/ Javier González de Durana /

Vista aérea de las instalaciones en pleno funcionamiento a principios de los años 70.
La Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública nos recuerda que tal día como hoy, 2 de diciembre, hace 40 años dieron comienzo las primeras Jornadas sobre la Protección y Revalorización del Patrimonio Industrial, una iniciativa pionera impulsada desde el Departamento de Cultura del Gobierno Vasco bajo la dirección de un Comité Científico encabezado por Teresa Casanovas y Eusebi Casanelles. De hecho, las Jornadas fueron una colaboración entre Euskadi y la Generalitat de Catalunya con una amplia participación internacional de ponentes. Era la primera vez que un relevante grupo de historiadores, ingenieros y arquitectos se reunía en España para reflexionar sobre estrategias a seguir en lo que ya entonces se veía venir: la destrucción, más o menos sistemática, de los vestigios industriales que caracterizaron los siglos XIX y XX.
Durante el segundo semestre de aquel 1982 se vivió en Bilbao una intensa actividad en lo concerniente a la toma de conciencia acerca del valor de la «arqueología industrial», una expresión que entones era común en Europa. El 15 de junio se creó la Asociación de Amigos del Museo de la Ciencia y la Técnica del País Vasco, presidida por el jurista Adrián Celaya e integrada por historiadores, ingenieros junto con el artista Agustín Ibarrola, autor del logotipo de la Asociación. El 6 de octubre la Asociación emitió un comunicado en el que mostraba su preocupación por la desaparición de las instalaciones de la fábrica Echevarría, en Begoña, cuyo desmantelamiento estaba anunciado que comenzaría aquel día. Los medios de comunicación recogieron algunas frases del comunicado que no lograban transmitir la importancia de aquel derribo masivo y su alerta pasó desapercibida. En este contexto tuvieron lugar las Jornadas, en Barakaldo.
Aunque yo era el secretario de aquella Asociación, tratando de sacudir un poco el ambiente, a título particular escribí un artículo sobre el asunto de «Echevarría». El periódico al que lo envié no lo publicó y tampoco se justificó, aunque no tenía porqué hacerlo ya que no se trataba de un texto solicitado, sino una espontánea iniciativa personal. Supongo que debieron de considerar como un despropósito que alguien clamara por preservar algo de aquella inmensa fábrica que tanto había contaminado con sus humos y ruidos las zonas urbanas próximas. Conservé una copia del texto, el cual traslado aquí ahora.

LA FÁBRICA DE «ECHEVARRÍA» EN BEGOÑA SE DESGUAZA.
Una pérdida irreparable para nuestro patrimonio arquitectónico, histórico-social y técnico.
Cuando todavía no hemos terminado de suspirar de alivio por haber conseguido llegar a tiempo para conservar la ferrería del Pobal y cuando ningún lamento, por profundo que sea, nos permitirá recuperar los primeros hornos altos instalados en Vizcaya (Bolueta), ni los trenes aéreos de mineral, ni los cargaderos de la ría, ni la fábrica de porcelana de San Mames (Busturia), ni tantos y tantos elementos de los orígenes de la industrialización en Vizcaya, ahora, aún hoy, todavía no hemos aprendido la lección y contemplamos sin remordimientos cómo otro elemento más (simbólicamente ubicado hoy junto al corazón de Bilbao, como la fundición del hierro lo ha estado en el de su economía) desaparece. Las naves industriales de la colina de Artagan se han vendido a tanto el kilo y ya se está en proceso de desmontaje. Dado el ritmo de trabajo que éste lleva les tocará su turno dentro de pocos meses a los dos pabellones más interesantes desde el punto de vista de sus dimensiones y de su técnica constructiva (el de forja y el de hornos).
