Plaza Elíptica: la gran demolición/sustitución (y V)

/ Javier González de Durana /

A Manuel Salinas Larrumbe

La primera edificación en este emplazamiento correspondía a un inmueble de viviendas con planta baja y cuatro pisos. La esquina entre la Alameda Recalde (pares) y la Plaza estaba achaflanada y, sobre un gran ventanal en arco del primer piso, acogía una fila de miradores, sostenida por dos columnas a los lados del arco, en piedra, recorriendo los tres pisos superiores; dos huecos se abrían en la fachada a la plaza y otros tres lo hacían hacia la calle; otra fila de miradores cerraba el extremo, colindando con el edificio modernista promovido por Pedro Montero. El primer piso mostraba aspecto de ser subsidiario de los comercios situados en planta baja, mientras los tres superiores, residenciales, ofrecían una importancia jerarquizada: el segundo, el llamado también principal, mostraba destacados balcones corridos de piedra y sostenidos por poderosas ménsulas; el tercer piso individualizada los balcones en hierro; el cuarto piso volvía a los balcones corridos en hierro, pero con una altura más baja para el interior de la planta. Unas pilastras gruesas de orden gigante recorrían las fachadas a lo largo del segundo y tercer piso; otras pilastras más planas y cortas decoraban las fachadas a la altura de la cuarta planta. Las plantas baja y primera estaban decoradas por estrías lineales dispuestas horizontalmente, ofreciendo el aspecto de gran base. No he conseguido averiguar el año en que se construyó, aunque lo calculo hacia 1895-97, ni quién fue el arquitecto o maestro de obras que lo diseñó. Fue derribado en septiembre-octubre de 1970.

El proyecto de sustitución fue presentado al ayuntamiento por los arquitectos Julián Larrea y Germán Aguirre en marzo de 1971 como un encargo solicitado por la empresa Promociones y Construcciones Echesan S. A. «Consecuencia de nuevos proyectos en la misma zona«, los proyectistas se planteaban la «común preocupación de mantener en lo posible una dignidad arquitectónica en la Plaza«. El proyecto contemplaba tres plantas subterráneas, una planta baja y ocho plantas más, estando las dos más elevadas parcialmente retranqueadas en Alameda de Recalde. En superficie construida el nuevo edificio aumentaba en un 140 % la superficie del edificio anterior. Desde un primer momento el objetivo de Echesan era destinarlo a oficinas de alquiler.

No existe fotografía histórica que muestre con claridad las características de este edificio. En unos casos, como en esta imagen (mayo de 1901), se ve tras unos árboles, en otros, desde la distancia y siempre de modo fragmentario.

En la fotografía de la izquierda, tomada hacia 1950, se observa la primera edificación en esta esquina con Alameda de Recalde; a la derecha, el edificio La Estrella, de Julián Larrea y Germán Aguirre, que sustituyó al anterior.

En la fotografía de la izquierda se ve el edificio sin que el solar a su lado en la Plaza Elíptica esté aún ocupado, gracias a lo cual se puede contemplar, al fondo, la iglesia de San José con su torre en construcción, a punto de terminarse, así que la foto debió de ser tomada hacia 1915-16. Las obras del edificio blanco, a la izquierda, dieron comienzo en 1916 con un diseño del arquitecto José Santos Bilbao Lopategui; su quinta planta fue reformada y se le añadieron las plantas sexta, séptima y octava en 1967, lo que no supuso la desaparición del edificio, pero sí una importante alteración de su imagen.

En la Memoria redactada por los autores se dice, en lo referente a las fachadas, que «quizás sea ésta la parte de mayor preocupación del presente proyecto» para lo cual se estudió una fachada inicial no «bajo el punto de vista de Ordenanzas, sino de composición, ya que es la mayor preocupación de los autores del proyecto«. Adelantándose a la certeza de que el ayuntamiento les obligaría a introducir variaciones en esa idea inicial, aseguraban que «lo que sí se puede afirmar (es) que los materiales a usar en las fachadas serán de primera calidad y al decir esto entendemos materiales tales como mármol, aluminio y vidrios«. Nada más, ni una línea para explicar qué, cómo y por qué. Muchos arquitectos de las décadas de los años 60 y 70 no eran partidarios de incluir descripciones del aspecto que tendrían sus edificios; las consideraban no funcionales dentro de sus proyectos, literatura no técnica, prescindible.

Larrea/Aguirre plantearon dos propuestas no muy diferentes, una en 1970 y otra en 1972, pues ambas se basaban en la repetición modular; una modulación estructural cuya geometría y sistema constructivo permitían una espacialidad interior abierta, flexible y no jerárquica, propia de la arquitectura moderna, dando lugar en el exterior a una abstracción geométrica. Un único módulo se multiplica y adhiere a sus iguales con un ritmo constante y homogéneo para generar una estructura extensiva e isótropa. Este tipo de solución resultaba muy funcional para los usos cambiantes del interior de un edificio «comercial», pero al paisaje urbano le quitaba monumentalidad, añadiendo monotonía si esa repetición no estaba acompañada/matizada con detalles de diseño.

Aguirre/Larrea decidieron confiarlo todo a la calidad de los materiales y estos, sobre todo el granito, añadían grisura, frialdad y pesantez al inmueble. Durante el proceso de construcción se planteó un serio problema de asentamiento en los edificios colindantes, que se apoyaban en parte sobre el demolido, además de tener unas bases de asentamiento endebles. Fue esto, quizás, lo que llevó a los arquitectos a centrar toda su atención en los problemas constructivos más que en cuestiones de imagen exterior, las cuales quedaron empobrecidas.

Chaflán ciego y dos fachadas similares con una tajante coronación. La repetición crea un sentido de orden, ritmo y continuidad visual en las fachadas y los espacios interiores, guiando la percepción del espectador.

Aspecto del edificio de Larrea/Aguirre ante de su demolición.

Por fortuna, en el año 2008 el edificio de Larrea/Aguirre sufrió una drástica remodelación de la mano del arquitecto Manuel Salinas Larrumbe. Solo se conservaron los elementos estructurales verticales y horizontales, todo lo demás cambió. La fachada pasó a adoptar una fórmula combinada de superficies acristaladas, tipo muro cortina, y paños de celosía con lamas de cristal más ventana oculta practicable, posibilitando que en el interior sea posible la libre disposición de tabiques para la separación de espacios. Los dos tipos de vanos, cuadrados y rectangulares, se alternan en su despliegue horizontal y vertical, lo que proporciona movimiento al conjunto dentro de un orden impecable.

La gran singularidad aportada por estas celosías verticales es que están dotadas de iluminación con un sistema de leds de colores diferentes, siendo el primer edificio en Bilbao cuyas fachadas recibieron efectos mutantes de naturaleza lumínica.. Todo el conjunto por encima de la planta baja tiene un vuelo de unos 40 cm, equivalente al de un mirador convencional.

El resultado mejoró sustancialmente el aspecto anterior de esta esquina, al mostrarse más ligera y transparente. Las líneas de separación entre pisos se hallan marcadas por franjas blancas, con la anchura del forjado, mientras el resto de la fachada ofrece un verde acuoso que se aclara u oscurece dependiendo de la posición de los estores interiores. De día el inmueble muestra diáfana actividad y de noche proyecta un festín cromático que, últimamente, parece haberse detenido en la uniformidad azulada. El sistema estaba previsto para que las luces cambiaran con múltiples combinaciones cromáticas y rítmicas, propicias para sumarse a celebraciones callejeras (triunfos deportivos, festividades, homenajes…) con los colores oportunos. Debería recuperarse esa alegría nocturna. Con este edificio la Plaza Elíptica entró en el siglo XXI, sumándose al paisaje de un Bilbao muy distinto al que vio en este solar la primera construcción (el poderío industrial, comercial y financiero) y la segunda (los preámbulos del declive); esta tercera ocasión ha acertado al manifestarse diáfano, alegre y liviano.

Arriba, diseño de Manuel Salinas; abajo, dos aspectos nocturnos del edificio con su iluminación de leds.

Plaza Elíptica: la gran demolición/sustitución (IV)

/ Javier González de Durana /

En esta fotografía inédita de mayo de 1901, a la derecha, se observa la parte baja de la fachada del primer edificio construido en este solar. El solar siguiente, donde se levantaría a partir de 1906 el inmueble de Paulino de la Sota (comentado en el tercer capítulo de esta serie), está aún vacío. A la izquierda, tras el ramaje de los árboles se ve el inmueble en la esquina de Alameda Recalde 36 / Plaza Elíptica (será comentado en el siguiente capítulo, el quinto). Vacío está también el solar donde se edificaría, adosado al anterior, el inmueble modernista de Pedro Montero (arq. Luis Aladrén+Jean Baptiste Darroquy, junio de 1901).

