Javier González de Durana
No son muchas las ocasiones que se presentan para abordar asuntos de arquitectura desde otras perspectivas que no sean las relativas a la práctica profesional orientada a la utilidad pública o privada, residencial o infraestructural. El análisis crítico o descriptivo de las realizaciones recientes, los atropellos al patrimonio cultural construido y los planes urbanísticos que prefiguran el modelo de ciudad hacia el que los responsables institucionales abocan a la ciudadanía suelen ser los asuntos más frecuentados por medios de comunicación y colectivos sociales cuando estos manifiestan algún tipo de desacuerdo. Las preferencias mediáticas se orientan hacia las construcciones espectaculares de última generación con firma de arquitectos afamados y dotadas de morfologías singulares (lo que excita la curiosidad del ciudadano común) y hacia las descripciones idílicas de la ciudad del futuro (lo que, excitado, anuncia el político para lograr su reelección).
Por este motivo es de agradecer que, de vez en cuando, los museos planteen miradas sobre la arquitectura que escapan de las habituales exposiciones sobre individualidades destacadas y promociones institucionales singulares, obligando a pensar en otros términos, se compartan o no las premisas que los impulsan y las conclusiones que ofrecen.
Este es el caso de Architecture Effects, presentada en el Guggenheim Bilbao Museoa, porque nos fuerza a reflexionar sobre lo arquitectónico desde una perspectiva inusual y nada tópica, tan insólita como el hecho de que no se trata de una exposición de arquitectura, sino de arte, a pesar de lo que proclama el título o -también podría decirse- en coherencia con tal título porque, si bien estos ‘efectos’ aluden a las consecuencias de variada naturaleza derivadas de un desencadenante arquitectónico, la expresión ‘efectos arquitectónicos’ no es exactamente igual que ‘arquitectura’. Si tales ‘efectos’ no son sólo aquellos relacionados con lo constructivo -pues la arquitectura se vincula directamente con todos y cada uno de los aspectos de nuestras vidas-, concluiremos que el contenido de esta exposición se abre a un enorme abanico de cuestiones. Y es en ese encontrar los vínculos donde se plantea el reto comprensivo de lo que ahora se expone en el museo.
Los comisarios declaran que “si, por su parte, los arquitectos han intensificado su presencia en debates que van más allá de la mera construcción de edificios, el trabajo de los artistas contemporáneos evidencia cómo las cuestiones arquitectónicas se extienden a áreas que trascienden el espacio construido, identificable y estandarizado”. Ciertamente, pero este entrecruzamiento de trabajos no es sólo consecuencia de la digitalización y la globalización actuales, como parece deducirse, sino que viene de muchas décadas antes sin salir del ámbito de lo contemporáneo. Basta con recordar a arquitectos-artistas como Gordon Matta-Clark y sus perforaciones de edificios, Tony Smith y las geometrizaciones volumétricas, ambos en Nueva York, o José Manuel Prada Poole con las estructuras neumáticas, en España; o bien a artistas-no-arquitectos como Christo Javachef y sus edificios empaquetados, las acciones con volquetes y excavadoras de Robert Smithson o las intervenciones en teatros y parques de Olafur Eliasson… Las practicas entrecruzadas no son de hoy.
La indirecta alusión al “efecto Guggenheim” y el hecho de que el proyecto de Frank O. Gehry -mostrado en la primera sección expositiva como Relicario o Agnusdéi y custodiado en cajas negras, unas abiertas otras cerradas, que ilumina un tiempo de esplendor pasado- es lo único verdaderamente arquitectónico de la exposición, lo cual parece querer subrayarse con la modificación del techo del espacio en esta sección, al rebajarse perimetralmente como las cubiertas de una casa con tejado a cuatro aguas. Es una sección que remite al año 1997, el de la inauguración del museo, como el retrato local y contextual de una época. Una sección, la primera, que se pretende otorgue justificación a la segunda, que es la que contiene el núcleo central de la exposición, diez artistas/arquitectos con una veintena de piezas; una muestra de tamaño pequeño.
En esta segunda parte del recorrido se contemplan piezas artísticas como las que habitualmente se muestran en exposiciones de arte actual. Da lo mismo que unas estén realizadas por arquitectos y otras por artistas; todos actúan como artistas y las páginas web de aquellos que, siendo arquitectos, han desarrollado proyectos constructivos orientados a una función utilitaria demuestran que esos proyectos tienen poco o nada que ver con estas obras que aquí presentan. No debería extrañar tal distancia, ya que lo que se nos plantea -recordemos- no es arquitectura, sino ‘efectos de arquitectura’: “La exposición indaga en los efectos que permean la vida cotidiana, partiendo del sustrato logístico y material de nuestro mundo hasta abarcar cuestiones relacionadas con la identidad, la conciencia y lo ritual”.
