Recuperación de la antigua Aduana de Bilbao.

/ Javier González de Durana /

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La Aduana en 1894, recién terminada de construir; en sus inmediaciones había pabellones bajos o solares aún sin edificar.

Desde mediados del 2016 el antiguo edificio de la Aduana de Bilbao está viéndose sometido a un profundo proceso de recuperación integral. Su fachada principal, larga, da a la calle Barroeta Aldamar y la fachada lateral, corta, a la plaza de Pío Baroja. Esta rehabilitación permitirá a principios de 2018 volver a dar vida útil a un histórico inmueble que durante muchos años estuvo infrautilizado y cerca de un abandono que hubiera conducido al deterioro preludio de la previsible ruina.

Afortunadamente, ya no será así y aquí se reunirán servicios de atención al público vinculados a la Administración General del Estado en Bizkaia: la Jefatura Provincial de Tráfico, la Oficina de Extranjería, la Gerencia de Justicia y Dependencia de Sanidad y Política Social, en planta baja, mientras las dos plantas superiores albergarán a la Demarcación de Costas, la Jefatura Provincial de Telecomunicaciones, MUFACE y la Dirección Territorial de Comercio. Alrededor de 250 funcionarios realizarán aquí sus tareas

La inversión total es de 13 millones de euros y se rehabilitarán 8.100 metros cuadrados construidos, de los cuales alrededor de 6.000 serán útiles. No sólo se ganará para el servicio ciudadano un relevante equipamiento público, sino que también posibilitará el ahorro de los alquileres que ahora se pagan por las diseminadas oficinas que en el futuro se concentrarán aquí.

El edificio se construyó a partir de 1890, siendo su arquitecto Eladio Iturria. Su ubicación era lógica, cerca de la ría y de los muelles por los que se movían grandes cantidades de mercancías procedentes de todo el mundo. La inserción dentro de la trama del Ensanche, sin embargo, se hizo con dificultad. La manzana diseñada por Alzola, Hoffmeyer y Achucarro ya estaba en parte ocupada cuando se inició su construcción, principalmente en el arranque derecho de Ibáñez de Bilbao, y la voluntad de que la Aduana fuera un edificio exento hizo que las dos fachadas interiores se separaran de las edificaciones ya realizadas y de las que se realizarían más adelante en los solares aún vacíos mediante dos callejones o cárcavas que constituyen anomalías dentro de la formalización de los espacios definidos por el Plan del Ensanche.

Las facilidades recibidas por la Diputación Foral para disponer de un edificio exento en la Gran Vía, con la creación de las calles Diputación y Arbieto (no previstas por aquel Plan) en aquel mismo año, no las tuvo la Aduana, pero no se vea en esto una muestra más de la tradicional pugna entre las instituciones locales y el Estado. La razón de que no tuviera cuatro calles en su perímetro, sino sólo dos más dos callejones, era que la Aduana aprovechaba un terreno que era suyo de antemano, en el que disponía de un almacén desde al menos 1868, y que la manzana ya estaba en proceso de colmatación, mientras que la Diputación, para salir de la Plaza Nueva, tuvo que comprar el suyo, pudiendo elegir un solar de entorno despejado.

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En una fotografía realizada en torno a 1868 desde la zona de Matiko, junto a cuatro pabellones con cubierta con picos en forma de sierra se observan otros tres pabellones -uno central abierto y dos laterales cerrados- más bajos y adosados a los anteriores. Este conjunto de tres pabellones es el que ocupaba exactamente el mismo solar en el que después vendría a instalarse la Aduana. La que más tarde sería calle Barroeta Aldamar ya existía como camino.

La actividad portuaria, causa del origen de la Aduana cuando aquella vivía momentos de esplendor a partir de 1875, fue también la causa de su progresivo abandono cuando los muelles más interiores de la ría dejaron de acoger actividad portuaria un siglo después. La profunda transformación de toda la orilla izquierda de la ría entre los puentes del Arenal y Deusto durante las últimas dos décadas puso en primer plano visual unos edificios, algunos de gran nobleza, que hasta entonces habían ocupado una especie de cuarto trastero urbano. Durante las décadas previas la zona de Uribitarte fue marginal, un híbrido entre lo residencial venido a menos, lo portuario y lo industrial. Ahora ha logrado un protagonismo urbano que nunca antes tuvo.

Uno de estos edificios es la Aduana, de imagen clasicista, paramentos de piedra y ladrillo rojo, magnífica escalera imperial y dos patios cubiertos con lucernarios. El proyecto está en manos del arquitecto Jesús Blanco, funcionario del Ministerio de Fomento, experimentado en trabajos similares a éste. De planta ligeramente trapezoidal, los dos patios se encuentran a ambos lados de la escalinata central, configurando un despliegue en superficie de apariencia palaciega. El espacio de la escalinata, protagonista singular del conjunto, está realizado con materiales menos nobles y ornamentados que el de la coetánea escalinata del Palacio de la Diputación de Bizkaia, pero es mucho más amplia y luminosa gracias a la luz cenital que derrama una cristalera neutra.

Esta solemne escalera debió utilizarse sólo en ocasiones ceremoniales porque, inmediato a ambos lados de los tres arcos que constituyen el acceso directo a ella, existen arcos algo más anchos que se utilizaban como entrada para los trabajadores y daban paso a escaleras meramente utilitarias.

La fachada principal parecería requerir de un espacio más amplio por delante de ella para que pudiera mostrar con franqueza su importancia compositiva. Sin embargo, la calle Barroeta Aldamar no proporciona tal amplitud. Esta contradicción se refuerza cuando, al entrar en el edificio por su acceso principal, aparece la magnífica escalera. El acceso por esta fachada principal se realiza por el triple arco citado al pie de una sección vertical en piedra rematada con un frontón clasicista.

