/ Javier González de Durana /

A Manuel Salinas Larrumbe
La primera edificación en este emplazamiento correspondía a un inmueble de viviendas con planta baja y cuatro pisos. La esquina entre la Alameda Recalde (pares) y la Plaza estaba achaflanada y, sobre un gran ventanal en arco del primer piso, acogía una fila de miradores, sostenida por dos columnas a los lados del arco, en piedra, recorriendo los tres pisos superiores; dos huecos se abrían en la fachada a la plaza y otros tres lo hacían hacia la calle; otra fila de miradores cerraba el extremo, colindando con el edificio modernista promovido por Pedro Montero. El primer piso mostraba aspecto de ser subsidiario de los comercios situados en planta baja, mientras los tres superiores, residenciales, ofrecían una importancia jerarquizada: el segundo, el llamado también principal, mostraba destacados balcones corridos de piedra y sostenidos por poderosas ménsulas; el tercer piso individualizada los balcones en hierro; el cuarto piso volvía a los balcones corridos en hierro, pero con una altura más baja para el interior de la planta. Unas pilastras gruesas de orden gigante recorrían las fachadas a lo largo del segundo y tercer piso; otras pilastras más planas y cortas decoraban las fachadas a la altura de la cuarta planta. Las plantas baja y primera estaban decoradas por estrías lineales dispuestas horizontalmente, ofreciendo el aspecto de gran base. No he conseguido averiguar el año en que se construyó, aunque lo calculo hacia 1895-97, ni quién fue el arquitecto o maestro de obras que lo diseñó. Fue derribado en septiembre-octubre de 1970.
El proyecto de sustitución fue presentado al ayuntamiento por los arquitectos Julián Larrea y Germán Aguirre en marzo de 1971 como un encargo solicitado por la empresa Promociones y Construcciones Echesan S. A. «Consecuencia de nuevos proyectos en la misma zona«, los proyectistas se planteaban la «común preocupación de mantener en lo posible una dignidad arquitectónica en la Plaza«. El proyecto contemplaba tres plantas subterráneas, una planta baja y ocho plantas más, estando las dos más elevadas parcialmente retranqueadas en Alameda de Recalde. En superficie construida el nuevo edificio aumentaba en un 140 % la superficie del edificio anterior. Desde un primer momento el objetivo de Echesan era destinarlo a oficinas de alquiler.

No existe fotografía histórica que muestre con claridad las características de este edificio. En unos casos, como en esta imagen (mayo de 1901), se ve tras unos árboles, en otros, desde la distancia y siempre de modo fragmentario.

En la fotografía de la izquierda, tomada hacia 1950, se observa la primera edificación en esta esquina con Alameda de Recalde; a la derecha, el edificio La Estrella, de Julián Larrea y Germán Aguirre, que sustituyó al anterior.