Sin embargo, se trata de piezas frías, a-simbólicas, carentes de emoción y cuyo sentido e inteligibilidad se pretende como consecuencia derivada de la lectura de los textos que el museo plasma en las paredes cercanas. Como en bastantes exposiciones de arte actual, los textos de estas cartelas desbordan pretensiones trascendentalistas y conceptos altisonantes que, en este caso, además, realizan un virtuoso recorrido por la corrección política: un poco de ecologismo, un poco de ironía no ácida, un poco de crítica a la guerra, un poco de antroposofía amable, un poco de ciencia lúdica, un poco de poesía entre humanos y animales, un poco de comunicación con el cosmos…: “La animación, la performance, el poshumanismo, la inteligencia artificial y la ‘búsqueda del yo profundo’ son elementos protagonistas de este montaje coral. Envueltas en la atmósfera generalizada de confusión y urgencia histórica que caracteriza nuestra existencia en la época actual, las obras aquí dispuestas también sugieren algunas maneras de superar las presiones de nuestro tiempo”, según declara el museo.
Algo de estas ideas grandilocuentes se vio venir durante la mesa redonda con varios de los artistas participantes y los comisarios el viernes previo a la inauguración. Muy significativo resultó el hecho de que Manuel Cirauqui -comisario de la muestra junto con Troy Conrad Therrien- preguntara con insistencia a Leong Leong qué era lo que estábamos viendo cuando este mostraba la imagen de su obra, Tanque de flotación 01, y el artista no quisiera responder qué cosa era aquello y prefiriera disertar sobre “poshumanismo”.
Por supuesto. todo objeto artístico tiene un contexto particular y al conocer éste se comprenden mejor tanto las intenciones del artista como las circunstancias en las que se desenvolvió durante el proceso de producción. Pero la obra de arte en sí misma debe tener un mínimo interés y capacidad transmisora de significado. ¿Autonomía del arte? Pamplinas, ahí están los discursos curatoriales para decirnos lo que tenemos que ver y pensar. Como dijo Machado acerca de otro asunto, con estos textos algunas personas «han visto cosas muy claras que no son verdad«. Más que intentar adivinar qué obras están realizadas por artistas y cuáles por arquitectos, yo animaría a que cada observador tratara de darse una comprensión personal de las piezas sin leer las cartelas.
En todo caso, los dispositivos museográficos van por un lado y las obras de arte por otro. Entre estas hay algunas interesantes. La mejor, desde mi punto de vista, es la de la mexicana Frida Escobedo, El Otro, un monumental friso de cristales recogidos de un edificio que no hace mucho tiempo fue un ejemplo de modernidad y que hoy, viviendo el fracaso de sus promesas incumplidas, evoca en estos acristalamientos el paso del tiempo y las huellas de cotidianidad dejadas por quienes se sirvieron de ellos como frontera arquitectónica. Los cristales de las ventanas de este edificio de la Colonia Juárez actúan como espejos, confeccionando un exterior que refleja y, a la vez, desvía la mirada. Pervirtiendo la imagen de limpieza, orden y transparencia de la fachada, los cristales hablan de acumulación, opacidad y desorden interiores. Su lógica reticular ha sido invadida por el desconcierto de la vida real y sus necesidades.

También la obra de Didier Faustino, Un hogar no es un agujero, una enorme linterna geométrica de rebosante luz interior que, apoyada en precario equilibrio sobre el suelo, inquiere acerca de la frágil temporalidad y permanente inestabilidad de toda construcción humana. El efecto local queda aportado por la proyección de las diapositivas que Mikel Eskauriaza tomó de la Campa de los Ingleses cuando el museo estaba en construcción, así como en los alrededores mineros de Bilbao al iniciar su muda de piel. Muy pertinente es que el proyector se eleve sobre una peana constituida con los cuatro ejemplares encuadernados que la revista Nueva Forma, dirigida por Juan Daniel Fullaondo, dedicó a Bilbao a finales de 1968 y principios de 1969: gesto metafórico sobre la nueva ciudad basada en la hiper-iconicidad globalizada que se levanta sobre las imágenes cerradas de otra ciudad que algunos visionarios consideraron hermosa a su peculiar manera en aquel tiempo.

Un aspecto curioso de la exposición es que no haya catálogo y que para leer los textos escritos a propósito de ella (tercera sección expositiva) se tengan que descargar mediante una aplicación desde la web del museo, ¿no es una auto-amputación obligar a un recorrido tecnológico cuya complejidad impedirá a muchos el acceso a esa literatura? Acorde con la tecnificación digital de la sociedad y con la premisa curatorial, el museo se ha ahorrado la publicación de un libro, pero ¿qué ha ganado?
Sobre todo, Architecture Effects es un homenaje que el Museo Guggenheim Bilbao se regala con motivo de su cumpleaños al situarse a si mismo en el origen de una miríada de acontecimientos y cambios sociales y tecnológicos que han ocurrido en las dos décadas siguientes. Formalmente radical –ma non troppo en lo ideológico– y, por ello, insólita en el contexto de esta institución más interesada para su público habitual en otras expresiones artísticas ya consolidadas, sin embargo, la exposición apenas araña la superficie de la tesis en torno a la que se articula y que se resume en la pregunta ¿Qué hace que la arquitectura sea más que mera construcción? Las respuestas vienen dándose desde hace milenios. El intento ha sido interesante y, sobre todo, lo es que el museo se abra a exposiciones de riesgo en su contenido. Y esta, para bien, lo ha sido a pesar del resultado.
