Visionarios: el mundo como proyecto.

Javier González de Durana

This image of the earth was captured by the astronauts aboard the Apollo 17 spacecraft in 1972.

El 18 de mayo de hace 81 años falleció el arquitecto Alberto de Palacio y Elissague (Sara, 1856 – Getxo, 1939). La efeméride nos la recordó recientemente la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública, AVPIOP, que el año pasado, con motivo de un aniversario más redondo, 80 años, organizó un merecido acto en recuerdo del arquitecto vasco. Él fue quien concibió, proyectó y construyó en colaboración con Ferdinand Arnodin el primer puente transbordador del mundo, el Puente Vizcaya (1887-93), entre las localidades de Portugalete y Las Arenas (Getxo), hoy incluido en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO y emblema del patrimonio industrial vasco.

Paralelamente a este aniversario, me ha llegado la información de que el MIT Press ha publicado recientemente el libro The World as an Architectural Project, escrito por Hashim Sarkis y Roi Salgueiro Barrio (con Gabriel Kozlowski), en el que, a través de una compilación de proyectos especulativos analizan cómo, durante más de un siglo, algunos arquitectos abordaron el mundo como un proyecto en su intento de imaginar el futuro y replantear los problemas globales; con sus proyectos arquitectónicos y urbanos se propusieron reordenar modos de vida colectiva a escala planetaria, más o menos, pues en varios casos estaban restringidos al hemisferio Norte o a puntos concretos de éste.

The World As...

Muy oportuno este trabajo, pues la globalización y la cada vez mayor interconexión  exigen acciones a escala mundial e invitan a reflexionar sobre las responsabilidades de la profesión. Plantearse qué hace la arquitectura por el mundo, así como, por el contrario, qué hace el mundo por la arquitectura, y explorar estas preguntas interrelacionadas es un ejercicio útil para recuperar su capacidad de cara a intuir nuevas perspectivas sobre problemas globales, lo cual resulta de lo más oportuno en estos días. Esas dos preguntas no se pueden separar fácilmente y deben tomarse juntas. Para ofrecer propuestas a escala del planeta, la arquitectura ya tuvo que reconsiderar y expandir su propia estrategia metodológica para penetrar en los campos de la filosofía, la sociología, la geografía…

Este trabajo exigió a sus autores seis años de búsquedas y análisis hasta abarcar cincuenta proyectos imaginados por algunos de los pensadores-arquitectos del siglo XX. Los casos son variopintos y se relacionan con múltiples aspectos vinculados con las enormes dimensiones de la tarea. Entre los proyectos documentados en el libro se encuentran el Plan de Torres 4D, de Buckminster Fuller, las Ciudades Marinas, de Kiyonori Kikutake, el Urbanismo Electrónico, de Takis Zenetos, Élisée Reclus y el Globo Terrestre, de Louis Bonnier, el Air Ocean City, de Raimund Abraham…, entre otros. La diversidad de ideas en aquellos proyectos -alucinatorios, en muchos casos- no excluye ciertas características compartidas, semejanzas familiares y, en fin, cierta afinidad existente entre todos ellos. El libro sirve como un medio para ampliar el pensamiento arquitectónico y permite nuevas perspectivas sobre los problemas globales. Además, es un estímulo atractivo para que los arquitectos vuelvan a comprometerse con los problemas de escala planetaria y reimaginar cómo funciona la arquitectura en el mundo.

4D
Buckminster Fuller, 4D.
Buckminster_Fuller
Vista del pabellón americano de la Expo 67, por R. Buckminster Fuller, ahora la Biosphère, en la Île Sainte-Hélène, Montreal. Fuller desarrolló la cúpula geodésica en los 40 en concordancia con su pensamiento «sinérgico».

Uno de los proyectos más curiosos es el que ideó Élisée Reclus (1830-1905), un ingeniero geógrafo anarquista que soñó-imaginó para la Exposición Universal de 1900 un globo- monumento que tendría 200 metros de alto y 160 metros de ancho, para lo que requirió de la colaboración del arquitecto Louis Bonnier. El interior estaría compuesto por tres esferas alojadas una dentro de otra: una capa externa de vidrio y encaje metálico, luego un segundo globo elevado, seguido de una bóveda celeste. Un complejo sistema de galerías, escaleras, plataformas, corredores y ascensores habría permitido a los visitantes circular por sus entrañas. La esfera exterior, de 127’5 metros de diámetro, permitía la observación de la representación de la Tierra, acogida en su interior.

