Gloria al gin-tonic en las alturas

/ Javier González de Durana /

En la ciudad italiana de Lucca existe una torre de origen medieval, la Torre Guinigi, que en lo alto de sus 44’50 metros mantiene una cubierta-jardín visitable en la que, casi desde su construcción durante la segunda mitad del siglo XIV, siempre han estado plantadas siete encinas. Característica de la arquitectura románico-gótica de la región florentina y fabricada en ladrillo, se halla decorada con ventanas triforas, cuadriformes, escudos, marcos y placas. Alguna leyenda trata de explicar la causa de esa presencia arbórea en tan insólito emplazamiento, pero sólo es leyenda.

El hecho que quiero subrayar es la convivencia de esas siete encinas y el edificio, a efectos de la conservación y el mantenimiento de éste. Está claro que, siendo en uno de los símbolos de la ciudad, ha existido un equipo permanente de jardineros que controla muy de cerca la tierra en la que los árboles están plantados, el agua que necesitan y el crecimiento de sus raíces. Tales cuestiones fueron abordadas desde el primer momento, acondicionándose la terraza para que la coexistencia de un ser inerte de escasa base y gran altura -el edificio- con siete seres vivos de gran peso demandantes de atención constante -los árboles- no derivase en consecuencias catastróficas. Si no hubiese habido tales previsión inicial y control posterior la coronación de esa torre hace tiempo habría quedado destruida por los efectos derivados de la existencia de tan precioso bosquecillo.

En la imagen de la izquierda, el vacío interior de la Torre, las escaleras metálicas y, en los muros de carga, los huecos de apoyo de antiguas vigas de madera. En la de la derecha, la terraza y los grandes maceteros-contenedores de las encinas.

Si la torre es hoy visitada por decenas de miles de personas al año se debe a que la estructura ofrece una seguridad absoluta; si cierta filtración de agua no es problemática se debe a que la torre es hueca y sólo contiene unas escaleras metálicas de acceso. No obstante, el aspecto exterior de la Torre Guinigi es el mismo que ha tenido durante siglos… salvo por un pequeño detalle: la filtración existente ha ido dejando sedimentaciones calcáreas y salinas, con aspecto de manchas blancas, bajo los matacanes de la plataforma superior. Es el efecto colateral, leve y asumible, de semejante maravilla que ha logrado unir sin mayor problema la vida de dos delicadezas tan diferentes.

Viene a cuento lo anterior por la moda, desde hace algunos años, de utilizar las terrazas de los edificios públicos y algunos privados para esparcimiento de visitantes y clientes. Como es lógico, cuando se trata de edificios con cierta antigüedad las cubiertas a veces son inclinadas y con tejas de modo que su posible reconversión en espacios de ocio requiere de importantes modificaciones estructurales. Lo habitual es que sean edificios con cubiertas planas los que viren hacia este uso nuevo, pues, aunque de origen no tuvieran tal función, sino, en todo caso, la de acoger instalaciones técnicas vinculadas a la ventilación, ascensores, etc., la transformación de una cubierta plana en una terraza para disfrute del público parece más sencilla de llevar a cabo que una cubierta con faldones inclinados, pero sólo lo parece.

De entrada, esas maquinarias, por lo general ruidosas y generadoras de calor, deben ser llevadas a otro emplazamiento o aislarlas muy bien si se quiere que en esa terraza haya silencio y sosiego y no un zumbido de fondo. Paralelamente, el forjado de la terraza tiene que ser reforzado para poder soportar el peso de las nuevas instalaciones y gentes que acudan a ella, un bar, mesas, sillas y sombrillas, tiestos con arbolillos, servicios higiénicos, no digo nada si, además se incluye una piscina…, más conducciones de agua y energía. Por supuesto, vías de acceso -en ascensor o a pie-, de evacuación…, en fin, no es fácil y muchos edificios que podrían ofrecer una terraza muy vistosa y atractiva no lo hacen por lo complejo y costoso de la transformación.