Curiosamente, cuando hace algunos años se presentó el proyecto que Ricardo Bofill planeó para los terrenos de le fábrica diversas voces se alzaron en contra de él, pero ninguna planteaba la conveniencia de la desaparición de los pabellones, No ha sido sino hasta que los hemos visto amenazados y desaparecer, cuando nos hemos apercibido que forman parte íntima de la ciudad consolidada y una seña de identidad clave en la imagen personal de Bilbao.
Mientras que en Estados Unidos, Inglaterra y otros países pioneros de la industrialización las instalaciones fabriles obsoletas son mimosamente conservadas mediante readaptaciones arquitectónicas y reconversiones de sus usos (véanse al respecto las actas de las ICCIH -International Conference on the Conservation of the Industrial Heritage- y las experiencias de los “Heritage Center” parques culturales urbanos de USA) aquí seguimos con la lógica urbanística de los años 50, 60 y 70: demolición de los edificios que, habiendo perdido su función inicial, están fuera de uso, dejando paso a operaciones de renovación urbana.
Hay que decir en voz alta que los mismos criterios, exactamente los mismos, que utilizamos para respetar monumentos como torres banderizas, iglesias góticas, palacios renacentistas, retablos barrocos y Ensanches burgueses, sirven para hacer que se deba respetar la huella de la industrialización, y entre esos criterios, principalmente por uno: esa huella es irrepetible, ya no se construye así, ya no se harán más chimeneas de ladrillo, ya no se utilizará más el hierro y el ladrillo para construir naves industriales en la manera en que se utilizaron aquí. La cuestión tiempo, al referirnos a la industrialización, es un factor menor; algunos de los pabellones más interesantes de «Echevarría» no llegan a tener 50 años, pero ya son producto de una tecnología periclitada. Como lo son máquinas que no han cumplido los 25 años y ya han sido sustituidas por otras. Máquinas, locomotoras de un tren interior, hornos, cazos…, todo ello no vale más que su peso en hierro a tanto el kilo… ¿o ya empezamos a creer que tienen otro valor?
Las autoridades locales, provinciales o autonómicas deben negociar con «Echevarría», propietarios del terreno, y con la empresa propietaria hoy de las instalaciones la conservación y reconversión, siquiera, de las dos naves citadas. Las reuniones de la ICCIH han demostrado a las claras la gran versatilidad de estos edificios al buscarles nuevos usos, máxime si éstos son de interés colectivo y público, cuestión que, por otra parte, se enlaza admirablemente bien con el hecho de que en el futuro en esa zona existirá un parque público.
Con la desaparición de los pabellones de «Echevarría» asistimos a la representación de una saturnalia, a la materialización de la idea -fuertemente ligada al sentimiento de que la vida es duración y sustitución y de que el sacrificio es la única fuente de la nueva creación- de que todo reinado ha de ser sustituido por otro. Bilbao, como Saturno, con su hambre devoradora de vida y que consume todas sus creaciones, sean seres, cosas, ideas o sentimientos, devora las naves industriales de Begoña. Pero lo que en Saturno es lógico por simbolizar el tiempo y la actividad, el dinamismo lento e implacable, en Bilbao es absurdo porque los habitantes de esta ciudad no somos dioses y por eso aspiramos a ser flexibles más que implacables y porque ya que una parte importante de la historia económica y social de Bilbao (y, por lo tanto, de su modo de ser actual) se ha desarrollado en esta fábrica que nos ha contemplado desde le alto de una colina durante de más de 100 años, lo menos que puede hacerse, en compensación por lo anterior, es preservar para el futuro un leve recuerdo de su existencia. Ese lugar y sus pabellones pertenecen a la memoria histórica de la villa, sin ellos nos habremos automutilado el recuerdo y tengamos presente que la memoria es el mejor aliado de la imaginación.
