Observar el espacio para entender el tiempo

/ Javier González de Durana /

¿El «sueño americano» muestra algún tipo de expresión en el plano urbano de una ciudad estadounidense, algo que lo revele? ¿Las fronteras surgidas entre países por causas geográficas son menos artificiales que las aparecidas por decisiones políticas?, ¿de qué modo reconocer unas y otras? ¿Por qué un pintor impresionista formado en París retrató a una aldeanita con un cántaro de leche sobre su cabeza en un suburbio bilbaíno dividido entre lo rural y lo industrial?, ¿cómo entraron en contacto? Estas son el tipo de preguntas a las que los libros de historia no suelen dar respuesta, pues sus redactores consideran que hay asuntos más importantes: la conquista militar del héroe, el gobierno tiránico de fulano de tal, el precio del trigo en la Baja Sajonia… Sin embargo, los mapas, planos, directorios, agendas e itinerarios hablan del espacio, del tiempo y de nuestra propia historia. Ofrecen detalles que un historiador convencional a menudo pasa por alto: autopistas rectas o senderos que se bifurcan, estaciones de metro o embarcaderos de río, pavimentos urbanos o callejones sin salida, huellas-fantasma en el urbanismo, recorridos descritos en su agenda por un paseante… Un plano es el dibujo de un lugar específico representado en un momento dado; lugar y momento donde la gente vive, trabaja y que, sin ser consciente de ello, hace historia, la suya. Los mapas y planos permiten abordar asuntos para reflexionar desde coordenadas diferentes a las dominantes: describen espacios que habitan comunidades humanas.

La historia trata acontecimientos que siempre están relacionados con lugares que se experimentan de maneras diferentes. La creencia moderna de que naturaleza y sociedad son campos de conocimiento científico separados es una ficción que convierte en abstractas algunas cuestiones con bases materiales claras y concretas. La elocuencia de los detalles plasmados en planos y mapas geográficos fue desvelada por Karl Schlögel hace dos décadas en su libro En el espacio leemos el tiempo.

Los mapas -dice Schlögel- están ligados a un lugar y un tiempo, no se ciernen en un abstracto espacio vacío, se hallan en determinado contexto histórico y cultural. Identificar mapas, asignarles persona y fecha, no sólo se cuenta entre los deportes intelectuales más excitantes, es también un paso analítico inexcusable para interpretar y ordenar esos «documentos» exhaustivamente y con sentido. Cada mapa tiene su tiempo y su lugar, su ángulo de visión, su perspectiva, y leídos correctamente nos proporcionan una clave para ver o entender no sólo el mundo figurado sino también la orientación y los propósitos de quienes se hicieron tal imagen del mundo. Schlögel se planteó el reto de abolir las fronteras entre disciplinas, echar abajo los muros que separan artificialmente lo social de lo cultural.

Y ahora, con un salto quizás excesivo, paso de las grandes teorías al pequeño hecho histórico. En 1903 el pintor Adolfo Guiard realizó la pintura que, en mi opinión, mejor retrata la realidad de aquel Bilbao situado entre el espacio rural y la ría industrial, mostrándola en la figura de una preadolescente campesina que desde el lienzo nos mira directamente a los ojos. Ya hablé de esta pintura en otro post publicado aquí. ¿Cómo entraron en contacto un pintor bilbaíno de 43 años con una niña aldeana de Deusto, con apenas 10, llamada Asunción Ojinaga? ¿Qué circunstancias hicieron posible esta extraordinaria pintura?

En 1892 Guiard era un pintor de 32 años que, a pesar de su juventud, poseía un elevado prestigio artístico del que derivaba una clientela deseosa de sus obras. Una clientela encuadrada entre las élites industriales, navieras y financieras de un Bilbao exultante por su imparable crecimiento económico. En otras palabras, Guiard había logrado acumular dinero suficiente para retirarse a un lugar tranquilo donde poder pintar sin el ajetreo social al que, de vivir en Bilbao, se veía sometido (y al que él -todo hay que decirlo- se dejaba arrastrar con suma facilidad). Tras regresar de París en 1885, primero se instaló en Bakio y después en Murueta, dos aldeas situadas a 30 y 40 km de Bilbao. Sin embargo, el trabajo le exigía estar más cerca de su clientela. El municipio de Deusto conservaba entonces rincones en donde ese apartamiento era aún posible a cinco kilómetros del centro de las Siete Calles.

Así que el 24 de octubre de 1892 Guiard compró una casa denominada Echachu en el barrio rural de Deusto llamado Tellaeche. El terreno alrededor de la casa tenía una superficie de 2659 m2. El vendedor fue Marcelino Ojinaga, propietario del cercano caserío Recurti, a quien el pintor pagó 3750 pts. en efectivo metálico. La hija de Marcelino, Asunción, no había nacido todavía.

Plano del municipio de Deusto realizado el mismo año en que Guiard compró su casa. Dentro de un círculo rojo, a ambos lados del camino, Echachu y Recurti; a la izquierda, en otro círculo rojo, ubicación del caserío Elorrieta, donde el pintor retrató a Asunción Ojinaga, tras recorrer en su compañía el kilómetro y medio de distancia que separaba ambos lugares.