La fachada secundaria a la plaza lateral estaba destinada a entrada y salida de mercancías por medio de un gran portón enmarcado en sección pétrea coronada por grupo escultórico. Las dos esquinas orientadas a esta plaza se muestran achaflanadas y rematadas en cornisa por sendos frontones a imitación del principal. Originalmente estos chaflanes tenían portones después convertidos en ventanas similares a las existentes en planta baja. Por sus cuatro caras, los huecos van recercados en piedra blanca y las zonas ciegas de los paramentos lo están en ladrillo rojo.

El inmueble, por fortuna, no presentaba daños estructurales de importancia y, al margen de necesaria renovación de instalaciones de luz, agua y aire, lo único que ha sido necesario sustituir han sido los lucernarios, de imposible restauración dado su deterioro. Los nuevos elementos replican en forma y volumen los anteriores, sin negar el hecho de haber sido ejecutados en la actualidad. El proyecto es respetuoso con la Historia, sin ser historicista.

El edificio se caracteriza por una estructura horizontal de acero apoyada interiormente en pilares de fundición y perimetralmente en un conjunto de muros de carga de fábrica de ladrillo. Los estudios realizados por la ingeniería Áliva concluyeron que el estado general de conservación y de capacidad portante de la estructura del edificio era bueno, si bien se detectaron una serie de patologías (especialmente en el núcleo de circulación vertical del edificio y una de las fachadas) relacionadas con el comportamiento de la cimentación.

La construcción no asienta su base sobre roca, demasiado alejada en este punto, sino sobre un lecho artificial. Ello provocó un hundimiento de 27 cm. en la parte próxima a la plaza, lo cual no deja de ser curioso porque el edificio se diseñó de origen con una ligera inclinación hacia la ría para favorecer la entrada y salida de mercancías.

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Marca empresarial de Santa Ana de Bolueta en los pilares de la planta baja.

Tras reforzar los forjados originales, que desde planta baja están soportados por unas esbeltas columnas de hierro fundido en Santa Ana de Bolueta, el espacio interior ha sido acomodado al futuro programa de necesidades, que poco tiene que ver con los oficios de la vieja Aduana. Han desaparecido cinco enormes viviendas para otros tantos altos empleados de la casa y se han eliminado tabiques y mamparas, sin entidad, para generar un espacio fluido y abierto, como corresponde a una Administración pública actual.

Exteriormente, los únicos cambios se refieren a la carpintería y la cristalería. Se han introducido cierres metálicos blancos sin particiones interiores en sustitución de la oscura madera pintada anterior, con lo que los vidrios son piezas únicas que ocupan la totalidad de cada vano en vez de hacerlo en fragmentos. Con ello el edificio gana en limpieza y claridad visual. La volumetría se mantiene tal cual, no crece por arriba con nuevas plantas ni por debajo con ampliaciones de sótanos. De hecho, el edificio carece de sótano, ya que el nivel freático se halla a un metro.

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Fachada ya acabada de restaurar: sillares de piedra blanca en muros de planta baja con el hueco de las ventanas en arco de medio punto recercado por doble intradós, en ladrillo rojo y granito gris; ladrillo rojo en paños de pisos superiores con hueco de ventanas recercado en piedra blanca.

Esta rehabilitación, en mi opinión, requiere la toma de un par medidas para el exterior que dependen del Ayuntamiento, (1) eliminar -o reducir drásticamente- la posibilidad de aparcamiento de coches en la acera próxima a la fachada principal, tanto por seguridad como para favorecer la contemplación de la noble arquitectura, y (2) anular el tráfico en el tramo de calle por delante de la fachada secundaría, lo cual permitiría conectar el edificio a la plaza de Pío Baroja, ganando en protagonismo visual y funcional si, tal como está previsto, el acceso del público al interior se va a llevar a cabo por este lado.

Los historiadores somos propensos a la melancolía y, aunque vemos con alivio estas actuaciones recuperadoras, no dejaremos de recordar con un punto de nostalgia lo que este edificio fue y supuso para el desarrollo de una etapa de Bilbao. Por ello, como testimonio de ese pasado reclamaría que algún elemento interior quedara preservado como testimonio de aquel momento -hay una grúa cerca de la puerta lateral cuyo mantenimiento, aunque incongruente con la nueva situación, no molestaría nada a nadie- y rogaría que el nombre de ADUANA no desapareciera de la fachada de este singular inmueble que a partir del año que viene mostrará de nuevo su esplendor.

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2 comentarios sobre “Recuperación de la antigua Aduana de Bilbao.

    1. Muchas gracias, Jordi. Ojalá que dirección facultativa y ayuntamiento sean conscientes de que el edificio no debe perder su memoria y que la zona tiene que ser compensada por las muchas décadas de marginación que tuvo en atención urbana. El entorno es magnifico a nada que se mime un poco: el edificio de viviendas en la esquina de las calles Uribitarte y Barroeta Aldamar es una interesante manifestación del art-nouveau local; el edificio situado entre el Paseo de Uribitarte y la calle Nervión es contemporáneo a la Aduana y realizado con sus mismos materiales, por lo que cabe sospechar que el arquitecto sea el mismo y las viviendas estar destinadas a funcionarios públicos; el edificio de la Naviera Aznar, del que ya se ha escrito algo aquí…; lo que más desentona es un sesentero inmueble de viviendas en la esquina de las calles Uribitarte y Acebal Idígoras; su diseñador debió confundir la orilla de la ría con la de alguna playa mediterránea.

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