/ Javier González de Durana /

Artklass, Bilbao.
Cuando una ciudad se encuentra tan orgullosa de su arquitectura contemporánea como lo está Bilbao, resulta sorprendente que una revista del sector profesional incluya un artículo sobre la arquitectura kitsch y que, como un ejemplo distinguido entre otros, ponga una de las últimas construcciones bilbaínas. De pronto, uno se dice, «pero ¿no éramos lo más de la modernidad y la innovación preñadas por Premios Pritzker a tutiplén? ¿cómo alguien osa decir que en esta ciudad hay un edificio construido en los últimos 20 años calificable como kitsch? A ver, ¿dónde, cuándo, quién?». Naturalmente, muchas personas en esta ciudad ya lo sabían, pero se tenía puesta la esperanza en que no se percatara de ello la gente de fuera. Ahora ya no tiene remedio: Bilbao también será conocida mundialmente -¡qué menos, tratándose de Bilbao!- por vincular arquitectura y kitsch. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, kitsch es aquello que se vincula con una «estética pretenciosa, pasada de moda y considerada de mal gusto». No es un estilo y sus manifestaciones aparecen en todas las épocas y muestra, en cierta manera, los valores y gustos de cada época desde un distorsionado punto de vista fronterizo entre lo culto y lo popular. Bonito, pero no bello; popular, pero por ser de bajo coste; útil, pero para provocar emociones elementales; acumulador de significados y funciones diversas; reconocible y común hasta resultar banal; y refractario a todo tipo de novedad, el kitsch no está hecho para los austeros, los insignes o los artistas, sino para las masas, aunque existen los que han desarrollado su trabajo alrededor de este idea, como Jeff Koons.
El artículo escrito por Camilla Ghislani, What is Kitsch Architecture?, publicado en la revista digital Archdaily, muestra otra media docena de ejemplos abochornantes de esta clase de edificios, si bien algunos rozan lo cómico y otros lo lúdico, atemperando su naturaleza. El de Bilbao es, sin duda, el más pretencioso de los casos traídos por Ghislani. Sea cual fuere el origen de la palabra -el de engaño mediante venta de algo en lugar de otra cosa o el de la compra de un boceto como obra de arte por su bajo precio-, el hecho es que, siguiendo las reflexiones de Ghislani, el surgimiento del kitsch «ocurrió cuando la producción industrial intentó imitar la artesanía, a partir de la reproductibilidad técnica y en busca de democratizar la cultura y la economía. En este sentido, para llegar a las masas, se deja de lado la calidad y profundidad filosófica de los objetos, distorsionando muchas veces la estética y el significado de su modelo original. El teórico Walter Benjamin -gran aficionado al tema- afirmó que este estilo apunta a brindar gratificación instantánea a los espectadores sin invertir intelectualmente en ello, como una interpretación cómoda y directa de formas superiores de arte y ornamentación. Por tanto, a través de la absorción de elementos típicos de las clases más pudientes, es posible entender el kitsch también bajo el deseo de alcanzar un estatus sociocultural superior, ligado a un complejo proceso de renovación de las élites».
Este último es el caso del edificio de Bilbao, llamado Artklass (ya el nombre tiene lo suyo…), al pretender aproximarse en su aspecto exterior, con poca fortuna, a los edificios nobles construidos en el Ensanche bilbaína a finales del siglo XIX y principios del XX para vivienda de la alta burguesía local. Características de lo kitsch en arquitectura son la imitación (sucede en Artklass por lo ya mencionado), la exageración (lo que también le sucede al introducir en una manzana relativamente pequeña una multitud de fachadas de diferentes estilos y épocas, así como por la proliferación de esculturas y elementos decorativos como marcos y ornamentos brillantes o dorados, poniendo énfasis en el aspecto visual y la ostentación de presunta riqueza u opulencia), y la ocupación del espacio equivocado (lo que también le sucede al plantear unas fachadas historicistas en una zona de la ciudad claramente orientada a la modernidad y una plaza donde están, ni más ni menos, que la Torre Iberdrola, de Cesar Pelli, las viviendas de Ferrater y de Peña Ganchegui, el hotel de Legorreta, la biblioteca universitaria de Moneo, el rectorado de Siza…, pero ningún edificio del tipo que imita).