Lo más frecuente es que sean hoteles los que se animan a hacerlo porque consiguen integrar en sus instalaciones un nuevo espacio comercialmente rentable -complementario a sus salones interiores- y al aire libre sin los inconvenientes de una terraza a pie de calle (impuestos municipales, tráfico rodado, molestias de curiosos…). Los numerosos hoteles situados a lo largo de la Gran Vía madrileña vivieron hace años una verdadera fiebre de terracismo en las alturas, lo cual se comprende por las espectaculares vistas que ofrecen y el clima que permite un uso más o menos continuado a lo largo del año.

Esa fiebre también llegó a Bilbao, a pesar del tiempo lluvioso y frío (cada vez menos). Voy a comentar algunas de esas terrazas

La terraza favorita de los extranjeros es la del Hotel Domine. Orientada hacia el Noroeste, se sitúa justo enfrente del Guggenheim Bilbao Museoa y, con el fondo de las verdes laderas de Artxanda, se comprende el motivo. Es, además, la rooftop terrace hotelera más antigua de Bilbao, de entre las existentes. Además del edificio de Gehry, a sus pies se despliegan el puente de la Salve, obra del ingeniero de caminos Juan Batanero, piezas de Moneo, Siza, Pelli y, más allá, la Universidad de Deusto.

La que tiene vistas panorámicas más amplias es la del Hotel Ercilla, pues se abre a las cuatro orientaciones. Es muy grande y, al estar situada en el centro del Ensanche con una altura superior a los edificios colindantes, ofrece perspectivas preciosas de toda la ciudad. Especialmente, son privilegiadas la observación sobre la Alhóndiga y las vistas a las elevaciones del Pagasarri, hacia el Sur. Las mejores puestas de sol, en mi opinión, se contemplan desde aquí.

La más reciente se encuentra en el Hotel Radisson Collection. Es bastante amplia y se despliega alrededor del patio de operaciones del antiguo Banco Hispano-Americano, hoy reconvertido en establecimiento hostelero. Tiene una bonita vista hacia Artxanda, pero más curiosa e interesante me parece la que hacia el lado contrario, el Sur, permite observar desde una cercanía inesperada el cuerpo central de la torre del antiguo Banco de Vizcaya.

Fuera del Ensanche, la terraza más peculiar es la del Hotel NYX por situarse en el Casco Viejo, cuyos tejados quedan al alcance de la mano, así como la arboleda y el puente del Arenal, el teatro Arriaga, la cúpula de Unión y el Fénix, la iglesia de San Nicolás y, tras ésta, el ascensor de Begoña, la ladera de Mallona y, en la distancia, Artxanda.

Hay más terrazas interesantes, como la del Hotel Catalonia Gran Vía, pequeña, orientada al Sur y única con piscina. Sin ser propiamente rooftop, poseen atractivo la del Hotel abba Euskalduna, sobre Olabeaga y los diques secos del viejo astillero frente al monte Banderas, y la del Hotel Vincci Consulado de Bilbao, enorme, orientada al Norte (lo que es bastante inconveniente en invierno), sobre la ría y frente al Campo de Volantín. No se trata de hacer aquí un inventario completo. Sí puedo decir que en todas se sirven copas y tapas estupendas, siendo un gran placer que la brisa te roce la cara mientras bebes un gin-tonic en buena compañía con la mirada puesta en el horizonte: es sentirse muy cerca de la Gloria en las alturas.

Por supuesto, estos nuevos espacios de ocio han traído nuevos problemas para el vecindario, el principal es que son generadores de ruido. Si antes la música, las conversaciones y risas, los eventos estruendosos y demás se daban en las plantas bajas y las aceras de las calles, ahora existe un nuevo lugar emisor de estridencias, padeciéndolas los vecinos de las viviendas colindantes en pisos altos, que se libraban de ellas.

