El edificio Albia y la ciudad de los años 60.

Javier González de Durana

Hace un año, poco más o menos, retiraron los andamios del edificio Albia tras un proceso de «remozamiento». Decepcionado por lo que dejaron ver los tubos y mallas que lo habían mantenido oculto durante un par de años, pensé en escribir sobre él, pero decidí que mejor me lo pensaba un par de veces. En primer lugar por respeto a los Sans Gironella, sus autores, especialmente a César, el más joven de los dos hermanos arquitectos; además, debido a que fue su propio estudio, SG2A, el que había llevado a cabo la reforma del inmueble. En segundo lugar porque no quería que sucediera lo que me pasó con ese mismo edificio cuando recién construido a finales de los años 60 lo valoré como un horror espantoso, resultando que al cabo de los años terminé por cogerle simpatía y estima. De ahí mi enfado porque le hubieran cambiado la cara; me había acostumbrado a la anterior y no sólo eso, sino que también me parecía atractiva e interesante.

Conocí bien el antes, el durante y el después de la zona ocupada por este inmueble. Nací y viví las tres primeras décadas de mi vida a escasos 200 metros del lugar, en la escuela parroquial de San Vicente (hoy Antzokia) fue donde aprendí las primeras letras, los jardines de Albia era a donde me llevaba mi madre para jugar y las heridas que me hice mientras correteaba bajo sus árboles me las curaron en la Casa de Socorro, que estaba junto al cine parroquial en el que contemplé mis primeras películas. Todo dentro de un área no mayor a un par de campos de fútbol. Aunque inscritas en el Ensanche burgués, entonces las calles Arbolancha, San Vicente, Nervión, Isleta y Uribitarte (incluidas Travesía y Rampas) tenían un aire suburbial y el ambiente propio de artesanos y menestrales laboralmente vinculados a los cercanos muelles de la ría, donde existía un vibrante tráfico de barcos, marineros, camiones, cargamentos y estibadores. Talleres pequeños, almacenes monumentales, fondas con escasa ventilación y tabernas de vino dudoso abundaban en esas calles tan cercanas sobre las que mi madre me prevenía: «No pases por ahí«, lo cual convertía la zona en fascinante.

Era un microcosmos curioso: a un lado, una tapia vigilada por la Guardia Civil separaba el área portuaria y la trama urbana y, al otro lado, las calles elegantes del Ensanche con los jardines de Albia como nudo articulador. Olía al serrín expulsado desde carpinterías ruidosas y al acre tufo de odres alojados en el fondo de bodegas iluminadas con una bombilla de 20 watios; se escuchaban martillazos metálicos, el chirrido de las grúas y el traqueteo del tren Bilbao-Santurce que, junto con la valla vigilada, hacía de frontera entre lo urbano y lo portuario.

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Albia I al final de la calle San Vicente, interrumpiendo la visión de Artxanda; a la derecha, la Casa de Socorro.

En esa zona, hoy ocupada por bares y restaurante de diseño, hoteles con spa y muchas estrellas, discotecas y gimnasios…, apareció el edificio Albia como una inesperada muestra de modernidad sobre un «pésimo solar elegido, un barrizal«, según recuerda uno de sus autores. La historia del edificio fue complicada. Empezó como proyecto redactado por Juan Carlos Smith, al que se sumó después José Sans Gironella. Se desarrolló al mismo tiempo que el otro rascacielos que hubo en Bilbao durante años, el del Banco de Vizcaya (1965-69). El de Albia, dedicado a oficinas por entero, se inauguró un año después, en 1970, tras haber sido sometido a grandes cambios en la fase previa a su construcción. El proyecto de Smith consistía en una gran torre de veintidós plantas con una pasarela en la planta once que dividía el edificio en dos tramos: uno, de la planta cero a la undécima, a modo de gran zócalo, donde estarían los garajes y algunos locales, con una planta baja a doble altura y la entrada principal a nivel del Ensanche; sobre ello, el segundo tramo, un edificio de trece plantas destinadas exclusivamente al uso de oficinas. Por encima, otra planta más alojaría un gran restaurante panorámico y la planta de coronación, finalmente, iría destinada a servicios e instalaciones.

Con la incorporación de José Sans Gironella al proyecto, él y Smith dedicaron dos años a rediseñarlo, tiempo durante el que hicieron numerosos viajes por Europa para conocer de primera mano los últimos materiales, tecnologías, diseños… Les ayudó César, quien no figuró oficialmente en el proyecto porque acababa de terminar sus estudios, pero participó intensamente en él.

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Relación de Albia I con las Torres de Izosaki antes de la intervención.

Debe recordarse que el edificio se levanta sobre un solar situado bastantes metros por debajo del nivel del Ensanche en ese punto y que para conectar la entrada del edificio con las calles San Vicente y Arbolancha, y con los jardines de Albia -desde donde llegarían caminando los cientos de empleados que trabajarían en la torre-, fue necesario implementar un puente sobre la calle Uribitarte, lo cual hizo que el acceso al interior del edificio estuviera muy a mano, con comodidad tanto para peatones como para vehículos, lo que no hubiera ocurrido de haber situado el acceso al nivel de Uribitarte por ausencia de ese puente.