The Longaberger Company, Newark, Ohio.
Un ejemplo de exageración, simulación y vete a saber qué más es el edificio a principios de la pasada década de los años 90 mandó construir para su sede The Longaberger Company, inaugurada en 1997, una empresa estadounidense especializada en la fabricación y distribución estadounidense de cestos de madera de arce hechas a mano y otros productos para el hogar y el estilo de vida tópicamente campesino. El estudio NBBJ y Korda Nemeth Engineering concibieron y construyeron una sede inusual de siete pisos que se parece a una de las canastas de la empresa. Las asas de la canasta pesan casi 150 toneladas y se pueden calentar durante el invierno para evitar que el hielo caiga sobre el techo de vidrio del edificio. Este es un ejemplo macro de algo hasta cierto punto fácil de encontrar en EEUU: edificios con forma de Donut donde se venden Donuts, con aspecto de pato donde se pueden comer especialidades gastronómicas elaboradas con ese ánade… y así. En el comercio de calle y en establecimientos de tamaño pequeño es frecuente la imitación al producto que vende; en dimensiones medias y grandes lo usual es que sean centros comerciales, hoteles, casinos y parques temáticos, buscando atraer la atención del público con fachadas extravagantes e iluminación llamativa; lo insólito es el tamaño de The Longaberger, casi 17.000 metros cuadrados construidos.

Seminola Hard Rock Hotel & Casino, Hollywood, Florida.
Otro ejemplo: el Seminola Hard Rock Hotel & Casino fue diseñado por el arquitecto Steve Peck, radicado en Las Vegas, Nevada, junto con el estudio DCL (Design Communications Ltd.), con base en Boston. Se inauguró en 2019. Es conocido como The Guitar Hotel por su forma, la cual se corresponde con el estilo del imperio Hard Rock. Podrá pensarse lo que se quiera del artilugio, pero los clientes de este hotel parecen encontrarlo bastante divertido. Es de lo que se trata. Como simulación del lujo extremo logrado idealizadamente por el ascenso social, Las Vegas es la caótica ciudad campeona de los excesos de este tipo al replicar edificios y construcciones de todo el mundo: Venecia, París, Nueva York…

Paris Las Vegas Hotel & Casino, Nevada.
Como término controvertido -apunta con acierto Camilla Ghislani-, a pesar de que kitsch a menudo suena exagerado y vulgar, también puede entenderse como una forma de expresión artística que invita a la reflexión sobre la cultura y los valores de una época o sociedad en particular, ya sea a través de la sátira o no. En este sentido, vale la pena señalar que se pueden encontrar similitudes entre el kitsch y el movimiento posmoderno en el que hay una búsqueda de lo simbólico en una reacción contra las normas rígidas del funcionalismo moderno, buscando generar diferenciación individual y afirmación social.
No obstante, me propongo encontrar otras arquitecturas kitsch en Bilbao… y me cuesta encontrarlas: las columnas en la planta baja de la Alhóndiga, pero no en todo lo demás, y algunos aspectos del interior en el centro comercial Zubiarte, entre los actuales, y en su momento, hace 125 años, pudieron ser vistos así «el Palacio del Ayuntamiento, que parece de mazapán, con sus maritornes de la Ley y la Justicia, hechas de pan hinchado, y el palacio de la Diputación, un cataclismo geológico que muestra las diversas capas sedimentarias del espíritu moderno de un arquitecto ventripotente», según la descripción escuchada por Tomás Meabe a un cliente en una taberna local.
La Camilla ésta, de todas luces, desconoce la obra de Gottsfried Hundertwasser
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Te tefieres a Friedensreich Hunderwasser, supongo. Pues no lo sé, ni idea si Camille conoce su obra, aunque imagino que sí. En todo caso, son cuestiones diferentes, no?
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Hundertwasser. En realidad, Friedrich Stowasser, aunque en los últimos tiempos llegó a llamarse Friedensreich Hundertwasser Regentag Dunkelbunt. Todo un programa.
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Interesante análisis de lo Kitsch en Bilbao, especialmente el edificio de los Krier en la plaza de Euskadi, que por cierto es una plaza frustrada.
