/ Javier González de Durana /

Tal día como hoy, 7 de febrero, de 1904 la ciudad de Baltimore ardió. Hace unos meses, con motivo del 150 aniversario del incendio de Chicago, publiqué aquí un post corto pero muy ilustrado sobre aquel fuego. No me voy a especializar en incendios urbanos; tranquilos. El de hoy es el segundo y último. La efemérides, además, es poco lucida: 118 años. Si fueran 100 o 125 años parecería más importante, pero un número tan irregular no lleva a ninguna parte. Claro que hay otros motivos para hablar de Baltimore y su incendio.
Por una parte, siempre que puedo, aprovecho la ocasión para referirme a los rascacielos, en particular a los norteamericanos construidos a finales del XIX y principios del XX. Tengo debilidad por ellos. Cada vez que he estado en una ciudad estadounidense me he colado al interior de esos titanes con esqueleto de acero y, si me ha sido posible, he subido hasta el ultimo piso en ascensor para después bajar por las escaleras, a pie. Aparecen mundos de una variedad sorprendente, se encuentra de todo y en muy diversos estados de conservación: en la planta 23 puede haber un gran y distinguido despacho de abogados y en la 22 un conjunto de pequeñas y destartaladas oficinas de consignatarios marítimos; en la 14 un oscuro club de acceso restringido para caballeros y en la planta 13 un salón de baile frecuentado por antiguos ciudadanos de repúblicas soviéticas. Y así todo mientras vas descendiendo. Los singulares personajes que los pueblan son otro tema: oficinistas y secretarias de todas las edades, colores de piel, indumentarias y condición, sobre todo, pero también jóvenes tiburones de finanzas a los que la avaricia les brilla en los colmillos, prejubilados de mirada perdida, barriga enorme y camisa grasienta, sujetos que hablan idiomas de sonoridad pizarrosa…, una variopinta fauna humana. ¡¡Buahhh!! y los olores, por aquí te llegan aromas de café, tabaco, tinta y papel, desde ahí fluyen vapores dulzones y melosos, por allá viene la acre fetidez de algo-que-prefieres-no-saber-qué-es… Los rascacielos erigidos después de la 2ª Guerra Mundial son diferentes, más insípidos y asépticos. Lo de «menos es más», admirado Mies, no funciona en antropología urbana.
Al grano. Uno de los pocos edificios que sobrevivieron al pavoroso incendio (1.500 inmuebles quedaron destruidos en poco más de 24 horas) fue el Continental Trust Company Building, terminado de construir en 1902, único en Baltimore diseñado por el arquitecto Daniel H. Burnham, figura importante del tipo de rascacielos desarrollado a partir del incendio de Chicago. Obras notables de Burnham son, entre otras, el Flatiron Building, en Nueva York, la Union Station, en Washington D.C. y el plan de mejora urbana de 1909 para Chicago, un hito en el desarrollo de la planificación urbanística moderna. El interior de este edificio en Baltimore, de 16 pisos «completamente a prueba de fuego«, ardió como una antorcha durante el incendio de 1904. En este punto urbano la combustión alcanzó su punto más alto, aproximadamente 1.300° C, y el rascacielos resultó calcinado por dentro de arriba a abajo. El exterior, sin embargo, sobrevivió intacto al fuego y el edificio se convirtió en objeto de estudio entre arquitectos e ingenieros. La principal alteración del edificio después del Incendio fue la desafortunada eliminación de la mayor parte de su hermosa cornisa. En estas fotografías se muestra su apariencia original y el aspecto de la fachada trasera después del fuego.


Una curiosidad de este edificio es que en él estaba la sede de la Continental Insurance Company, una empresa de seguros especializada, precisamente, contra incendios. Solicitaron a Burnham que hiciera una inspección de daños y realizara un informe sobre el estado del edificio que él mismo había diseñado. El arquitecto no desaprovechó la ocasión para hacerse publicidad: «Véase cuánto mejor se comportó este edificio -al haberse utilizado en él estructuras de acero y protección de terracota contra incendios (como yo recomendé)- que su vecino, el cual no utilizó esta tecnología«. Rehabilitado inmediatamente después, a los dos años ya estaba a pleno funcionamiento de nuevo. Tras haber sobrevivido al no menos incendiario paso del tiempo, el edificio hoy se halla incluido en el Registro Nacional de Lugares Históricos y está catalogado como un Monumento histórico de la ciudad de Baltimore desde 1982.

No obstante, el inmueble también es digno de mención por haber albergado las oficinas de la Pinkerton National Detective Agency, que tuvo como empleado al novelista Dashiell Hammett, encontrando inspiración para sus novelas en el trabajo que desempeñó como investigador para esta agencia. Hammett experimentó el sórdido vientre de la ciudad atlántica y fue apuñalado, al menos una vez, en el ejercicio de sus tareas. Algunos de sus duros e inflexibles compañeros sirvieron de base para sus personajes.
Continental Op, el personaje principal de su primera novela, Cosecha roja, un detective testarudo que vive según su propio código, recibió su nombre de este edificio. También se especula que los dos halcones que coronan las pilastras a ambos lados del portón de acceso al Continental Trust Building inspiraron la preciada estatuilla en El halcón maltés. Las ásperas calles de Baltimore sirvieron de escenario para la novela favorita de Hammett, La llave de cristal. Por desgracia, muchos de los lugares mencionados y descritos en sus novelas ya no existen. El lujoso Hotel Rennert, que servía como base de operaciones del corrupto jefe político en The Glass Key fue arrasado en 1941. Continental Op sueña con una fuente en Harlem Square Park que desapareció hace tiempo.
Hammett empezó a trabajar en Pinkerton en 1915, antes de servir en la 1ª Guerra Mundial, donde contrajo la tuberculosis. A lo largo de la década de 1920 vivió en San Francisco, ciudad en la que escribió la mayoría de sus novelas, incluida El halcón maltés, pero nunca olvidó sus raíces de Baltimore y el trabajo para los Pinkerton. Al rememorar las calles y lugares de esta ciudad añadió una pátina de autenticidad y realismo a sus narraciones. Más tarde, Hammett se involucró en el Partido Comunista de los EE.UU. y finalmente fue encarcelado por el macartismo en 1951 durante seis meses. El tiempo en la cárcel pasó factura al escritor, quien ya se encontraba en mal estado debido a la interacción de la tuberculosis, el tabaco y el alcoholismo. Murió en Nueva York en 1961.

Si miro esa coloreada fotografía del edificio al poco tiempo de ser construido, me fijo en un hombre que está apostado al borde de la gran puerta de acceso al interior, al pie de la pilastra sobre la que un halcón despliega sus alas. No puede ser Hammett, pues en el momento que se tomó la foto nuestro detective favorito debía tener ocho o nueve años, pero me gusta pensar que era él o alguien muy parecido a él, que ese tipo era el que se convertiría en Sam Spade y que, aunque apenas se aprecie, con disimulo para no llamar la atención, nos envía un discreto saludo.

Muy interesante Javier. Enhorabuena.
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Saludos.
Borja Manene
Delegado NBK
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