Finalmente, por motivos económicos, del proyecto se eliminaron o abarataron ciertos aspectos -menos calidad en los ascensores y acabados, no se instaló aire acondicionado…-, y se decidió que fueran veinte plantas, 16 de oficinas (sobre la cota de acceso), 3 de garajes (bajo esa cota) y una comercial (a nivel de la calle Uribitarte).

En mi salida de la adolescencia, lo que más me molestó de la abrupta irrupción del rascacielos en la zona fue tanto su gran volumen y la desordenada relación que establecía con los edificios preexistentes como la interrupción de la vista que desde la calle San Vicente se tenía sobre las distantes laderas de Artxanda, al otro lado de la ría. Un obstáculo engorroso que puso fin a la mirada hacia la Naturaleza y sus espacios libres que, algunos años antes, siendo aún niño, yo solía dirigir antes de entrar a la escuela o a la iglesia.

Este edificio, formalmente, es un paralepípedo con cuatro lados estrechos y otros dos muy anchos. El modesto rascacielos se dotó de cinco ascensores para subir a las plantas de oficinas, cada una de las cuales podía tener entre veinte y veinticinco departamentos laborales individualizados, si bien algunos de estos se fusionaron después para lograr ámbitos de trabajo más amplios. La distribución de cada planta responde a una lógica rotunda: los ascensores circulan por el centro de uno de los dos costados anchos -el orientado al Este- y a derecha e izquierda se abren sendos pasillos centrales que distribuyen a sus lados los espacios de oficina.

El proyecto de intervención reciente no ha sido sólo de naturaleza estética. La actuación se supone implicará un ahorro a largo plazo, puesto que los trabajos preveían que la eficiencia energética del rascacielos mejorara en un 75%. El cambio de ventanas, la creación de una fachada ventilada y la colocación de nuevos y modernos materiales deberían permitir que el inmueble sea más caliente en invierno y mantenga una temperatura más templada en verano. Se calculó que las facturas en calefacción se reducirían en un 80% y las de climatización, en un 45%.

La gran novedad y el elemento de valor añadido que aporta el proyecto es un tipo de baldosa ecológica que permite transformar el perjudicial dióxido de carbono en oxígeno. Se  colocaron unos 4.000 metros cuadrados de este azulejo en la envolvente del edificio, lo que supondrá -dicen- un bálsamo para el medio ambiente equivalente al efecto que logran 280 árboles: «El revestimiento será de cerámica y nano-partículas de dióxido de titanio, el cual, en presencia de la luz ultravioleta (radiación solar en este caso), hace que la superficie del mismo posea cualidades de auto-limpieza y minimiza la acumulación de bacterias y mohos, así como limpia la atmósfera que se encuentra en contacto con ella, gracias a un proceso foto-catalítico«, se afirmaba en el proyecto. Ya veremos. En la actualidad lo ecológico y el ahorro energético son los dos mantras que se repiten para lograr permisos con mayor facilidad.

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Alzados Este, Norte y Sur de Albia I.

El aspecto exterior original del edificio Albia I poseía una cierta dureza visual que aún pervive en el denominado Albia II, más pequeño y anexo al anterior. Las fachadas estaban recubiertas con un tipo de baldosa de barro cocido y esmaltado con una entonación cromática granate oscura que, junto con la carpintería de madera en las ventanas y en los paños entre ventanas, le daba una fuerte y severa personalidad no exenta de un cálido y oscuro encanto.

La influencia de Arne Jacobsen y su edificio de la SAS en Copenhague resulta patente. La rotundidad geométrica del danés fue aligerada por Sans Gironella en la coronación, al retranquear la anteúltima planta para hacer que la última pareciera flotante, un cierre-tapa liviano remarcado al utilizar en ese nivel materiales exteriores diferentes (pizarra negra) a los del resto del edificio.

Al margen de la búsqueda de la eficiencia energética, el hecho de que aquellas baldosas estuvieran desprendiéndose de la fachada, con el peligro consiguiente, fue lo que impulsó a la comunidad de propietarios a acometer la reforma exterior del inmueble. A muchas personas aquella fachada, carnosa y un tanto áspera -como el Bilbao en el que emergió-, le parecía poco afortunada. A mí no, a mí me gustaba. Lo peor ha sido su impregnación del estilo de las cercanas Torres Isozaki, con sus muros cortina de cristal que, ahora, son también en parte los de Albia. Como remate, un blanco invasivo recorre el edificio de arriba a abajo. Una lástima: ha perdido la personalidad forjada durante décadas, envejeciendo con hermosa dignidad, para querer parecerse a sus jóvenes y anoréxicas vecinas con un maquillaje impostado.

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SAS, Arne Jacobsen (Copenhague, 1959-65)
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Albia I, antes y ahora.

2 comentarios sobre “El edificio Albia y la ciudad de los años 60.

    1. Los datos referidos al edificio y a la reciente intervención están tomados de la web de SG2A. Si hay errores, estos proceden de esa web. Lo demás son opiniones personales mías con las que se puede estar de acuerdo o no, pero erratas… Bien, puede haberlos; erratas no, quiero decir errores. Si tienes la amabilidad y dispones de tiempo, Julio, te agradecería que los enmendaras

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