Su concepción geométrica rotunda, con forma elíptica, pedía una arquitectura más homogénea, al estilo de las plazas mayores españolas (Salamanca, Madrid, etc), pero la diversidad de arquitecturas, que además son tan opuestas, conforman un conjunto fracasado.
Tal vez el edificio de los Krier es el que rompo más el conjunto.
La idea de simular un conjunto de edificios entre medianeras de distinta factura no es ni mucho menos novedosa, ya la ensayó Aldo Rossi en Berlín, con un resultado, aunque mejor que el edificio de la plaza de Euskadi, tampoco muy agraciado.
Respecto a lo kitsch basado en la imitación (edificio cesta y edificio guitarra) es muy interesante el ensayo de Bruno Munari EL ARTE COMO OFICIO, donde pone los ejemplos de un cenicero en forma de pipa y un paragüero en forma de paraguas.
En la línea de la imitación no se salva ni Frank Ghery con su Binoculars Buildig de Los Ángeles en colaboración con Claes Oldenburg.
En relación con las columnas de la Alhóndiga, comentar que la idea inicial era encargarlas a un escultor, que fue en principio Tony Cragg, con la idea de recuperar el concepto en actual de las cariátides y atlantes de la arquitectura clásica.
Tony Cragg vino a Bilbao para ver el contexto y no se atrevió, tal vez por la envergadura del trabajo.
A mí en particular no me molesta que haya algo kitsch en Bilbao, puede ser hasta divertido; pero en la Plaza de Euskadi NO, por favor.
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Muchas gracias, José Luis, por tus reflexiones. Como conjunto arquitectónico unitario, la plaza de Euskadi se encuentra en el extremo opuesto a lo que tal cosa pueda ser y que no hubiera logrado nunca puesto que la presencia del Museo de Bellas Artes, fuera de esa figura elíptica, lo habría impedido. Sin embargo, la variedad arquitectónica no me molesta y casi la prefiero a la uniformidad, que me habría recordado tiempos pasados, algunos importantes (el Barroco) y otros no tanto (el siglo XX); además, hay piezas muy notables (Pelli, Ferrater -la relación entre estos, incluso, me gusta mucho- y, en un futuro cercano, Foster).
Había pensado en citar a Claes Oldenburg en mi artículo, junto a Jeff Koons, como creador de esculturas kitsch, pero tengo un respeto por este artista que no tengo por Koons, así que no lo mencioné, pero me resulta curioso que Oldenburg y Gehry hayan colaborado juntos porque, estirando un poco la cosa, estuve a punto de mencionar al Museo Guggenheim Bilbao como una derivación tecnológicamente post-moderna de lo kitsch. De nuevo, el respeto me impidió hacerlo.
Lástima que Tony Cragg no se atreviera con las columnas de la Alhóndiga. El resultado, creo, hubiese sido mucho mejor que esa infantilización del espacio en el que, no casualmente, los niños se divierten tanto.
En cuanto al Artklass, será digno de ver cómo la nueva pieza de Foster sobre el Museo se abalanzará hacia el pastel de los Krier. La tensión eléctrica que se generará en el espacio comprendido entre ambos podrá ser aprovechada por Iberdrola para incrementar beneficios caídos del cielo…
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Lo que es incuestionable es que el edificio Artklass ha conseguido en Bilbao algo único, que sea amado u odiado, en general no hay término medio en las opiniones sobre el mismo.
Parece que el responsable del diseño de las fachadas fue Marc Breitman más que Robert Krier, quien en la memoria del proyecto indica que «pretende implementar un espíritu del lugar, realizar una nueva mirada hacia lo local con la que el ciudadano se identifique y se encuentre cómodo.» Pretensión no conseguida, creo yo, mediante esa «fachada collage».
A nivel personal, cada vez que paso junto a este edificio tengo la sensación de estar viendo una maqueta de las que se ponían en los escaparates de las inmobiliarias, o un dulce en la estantería de una pastelería. No me parece una construcción «real».
Y tengo un par de anécdotas sobre este proyecto (una de ellas relacionada con César Pelli) que cuando nos veamos algún día te contaré. Saludos.
