Exposición ‘Ciudades invisibles’.

/ Javier González de Durana /

Hasta el próximo 7 de septiembre podrá visitarse la exposición Ciudades invisibles en la sala Ondare (María Díaz de Haro 11, Bilbao). No son muchas las ocasiones que se ofrecen para ver materiales relacionados con el pensamiento y el diseño en arquitectura y urbanismo. Por ello, no quiero dejar pasar la oportunidad de referirme a esta que, subtitulada Proyectos no construidos en el entorno de la Ría de Bilbao, se encabeza con una frase extraída del libro casi homónimo de Italo Calvino: “Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de temores, aunque el hilo de su discurrir sea secreto, sus normas absurdas, sus perspectivas engañosas y cada cosa esconda otra”.

Normalmente, cuando se realizan exposiciones con este contenido, suele ser para ‘vender’ algún proyecto institucional que por su elevado coste necesita ser explicado a la ciudadanía en términos funcionales y económicos de manera que, en apariencia y con transparencia, quede justificado el gasto o, al menos, la necesidad de la obra y la importancia de su diseñador.

Los museos de arte contemporáneo -y algunos de bellas artes- suelen acoger estas exposiciones a veces por imperativo institucional, pero muchas otras veces porque, aunque la disciplina no encaje demasiado con sus contenidos habituales, alivia un gasto de producción que corre al 100% a cargo de la institución pública impulsora del proyecto. Ello le evita al museo la necesidad de acudir a sus recursos económicos para cubrir con otra exposición de factura propia ese hueco del programa ocupado por la muestra institucional de arquitectura y/o urbanismo.

Sin embargo, las exposiciones con estos asuntos no gozan de gran éxito entre el público general. Sus contenidos son complejos, se visualizan con dificultades y se entienden a medias por quienes no pertenecen al gremio. Por grandes que sean los escollos que conlleva la observación comprensiva de materiales en los que se plasman ideas de diseño arquitectónico y planeamiento urbanístico, la mayor dificultad es casi siempre la presentación museográfica de esos materiales. Unas presentaciones que, en vez de atraer y suscitar la curiosidad, provocan el alejamiento incómodo del visitante.

La mayoría de las exposiciones de arquitectura/urbanismo están concebidas y presentadas por arquitectos que parecen querer dirigirse sólo a otros arquitectos, autocomplacientemente. Los materiales se muestran crudos, con escasas o nulas apoyaturas didácticas, sin facilidades para hacer comprensible qué significa este trazo, cuál es el valor de aquella coloración o como modifica el territorio la presencia de esa futura pieza una vez esté construida…, es decir, hacerlo inteligible a un espectador que no es arquitecto. Lo recalco porque las exposiciones en espacios públicos tienen la pretensión -o al menos cabe suponérsela- de llegar al público no especialista.

La exposición Ciudades invisibles es un ejemplo claro de este tipo de muestras gremialistas. Trece paneles de 150×250 cm aprox., cinco maquetas y un vídeo constituyen todo el material expuesto. Ha habido cuatro comisarios, arquitectos; ningún museógrafo. La labor de los comisarios es correcta, la idea curatorial posee solidez, coherencia y oportunidad, y la tarea no debió de ser fácil a la vista -imagino- de la enorme masa de materiales disponibles en las instituciones que promovieron estas propuestas para posibles planes urbanísticos. Felicidades a Ane Arce, Iñigo Berasategui, Lander Parra e Iratxe Marián. Sin embargo, la plasmación de todo ello adolece de atractivo y claridad. Cada panel se refiere a una zona concreta de actuación urbanística, pero lo incluido en cada uno de ellos resulta difícil de apreciar, no ya porque ofrezcan reproducciones de las imágenes originales en vez de los originales mismos, sino porque en muchos casos la reproducción es pequeña, el conjunto se presenta abigarrado y su comprensión deviene dificultosa. La vista se cansa, la mente queda atorada y el resultado es un entendimiento insuficiente.

morro
Elemento visual en el planteamiento de Federico Soriano/Dolores Palacios para la zona de Mina del Morro-Península de Miraflores.

Si se quiere fomentar gente aficionada a exposiciones de esta naturaleza y, por tanto, ciudadanía preparada para participar en los debates sobre su entorno edificado, habrá que olvidar montajes expositivos propios de alumnos de 3ª de carrera en un pasillo de la Escuela y empezar a pensar en museografías un poco más elaboradas. No me refiero a que los soportes de los paneles estén realizados con cartón-pluma -aunque también- o a que las maquetas elegidas para ser presentadas sean las de los proyectos que las tenían, dejando los otros proyectos desasistidos de maqueta propia porque no las traían consigo o quizás sí, pero están dañadas y su reparación resulta costosa. Se ha ido a lo fácil y barato: tengo esto, exhibo esto. Acarrear materiales a un lugar no es suficiente; elaborar y producir contenido expositivo consiste en otra cosa. El resultado queda desequilibrado, seco, incompleto, duro; el visitante se pregunta por qué es así y si necesariamente tiene que ser así.

Claro que no; de hecho, no debe serlo para resultar eficaz como herramienta explicativa, que es lo que intenta toda exposición pública. Existen recursos y aplicaciones, estrategias y métodos propios de la museografía, que convierten estos temas complejos en asuntos visualmente inteligibles. La arquitectura no es fácil de ver y comprender, así que su presentación pública sí debe serlo. Sólo es cuestión de contar con quien sepa hacerlo y, naturalmente, disponer los medios económicos para producir lo necesario. Escapar de los códigos cifrados y del lenguaje técnico propios de los profesionales es la primera obligación para hacerse entender. La segunda, poner recursos financieros suficientes para alcanzar dignificación visual.

