La tarea de los ingenieros en Bilbao.

Javier González de Durana

La distinción entre arquitecto e ingeniero es relativamente moderna. Antes del siglo XIX, en el Antiguo Régimen, lo que diferenciaba a un ingeniero de un arquitecto no era la formación ni el título, sino la práctica profesional. Desde la antigüedad greco-romana hasta finales del siglo XVIII, pasando por la Edad Media y el Renacimiento, no existió una neta diferenciación entre las competencias específicas del arquitecto y las del ingeniero. La polivalencia era el signo de los constructores, que lo mismo levantaban un templo, un palacio o una fortificación, que erigían un arco de triunfo, elevaban una columna conmemorativa, labraban un monumento funerario o construían un puente, un canal u otra obra hidráulica. No importaba que el edificio fuese votivo o una fábrica utilitaria. Todo lo relativo a la construcción y al diseño del espacio físico les concernía, sin distinciones entre lo que era la Función o el Ornato. El tronco común de la construcción era el pilar básico, del que se derivaban las frondosas ramas de las distintas artes y técnicas.

Fue a partir de la Revolución Industrial cuando se impuso la organización de las fuerzas productivas, la división del trabajo, y primó el rendimiento económico. Forzosamente tenía entonces que producirse la segregación entre los arquitectos preocupados por el mero diseño estilístico para residencias y aquellos otros profesionales que al servicio del poder político o del capitalismo industrial, eran capaces de construir obras cuya utilidad pública nadie ponía en entredicho.

Con estas reflexiones iniciaba el profesor Antonio Bonet Correa su explicación sobre la distancia que empezó a separar a arquitectos e ingenieros -y, por tanto, sus atribuciones y capacidades con los consiguientes debates que se prolongaron durante un siglo- en su libro La polémica ingenieros-arquitectos en España. Siglo XIX (Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, ed. Turner, Madrid, 1985).

Los ingenieros, a partir de entonces, representaron la modernidad y el progreso orientado a un futuro social mejorado, mientras los arquitectos quedaban en la práctica de un estilismo ornamental deudor de las formas de un pasado que debía superarse. El trabajo de los ingenieros, más allá de los visibles puentes y las humeantes fábricas (que no siempre eran objeto de admiración), se desplegaba de forma discreta, casi imperceptible, a menudo en el subsuelo, mientras que los arquitectos levantaban sus obras en los núcleos urbanos, a la vista de todos. Muchos conocían los nombres de estos últimos, casi nadie el de ingenieros. En esta ciudad tuvimos a muchos que dejaron una huella que todavía hoy moldea nuestras vidas. Pablo Alzola, Ernesto Hoffmeyer, Evaristo Churruca, Leandro José Torróntegui, Enrique Sendagorta, recientemente fallecido,…

Los conflictos y celos derivados de tal situación hace tiempo quedaron superados, sobre todo a partir del momento en que Le Corbusier sentenció que “los auténticos arquitectos del siglo XIX son los ingenieros”, frente a la opinión de Auguste Perret acerca de que “el ingeniero se forma, pero arquitecto se nace”, en una línea de pensamiento que quería identificar al arquitecto con el artista (sobre esto escribí aquí en la entrada “Arquitecturas firmadas”) cuando se pensaba que ser artista no era una cuestión de voluntad, sino de destino.

Superado, sí, pero el trabajo de los ingenieros aún sigue difuminado en la percepción colectiva. En los últimos meses ciertas actividades culturales tratan de poner de relieve el importantísimo papel que los ingenieros han tenido y tienen en el presente de Bilbao. Cansados del machacón protagonismo de los arquitectos, los ingenieros han decidido hablar y, lejos de proclamar algo así como “sin nosotros, los arquitectos no hubieran podido hacer gran cosa”, como a media voz, sin llamar demasiado la atención, están explicando cuál ha sido su decisiva aportación.

portada ROP

La vindicación arrancó en junio del año pasado con el número monográfico dedicado a “La transformación de Bilbao” por la Revista de Obras Públicas (ROP). Al estar coordinados sus contenidos por Pablo Otaola se evitó el riesgo de caer en la autocomplacencia que habitualmente arrasa a las autoridades locales y ofreció un análisis preciso de lo realizado, con un justificado orgullo exento de alharacas.

Dividido en tres partes, la primera, “El proceso de transformación”, se abre con un artículo del propio Otaola significativamente titulado “La transformación de Bilbao, una obra de arquitectos e ingenieros de caminos”, la segunda parte se refiere a “Las obras públicas” y la tercera al “Urbanismo y arquitectura”. Por sus páginas desfilan los obvios Frank Gehry y Norman Foster (cuya aportación a la obra del Metro -diseño de accesos y estaciones- es pequeña, aunque lo único visible, en relación con el conjunto de la obra, la excavación de kilométricos túneles), pero adquieren una sorprendente importancia los nombres de aquellos ingenieros de varia especialización que para muchos resultarán desconocidos o inesperados, pero que fueron determinantes para que después floreciera el ornato arquitectónico: empezando por -¡oh sorpresa!- los políticos Josep Borrell, Ingeniero Aeronáutico, además de Ministro de Obras Públicas (1991-93), Josu Bergara, Ingeniero Industrial, además de Consejero de Transportes y Obras Públicas del Gobierno Vasco (1991-95) y Diputado General de Bizkaia (1995-2003), y José Albero Pradera, Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, además de Diputado General de Bizkaia (1987-95). Para entendernos y empezar a entender el cambio operado en esta ciudad: la política y la ingeniería caminaron de la mano.