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Muchas gracias, Bernardo. Yo también tengo entendido que deben separarse el diseño de las fachadas y el diseño interior del edificio. Así como el exterior puede ser odiado (en general por los bilbaínos) o amado (usualmente por los visitantes foráneos), el interior debe de estar muy bien, por lo que me cuentan personas que viven ahí. Yo no lo he podido comprobar, pero no tengo por qué dudarlo. La literatura de la Memoria del proyecto puede decir Misa Cantada con palabras bonitas, pero lo que hay es lo que se ve.
Ansioso por conocer esas anécdotas que conoces. Saludos.
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Hola a Todos los que habéis realizado un comentario sobre este edificio «kitsch», me parece que algunos los han realizado con algún criterio y otros no. Comparar esta propuesta con las de la guitarra, el cesto y demás, además de despropósito tengo la sensación de que hay una falta de conocimiento de historia de la arquitectura y del arte y sus estilos. Decir que es «kitsch» porque utiliza un lenguaje compositivo fuera de los lenguajes actuales, pero existente y además utilizado rigurosamente en cada elemento compositivo de cada fachada y en sus proporciones, me parece que aventurarse mucho. Que alguien con conocimiento suficiente lo haga por favor. Las trayectorias de Rober Krier y las Marc Breitman creo que están lo suficientemente contrastadas tanto en la forma como en el rigor, como para calificarlas de «kitsch». Ya no estamos en el periodo de la «tendenzza», pero sus actores están. Novoy a mencionar a Leon Krier y a su actual Rey, pero están. Puedes estar de acuerdo con el momento, con el lugar, con muchas cosas, cada uno tendrá la suya, pero lo que no es, es «Kitsch», se puede entender como una propuesta graciosa u ocurrente, es en su formulación teórica, porque la tiene y rigurosa porque lo es. Hay otras propuestas en Abandoibarra de las que se podría hablar más y mas largo, de todas se puede hablar, Legorreta, Peña, Atutxa, Portela, Ferrater, Aguinaga, Pelli, Moneo, Siza , Stern y otros. Por otra parte habría que conocer las circunstancias de los encargos, de las selecciones de Arquitectos, de los filtros y de las tramitaciones. ¿Se sabe que Pelli y Aguinaga tenían derecho de veto a las propuestas Arquitectónicas de los proyectos a desarrollar?, al menos hasta que cada uno de ellos realizo un edificio. Yo tuve que ir 2 veces a New Haven. No voy a hablar de frivolidad si no de respeto y de no vulgarizar, que se lea lo que el Plan especial establecía como principio compositivo . Un saludo
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Apreciado Iñaki. Dudé mucho en traer a este blog la reflexión de Camilla Ghislani porque tengo un sincero aprecio por tu trabajo. Dada tu colaboración en el edificio Artklass temí que te sentara mal, pero la oportunidad planteada por una revista digital de amplia difusión global al mencionar un edificio de Bilbao al margen de los habituales unánimes elogios me pareció perfecta para hacer unos comentarios sobre lo kitsch en arquitectura. Ya ves que el título de mi artículo es interrogativo, no afirmativo. No obstante y con todas las matizaciones y discrepancias que podamos plantear, en mi opinión ese edificio sí lo es. No pasa nada, creo, porque alguien piense que lo es. Koons es un artista sumamente reconocido y aplaudido, pero, desde mi punto de vista, también lo es. Es natural que haya arte y arquitectura para todos los gustos y pareceres. Para mí lo kitsch es peyorativo, pero no tiene por qué serlo para todas las personas. Por supuesto, sólo los que estuvisteis en la realización de ese edificio, incluidos los prolegómenos, conocéis todas las circunstancias, filtros y limitaciones que rodearon su realización. Pides que «alguien con conocimiento suficiente» explique el rigor existente en «cada elemento competitivo de cada fachada y en sus proporciones». Te invito a que lo expliques tú.