A Álvaro Chapa

No se ha podido localizar el proyecto de construcción del primer edificio en esta parcela situada entre la Gran Vía (pares), la Plaza Elíptica y Ercilla (impares). Alguna información indica que fue diseñado por Severino Achúcarro en 1902, pero el dato de la fecha es erróneo: existe un documento fotográfico de fecha anterior en el que se observa el inmueble al poco de edificarse. No he podido confirmar que Achúcarro lo diseñara, pero es probable que lo hiciera. El promotor del inmueble fue el empresario Pedro Govillar Ellacuriaga. A diferencia del palacete de Víctor Chávarri, situado enfrente, éste presentaba hacia la Plaza un carácter majestuosamente urbano. Constaba de semisótano, entreplanta, cuatro plantas y mansarda. La fachada de la entreplanta y el primer piso estaba adornada con sillares moldurados y pilastras rematadas por encima de los capiteles con pedestales y bolas, especialmente enfatizados sobre el portal de acceso en el centro de la fachada. Los dos pisos bajos funcionaban como gran zócalo para las plantas superiores, en color claro con relieves de bandas horizontales. La mansarda se retiraba discretamente sin ocultarse del todo, la cual se convirtió años más tarde en piso, de baja altura. Las esquinas estaban cubiertas con unos singulares miradores en ángulo recto; las cinco filas de huecos en la fachada a la Plaza presentaban balcones en voladizo para las dos filas extremas mientras las tres intermedias lo hacían con antepechos entre machones, excepto el del segundo piso, sobre el portal, que también iba voladizo. La intención estilística era neobarroca.

El promotor del edificio, Pedro Govillar, retratado por Adolfo Guiard en un café de París, hacia 1885.

Fue el más imponente edificio de viviendas por pisos de cuantos se habían construido hasta el momento en todo el Ensanche bilbaíno, precursor de los varios que se edificarían en la prolongación de la Gran Vía a partir de 1910. Salvo este fragmento de la fotografía de 1901, no existen documentos gráficos que hagan justicia a la magnífica construcción que fue.

Imagen del edificio hacia 1945, cuando la mansarda primitiva se había convertido en un piso de menor altura que los situados por debajo.

En la imagen de la izquierda se observa parcialmente el edificio de Achúcarro al poco tiempo de construirse, cuando la mansarda no se había convertido aún en la quinta planta del inmueble.

El edificio representaba un buen ejemplo de estratificación social plasmada en arquitectura. Existía un orden jerárquico que expresaba claramente la importancia social de sus ocupantes por medio de la decreciente altura de los pisos según se distanciaban de la calle, siendo «el principal», el primero sobre el gran zócalo, de hecho, la tercera planta. La ausencia de locales comerciales a ras de calle subrayaba la relevancia del inmueble y sus habitantes. Con el tiempo, el inmueble se dividió en dos y la entrada desde la Plaza Elíptica se anuló, habilitándose dos accesos nuevos, uno por Ercilla para llegar a los pisos que seguían siendo viviendas y otro por la Gran Vía, donde los pisos habían reconvertido su uso en oficinas; además, la entreplanta terminó por acoger locales comerciales con entradas desde las dos calles, pero no desde la Plaza.

En mayo de 1972 Alvaro Líbano y Javier Fontán firmaron la Memoria del proyecto de arquitectura que habían preparado para la empresa Locales Mercantiles S. A. Comprendía tres plantas destinadas a sótanos, seis pisos en vertical, un séptimo retranqueado por las calles laterales y un octavo «en forma de torreón o remate» con frente a la Plaza. Aunque la forma exterior no lo evidencie, prolonga la división del inmueble anterior, pues se trata de dos edificios con funciones distintas: el orientado a la Plaza y Ercilla contiene viviendas, mientras el de la Plaza y Gran Vía alberga oficinas. Sobre la solución arquitectónica adoptada, los arquitectos indicaban que «partiendo de un solar irregular, con fachadas a tres vías públicas y con un programa heterogéneo, ya que la propiedad solicitaba viviendas de lujo, oficinas y unos locales en los bajos para la instalación de un banco, era difícil llegar a un edificio uniforme en cuanto a la solución de fachadas con dos funciones totalmente contrapuestas (viviendas y oficinas)«. Sin embargo, lograron la uniformidad, evitando manifestar dos rostros diferentes.

La solución que encontraron fue la de una fachada escalonada, siendo los escalonamientos perpendiculares a la calle Ercilla. Si la fachada pierde la forma curva propia de la elipse, la idea se recupera en la marquesina que separa la planta baja y primer piso (comercial bancario) de los pisos superiores, repitiendo la curvatura, forma y vuelo en la poderosa cornisa que remata la octava planta del edificio. Bajo esa cornisa, el paramento se remete para mostrar los extremos de las vigas que soportan la cubierta, dando a ésta un aspecto de flotación. No todas las fachadas de los inmuebles orientados a la Plaza Elíptica adoptan la curvatura cóncava, plegándose a la forma del espacio urbano; las hay que la respetan y hay fachadas que no lo hacen; incluso la de la Hacienda estatal realiza una curvatura inversa, ¡¡convexa!!

Según Líbano/Fontán «la solución de las fachadas se ha resuelto satisfactoriamente adoptando un tamaño de huecos: mediano de suelo a techo, con la alternancia de paneles ciegos prefabricados de gran calidad, que permiten recoger tabique o armarios empotrados en la zona de viviendas«. En cuanto al cromatismo, «el tratamiento exterior será a base de aluminio anodizado en color bronce, vidrio parasol en gris o metalizado y los paneles prefabricados ya citados, pulidos y construidos con áridos de granito o mármol y cemento blanco«. Las dos esquinas se resuelven de distinta manera: la de la Gran Vía en forma de arista, siguiendo el desarrollo de la fachada y la linde del solar, mientras la de Ercilla lo hace mediante un ángulo recto ciego e interior.

El resultado es un edificio noble, compacto y de cálida visualización. Como gran parte de los de su época, utiliza un módulo para repetirlo, pero gracias al escalonamiento consigue evitar la monotonía de otros. El friso plano que, entre planta baja y primer piso, recorre la fachada y divide ambos niveles es utilizado para la publicidad de las entidades bancarias, en color rojo y con pantalla de vídeo,

A la izquierda, fachada a Ercilla, más larga que la orientada a la Gran Vía. A la derecha, fachadas a Plaza Elíptica y Gran Vía.

Plaza Elíptica: la gran demolición/sustitución (III)

/ Javier González de Durana /

El primer edificio entre las calles Ercilla (pares), Plaza Elíptica y Alameda de Recalde (impares) fue diseñado y firmado en junio de 1904 por José Ramón Urrengoechea, maestro de obras, para el promotor inmobiliario Paulino de la Sota. La dirección de obra fue asumida por el propio Urrengoechea, pero en febrero de 1905 esta dirección fue encomendada al arquitecto Julio Saracibar, quien en febrero de 1906 introdujo algunos cambios en el aspecto exterior del edificio: «colocar sobre los frontones de los miradores extremos en las fachadas de las calles Ercilla y Recalde dos pequeñas torrecillas (…) con lo que no solamente mejorará el aspecto de la casa, sino que también el hornato público (…) magnificante reforma«. No fue el único cambio, pues los miradores se trasladaron desde las esquinas al frente de la Plaza Elíptica y las dos cúpulas previstas sobre la Plaza alcanzaron una mayor y airosa altura, además de incluir entre ambas una torrecilla semejante a las de los extremos. Su esbelta estampa fue plasmada en numerosas tarjetas postales y durante muchos años fue una de las imágenes más conocidas de Bilbao.

Fotografía del inmueble con fragmentos, a su derecha e izquierda, de otros dos edificios desaparecidos en la Plaza Elíptica.

Planos de José Ramón Urrengoetxea para las fachadas hacia la Plaza Elíptica y la cale Ercilla, idéntica a la de la Alameda de Recalde (arriba) y para la la planta de los pisos de viviendas (abajo). Los cambios introducidos por Julio Saracibar se hacen patentes al comparar estos planos con las fotografías del edificio concluido.

En esta fotografía de mediados de los años 60 se observa el edificio una vez se demolieron las dos cúpulas de los extremos y se había recrecido el edificio en una planta, transformando también la mansarda.

El edificio que sustituyó al de Urrengoechea/Saracibar fue diseñado en el otoño de 1968 por José Ramón Uribe Lastagaray , quien debía de ser pariente de los últimos propietarios del inmueble, la familia Lastagaray. Uribe era«consciente de las condiciones podríamos llamar privilegiadas, tanto por su situación como por su orientación (…) y, en consecuencia, el tipo de viviendas que en principio corresponde«. En cuanto a la composición de las fachadas, subrayaba «la firme decisión que nos ha llevado a eliminar toda clase de balcones, en beneficio de las viviendas, por considerarlos de mínima utilidad, y solamente como elementos decorativos que pueden, en ocasiones, facilitar simplemente composiciones de fachadas«. Sólo un párrafo de la Memoria del proyecto estaba dedicado al aspecto exterior del inmueble: «Las fachadas, en todos los casos, se ejecutarán en piedra natural, con tratamiento de bujarda, pulido, chorro de arena o puntero, en piedras de color, de acuerdo con una composición adecuada a las circunstancias». Uribe tuvo cuidado en que, «a efectos estéticos, de composición«, sobre la última planta no se hicieran visibles las dos viviendas para los porteros ni las cabinas de los ascensores.

El resultado es un edificio de gran sobriedad al que no le faltan elementos de interés centrados en el cromatismo y en el tratamiento de la piedra. En cuanto al color, el rojo apagado, casi rosa (granito de Ávila o de Porriño), domina la mayor parte de sus tres frentes. La piedra muestra distintas intensidades de color y aspecto, según zonas. Así, en planta baja y entreplanta, cercanas a tierra, ofrece un tono oscuro y un tratamiento pulido, brillante, si bien en los dinteles de los huecos, volados a modo de marquesinas, estriadas en tres pliegues horizontales, la piedra mate está abujardada.