En la fotografía de la izquierda se ve el edificio sin que el solar a su lado en la Plaza Elíptica esté aún ocupado, gracias a lo cual se puede contemplar, al fondo, la iglesia de San José con su torre en construcción, a punto de terminarse, así que la foto debió de ser tomada hacia 1915-16. Las obras del edificio blanco, a la izquierda, dieron comienzo en 1916 con un diseño del arquitecto José Santos Bilbao Lopategui; su quinta planta fue reformada y se le añadieron las plantas sexta, séptima y octava en 1967, lo que no supuso la desaparición del edificio, pero sí una importante alteración de su imagen.
En la Memoria redactada por los autores se dice, en lo referente a las fachadas, que «quizás sea ésta la parte de mayor preocupación del presente proyecto» para lo cual se estudió una fachada inicial no «bajo el punto de vista de Ordenanzas, sino de composición, ya que es la mayor preocupación de los autores del proyecto«. Adelantándose a la certeza de que el ayuntamiento les obligaría a introducir variaciones en esa idea inicial, aseguraban que «lo que sí se puede afirmar (es) que los materiales a usar en las fachadas serán de primera calidad y al decir esto entendemos materiales tales como mármol, aluminio y vidrios«. Nada más, ni una línea para explicar qué, cómo y por qué. Muchos arquitectos de las décadas de los años 60 y 70 no eran partidarios de incluir descripciones del aspecto que tendrían sus edificios; las consideraban no funcionales dentro de sus proyectos, literatura no técnica, prescindible.
Larrea/Aguirre plantearon dos propuestas no muy diferentes, una en 1970 y otra en 1972, pues ambas se basaban en la repetición modular; una modulación estructural cuya geometría y sistema constructivo permitían una espacialidad interior abierta, flexible y no jerárquica, propia de la arquitectura moderna, dando lugar en el exterior a una abstracción geométrica. Un único módulo se multiplica y adhiere a sus iguales con un ritmo constante y homogéneo para generar una estructura extensiva e isótropa. Este tipo de solución resultaba muy funcional para los usos cambiantes del interior de un edificio «comercial», pero al paisaje urbano le quitaba monumentalidad, añadiendo monotonía si esa repetición no estaba acompañada/matizada con detalles de diseño.
Aguirre/Larrea decidieron confiarlo todo a la calidad de los materiales y estos, sobre todo el granito, añadían grisura, frialdad y pesantez al inmueble. Durante el proceso de construcción se planteó un serio problema de asentamiento en los edificios colindantes, que se apoyaban en parte sobre el demolido, además de tener unas bases de asentamiento endebles. Fue esto, quizás, lo que llevó a los arquitectos a centrar toda su atención en los problemas constructivos más que en cuestiones de imagen exterior, las cuales quedaron empobrecidas.

Chaflán ciego y dos fachadas similares con una tajante coronación. La repetición crea un sentido de orden, ritmo y continuidad visual en las fachadas y los espacios interiores, guiando la percepción del espectador.

Aspecto del edificio de Larrea/Aguirre ante de su demolición.
Por fortuna, en el año 2008 el edificio de Larrea/Aguirre sufrió una drástica remodelación de la mano del arquitecto Manuel Salinas Larrumbe. Solo se conservaron los elementos estructurales verticales y horizontales, todo lo demás cambió. La fachada pasó a adoptar una fórmula combinada de superficies acristaladas, tipo muro cortina, y paños de celosía con lamas de cristal más ventana oculta practicable, posibilitando que en el interior sea posible la libre disposición de tabiques para la separación de espacios. Los dos tipos de vanos, cuadrados y rectangulares, se alternan en su despliegue horizontal y vertical, lo que proporciona movimiento al conjunto dentro de un orden impecable.
La gran singularidad aportada por estas celosías verticales es que están dotadas de iluminación con un sistema de leds de colores diferentes, siendo el primer edificio en Bilbao cuyas fachadas recibieron efectos mutantes de naturaleza lumínica.. Todo el conjunto por encima de la planta baja tiene un vuelo de unos 40 cm, equivalente al de un mirador convencional.
El resultado mejoró sustancialmente el aspecto anterior de esta esquina, al mostrarse más ligera y transparente. Las líneas de separación entre pisos se hallan marcadas por franjas blancas, con la anchura del forjado, mientras el resto de la fachada ofrece un verde acuoso que se aclara u oscurece dependiendo de la posición de los estores interiores. De día el inmueble muestra diáfana actividad y de noche proyecta un festín cromático que, últimamente, parece haberse detenido en la uniformidad azulada. El sistema estaba previsto para que las luces cambiaran con múltiples combinaciones cromáticas y rítmicas, propicias para sumarse a celebraciones callejeras (triunfos deportivos, festividades, homenajes…) con los colores oportunos. Debería recuperarse esa alegría nocturna. Con este edificio la Plaza Elíptica entró en el siglo XXI, sumándose al paisaje de un Bilbao muy distinto al que vio en este solar la primera construcción (el poderío industrial, comercial y financiero) y la segunda (los preámbulos del declive); esta tercera ocasión ha acertado al manifestarse diáfano, alegre y liviano.

Arriba, diseño de Manuel Salinas; abajo, dos aspectos nocturnos del edificio con su iluminación de leds.







































