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Querido Javier, tu comentario y el contexto lo he entendido y no me ha molestado, creo que debo de expresar mi opinión, no solo por la participación que he tenido y que en tu comentario me siento reflejado y satisfecho por la parte que me corresponde, la interior. Pero ocurre que entablé una relación con Rob y con Marc más allá de la profesional y su trabajo me parece que es de respetar y de valorar y encuadrar su trabajo en esa definición de Kitsch creo que no es justo. Para mi una arquitectura que se pueda encuadrar en ese concepto es la que trascendiendo del lenguaje arquitectonico digamos más ortodoxo, recurre a formas que lejos de articular un discurso, recoge figuras ajenas a la arquitectura y las usa para componer construcciones que “ridiculizan” esta disciplina, edificio-cesto y edificio-guitarra, al igual que la referencia que se hace a Koons, ni creo que aportan nada sino que lo convierte como en un juego y eso no es lo que se puede ver en el trabajo de Krier y de Breitman. Podemos discutir de si la decisión de componer el edificio como si fuera una adiccion de edificios diferentes entre si sea acertada o no, pero si se analiza cada uno de los edificios aisladamente se puede comprobar que la division compositiva, eespo de a cani es y proporciones clásicos, las impostas idem las cornisas idem, no hay en ninguna parte del conjunto, ningún canto a algo que no sea la arquitectura en sus concepciones clásicas, incluso la fachada goticista que da al parque. La profusión de estatuas, cariatides, etc. son elementos que los encontramos en el lenguaje arquitectónico clásico. Y esta propuesta no es nueva es algo que Marc Breitman ha desarrollado muchas en Paris y Rob Krier idem en Berlin, Luxenburgo etc no resulta un elemento aislado sino una forma de entender e interpretar la arquitectura. Algo que ninguna arquitectura Kitsch lo hace. El drama si se puede llamar asi a la arquitectura ejecutada es que esta permanece en el tiempo y yo sinceramente si tuviera que escoger entre esta y las Kitsch creo que no tendría duda y ya sabes que mi lenguaje no va en esa linea, pero entiendo esa manera de entender y la respeto, no asi la Kitsch. Mi formación coincidió con la época de Rossi, Grassi, Culot, Aymonino, Leon Krier y aqui Garay, Linazasoro, Ustarroz e Iñiguez por mencionar algunos nombres. En fin creo que estos comentarios pueden aclarar un poco mas y ayude a entender el edificio. Para los curiosos, se tiene que recordar que inicialmente existia una lista de unos 25 arquitectos que eran los que podian trabajar en Abando Ibarra y se necesitaba un carga de compromiso para que los promotores pudieran ofertar, en esa lista estatales solo estaban Moneo y Peña Ganchegui, que to recuerde y tenian que colaborar con arquitectos locales. Creo que si estaba en la lista era porque su Arquitectura, con su lenguaje definido y su manera de entender lo consideraron apto para ello Desde luego ellos no engañan es lo que hacen bueno o hacian. Lo dicho Javier tus comentarios no me han molestado nos conocemos y sabes que te respeto en todos los sentidos Un saludo
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Iñaki, una lectura recomendable sobre lo característico en lo kitsch es el libro de Abraham Moles de título «El kitsch: el arte de la felicidad» (Barcelona, Paidos, 1990) en el que lo disecciona desde el cruce de caminos donde confluyen el arte, la filosofía y la antropología. Una de sus características, según él, es la acumulación y la percepción sinestésica, esto es, que objeto kitsch no se conforma con ser una sola cosa, sino dos o tres a la vez. Un joyero-carillón y un peluche con un despertador en la barriga pueden ser dos buenos ejemplos. Moles recurre a una metáfora gastronómica: la tarta de bodas de muchos pisos «donde el bizcochuelo se añade a la banana, al azucarado, al chocolate y los colores del arco iris, en una obra caracterizada por su gigantismo y por sus pretensiones escultóricas, a la Torre de Babel o a la iglesia del pueblo». Así es como veo Artklass, acumulación de fachadas y pretensión de ser una manzana del Ensanche de la primera mitad de siglo XX. Lo cual no impide reconocer que el interior es dulce y sabroso…
Aquí va un enlace a un articulo de Moles y Eberhard Wahl en el que desarrollan su teoría: https://hdiunlp.files.wordpress.com/2010/04/3-a-moles_kitsch.pdf.
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Gracias, Javier.
Lo leeré.
Un abrazo.
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