Sobre ese zócalo se levantan las siete plantas de viviendas que vuelan apenas la mitad de lo que estaba permitido a balcones y miradores. Las esquinas se hallan achaflanadas y levemente rehundidas respecto a las fachadas laterales y frontal, como si buscaran protegerse. El frente a la plaza presenta una imagen rotunda: dos anchas franjas laterales enmarcan verticalmente el plano; entre ellas, tres franjas más estrechas subdividen en cuatro secciones iguales el paño; las ventanas en las dos secciones laterales son más grandes que las dos centrales; las dos franjas laterales y los paños sobre y bajo las ventanas están realizados con granito rosa abujardado, aquellas con placas de ligero relieve en pico colocadas a sardinel y estas con leves puntas de diamante; las tres franjas centrales están cubiertas con placas de piedra más clara, un tratamiento liso y también a sardinel (colocación de ladrillos o placas verticalmente de canto). Las dos anchas franjas laterales está rebordeadas por esta piedra más clara y, al igual que las tres franjas centrales, arrancando del borde inferior de la primera planta, mueren poco antes de llegar a la cornisa para que ésta muestre un perfil nítido que, sólo en las esquinas y por el rehundimiento de los chaflanes antes mencionado, exhibe unos ángulos en pico. Las fachadas laterales siguen este mismo juego de color y tratamiento de la piedra, al tiempo que en los extremos las dos últimas plantas se retranquean para equiparse a la altura de los edificios colindantes. La carpintería ocre oscuro de ventanas y persianas, de buena calidad y bien conservadas, armonizan con el cromatismo general del edificio.

Podrá parecer exagerado, pero creo que Uribe se fijó en algunos detalles del cercano palacio de Chávarri para trasladarlos a este edificio suyo, reduciendo la intensidad paroxística de aquel. La importante presencia del color rosa (mármol de Ereño) con diferentes tipos de piedras y diferentes tratamientos, como apomazado, abujardado, pulido, chorreado de arena…, la presencia de puntas de diamante, los estriados… Llama la atención cómo, en la opinión popular, el vibrante colorido del palacio es admitido como un valor destacable y, en cambio, con un tratamiento más contenido sea objeto de rechazo aquí. Por otra parte, la colocación de ladrillos o placas de piedra a sardinel es una técnica muy poco frecuente; en Bilbao sólo conozco un caso y, justamente, se encuentra al lado de éste que comento aquí, en Alameda de Recalde 31 esquina con Colón de Larreategui (arq. Raimundo Beraza, 1935). Se puede aceptar o rechazar mucho, poco o nada este inmueble, pero no se podrá negar que Uribe intentó aclimatar su diseño al de los edificios vecinos al suyo.

Este fue el único inmueble de los construidos en la Plaza entre 1969 y 1976 que incorporó una pieza de arte plástico, prolongando una tradición que ya estaba en trance de desaparecer: un gran mural cerámico, 250×250 cm aprox., en el interior del portal, de autoría desconocida.

Alzados de las fachadas a la plaza y a las dos calles laterales.

Detalles de la fachada (arriba y abajo).

Frente de una de las marquesinas bajo los dinteles de los huecos en la planta baja.

Detalles en el palacio Chavarri, diferentes tipo de piedra con tratamientos variados, incluidas puntas de diamante.

Mural cerámico en el interior del portal; autoría desconocida.

Plaza Elíptica: la gran demolición/sustitución (II)

/ Javier González de Durana /

Plano de las fachadas del edificio diseñado por Leonardo Rucabado en 1909.

Logotipo utilizado por el arquitecto e ingeniero Rucabado y plano de ubicación del solar en la Plaza Elíptica

El primer edificio en esta esquina a punto de ser derribado, 1973.

El inmueble que estuvo en la esquina de la Plaza con la calle Elcano (impares) fue diseñado por Leonardo Rucabado (mayo de 1909) para el promotor Tomás Allende Bilbao, quien recibió el edificio concluido en 1912. En descripción de Maite Paliza Monduate, esta construcción responde a «una elegante simbiosis entre la sobriedad, propia del clasicismo inherente al Sezessionismo austriaco, y a las soluciones del Segundo Imperio, como bien evidencia el chapitel que enfatiza el eje del primer inmueble, así como los vanos amansardados de la cubierta«. La influencia vienesa se detecta en detalles como coronas, guirnaldas y barras verticales o péndulos que se localizan en las labores de hierro de balcones, miradores, terrazas y montantes de la planta baja. Los dos edificios colindantes a lo largo de la calle Elcano también fueron diseñados por Rucabado en los años siguientes. Por fortuna, estos sobreviven. Para Tomás Allende y sus familiares, poco después Rucabado concibió varios palacetes en Indautxu, transitando del Sezessionismo al regionalismo cántabro, de los que sólo uno ha llegado hasta hoy.

El inmueble tenía dos patios interiores, uno central y otro lateral, y fue de los primeros -si no el primero- en disponer de ascensor. Cada planta era una sola vivienda de más de 400 m2 de superficie útil: además de un vestíbulo de 32 m2, tenía un comedor (bajo la torre lateral hacia la Plaza), una sala, un gabinete (bajo la torre de la esquina), un despacho, ocho dormitorios, un baño y W.C. de 18 m2 y otro más pequeño para el servicio doméstico, un office, una cocina, una despensa y un cuarto de la plancha a ambos lados de un pasillo de 180 cm de anchura que, como un circuito, rodeaba el patio central y la caja de escaleras. Era espectacular, por dentro y por fuera. Fue demolido en 1973, sin que ninguno de sus valiosos materiales, herrerías, carpinterías, puertas, lámparas y apliques, vidrieras, relieves escultóricos…, fuese resguardado. Todo fue a parar a la escombrera.

En septiembre de 1974 Emiliano Amann Puente firmó su proyecto por encargo del Banco Industrial del Sur, Bankisur, para construir en el espacio urbano de una Plaza Elíptica que este arquitecto consideraba «actualmente en transición», aludiendo a los derribos y cambios de uso que se habían dado en los años precedentes y de los que el suyo sería el último. Amann Puente valoró la posibilidad de respetar el edificio de Rucabado, pero como explicaba en la Memoria del proyecto, «no se ha podido conservar debido a que sus características no concordaban con el destino: falta de funcionalidad, escasa sobrecarga de uso, huecos pequeños, etc.«. Sin dejar de ser cierto lo apuntado, la razón de mayor peso radicaba en el aumento significativo de metros cuadrados útiles por encima de la calle, además de tres sótanos que antes no existían, hasta lograr disponer de 7.830 m2 que la normativa urbanística de aquel momento permitía.

Se trataba de levantar un edificio «comercial«, eufemismo de «oficinas», para el que la composición fue concebida «de un modo diáfano, de tal modo que permita las diversas modificaciones distributivas que exigen el acontecer de la vida de los negocios actualmente». Es decir, el arquitecto previó que a lo largo de los años los negocios instalados en este edificio cambiarían -como así ha sido y es- y que, por tanto, cambiarían sus funciones y necesidades, motivo por el que la adaptabilidad del espacio laboral debía constituir una de sus principales virtudes.

El aspecto de la calle Elcano, caracterizado por el ritmo vertical originado por los miradores y balcones que vuelan de las fachadas, condujo a que el nuevo edificio hacia dicha calle tuviese en su propia fachada un tratamiento que seguía esa pauta, la cual se extendió a la de la plaza. Así, a partir de la entreplanta se originan seis cuerpos de vuelos discontinuos que tienen carácter de miradores. La discontinuidad viene marcada por los machones estructurales que, como en la plaza, arrancan de la cota de calle, dando asentamiento al edificio. Como consecuencia inmediata de seguir el perfil marcado por la alineación oficial en Elcano, estos vuelos desaparecen en la planta séptima, quedando retranqueada respecto a las situadas por debajo. La fachada a la plaza no tiene vuelos más que en el torreón, tres a la Plaza y dos a Elcano, rematando el edificio como elementos de composición y facilitando el tránsito de una cara a la otra. Recuerdan a los matacanes que existían en lo alto de las torres y murallas defensivas medievales. El carácter a la plaza es vertical, marcando este ritmo los machones estructurales, que modulan de un modo natural los paños de ventanales, que tienen una presencia más ligera al ir a paño con los machones.

Los cinco miradores del torreón vuelan sobre la fachada a la Plaza, cuyos ventanales se hallan a paño con los machones estructurales. Sin embargo, los miradores verticales en Elcano sí vuelan sobre la calle

Para la composición volumétrica del edificio Amann Puente consideró «conveniente suprimir el chaflán y no efectuar sucesivos retranqueos en la calle Elcano que rompen la composición«. Las fachadas son de granito rojo oscuro pulido, los ventanales, de aluminio anodizado y lacado en tono bronce claro, con un punto dorado, y los vidrios, parasol. La cubierta fue pensada para llevar pizarra. Los colores son elegantes, profundos y sobrios, al igual que la composición general del inmueble. En algún lugar he leído que este edificio enfada mucho a alguien que exige su demolición inmediata. No sé con qué argumentos, se trata de una buena obra de arquitectura. Habría sido preferible conservar el de Rucabado, sin duda, pero aquella grave pérdida no debe condicionar la opinión sobre su inocente sustituto, nacido para cumplir con unos usos diferentes en un tiempo muy distinto al de aquel y sus colindantes.

La altura alcanzada por el edificio de Amann Puente llega justo hasta donde llegaba el torreón tipo Segundo Imperio en el edificio de Rucabado. El actual sobresale respecto a los colindantes, pero es que el anterior, aunque menos masivamente, también lo hacía. La fotografía de la derecha fue tomada hacia 1955.

