/ Javier González de Durana /

Me permito parafrasear el título del libro de Roberto Bolaño, La literatura nazi en América, para recordar que hace 80 años se presentó en Madrid y Barcelona la exposición La Nueva Arquitectura Alemana, oficialmente comisariada nada menos que por Albert Speer, Inspector General de Edificación de Berlín, arquitecto de confianza de Hitler y futuro ministro de Armamentos del III Reich, la cual fue también exhibida en otras varias ciudades de Europa como la muestra más completa de las realizaciones arquitectónicas y urbanísticas de la nueva Alemania. Tras su paso por Madrid, donde fue inaugurada por Franco, en compañía de Ramón Serrano Suñer, su germanófilo cuñado y seis veces ministro de los primeros gobiernos franquistas (entre 1938 y 1942), al ocupar las carteras de Interior, Gobernación y Asuntos Exteriores, la exposición recaló en Barcelona, donde fue vista por más de 30.000 personas. El impacto de sus contenidos se sumó a la enorme fascinación que la Alemania nazi despertaba en determinados círculos intelectuales y políticos de la ciudad, al menos eso dijo La Vanguardia.
En plena conflagración europea, Alemania hizo coincidir diversas exposiciones que trataban de reflejar la pujanza del III Reich en todo tipo de ámbitos: la arquitectura, las artes populares y las aplicadas, la industria editorial, etc. Aparte de muestras relativamente pequeñas, como la de artesanía, destacaron dos grandes exposiciones: la del Libro Alemán y la de Arquitectura Moderna Alemana.
La exposición La Nueva Arquitectura Alemana se presentó en el madrileño Palacio de Velázquez, parque del Retiro (a partir del 7 de mayo), y en Barcelona en el antiguo Palacio del Parlament, parque de la Ciutadella (21 de octubre a 4 de noviembre). El nuevo urbanismo e intervenciones arquitectónicas grandiosas eran mostradas mediante fotografías, grabados, pinturas, planos y maquetas del nuevo Berlín: el palacio de congresos, la Cancillería, las avenidas recién abiertas, etc., sin olvidar la arquitectura rural cuya renovación también se buscaba. Las fachadas de los nobles edificios madrileños utilizados para acoger la muestra fueron engalanadas con grandes esvásticas y banderas españolas. Un libro-catálogo de excelente calidad (diseñado e impreso por la Volk und Reich Verlag Berlin en 1941) y edición bilingüe, con un texto de Rudolf Wolters, colaborador habitual de Speer, acompañó la exposición.
En Barcelona, el cónsul alemán explicó que «la vida cultural de Alemania se halla íntimamente ligada a la persona y voluntad constructiva del Führer (..) cuya voluntad se concentra en forma tan intensa en la construcción de obras de paz (…) manifestó la convicción de que ‘ningún pueblo vive más allá de los documentos de su cultura’, había deseado de todo corazón la paz para su pueblo para poder dar forma a estas monumentales construcciones de arte, ya que solamente la paz garantiza la libre continuación y feliz término de tales obras. Esta paz, fuerte, victoriosa (…) será también la señal para el comienzo de una empresa gigantesca y para su solución». Lo dijo mientras algunos de sus jefes sitiaban Stalingrado, bombardeaban Londres e invadían parte de Europa y otros encendían los hornos de cremación y abrían las espitas del gas. No se le movió un pelo al decirlo.
En la parte final del texto escrito para la publicación expositiva Wolkers señalaba que «en el año 1933 se asestó un golpe rápido pero aniquilador a las degeneradas manifestaciones de la pintura y de la escultura.Los primeros edificios del nuevo Reich hicieron luego lo suyo para marcar nuevos caminos y fines a las artes hermanas de la arquitectura. Así hoy, escultores y pintores toman parte en la gran tarea. Entre ellos hay que citar ante todo a Arno Breker…».

Después de visitar la exposición de La Nueva Arquitectura Alemana, Franco pasó al cercano Palacio de Cristal, donde estaba instalada otra exposición, en este caso de la Dirección General de Arquitectura, donde su director general, el elgoibarrés Pedro Muguruza, le explicó diferentes proyectos que recogían un discreto plan general de mejora de la vivienda. En diversas salas, se pudieron ver poblados de pescadores, Hondarribia, Getaria, Santurtzi..., que ya estaban en construcción. Se veían en otras salas las maquetas referentes a la reconstrucción de Santander, la urbanización de la plaza del Pilar, de Zaragoza, algunas construcciones oficiales las ampliaciones del Museo del Prado y del Ministerio de Asuntos Exteriores, las obras del Teatro Real y el «grandioso monumento que, por iniciativa personal de S. E. el Jefe del Estado», se estaba erigiendo en el Valle de los Caídos.
Al finalizar esta exposición madrileña con los trabajos españoles, el ministro de la Gobernación dijo que ««asistimos a la vez a la clausura de esta bella exposición de Arquitectura, que puede presentarse frente a otras con más recursos sin temor a desmerecer. En arquitectura, como en otras muchas cosas, los españoles no necesitamos mirar al exterior ni copiar, sino que nos basta bucear en nosotros mismos e inspirarnos en un Herrera, en un Villanueva…«. En otras palabras, comparándose con la exposición germana, dotada de amplios recursos económicos, la española no tenía desmerecimiento alguno, pues, según el ministro, la Historia nos respaldaba. De hecho, los gobiernos de Franco estaban entonces buscando su propia arquitectura imperial, creyendo encontrarla en los viejos gloriosos tiempos. La arquitectura institucional estuvo marcada durante los años 40 por neo-historicismos castizos de abundante ornamentación aristocratizante y el rechazo de las expresiones puristas y elementales del racionalismo desornamentado.
En varios post más adelante que seguirán a éste, mostraré algunas de las consecuencias materializadas en edificios de Bilbao donde esa huella nazi se hace patente. No es que los arquitectos que los diseñaron tuvieran esa ideología. Simplemente respiraban el aire de la época