Lamento tener que referirme a estos asuntos pues hubiese preferido hacerlo a los contenidos, que son interesantes y pertenecen a la historia de Bilbao, a la historia no materializada -pero sí pensada- de la evolución de esta ciudad. Hay que verlos como parte de un proceso de maduración urbana en un tiempo concreto. Así fueron también los ilustres antecedentes que este Bilbao no construido puede presentar: los proyectos para el Ensanche de Silvestre Pérez (1801) y Amadeo de Lázaro (1862), y el plan de reforma vial interior del casco viejo de Secundino Zuazo (1920-21).

La exposición se divide, como he dicho, en paneles que ilustran proyectos para áreas específicas (1) Urban Galindo Sestao Berri, (2) Punta Zorroza, (3) Zorrozaurre, (4) Olabeaga, (5) Uribitarte Abandoibarra, (6) Garellano, (7) Parque Etxebarria y (8) Mina del Morro-Península de Miraflores. Hay planteamientos de cerca de una treintena de equipos, entre los que se encuentra gente tan valiosa como J. D. Fullaondo, F. Soriano/D. Palacios, J. Bengoa/G. Iriarte/E. Múgica/A. de la Brena, E. Arroyo, Rogers Stirk Harbour+Partmers, Zaha Hadid, F. Mangado/Ábalos+Herreros/C. Azcárate …

Este Bilbao que pudo haber sido y no fue nos permite recordar propuestas que, menos mal, no se llevaron a cabo, como la pseudo-aristocrática y petulante de Ricardo Bofill para que Parque Etxebarría. Pero también constatar que alguna de ellas se está realizando de manera muy aproximada, como la de Rogers, Stirk, Harbour & Partners para Garellano y que, como la mayoría de las otras proposiciones, ofrecía densidades intensas de edificabilidad. De hecho, es lo que está sucediendo en el solar de los antiguos cuarteles. Otra propuesta es un hermoso ejercicio de ensoñación utópica-lacustre (Eduardo Arroyo/Juan Calvo Basarán para Zorrozaurre) y casi todas ofrecen valores aprovechables, aunque sólo sea como pistas reflexivas en torno a las posibilidades de crecimiento de una urbe vertebrada por un río y rodeada de montañas.

Cerca de concluir la exposición el visitante contempla el vídeo y es cuando entiende la precariedad de la propia exposición. Ciudades invisibles fue un producto concebido para ser expuesto a partir de diciembre de 2016 en algunas estaciones del Metro bilbaíno, es decir, un espacio de intenso estrépito y fragor, y que formó parte de las actividades enmarcadas dentro de la segunda edición del BIA, el evento celebrado entre el 13 y el 16 de junio del año pasado e impulsado por una entidad de nombre Bilbao Bizkaia Architecture. Dicho con otras palabras, los materiales se concibieron para un lugar duro y no propicio (estaciones de Metro) y ahora se recuperan para un espacio completamente diferente (una sala convencional de exposiciones).

metro
Los paneles ahora en la Sala Ondare fueron antes expuestos en estaciones del Metro bilbaíno. Esos lugares de paso urgente fueron considerados buenos emplazamientos para comprender paneles que exigen lecturas detenidas.

BIA se define como una “plataforma para la difusión y promoción de la arquitectura vizcaína (que) surge en el seno de la Delegación de Bizkaia del Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro”. Una plataforma, digámoslo, que recibió 60.000 euros del Ayuntamiento de Bilbao, amén de otras subvenciones económicas -supongo que equivalentes, en su condición de igualitarios Patrocinadores Institucionales- de la Diputación Foral de Bizkaia y el Gobierno Vasco, más el apoyo de un largo plantel de potentes patrocinadores. Un dinero y apoyo que se empleó en organizar conferencias, talleres, visitas profesionales, sesiones de cine, concursos, una cena de gala y en la entrega del Premio BIA a Cesar Pelli, quien vino a recogerlo en persona. En su primera edición el Premio se otorgó a Norman Foster. En otras palabras: se actúa sobre seguro con intención (aparente) de que parte del brillo de los premiados recaiga sobre la organización del Premio: “…cada cosa esconde otra”.

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No se me interprete mal. Actividades como las ofrecidas por BIA son necesarias, poseen alto nivel, deben incentivarse y celebraremos que continúen. Tan sólo hay que equilibrar la distribución del gasto, pues Ciudades invisibles fue una interesantísima iniciativa muy poco dotada, acogida como algo residual y fuera del tiempo central del BIA 016. En congresos de este tipo, la exposición temporal suele constituirse como uno de los elementos principales y vertebradores. Aquí no fue así. No digo que se podía haber ahorrado la cena de gala (por asistir a ella cada persona pagó 75 €) para mejorar museográficamente la exposición lo suficiente, pero si se hubiera actuado de otra manera la ciudadanía que no acudió a los debates y ponencias del BIA (la inscripción era de pago, a 120 €) ahora podría disfrutar y entender mejor las ideas que algunas brillantes mentes de la arquitectura han elucubrado acerca de nuestra ciudad.

Empezamos con Italo Calvino; concluyamos con él: “También las ciudades creen que son obra de la mente o del azar, pero ni la una ni el otro bastan para mantener en pie sus muros. De una ciudad no disfrutas las siete o las setenta y siete maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya”.

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El Edificio Papelera, en Zorrozaurre, fue utilizado para el desarrollo de talleres y exposiciones de BIA. ¿Significa esto que el edificio ya está libre de los elementos contaminantes (hidrocarburos y un depósito de combustible) que actividades anteriores dejaron en el subsuelo exterior de la parcela, motivo por el cual ha permanecido desde hace más de cuatro años cerrado y sin actividad a pesar de estar restaurado y acondicionado? Ojalá sea así.

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