Plaza Elíptica: la gran demolición/sustitución (I)

/ Javier González de Durana /

Fragmento del Plano del Ensanche de Bilbao, dibujado sobre las preexistencias rurales del municipio de Abando, por el arquitecto Severino Achúcarro y los ingenieros Pablo Alzola y Ernesto Hoffmeyer, aprobado en 1876 por el ayuntamiento.

Entre 1969 y 1974 se demolieron cuatro edificios históricos en la bilbaína Plaza Elíptica. Puede que esa cantidad no parezca muy elevada, pero si se dice que fueron el 37’5 % de los orientados a ese espacio urbano se entenderá mejor la catástrofe patrimonial que afectó a más de un tercio de su paisaje edificado. Inmuebles de viviendas de notable calidad formal y constructiva, diseñados entre 1902 y 1909 por Severino Achúcarro y Leonardo Rucabado entre otros, desaparecieron en tan sólo siete años. Pilar Careaga Basabe, como alcaldesa de la Villa entre julio de 1969 y julio de 1975, autorizó los derribos.

La Plaza Elíptica es el punto de intersección urbana de cuatro grandes vías. El eje Norte-Sur lo marca la Alameda de Recalde; el eje Este-Oeste está definido por la Gran Vía; una diagonal, Ercilla, se despliega de Noreste a Suroeste; y otra diagonal, Elcano, recorre su trazado de Noroeste a Sureste. Esta formalización da lugar a que la Plaza se encuentre rodeada por ocho manzanas, cuatro al Norte de la Gran Vía y cuatro al Sur o, si se prefiere, cuatro manzanas al Este de la Alameda de Recalde y otras cuatro al Oeste.

La forma parcelaria de estas ocho manzanas no es idéntica debido a dos circunstancias: (1) la forma ovalada del espacio central, lo cual daría lugar a cuatro manzanas iguales al Norte y Sur de la Gran Vía y otras cuatro iguales al Este y Oeste de la Alameda de Recalde; sin embargo, sólo las cuatro situadas a los lados de Alameda de Recalde son iguales debido (2) al desplazamiento hacia el Este de la calle Marqués del Puerto, provocando que las dos manzanas situadas en ese costado de la Plaza sean más grandes que las dos situadas en el Oeste. Estas dos últimas están delimitadas por la calle Iparraguirre, que corre de Norte a Sur, y para que las dos manzanas situadas al Este fuesen iguales a ellas tendría que haber una calle paralela a Iparraguirre con similar recorrido. Pero los urbanistas Alzola, Hoffmeyer y Achúcarro decidieron que no la hubiera y, así, desplazaron hacia el Este el tramo comprendido entre Colón de Larreategui y Rodríguez Arias que, de no haber sido movido, habría dado lugar a una vía continua con un sólo nombre y que ahora son tres no continuas con denominaciones diferentes: Heros, Marqués del Puerto y General Concha. Ese desplazamiento de Marqués del Puerto es lo que origina en sus dos extremos sendas plazas triangulares, Jado y Pedro Eguillor.

Alzola, Hoffmeyer y Achúcarro no explican en la Memoria de su Plan por qué prescindieron de la recta linealidad para esta calle, prefiriendo que fueran tres en vez de sólo una. Lo más alusivo que dicen al respecto es que «se han establecido además otras pequeñas plazoletas de diferentes formas en algunos encuentros de calles, con el objeto de facilitar la circulación y evitar los ángulos agudos que presentaban algunas manzanas chaflanándolas convenientemente«, considerando interesante «la ventaja de interrumpir la monotonía que producen a la vista las calles de gran longitud«, además de proporcionar tales plazoletas «salubridad e higiene«. Cabe imaginar también que lo consideraran más interesante porque con tres calles de mediana longitud lograban crear ambientes urbanos más cercanos, de barrio. En efecto, la calle Iparraguirre es una larguísima vía, adueñada por el tráfico de vehículos, que sólo en su comienzo y su final posee ambiente de barrio. Siendo mucho más amable la calle fraccionada en tres tramos discontinuos, no se entiende que los urbanistas renunciaran a lo mismo con Iparraguirre.

La arquitectura envolvente de la Plaza tardó seis décadas en completarse con la primera generación de edificios que ocupó los diez solares que abren a ella. El primero fue el palacio de Victor Chávarri, en la esquina con la Gran Vía (pares), que se empezó a edificar en 1889, como casa de campo más que urbana, dado lo rural de sus entonces alrededores, siendo ampliada pocos años después hasta ocupar todo el frente a la plaza entre Gran Vía y Elcano. La ultima construcción fue la sede estatal de Hacienda, entre Ercilla y Alameda de Recalde, que empezó a levantarse en 1943 y terminó en 1951. De aquellos primeros inmuebles han sobrevivido dos dependientes del Estado (la subdelegación del Gobierno -el palacio Chávarri- y la sede de Hacienda), el Hotel Carlton (1919), el edificio de oficinas de la AURORA (1934) y dos de viviendas por pisos (1904 y 1917) que poco a poco están siendo reconvertidos en despachos y oficinas. De las ocho manzanas que rodean la Plaza Elíptica sólo dos conforman entidades unitarias, el Hotel Carlton y el palacio Chávarri. Todas las demás están subdivididas: en tres parcelas (dos manzanas), en cuatro (una), en seis (una), en once (una) y en trece (una). Estos dos últimas, lógicamente, son las dos manzanas grandes situadas al Este. Sólo dos frentes orientados a la Plaza presentan su rostro dividido por dos solares.

Parcelación de las manzanas que rodean la Plaza Elíptica con indicación de los cuatro edificios, marcados en azul, que fueron demolidos y sustituidos. Aunque no se orienta a la Plaza Elíptica, se ha señalado en verde otro edificio cercano demolido/sustituido en estos mismos años.; Granada, Gran Vía 38, es una notable pieza del arquitecto José Mª García de Paredes (1973). Sin embargo, el situado justo enfrente, Gran Vía 35, marcado en rojo, (1983), levantado diez años después del anterior, supuso el retorno del moderno edificio de oficinas al neo-revivalismo y la simulación de formas de principios del siglo XX.

Como cabía esperar para tan céntrico ámbito, las nuevas construcciones levantadas para sustituir a los cuatro inmuebles demolidos fueron diseñadas por destacados arquitectos y los resultados -que aún siguen a la vista- poseen calidad, aunque en general no son bien valorados por la ciudadanía. Despreciados por considerarlos inmuebles burocráticos, fríos y sin alma, algunas personas los rechazan al recordar cómo eran los edificios derribados, añorándolos, lo que es muy comprensible, y otras los detestan incluso a pesar de no haber conocido la traza de aquellos a los que estos sustituyen. Sobreviven sus fotografías y, sin duda, el contraste es muy acusado.

En cuanto a la altura de los edificios, muy superior a la de los históricos precedentes, se acusa a los arquitectos de haberlos recrecido en exceso, con la consiguiente ruptura de la escala. Si la arquitectura funciona como mediador entre el individuo y el espacio que éste ocupa, la escala es la variable que regula esa conexión inevitable. En la Plaza Elíptica no se tiene en cuenta que el primero que rompió la escala fue el prepotente edificio de la Hacienda estatal -una tronera- y que los levantados en los años 60 y 70 tomaron hasta ocho plantas de altura porque lo autorizaba la normativa urbanística municipal y los promotores inmobiliarios deseaban apurar al máximo posible los volúmenes de ocupación.

Además de un aspecto muy distinto, otro cambio que las nuevas construcciones trajeron fue la mayor terciarización de la plaza al sustituir viviendas por oficinas y comercios por entidades bancarias. Sin embargo, dejando a un lado los lamentos por lo perdido, debe reconocerse que los edificios sustitutos poseen valores y calidades, eso sí, en distintos grados y con diferentes estéticas. Es lógico, aparecieron en otra época, sesenta años después de los primeros, en un siglo de enormes transformaciones.

Resulta frecuente encontrar opiniones demoledoras acerca de las construcciones recientes, aunque casi todas superan ya el medio siglo de existencia. Un inmueble antiguo, incluso si es mediocre, se defiende más y mejor que uno de mucha mayor calidad, pero con sólo 50 años de existencia. En próximas entradas de este blog se verá cómo eran los cuatro edificios demolidos y cómo son los que les sustituyen.

Vista de la Plaza desde uno de los balcones del edificio, aún existente, en la esquina de Gran Vía 39 (arq. Alfredo Acebal, 1904), hacia 1950.

Vista de la Plaza desde, aproximadamente, encima del Hotel Carlton a mediados de los años 60, poco antes de que se produjeran las demoliciones, si bien el desvirtuamiento de alguno de estos edificios ya había comenzado.

Seguros Bilbao: diáfana estructura modular

/ Javier González de Durana /

Alzado a la calle Rodríguez Arias, por la derecha viene Alameda de Recalde y por la izquierda, Banderas de Vizcaya (hoy Telesforo Aranzadi).

Ubicación del solar; la calle Banderas de Vizcaya no estaba prevista en el Plan del Ensanche urbano de Alzola, Hoffmeyer y Achúcarro.