En este plano elaborado hacia 1940 se observa el terreno propiedad de Guiard, rodeado por caminos rurales en tres de sus cuatro límites, con los caseríos Larracotorre, Busturisco y Uduene, más el trazado de la Avenida del Ejercito que ya se preveía para el futuro barrio de San Ignacio.

En este plano se observa la superposición del los antiguos caminos rurales de Deusto y la prevista ordenación urbanística del barrio de San Ignacio, incluida la proyección del canal de Deusto. Los caseríos indicados son Recurti, Larracotorre, Busturisco, Uduene, Urquiza, Beascoechea, Zarandoco, Landaburu, Aresti y Basacoeche. En el centro y señalado en negro, Echachu. La parcela señalada con el número 287 es la actualmente ocupada por la ikastola Intxixu.

En el tercero de los planos se observa que en el recodo de un camino, a un lado estaba Echachu y al otro lado del camino, enfrente, Recurti. La vieja construcción que adquirió Guiard no le servía para vivir y trabajar. Por ello, la sustituyó por una casa nueva que diseñó el arquitecto Gregorio Ibarreche para él. Debió de ser el primer edificio concebido por Ibarreche, quien entonces tenía 28 años, pues obtuvo su título en Barcelona el mismo 1892. Nacionalista como Guiard, fue el primer alcalde de Bilbao con esta ideología. La casa constaba de dos plantas organizadas en tres cuerpos: el central alojaba en planta baja un porche, el vestíbulo, un distribuidor y, en la mitad trasera, la caja de escaleras que envolvía una pequeña bodega; los dos cuerpos laterales tenían un fondo más corto que el central, en el de la derecha estaba el estudio del pintor, de doble altura, cerca de 30 m2 de superficie (6’15×4’55 metros), con una ventana en la fachada a la que se adosaba un pequeño cuerpo saliente a la manera de mirador o bay-window y cuatro ventanas más en la parte alta de la fachada lateral, y en el de la izquierda se situaban la cocina junto a un reducido baño, al fondo, y el salón comedor orientado a la fachada con un bay-window similar al otro. En la planta superior existían tres dormitorios comunicados por un pasillo que partía desde la escalera, uno en el centro, orientado a un balcón en la fachada, sobre el vestíbulo-distribuidor, y otros dos en el cuerpo de la izquierda. Bajo la cubierta había altura suficiente para alguna habitación más o simplemente para camarote. El estilo arquitectónico era más bien ecléctico con influencias francesas.

Alzado de la fachada y seccionar transversal de Echachu, por Gregorio Ibarreche (1892).

Planta baja y primera de Echachu, por Gregorio Ibarreche (1892).

En la fotografía de la vega de Deusto tomada hacia 1895 se ven ambas casas, en azul Recurti y en verde Echachu.

En consecuencia, Guiard vio crecer a Asunción desde el día de su nacimiento, eran vecinos, y cuando ella tuvo edad y fuerza suficiente para transportar sobre su cabeza un cántaro de hojalata lleno de leche hasta el caserío Elorrieta, a un kilómetro y medio de su casa, el pintor le acompañaba por la vereda que comunicaba ambos lugares, y allí, al costado de Elorrieta, la vio para pintarla, para que nos mirara, para que comprobemos el modo en que el mundo industrial, al fondo, acechaba la existencia campesina de la muchacha sin que ella fuera consciente de ello.

La historiografía marxista estudió los asuntos en función de sus propósitos o fines a partir de teorías evolucionistas. Después los historiadores centraron su atención en espacios y tiempos concretos. Más allá de la historia urbana y de los estudios sobre la memoria, de un tiempo a esta parte se vienen abriendo perspectivas inéditas que enriquecen la mirada al dirigirla hacia el espacio, el territorio o el lugar en un sentido más amplio y, a la vez, más detallado. La complejidad de las sociedades demanda un encuentro mayor entre disciplinas, un diálogo entre diversos enfoques para integrar los procesos sociales no solo en su tiempo, sino también, para su completa comprensión, en su propio espacio. Las grandes teorías también ayudan a descubrir pequeños acontecimientos; por ejemplo, saber cómo fue posible que un pintor impresionista pintara la transformación de Bizkaia encarnada en una muchacha que, con firmeza, seguridad y equilibrio, miraba hacia el futuro. Una reelaboración de la iconografía ancestral que representaba a las deidades con un sol brillante sobre sus cabezas.

Suburbio, por Adolfo Guiard (1903); Asunción Ojinaga retratada junto al caserío Elorrieta. A la izquierda del cántaro se ven tres elementos, uno inorgánico (el muro de la casa) y dos orgánicos (la anciana -el pasado humano- y, al fondo, la empresa Talleres de Zorroza -el futuro industrial-); a la derecha del cántaro se contemplan otros tres elementos, dos orgánicos (el árbol y los tres niños -el futuro natural y humano-) y uno inorgánico (el barco velero -el pasado mercantil-). El muro de piedra separa dos realidades económicas y sociales, pero la hojalata -producto estrella de la industria siderúrgica vasca- ya se ha introducido en el mundo agropecuario.

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