que los ocultó durante décadas, pero que fueron previamente respetados durante la intervención sobre la fachadas de los pisos superiores.

 

Un comentario sobre “Huellas febriles de otro tiempo.

  1. Todas esas aberraciones estéticas se hicieron con el consentimiento de los arquitectos y responsables municipales de turno. Ya no se les puede abrir expedientes o incluso demandarles. Pero hay que estar atentos a las actuaciones que siguen realizándose. Ejemplos: El lavadero de La Perla o el chalet de Saracibar- López de Letona- Cámara de la Propiedad. Por cierto que unas de las mayores fechorías se han cometido en la plaza Elíptica, el centro neurálgico del Bilbao actual. Eso da para otro capítulo.

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