La arquitectura realizada en Bizkaia después de la guerra civil parece no encontrarse bajo el radar protector de los servicios del patrimonio histórico. Su control y la preservación de las piezas más notables construidas en aquellos años no se hallan sobre ninguna mesa. Se transmite la idea de que cualquier edificio anterior a 1936, sobre todo si tiene columnas, pilastras y vidrieras de colorines, merece ser preservado para el futuro. Por lo visto, los arquitectos de tiempos pre-bélicos eran capaces de diseñar edificios excelentes, pero los que trabajaron durante los años duros del franquismo no obtienen el mismo crédito; por lo visto, sus edificios no son tan valiosos ni fueron concebidos con tanta calidad como los de su colegas históricos. Así que para qué proteger nada de esa época. El triste episodio, aún en curso, de la anunciada demolición del edificio de Marqués del Puerto 3, diseñado por Juan Daniel Fullaondo y Félix Iñiguez de Onzoño, es el ejemplo más reciente de esta situación.

Por este motivo es necesario poner en valor piezas singulares de aquel tiempo, edificios en los que poca gente se fija o que, si lo hace, no considera interesantes. Escribir artículos que puedan constituir un suelo bibliográfico en el que apoyarse cuando alguien diga que tal o cual arquitectura no tiene calidad, que nadie la ha considerado portadora de algún valor y merecedora de ser protegida, no creo que sirva de mucho ante la fuerza económica del sector turístico-inmobiliario, pero por intentarlo que no quede. Si un propietario decide demoler un edificio de los años 50 y 60, de oficinas, industrial, comercial…, para construir otro de nueva planta o cambiar su uso anterior para convertirlo en hotel o viviendas de alquiler por días, es seguro que encontrará en estos ayuntamientos actuales todo su apoyo; lo estamos viendo: es una nefasta consecuencia de la contaminación turística.

Uno de estos casos de arquitectura notable es el que la empresa Seguros Bilbao promovió a través de un concurso restringido de anteproyectos para la ejecución de su sede social, emplazada en el centro del Ensanche bilbaíno. El proyecto ganador, concebido por Francisco Hurtado de Saracho y Luis Mª Gana, se firmó en 1954, concluyendo la obra en 1957. Con un estilo monumental moderno, entre el racionalismo del siglo XX y un clasicismo simplificado, ornamentación sobria, proporciones equilibradas, volumetría compacta, sin voladizos como balcones, solanas o miradores, se caracteriza por el orden geométrico de sus fachadas, la disposición regular de ventanas organizadas en retícula y la nítida composición simétrica: «Consideramos -decían Hurtado de Saracho y Gana en la Memoria de su proyecto- que un edificio de Oficinas debe seguir en la actualidad la norma impuesta y generalizada de fachada reticulada, que permite una gran elasticidad en la colocación de divisiones interiores...».

La parte sobrante de las oficinas para la aseguradora se pensó destinar a viviendas de alquiler, si bien cuando las obras ya estaban a punto de concluir Seguros Bilbao decidió cambiar esa idea por la de dedicar todo el espacio que no utilizaría en sus necesidades para alquilar oficinas a otras empresas y profesionales, salvo dos viviendas en la mansarda para los porteros. Consta de dos plantas de sótanos, planta baja y siete plantas sobre ésta. La superficie del solar es de 1.013,20 m2. La superficie construida es de 9.548,50 m2, de los que la mitad estaba destinada a la compañía de Seguros y la otra mitad a lonjas y oficinas. El conjunto se proyectó alrededor de un patio central, situando las áreas laborales de Seguros Bilbao, en vertical, enlazadas por una escalera y tres ascensores. «La característica más importante de este Proyecto ha sido la de realizar una estructura modular, sumamente diáfana, que permita una mayor elasticidad e la distribución interior de Oficinas«.

En la composición de fachadas se adoptó una retícula de 1,75 m2 por módulo, formándose con ello una estructura de hormigón armado, forrado en el frente con piedra de Colmenar: «…el criterio de situar las oficinas en la orientación Norte, que al no ser soleada, permite tratar la fachada, como se ha hecho, con una retícula de vidrio en su totalidad«. La pretensión del diseño fue el de «reflejar en fachadas, el destino del edificio (…su carácter representativo…) armonizándolo con los edificios colindantes, principalmente en cuanto a materiales de construcción se refiere…«. La piedra de Colmenar se cambió por granito en los chaflanes, decorados con relieves escultóricos de Santiago Uranga. Su total cegamiento permitió en ellos la concentración decorativa (escudo de la entidad y relieve escultórico) para que destacasen frente a «la simplicidad de líneas del resto de la fachada«.

Sorprende ese mencionado intento de armonización, ya que en las fechas de su construcción este edificio no tenía a ningún otro colindante y los que había en sus proximidades mostraban materiales diferentes: ladrillos caravista, placas de piedra, raseados…. Lo que sí provocó esta sede de Seguros Bilbao es que los edificios levantados en los años siguientes, todos residenciales, se aproximaran a él. Así, en 1959, en el cercano solar de Rodriguez Arias 9-Telesforo Aranzadi 1, el propio Luis Mª Gana y Álvaro Líbano desplegaron un ejercicio de aproximación formal y compositiva; poco después, en 1964, el solar situado tras Seguros Bilbao, en la misma manzana, fue ocupado por un edificio diseñado por Hilario Imaz y Germán Aguirre. Estos sí armonizaban con el inmueble de Seguros Bilbao.

La zona basamental del edificio es placa de granito pulimentado. Las ventanas, en su totalidad, son basculantes, con persianas venecianas interiores, dispuestas en una canal que permite su deslizamiento. Los antepechos de dichas ventanas son de aluminio anodizado en chapa ondulada. El criterio general adoptado en todo el edificio fue el de conseguir una máxima iluminación, por lo cual, tanto en fachada como en las zonas de patios, se dispusieron los huecos más amplios posibles, como se aprecia en las escaleras, una de cuyas paredes es totalmente de vidrio prensado. 

Este inmueble fue el primero de factura moderna -no deudora del racionalismo superviviente de los años 30- que se construyó en Bilbao. El modelo ya no se buscó en Alemania, sino en Estados Unidos y los precedentes en España fueron la Sede del Estado Mayor del Ejército (Luis Gutiérrez Soto, Madrid, 1949-53) y la Casa Sindical (Rafael Aburto y Francisco de Asís Cabrero, Madrid, 1949-51).

Planta sótano -2 con habilitación del conducto diagonal para la canalización del arroyo Elguera.

Planta baja y de acceso desde la calle. Dos grandes espacios en las dos esquinas para actividades comerciales. Al fondo a ambos lados escaleras y ascensores de acceso a los espacios que iban a ser viviendas, cambiadas después por oficinas; los vecinos-residentes accederían por Alameda de Recalde y los servicios por Telesforo Aranzadi.

Vestíbulo y acceso a los ascensores para servicio de las oficinas de Seguros Bilbao.

Planta de uno de los pisos en el primer planteamiento. Un gran espacio orientado a la fachada principal, destinado a oficinas de Seguros Bilbao y espacios destinados a dos viviendas, una orientada a Alameda de Recalde y otra a Telesforo Aranzadi.

Aspecto de uno de los espacios de oficinas utilizados por Seguros Bilbao. Al fondo, interior del chaflán orientado a Alameda de Recalde.

Aspecto de la fachada lateral a Alameda de Recalde, similar a la orientada a Telesforo Aranzadi; primero cuando se pensaba dedicar los espacios laterales a viviendas (ventanas más grandes) y segundo cuando se decidió que todos los espacios se destinaran a oficinas, propias de Seguros Bilbao y en alquiler (ventanas iguales a las de la fachada frontal a Rodríguez Arias).

Relieves escultóricos situados en los dos chaflanes de granito, obra del escultor y pintor Santiago Uranga. Motivos alegóricos referidos a las actividades laborales de Bizkaia.

Catedral de Santiago, ¿y ahora qué sucede?

/ Javier González de Durana /

Estado de los contrafuertes del ábside antes (arriba) y ahora (abajo).

Hace tres años publiqué aquí una dura entrada acerca de los degradados micro-espacios comerciales insertos entre los contrafuertes del ábside de la catedral de Santiago, en la confluencia de las calles Correo y Tendería. La mala imagen que durante años dio su descuidado abandono y el hecho de que ocultasen los sillares de un notable edificio histórico era penoso e incomprensible. Poco después se iniciaron unas obras que retiraron las tienduchas, los sillares quedaron al descubierto, se recuperó alguna ventana cegada, así como la forma original de otra, y unos operarios empezaron a restaurar los muros dañados por las perforaciones y el mal uso que se hizo de ellos durante décadas. Una vez eliminados los tenderetes, se pudo limpiar la totalidad de los muros tras ellos hasta la moldura de la cornisa, lo cual era imposible antes por la presencia de los tejadillos. Las erosiones no eran serias, pero sí numerosas y degradantes, cometidas sin permisos ni controles por los tenderos. Estos -incomprensiblemente- son propietarios de los minúsculos suelos que han ocupado, entre 4 y 7 m2, pero de ningún modo lo son ni lo han sido del muro eclesial. Alguien falló en su responsabilidad in vigilando

Se dijo que para el verano del 2024 esos espacios, tras ser vaciados y saneados, recuperarían cierta actividad comercial de quita-y-pon: carritos de heladería, tenderetes de recuerdos para turistas…, melonadas semejantes a las decenas de chucherías que ya se venden en otros lugares del Casco Viejo. La idea no era buena, pero se justificaba en una hipotética recuperación de puestos de trabajo que habían sido cancelados al cerrar la actividad comercial.