Deberíamos ver los tejados de las ciudades desde otra perspectiva, como hizo Rotterdam, ciudad que encargó a un equipo la redacción del Catálogo de Tejados -en edificios públicos y privados- junto al que se presentaron 130 ideas innovadoras para aprovechar los tejados planos vacíos, mostrando la posibilidad de una nueva fase en el desarrollo de la ciudad al ilustrar cómo esos tejados pueden ayudar a resolver problemas como la escasez de suelo y el cambio climático.

Con 18,5 kilómetros cuadrados de techos planos en su mayoría vacíos, los tejados de Rotterdam -así como los de casi cualquier otra ciudad, sobre todo en el Sur- tienen gran potencial para permitir que la ciudad crezca en y hacia su interior al aprovechar esos espacios disponibles no tenidos en cuenta hasta ahora. El Catálogo de Tejados destaca cómo pueden convertirse en infraestructura espacial para la energía renovable, en un lugar ideal y a mano para la acción contra el cambio climático dentro del entorno urbano o ayudar a aliviar la crisis de la vivienda. Desde superficies plantadas que mejoran la biodiversidad urbana hasta instalaciones deportivas, espacios para eventos, talleres comunitarios e incluso espacios deportivos, el Catálogo de la ciudad neerlandesa destaca una amplia gama de usos potenciales, cada uno de ellos específico para determinada tipología de edificios y tipo de techos, con la mirada puesta en varios de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Creo que en Bilbao necesitamos un Catálogo de Tejados, con un servicio de asistencia para las asociaciones de propietarios y empresas que tomen la iniciativa. La idea sería poder apilar los cuatro elementos (agua, vegetación, energía y población) uno encima del otro, como un sándwich, y debería poder definirse en algún tipo de regulación para que los tejados sean capaces de soportar esos nuevos pesos.

Los tejados, por tanto, deben ser vistos como un recurso desaprovechado para ampliar el espacio público. Rotterdam se planteó demostrar cómo «pueden contribuir a una ciudad saludable, vibrante, inclusiva, atractiva y preparada para el futuro», y sus intervenciones temporales están permitiendo a sus habitantes experimentar la ciudad de manera diferente al tiempo que contribuyen a la transformación del paisaje urbano.

La familia turinesa de los Guinigi, con los árboles en lo alto de su torre, nos señalaron el camino hace seis siglos. Lo ha seguido Rotterdam con conceptos actualizados. Nosotros, de momento, servimos copas en ellos. No está nada mal, pero…

2 comentarios sobre “Gloria al gin-tonic en las alturas

  1. Es curioso que el «savoir-faire», es tan antiguo como el ser humano. Desde los albores de la democratización del lujo, allá por el siglo XVIII, la relación del ser humano con el placer apenas ha cambiado, pero muchos siglos antes, como lo demuestra la construcción de la Torre Guinigi, se conocía muy bien el arte de saber disfrutar de la vida. Interesante también que siendo yo de Bilbao, no haya visitado todas las terrazas que mencionas, por supuesto varias veces, la del Hotel Domine y la de la Alhóndiga (parkatu, Azkuna Zentroa), pero las demás quedan como asignatura pendiente… Aunque no te lo puedo prometer Javier, porque desde mis terrazas veo todas las que mencionas, y no es un farol 😁🙌🏻 ¡Estás invitado! Y tráete a Gerardo 😉 Besarkada bat.

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    1. Muchas gracias, Aintzane, avisaré a Gerardo para «verificar» eso de que tu terraza es la monda-lironda. Agradecido por tu invitación, te llamaremos. Como daba a entender, hay más terrazas en Bilbao, pero quise citar sólo las que más de han gustado. La de la Alhóndiga (sorry, para mí siempre Alhóndiga) no me parece de las mejores, aparte el hecho de no ser rooftop. Tampoco pretendo conocer todas las existentes. De hecho, si alguien conoce alguna terraza en cubierta de edificio que le parezca estupenda, por favor, que comparta esa información con nosotros. Muxu bat.

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