Pero también estuvieron Daniel Fernández Pérez, Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, además de Director Técnico del Consorcio de Aguas (1995-2017), cuya tarea fue básica para la recuperación ambiental de la ría del Nervión; Manuel Fernández, Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, además de Director de la Confederación Hidrográfica del Norte (2000-15); Manuel Docampo, Ingeniero Industrial, además de Presidente de la Autoridad Portuaria de Bilbao (1991-96); Agustín Presmanes, Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, además de Director General de IMEBISA (1991-2004), sociedad encargada de la realización del Metro; el mucho más conocido pontífice Javier Manterola…, y, por supuesto, el mismo Pablo Otaola, Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, con una gestión impecable al frente de la sociedad Bilbao Ría 2000 (1993-2000) y en la actualidad como Gerente de la Comisión Gestora de Zorrotzaurre (2004-18). Entre todos estos ingenieros y otros muchos, hubo dos arquitectos fundamentales: Ibón Areso, Director de la Oficina del Plan General de Bilbao (1987-91) y Concejal de su Ayuntamiento (1991-2014), y José Luis Burgos, Viceconsejero de Transportes del Gobierno Vasco (1987-91).

tuneladora
Trabajos de la tuneladora para el Metro.

En paralelo a la publicación de la Revista de Obras Públicas ha habido otros hechos significativos relacionados con esta vindicación profesional. El pasado 12 de diciembre se celebró en la sede bilbaína del Colegio de Arquitectos una jornada para evocar a Evaristo de Churruca con motivo del centenario de su fallecimiento. Se recordó que la intervención de este ingeniero navarro hizo navegable para los buques modernos una ría a la que fue necesario liberar de bajíos peligrosos y arenales que actuaban como tapones, y redibujar sus márgenes y curvas para crear dársenas y muelles portuarios.

Al día siguiente tuvo lugar en el palacio Euskalduna la primera de una serie de jornadas organizadas por el Colegio de Ingenieros, Caminos y Canales de Euskadi en torno a “Lecciones de Bilbao. Conversaciones en torno a la transformación”. En ese primer encuentro inaugural conversaron con Miguel Aguiló, imprescindible en todos estos eventos, el alcalde Josu Ortuondo (1991-99) con el actual regidor de la villa, Juan Mª Aburto sobre los retos de ayer y hoy. Los siguientes encuentros en los próximos meses abordarán diferentes aspectos de la ingeniería que ha hecho posible esta ciudad actual.

Los nuevos puentes, la apertura del canal de Deusto, el plan de saneamiento de la ría y las estaciones depuradoras de aguas residuales en Galindo y Lamiako, el puerto en la costa…, también obras de ingeniería, sin estridencias, apenas visibles pero facilitadoras de una vida más cómoda desde esta operativa trastienda.

barco
La creciente envergadura de los buques convirtió en inservible el puerto interior de Bilbao, situado en los márgenes de la ría, motivo por el que hubo que sacarlo al mar, liberándose una enorme superficie de suelo en el centro de la ciudad para usos residenciales y terciarios.

Tú de nada entiendes más que de hacer caminos y muelles, ¡ay, señorito mío! En el corazón humano no se entra por los túneles de los ferrocarriles, ni se baja a sus hondos abismos por los pozos de las minas”, le espeta la ultraconservadora y poderosa doña Perfecta en una ciudad provinciana al joven ingeniero de ideas progresistas que pretendía la mano de su hija, según la trama de la novela de Benito Pérez Galdós titulada Doña Perfecta (1876). El autor canario describía el choque entre dos mentalidades de la época en España: mayoritaria, antigua y omnipotente la una, pequeña, joven y poco influyente aún la otra. El ingeniero de la novela, todo buena voluntad y pureza, se estrella contra el muro de la incomprensión y sórdida maldad de los mezquinos habitantes del burgo, podrido y estático, en que viven doña Perfecta y su coro de siniestros secuaces. El joven ingeniero muere, inevitable y trágicamente, en un desenlace violento.

Afortunadamente, no todo el país era así en 1876. Aquel mismo año:

* el ingeniero Adolfo Ibarreta diseñó un puente del Arenal en piedra para sustituir al anterior de fundición, posibilitando una mayor amplitud y el tránsito de tranvías,

* los ingenieros Pablo Alzola y Ernesto Hoffmeyer, junto al arquitecto Severino Achúcarro, elaboraron su proyecto urbano para el Ensanche de Bilbao en el territorio que se comunicaba mediante aquel puente de Ibarreta con las Siete Calles medievales,

* el poblado de La Arboleda nacía como núcleo de cierta entidad a partir de aquella fecha, coincidiendo con las primeras demarcaciones de minas de hierro y su explotación bajo el nuevo régimen político liberal,

* la Luchana Mining Cº Ltd. inauguró su ferrocarril minero, uniendo El Regato con Lutxana, es decir, el monte donde estaba el hierro con la ría desde donde se exportaba a otros países y en cuyas orillas también se empezó a fundir.

Los ingenieros de Bilbao y su comarca en 1876 ya estaban trabajando para el futuro al que hemos sido conducidos.

foto aerea
Vista aérea de Bilbao y la comarca del Bajo Nervión.

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