Sin embargo, ese regreso comercial no se produjo y el gozo de la restauración completa se fue al pozo de los pasmos. De pronto, un día hace más de un año, a punto de concluir las obras, estas se pararon y así siguen desde entonces, Un mezquino vallado separa la calle de los espacios entre contrafuertes. Al otro lado se ven tablones y restos de obra; por encima se observan los múltiples agujeros que han sido rellenados, aunque no tratados cromáticamente para armonizarlos con el color de los sillares históricos. La cornisa ha sido restaurada y se han instalado bajantes de agua, pero no están concluidas: una parece que sí pero no, otra está muy mal instalada, como de modo provisional, y una tercera realiza, a merced del viento, una curvatura en el espacio. Ayuntamiento, obispado y propietarios no se ponen de acuerdo en cómo concluir la obra y definir el futuro de esos espacios. Mientras tanto, la casa sin barrer.

De modo que, a pesar de lo realizado, el estado actual no es mejor que el anterior. Si cabe, en ciertos aspectos aún es peor. La sensación de obra abandonada y desidia se impone. Además, hay novedades que antes no existían. Un gran y alto hueco que profundiza entre contrafuertes es utilizado por un par de personas sin techo para vivir ahí, incrementando el aire de desolación. Paralelamente, los rateros que roban a los descuidados turistas sus bolsos y carteras arrojan al otro lado del vallado estos objetos después de vaciarlos de dinero y tarjetas. Ante nuevas situaciones, nuevas utilidades. ¿Cómo es posible que unos suelos tan pequeños estén creando un problema tan estancado e irresoluble?

Plaza del Ensanche: dudas y sombras

/ Javier González de Durana /

Infografía del diseño de la plaza tal como se prevé que quede.

Las obras del aparcamiento subterráneo en la Plaza del Ensanche llevan más de un año en ejecución y, al parecer, según se ha asegurado desde el Ayuntamiento, se prolongarán hasta bien entrado el año próximo. Los vecinos y comerciantes del entorno inmediato han creado una plataforma mediante la que expresan sus dudas, quejas y expectativas acerca de unos trabajos que han alterado su vida cotidiana hasta convertirla en una molestia continuada de ruidos, vibraciones, cortes de calles, supresión de aceras, polvo en suspensión, presencia de casetas y vallas… que son asumidas con resignada paciencia. Nadie cuestiona que el anterior aparcamiento se había quedado anticuado y disfuncional, nadie niega que la nueva obra mejorará la ciudad en esa zona al peatonalizar algunos tramos de calle y absorber vehículos de la superficie, 210 más que la anterior capacidad hasta llegar a los 522 estacionamientos…, sin embargo, las dudas envuelven el diseño que se ha previsto dar a la plaza que cubrirá el aparcamiento.

Ese lugar fue durante sus primeras décadas de vida, años 50, 60 y parte de los 70, un espacio ajardinado acogedor y seguro, donde los niños y las niñas del barrio jugaban protegidos del tráfico circundante gracias a un elegante y encantador diseño surgido de la colaboración entre el arquitecto municipal Germán Aguirre, autor del colindante mercado, y José Luis Salinas Sanz, encargado de los viveros municipales, arquitecto paisajista de parques y jardines formado en Holanda, dibujante, pintor, cartelista y diseñador, en suma, un artista; suya fue la idea de rehundir el terreno tanto en la primitiva Plaza del Ensanche como en la Plaza Elíptica. A mediados de los años 70, con la construcción del aparcamiento subterráneo, ese espacio urbano quedó profundamente alterado y las virtudes del anterior jardín se perdieron sin que el nuevo diseño aportara otros valores: dureza y desolación definieron el lugar durante las décadas siguientes. La esperanza actual se alimenta con la idea de recuperar la calidad que un espacio tan central del Ensanche bilbaíno debe tener en concordancia con la notable factura e historia de las arquitecturas que la envuelven.

Como es lógico, el nuevo diseño de la plaza deberá tener en cuenta circunstancias que hasta hace poco tiempo no eran consideradas, como son las referidas al cambio climático. La Concejala de Movilidad y Sostenibilidad en Ayuntamiento de Bilbao, Nora Abete, responsable de la ejecución de esta obra, indicaba en una nota informativa que para el diseño de la plaza «se han analizado múltiples variables mediambientales, entre ellas un estudio bioclimático que incluye un análisis de soleamiento y estrategias para la reducción del efecto isla de calor», en paralelo a tener en consideración «otras variables de funcionalidad del espacio con el fin de optimizar las condiciones de uso para la ciudadanía. De esta forma se crearán espacios con abundante arbolado (se trasplantarán los que están actualmente y se añadirán numerosos ejemplares más) así como amplias zonas de esparcimiento. La plaza ganará el espacio en el vial oeste, que actualmente es de uso para el tráfico rodado y acera”. Suena bonito y son deseables esos objetivos, pero no menciona el amplio umbráculo central, un techado que invadirá gran parte del espacio que quede libre en la plaza, teniendo en cuenta que habrá otros dos techados más para cubrir los ascensores del aparcamiento. ¿Se refiere a ellos cuando la concejala habla de «otras variables de funcionalidad«? ¿Un parasol de elementos rígidos es la mejor solución encontrada después de analizar «múltiples variables medioambientales«?

El umbráculo central es muy discutible y debería ser sustituido por la sombra más natural y ecológica existente, la de los árboles. La excusa de que no habría tierra suficiente para el desarrollo de sus raíces no sirve, pues la solución es aportar sobre el encofrado del techo de la última planta del aparcamiento un espacio suficiente para contener la tierra necesaria que posibilite el crecimiento sano de las especies arbóreas. Se habla de cuidado medioambiental, pero se introducen metales y piedras, renunciando a que toda la superficie ofrezca la orgánica solución de tierra y árboles. ¿No es muy contradictorio? En definitiva, ¿qué sucede si la ciudadanía no está de acuerdo con las soluciones concretas propuestas para lograr «optimizar las condiciones de uso para la ciudadanía«? Por otra parte, ¿quién está encargado de ese diseño? ¿qué cualificación posee? Veamos.

Las obras las está llevando a cabo una UTE formada por Viuda de Sainz, Construcciones Fhimasa y Urbhaus Lean Services. No obstante la carga de trabajo está repartida de manera desigual: Viuda de Sainz se encarga del 95% de la obra, Fhimasa, del 3% y Urbhaus, del 2%. La oferta de esta UTE fue inicialmente rechazada por «anormal o desproporcionada«, pero tras una revisión volvió a ser admitida para terminar ganando la adjudicación sobre otras dos ofertas, las de Amenabar y Cycasa Interparking-Comsa, que planteaban costes más bajos. Sea como fuere, lo que queda claro es que Viuda de Sainz se encarga de la excavación y la construcción de la estructura-aparcamiento subterránea, mientras que las otras dos se limitarán a la superficie y el acabado externo final. Si se tiene en cuenta que el coste total de la obra es de 18.000.000 €, esto significa que, aproximadamente, Viuda de Sainz asume 17.100.000 €, Fhimasa, 540.000 € y Urbhaus, 360.000 €.

Al consultar las webs de estas empresas unidas en la UTE se comprueba que Viuda de Sainz no la incluye entre sus obras en ejecución, ni como obra civil ni como obra especial, que Urbhaus sí la incluye, pero no muestra ningún dato, textual o visual, sobre ella y que Fhimasa tampoco la menciona.

Infografía de la sección longitudinal del aparcamiento y plaza.

Así que el diseño final parece estar en manos de Fhimasa o de Urbhaus, si bien durante una reciente reunión de algunos vecinos con Nora Abete estos no pudieron llegar a saber con exactitud a quién corresponde la autoría. Durante esta reunión entregaron a la concejala un informe en el que le trasladaban sus críticas y aspiraciones que ella recibió y escuchó…, a ver qué más hace. En todo caso, parece bastante claro que es Fhimasa quien se encargará del diseño. Durante el pasado 2024 Urbhaus apenas realizó un par de pequeñas operaciones para el Ayuntamiento centradas en la instalación de vallas de protección para pasarelas peatonales que no superaron los 45.000 €. Sin embargo, Fhimasa, especializada en urbanismo, obra civil y canalización de redes, contrató durante aquellos doce meses hasta dieciocho trabajos que iban desde la reurbanización de calles, renovación de pavimentos y ampliación de aceras hasta la instalación de tuberías, fuentes públicas, pistas de skate y cubiertas de escenarios, rozando los 1.500.000 € en algún caso concreto. Son los especialistas en este tipo de obras en superficie, pero no se deduce de ello que sean también los autores del diseño, aunque quizás sí…

Algo inquietante en el caso de Fhimasa es que en su web se muestren «orgullosos» de alguna operación de triste recuerdo, como fue el derribo de los pabellones de la fábrica Echevarría, HEVA, en Begoña: «En el solar en el que se ubicaba la fábrica de Etxebarría, FHIMASA urbanizó el actual parque procediendo previamente a la demolición de todas sus instalaciones… salvo una: la chimenea que aún preside esta famosa zona de recreo bilbaína (“la dejamos en pie para que respire el césped”)» proclama. Está claro que se derribaron los pabellones por orden municipal, no por voluntad de Fhimasa, que tan sólo había sido contratada para ejecutarlo, pero aquella pérdida patrimonial de la historia de Bilbao, cuya conservación parcial podía haberse hecho compatible con su reconversión en parque, no es algo como para ir exhibiéndola. La triste broma de decir que se conservaba la chimenea no por su valor constructivo y simbólico, sino por un motivo sin sustancia, tampoco es muy edificante. De ahí viene la inquietud…

En fin, no es cuestión de plantear aquí todas las críticas del vecindario al proyecto (bancos corridos sin respaldo, pérgolas de acero, piedra y madera…). Nora Abete ya las conoce. Lo importante en una sociedad que se dice dialogante es que los responsables públicos no crean que cumplen con la ciudadanía tan sólo con reuniones de escucha y olvido. Sobre todo, es intercambiar opiniones y, tras ello, modificar los planes de unos y las aspiraciones de otros hasta llegar a un punto de común acuerdo entre las partes afectadas. Esto es lo que falta todavía y mientras tal situación perdure existirán más que dudas razonables acerca de la idoneidad de este diseño. También falta un José Luis Salinas Sanz, claro.