Para Élisée Reclus el objetivo de su esfera era «llevar la geografía a la ciudad» al establecerse en la colina de Chaillot, frente a la torre Eiffel, pero fue víctima de su gigantismo y la idea nunca se materializó, en parte por su elevado coste (20 millones de francos en ese momento, casi 76 millones de euros hoy), en parte por la competencia de otros proyectos que concurrieron a aquella Exposición parisina, pero también por la negativa del geógrafo a diseñar su mundo con un propósito de puro entretenimiento y lucro, pues el globo, según él, debía ser una herramienta de trabajo y conocimiento para el viajero, el cartógrafo y el geógrafo, una especie de geoda, un palacio de descubrimiento y un planetario, todo al mismo tiempo. El proyecto estaba a medio camino entre el jardín geográfico -un modelo reducido del mundo por el que el visitante podría pasear- y el georama -una representación invertida de la Tierra dentro de una esfera cóncava, un verdadero Google Earth analógico-. El dossier de 283 hojas compuesto por Élisée Reclus para defender su proyecto se conserva hoy en el departamento de manuscritos de la Biblioteca Nacional de Francia. Los pabellones de los diferentes países que asistieran a la Exposición Universal se organizarían alrededor de este globo en una superficie de 30 hectáreas. 

Élisée Reclus and Louis Bonnier's Terrestrial Globe. Image Courtesy of MIT Press
Proyecto de Élisée Reclus y Louis Bonnier.

Vuelvo al principio. Alberto de Palacio había ideado algunos años antes, en 1892, una representación gigantesca del mundo, concebida y diseñada para ser mostrada en la Exposición Universal de Chicago de 1893, pero que, tras desestimarse su realización en la ciudad americana, tuvo una segunda versión con el propósito de ser erigida en Madrid, donde tampoco se construyó. Con ella se rendía un homenaje a Cristóbal Colón. Puede ser que Élisée Reclus conociese este proyecto, pues las similitudes son bastantes, aunque no así el propósito utilitario final.

Sus datos eran estos: una esfera de 200 metros de altura y un volumen de 4.180.000 metros cúbicos que representaba el planeta con su distribución de tierras, océanos, mares y continentes a lo largo y ancho de su esférica superficie; una plataforma de 700 metros de longitud y 14 metros de anchura rodearía el globo a la altura del ecuador para servir como mirador; con el apoyo sobre una base-peana de 100 metros de alto, en hormigón armado y reforzada con un armazón de hierro, se garantizaba la estabilidad del conjunto. La parte interior de la esfera reproduciría la bóveda celeste según estaba dispuesta en el firmamento el 12 de octubre de 1492, día de llegada de Colón y los españoles al Nuevo Mundo.

En su interior se distribuían numerosas dependencias, destinadas a albergar, en distintos niveles, salas de conferencias para congresos, bibliotecas colombinas, museos arqueológicos del mundo español y americano, museos zoológicos y botánicos, salones de música, observatorios y colegios astronómicos, además de varios restaurantes, un teatro, un gran hotel e, incluso, una iglesia. El acceso se realizaba por la citada base-peana de hormigón, cuyo interior aparecía decorado con grupos escultóricos referidos al Descubrimiento, entre ellos una gigantesca estatua de Cristóbal Colón.

Con más de 300 metros de altura, la peana y la esfera igualaban las dimensiones de la Torre Eiffel (1887-1889). Pero, para batir su récord y convertirse en la estructura más alta del mundo, se pensó en un singular remate: una réplica de la carabela Santa María con esculturas de su tripulación a bordo. Todo ello se hubiese levantado en el parque del Retiro, muy cerca del Palacio de Cristal.

alberto de palacio para chicago
Proyecto para Chicago.
alberto de palacio
Dibujo de la idea, adaptada para Madrid, junto al Palacio de Cristal del Retiro, edificio diseñado en 1887 por el mismo Alberto de Palacio junto con Ricardo Velázquez Bosco y Daniel Zuloaga. publicado en 1891 por La Ilustración española y americana

Todos estos proyectos tienen su antecedente originario más ilustre en el Cenotafio para Newton, ideado por Étienne-Louis Boullée en 1784 y, como los antes citados, tampoco fue construido, pero su influencia perduró por la manera en que logró reducir la arquitectura a las formas básicas de la geometría. Para el Cenotafio de Newton -escribió Carlos Sambricio- existen dos dibujos apenas diferenciales. Uno de ellos es el alzado principal y el otro es una ilustración, casi idéntica, del mismo alzado, en el que una ligera perspectiva da al dibujo su impresionante volumen. Pero mientras que el primero ofrece en la fachada principal una composición de cuerpos puros, donde se destaca la intersección entre ellos, en el segundo, y gracias a la perspectiva, aparece un juego de sombras que dominan el edificio y que sirven para valorar de manera nueva la esfera. La perspectiva introduce entonces la luz y ésta sirve para valorar a la forma de manera distinta a como había planteado el alzado; su intención aparece clara: forma y luz son dos componentes, indisolubles, que se complementan en el intento de producir sensaciones.

Étienne-Louis_Boullée_Memorial_Newton_Night
Aspecto exterior del Cenotafio para Newton.
Étienne-Louis_Boullée,_Cénotaphe_de_Newton_-_04_-_Coupe,_représentation_de_jour_avec_effet_intérieur_de_nuit
Sección del Cenotafio para Newton vista de día con efecto interior de noche.

 

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