No se trataba de conservar todas las instalaciones fabriles, sino uno o dos pabellones representativos por la tecnología con que habían sido construidos y la capacidad para funcionar con un uso publico polivalente tras su rehabilitación y reconversión. Como es bien sabido, sólo se mantuvo una chimenea de todo aquello. Todavía me reconozco en aquella manera de escribir, un tanto ingenua y pedagógica; era la primera vez que se decía que habría que conservar unas construcciones que mayoritariamente la sociedad bilbaína quería que desaparecieran, pues nadie comprendía aún sus valores y singularidades. En la actualidad lo escribiría de otro modo, pero la sustancia y el objetivo serían los mismos. Hoy se conservarían algunas de aquellas naves industriales y en ellas podrían acogerse conciertos, reuniones, mercadillos, celebraciones, ser punto de encuentro para el barrio en días lluviosos…
Al hablar del proyecto Bofill, para el cliente «Echevarría S.A.» en 1977, conviene recordar cómo fue; aquí pongo un enlace a las muchas imágenes que elaboró el arquitecto catalán y esta es su pequeña descripción: «Presentado sobre el antiguo solar industrial de la fábrica Echevarría, la operación combina de manera equilibrada unidades residenciales y equipamientos públicos, incluyendo una escuela, dentro de una “ciudad jardín”. La operación ofrece una amplia variedad de unidades residenciales para familias con diferente poder adquisitivo. El proyecto incluye un parque central accesible a los residentes de los barrios vecinos».

Imagen del proyecto Bofill, de haberse materializado.
ESTOY MUY DE ACUERDO CON LA DE FALTA DE SENSIBILIDAD QUE HUBO PARA LA PROTECCIÓN DEL PATRIMONIO INDUSTRIAL DE BIZKAIA.

Sin embargo me extraña la nula sensibilidad ante la desaparición de, tal vez el edificio industrial más grande de la margen izquierda: El tren de laminación de bandas en caliente de ANSIO.
Se trataba de un conjunto de naves de grandes dimensiones, la principal de más de 100 metros de anchura y unos 300 de longitud. Se construyó en el año 1966, siendo un ejemplo bastante sobrio de estructura de acero de grandes luces y cerramiento de ladrillo.
Los suelos de ANSIO fueron cedidos a la Diputación Foral de Bizkaia como pago de la deuda fiscal de Altos Hornos coincidiendo con el cierre de dicha empresa. La cesión conllevó el derribo de los pabellones y achatarramiento de la estructura metálica.
Tal vez al tratarse de un edificio relativamente nuevo no se apreció suficientemente su valor arquitectónico; lo antiguo parece que se presta más a su conservación.
Después de la cesión hubo un periodo de tiempo en el que se barajaron varios posibles destinos de los terrenos. Al final se decidió implantar en el solar el actual BEC.
Evidentemente hubiera sido una gran idea integrar las naves existentes en el BEC. ¡Qué mejor destino para esos inmensos pabellones que destinarlos a una Feria de Muestras de claras connotaciones industriales¡
Desgraciadamente de las múltiples instalaciones de la mayor industria que ha tenido Bizkaia solo se han conservado uno de sus Altos Hornos y el edificio Ilgner.
Es difícil encontrar imágenes de los antiguos pabellones, pero en el siguiente enlace podéis ver una donde se aprecia la magnitud de los mismos.
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Muy buenas información, comentario e imagen, José Luis. El derribo de las naves del tren de laminación de bandas en caliente, que se hallaban en la vega de Ansio, se produjo a finales de 1998, a los 32 años de haberse levantado. A pesar de que habían transcurrido 16 años desde el despertar de la conciencia patrimonial relativa a la arquitectura industrial -recordado en este post-, aún no existía fuerza social y mucho menos legal para proteger unas instalaciones tan singulares como las de Ansio. En efecto, podrían haberse conservado y reutilizado para algunas de las funciones del BEC que después ocuparon aquel suelo. Mucho me temo que ni siquiera hoy se hubieran podido conservar, ahí está el reciente caso de desaparición de las grandes naves de Babcock Wilcox para demostrarlo. Nunca te agradeceremos lo suficiente la rehabilitación que realizaste en el edificio Ilgner, José Luis.
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