Infografía que muestra la planta de la plaza tal como el diseño prevé que quedará.

La esquina enfática

/ Javier González de Durana /

Esquina del edificio en construcción, en la confluencia de las calles Rodríguez Arias y Licenciado Poza.

Se encuentran a punto de terminar las obras del nuevo edificio en la calle Rodríguez Arias esquina con Licenciado Poza. Es un diseño de IA+B, pero la web de este estudio de arquitectura no dice nada al respecto, pues no lo incluye entre sus obras, si bien, por algún motivo, su página parece no estar actualizada. He sabido de la autoría porque lo menciona la promotora de las viviendas, IBOSA.

La primera propuesta, presentada en 2020, ofrecía un aspecto diferente: la cristalera del ángulo no era redondeada y ambas fachadas aparecían cruzadas y bordeadas por unas largas franjas blancas. La promotora planteaba que habría «una piscina en una relajante terraza-solarium con una distinguida zona chill-out», así como «un fantástico txoko comunitario y un gimnasio donde liberar las tensiones del día». Desconozco si todo esto se ha llevado a cabo, pero al coste de 1.161.624 euros por 122,17 m2 (9.500 €/m2), ¡qué menos!

El diseño de IA+B pone un acusado énfasis en el encuentro de una calle recta con otra que inicia una suave curva. El edificio recibe el nombre de «Residencial Acrux»…, acrux, o sea, alfa crucis, nombre de la decimocuarta estrella más brillante del cielo, ¡vaya! Al margen de posibles poéticas estelares, creo que ese nombre proviene de que en ese punto urbano confluyen cinco calles, un auténtico cruce de caminos desde el que arrancan, alfa…, las dos que, precisamente, abrazan este inmueble.

La mezcla de vidrio, metal y madera otorga a sus fachadas una paleta cromática que combina el ocre claro, el verde oscuro y el gris-azulado, entrecruzando lineas verticales (claras) y horizontales (oscuras). Se configura una doble piel en las fachadas laterales con elementos exteriores de lamas permeables que generan una envolvente de protección para la piel interior. Donde el edificio alcanza una especie de apoteosis formalista es en la esquina, interesante al ser enteramente de vidrio, tan sólo atravesada por líneas metalizadas a la altura de los forjados. IA+B ya había utilizado el vidrio en fachadas de edificios residenciales cuando intervino en las Torres de Isozaki y algo de aquella experiencia parece haber sido trasladado a este ángulo urbano. La solución de muro-cortina es propia de edificios corporativos y de oficinas (por la supuesta transparencia), pero en viviendas es infrecuente (por la deseada intimidad).

La época en que ser discretos, no hacer ostentación y preservar la privacidad doméstica eran cualidades resguardadas tras balcones y miradores parece haber pasado en Bilbao. La publicidad de la inmobiliaria dice que en esa punta del inmueble se «disfrutará de estancias espaciosas envueltas con grandes ventanales para potenciar la luminosidad de las mismas». Tranquilidad, habrá estores enrrollables tras los vidrios. Con un lenguaje actual, esta solución se hace eco de la que Julio Saracíbar concibió en 1885 para el mirador del inmueble 42 de la c/ Elcano, esquina con Fernández del Campo (véase imagen más abajo).

La esquina se eleva seis plantas más la baja, formalizando una suerte de torreón, cuyas dos plantas anexas se retranquean para acentuar el volumen emergente. Los torreones esquineros (con otros estilos y formas) fueron tipológicos en esta zona, viéndose varios ejemplos en las inmediaciones. La pieza de IA+B me ha llevado a repasar otros modelos de esquina existentes en Bilbao, donde el trazado reticular del Ensanche produce abundantes ángulos rectos, al tiempo que dos largas calles diagonales, Ercilla y Elcano, dan lugar a numerosas esquinas en ángulo agudo.

Así como una esquina puede ser enfatizada al aprovechar las singulares condiciones que brinda la forma del solar, el emplazamiento y su entorno espacial, cuando la solución se vincula con la condición de cruce urbano es posible lograr una propuesta en la que cada esquina se relacione con las otras, resultando espacialidades urbanas de gran originalidad. Es rarísimo hoy en día que se pueda trabajar con un proyecto unitario en varias esquinas próximas entre sí, a la manera de la Piazza del Popolo o de San Carlo alle Quattro Fontane, ambas en Roma. En el caso de la torreta de IA+B, ésta entrará en diálogo con la situada enfrente, c/ Gardoqui 11, diseñada por Luis Aladrén hace 125 años. Las posibilidades que van abriendo los avances tecnológicos producen soluciones en vidrio como ésta, pero hubo otras opciones cuando las tecnologías eran distintas. Voy a mencionar unas cuantas en función de la forma que adoptan, en arista, en chaflán, redondeadas, perforadas con huecos, cubiertas con miradores, rematadas con cimborrios…, no siendo infrecuente que en una misma esquina coincidan varias de tales formas.

La esquina coronada pone su valor en un volumen que busca distinguirse y elevarse con fuerte voluntad plástica; corresponde a un acción de tipo ornamental consistente en realzar las dos caras de la arista en sentido vertical, haciendo uso de tratamientos diferenciados de material, adelantando o bien retrasando los planos o recurriendo al valor de línea como remate superior. Este es el tipo de esquina más antiguo, pues se trata de un recuerdo fósil, permanentemente actualizado, de las garitas de vigilancia en murallas y castillos, permitiendo controlar a un tiempo dos flancos de la fortaleza

Confluencia de c/ Ercilla 20 con c/ Colón de Larreátegui, arquitecto Tomás Bilbao Hospitalet (1919).

Confluencia de c/ Gran Vía 49 con c/ Máximo Aguirre, arquitecto Ricardo Bastida Bilbao (1917).

La esquina con nicho o friso utiliza huecos como hornacinas o planos en los que ubicar esculturas o relieves narrativos, colocándolos en puntos de gran visibilidad dentro del espacio urbano; es una propuesta de espacio-ornamento que crea un significativo lugar con amplia perspectiva y, por ello, favorece el detenimiento y la pausa para la contemplación.

Confluencia de c/ Licenciado Poza 1 con c/ Bertendona, arquitecto Ricardo Bastida Bilbao (1926).

Confluencia de c/ Rodríguez Arias 15 con c/ Alameda de Recalde, arquitectos Francisco Hurtado de Saracho y Luis Mª Gana (1953-57).

La esquina como refugio habitable favorece el dominio visual desde una condición ventajosa debido a situaciones de penumbra que contrastan con zonas expuestas a una mayor iluminación. Ello posibilita que la persona situada en un rincón observe por completo aquello que sucede al exterior y, a la vez, le permite desdibujarse en la sombra interior.

Confluencia de c/ Licenciado Poza 67 con María Díaz de Haro, arquitecto Anastasio Arguinzoniz Urquiza (1939).

Confluencia de c/ Doctor Felix Landín 2 con Plaza de La Casilla, arquitecto Fernando Olabarría Delclaux (1975).

La esquina con puerta de ingreso es la que históricamente ha abierto mayores posibilidades a la relación interactiva entre arquitectura y ciudad porque produce espacios intermedios en el cruce que actuan como dinamizadores de la vida pública, desde la tienda comercial al clásico café, pasando por el edificio institucional o de oficinas. Ejemplos de este tipo se ven tanto en la arquitectura más modesta como en la de tipo monumental.

Confluencia de c/ Berástegui 3 con c/ Colón de Larreátegui, arquitecto Luis Landecho (1892).

Confluencia de c/ Alameda de Urquijo 9 con c/ Padre Lojendio, arquitecto Manuel I. Galíndez (1933).

La esquina como punto de autoridad y observación panorámica resultado de su posición elevada, ofreciendo condiciones privilegiadas para el dominio visual con los que se hace evidente también el poder, real o simbólico, de quien lo habita respecto a la población que ocupa el cruce; por ello, a menudo ha sido el escenario idóneo para convocar a las multitudes o manifestar la preeminencia política, económica, social, etc.

Confluencia de c/ Ibáñez de Bilbao 20 con c/ Alameda de Mazarredo, arquitectos Frederik L. Forge y Manuel Mª Smith Ibarra (1918).

Confluencia de c/ Elcano 42 con c/ Fernández del Campo, arquitecto Julio Saracibar (1885).

La esquina en chaflán crea un tercera fachada con la que se busca desmaterializar la arista para convertirse en un plano que, por lo general, da continuidad a la envolvente, pero el caso seleccionado de Luis Pueyo es casi lo contrario, la esquina se hace muro físico potente y ciego, no envuelve, como si un paralepípedo vertical se hubiese incrustado en el bloque, cortando abruptamente los dos lados del edificio para impedirle a la esquina toda posibilidad de visión.

Confluencia de c/ María Díaz de Haro 7 con c/ Rodríguez Arias, arquitecto Luis Pueyo San Sebastián (1957).

Confluencia de c/ Doctor Areilza 15 con c/ Licenciado Poza, arquitecto Federico Ugalde Echevarría (1935).

Horno alto nº 1: labores para un cambio de uso (y II)

/ Javier González de Durana /

En la parte inferior derecha se observa un fragmento de la escalera diseñada por elearkitektura; a continuación, en un gris más claro, la plazoleta previa; a la derecha, en naranja, el Centro de Visitantes junto a la nueva torre de acceso; y ante ambos, a media altura, el pasillo y la plataforma con barandillas para la aproximación al horno alto.

Decía en mi anterior post que para llevar a buen término esta reconversión de uso en el horno alto nº 1 se requerían varias intervenciones previas de adecuación en accesibilidad, arquitectura, urbanización…, acometidas por fases y a cargo de diversos equipos técnicos. Como, por ejemplo, los indispensables ascensor y escalera que conectan el viaducto y la zona baja del casco urbano de Sestao con el área industrial aledaña al horno alto, salvando un desnivel del terreno. Sin este sistema de comunicación el acceso público al BIC resultaría complicado y engorroso en extremo. Sus autores fueron los arquitectos Eduardo Landia, Eloi Landia y Alex Etxeberria de elearkitektura. La intervención consistió en crear una torre de ascensor y una escalera que, desarrollándose en zigzag, dan lugar a dos voladizos. En la parte superior, una pasarela horizontal aérea conecta el viaducto con la torre del ascensor con doble embarque y tres paradas que salvan una altura de 24,40 metros entre cotas. Los criterios de intervención venían mandados por la lógica de un entorno con fuerte personalidad: *poner en valor el entorno industrial preexistente, *respetar las perspectivas previas desde el viaducto hacia el horno con una aproximación cercana pero no demasiado para no interferir, *eliminar puntos negros respecto a la perspectiva de género o actos vandálicos, y *utilizar materiales y soluciones constructivas con garantías de durabilidad y fácil mantenimiento de la infraestructura.

Ascensor urbano y pasarela de elearkitectura para facilitar la aproximación desde el casco urbano de Sestao hasta la antigua área industrial.

El horno alto es una edificación industrial construida para cumplir funciones muy específicas y, por tanto, no se ajusta a las normas y requerimientos exigibles para ser reutilizado como un elemento capaz de recibir visitas de un público general. La complejidad derivada de su naturaleza originaria como horno convierte esta construcción en un laberinto de dificultades físicas, como desniveles múltiples, impedimentos de variada índole, espacios abiertos, peligrosos e inseguros… Para su conversión en equipamiento cultural, exigía una meditada adecuación antes de abrirse a los visitantes.

Desde el año 2010, como parte de la primera fase de actuación rehabilitadora, se dispone de un Centro de Visitantes habilitado en la antigua sala de control de los primitivos hornos gemelos. Se halla situado en una posición elevada, a 6 metros del suelo, en un nivel intermedio entre los dos planos principales del BIC, la planchada de coladas y la planchada de toberas. Tenía este Centro de Visitantes el problema de no disponer de acceso directo desde el suelo exterior y la única manera de llegar a él era por medio de un recorrido intrincado de desniveles y, finalmente, por una escalera que, aunque era original del horno, no cumplía con las dimensiones adecuadas para su uso público. Para colmo, se accedía por la parte contraria a donde se iba a crear un parque urbano y el viaducto.

El costado del horno orientado al parque urbano muestra una exteriorización insólita, fruto del derribo del horno gemelo, algo así como un gran mecanismo seccionado, pero con la virtud de exhibir abiertamente sus elementos compositivos y niveles, dando lugar a una fachada espectacular. Era, por tanto, necesario trasladar el acceso a esta cara, orientada al parque, resolviendo, de paso, el desorden de su entorno. Para ello era necesario construir un elemento arquitectónico que afrontara y ordenase su relación con el espacio urbano, configurándose como el rostro del BIC. Los hornos altos eran el corazón de la industria, pero la eliminación de todo elemento que no fuera el propio horno lo dejó desnudo, resultando imposible entender cómo operaba.

El proyecto Garitano ha resuelto todas estas complejidades al tiempo que respeta escrupulosamente las preexistencias. Consta de tres partes y la última de ellas enlaza con lo realizado por elearkitektura al configurar, como la pequeña plazoleta de acceso, el espacio comprendido entre la actuación en el horno, las vías peatonal y ciclista del parque, y el núcleo de comunicaciones (escaleras y ascensor) de acceso directo desde el viaducto. En el suelo de esta plazoleta se ha señalado con un gran círculo el lugar ocupado por los restos de la base del desaparecido horno alto nº 2 (véase dibujo en la parte superior).

Estado del horno alto nº 1 al inicio de la intervención.

La tercera parte del proyecto, la más visible, ha consistido en construir un volumen cerrado, como una pequeña torre, que alberga el núcleo de comunicación vertical, compuesto por una escalera y un ascensor, y los espacios complementarios del Centro de Visitantes. El volumen dispone de 4 plantas en las que se distribuyen los espacios complementarios:
– En planta baja, un bar-cafetería, con doble acceso desde el núcleo de comunicaciones de la torre y desde la plazoleta de acceso. Su doble acceso permite su uso vinculado a las visitas al horno o su uso de manera independiente y abierta a la ciudad.
– En planta 1 se ubican los aseos que sirven tanto al Centro como al bar-cafetería de planta baja. y un despacho para funciones administrativas y/o de gestión.
– En planta 2, la principal del conjunto, se ubica la recepción de visitantes que consta de un espacio principal con mostrador -control, tienda,…- y un almacén que incorpora el guardarropas; desde este nivel se accede a la planta principal del Centro de Visitantes del año 2010, a través de una pequeña área vestibular, exterior pero cubierta, desde la que arranca la plataforma de conexión con las planchadas del horno.
– En planta 3 contiene un espacio polivalente-sala de exposiciones.
– En planta de ático un volumen emergente, además de albergar la escalera y el ascensor, contiene la maquinaria de las instalaciones de acondicionamiento de aire; una terraza practicable, cubierta, completa el resto de la planta.

Construcción de los primeros niveles de la torre para acceder al Centro de Visitantes.

Torre para acceso al Centro de Visitantes una vez alcanzada la altura prevista para su soporte estructural y comienzo de la habilitación del espacio previo como plazoleta de acceso. A la derecha, al fondo, el ascensor y escalera de comunicación con el viaducto.

La agrupación del núcleo de comunicación vertical y los espacios complementarios en un único volumen, en una pequeña torre, obedece a una estrategia para enfrentarse con limpieza y rotundidad a la enorme dimensión del horno alto. La mejor forma de dialogar con la gran instalación industrial es mediante este volumen limpio, rotundo, que establece una escala de intervención adecuada, que identifica con claridad la nueva actuación y que la contrasta con la abigarrada edificación del horno.

La tercera parte del proyecto de los Garitano culmina las dos anteriores: consiste en una plataforma elevada de conexión entre la planta 2 del Centro de Visitantes y las planchadas de coladas y de toberas.

La diferenciación en el tratamiento arquitectónico entre el volumen cerrado de la torre y las plataformas abiertas responde a la propia naturaleza de los espacios ejecutados y de sus funciones: un conjunto de espacios cerrados por un lado, unos espacios abiertos de circulación por otro. Su traducción arquitectónica es una respuesta directa a esa dualidad: un volumen macizo, de paramentos de ladrillo visto, con planos acristalados y de chapa metálica enmarcados limpiamente en los anteriores para los espacios de la torre, y una estructura metálica de grandes luces, muy diáfana, para la plataforma. También responde a una cuestión de lenguaje relacionado con el monumento, del cual las nuevas construcciones proyectadas son un apéndice. Este lenguaje formal realiza una sobria y contenida interpretación de la forma del horno alto y de la mayor parte de la arquitectura industrial de su época.

En el alto horno todos los espacios cerrados -la antigua sala de control, la casa de máquinas sobre el skip de carga, otras pequeñas construcciones ahora desaparecidas- se han definido con cerramientos de ladrillo sobre estructuras o entramados metálicos, mientras que los espacios abiertos y las estructuras sin contenido espacial se han realizado con estructuras metálicas vistas, llevando a cabo una interpretación de aquella construcción industrial, pero más depurada y sintética. Los materiales y texturas utilizadas han sido hormigón con acabado escobillado para la solera, adoquín rústico de hormigón, baldosas de piedra caliza, hormigón en masa para un murete y las gradas, ladrillo para otro murete y perfiles tubulares de acero, junto a railes ferroviarios reutilizados y enrasados en el pavimento, verjas y tierra vegetal. El resultado visual es la armonía cromática y material del conjunto, como si siempre hubiese sido así, pero pudiendo identificarse las partes nuevas.

Además de las características generales de la arquitectura, la actuación ha prestado especial importancia a la articulación entre lo existente y la nueva construcción. La torre, aunque alineada con el Centro de Visitantes, se dispone separada del mismo por un espacio vestibular exterior, cubierto y abierto. Esta articulación permite identificar y distinguir la edificación existente y la nueva. En los encuentros de la plataforma con las planchadas, no se producen mezclas ni yuxtaposiciones, sino uniones directas en los bordes de las mismas, en los perfiles metálicos que las limitan.

Un trabajo excelente, resultado de un largo y complejo proceso administrativo por la implicación de varias instituciones de gobierno y en el que intervención facilitadora de la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública ha sido determinante.