Plaza Elíptica: la gran demolición/sustitución (III)

/ Javier González de Durana /

El primer edificio entre las calles Ercilla (pares), Plaza Elíptica y Alameda de Recalde (impares) fue diseñado y firmado en junio de 1904 por José Ramón Urrengoechea, maestro de obras, para el promotor inmobiliario Paulino de la Sota. La dirección de obra fue asumida por el propio Urrengoechea, pero en febrero de 1905 esta dirección fue encomendada al arquitecto Julio Saracibar, quien en febrero de 1906 introdujo algunos cambios en el aspecto exterior del edificio: «colocar sobre los frontones de los miradores extremos en las fachadas de las calles Ercilla y Recalde dos pequeñas torrecillas (…) con lo que no solamente mejorará el aspecto de la casa, sino que también el hornato público (…) magnificante reforma«. No fue el único cambio, pues los miradores se trasladaron desde las esquinas al frente de la Plaza Elíptica y las dos cúpulas previstas sobre la Plaza alcanzaron una mayor y airosa altura, además de incluir entre ambas una torrecilla semejante a las de los extremos. Su esbelta estampa fue plasmada en numerosas tarjetas postales y durante muchos años fue una de las imágenes más conocidas de Bilbao.

Fotografía del inmueble con fragmentos, a su derecha e izquierda, de otros dos edificios desaparecidos en la Plaza Elíptica.

Planos de José Ramón Urrengoetxea para las fachadas hacia la Plaza Elíptica y la cale Ercilla, idéntica a la de la Alameda de Recalde (arriba) y para la la planta de los pisos de viviendas (abajo). Los cambios introducidos por Julio Saracibar se hacen patentes al comparar estos planos con las fotografías del edificio concluido.

En esta fotografía de mediados de los años 60 se observa el edificio una vez se demolieron las dos cúpulas de los extremos y se había recrecido el edificio en una planta, transformando también la mansarda.

El edificio que sustituyó al de Urrengoechea/Saracibar fue diseñado en el otoño de 1968 por José Ramón Uribe Lastagaray , quien debía de ser pariente de los últimos propietarios del inmueble, la familia Lastagaray. Uribe era«consciente de las condiciones podríamos llamar privilegiadas, tanto por su situación como por su orientación (…) y, en consecuencia, el tipo de viviendas que en principio corresponde«. En cuanto a la composición de las fachadas, subrayaba «la firme decisión que nos ha llevado a eliminar toda clase de balcones, en beneficio de las viviendas, por considerarlos de mínima utilidad, y solamente como elementos decorativos que pueden, en ocasiones, facilitar simplemente composiciones de fachadas«. Sólo un párrafo de la Memoria del proyecto estaba dedicado al aspecto exterior del inmueble: «Las fachadas, en todos los casos, se ejecutarán en piedra natural, con tratamiento de bujarda, pulido, chorro de arena o puntero, en piedras de color, de acuerdo con una composición adecuada a las circunstancias». Uribe tuvo cuidado en que, «a efectos estéticos, de composición«, sobre la última planta no se hicieran visibles las dos viviendas para los porteros ni las cabinas de los ascensores.

El resultado es un edificio de gran sobriedad al que no le faltan elementos de interés centrados en el cromatismo y en el tratamiento de la piedra. En cuanto al color, el rojo apagado, casi rosa (granito de Ávila o de Porriño), domina la mayor parte de sus tres frentes. La piedra muestra distintas intensidades de color y aspecto, según zonas. Así, en planta baja y entreplanta, cercanas a tierra, ofrece un tono oscuro y un tratamiento pulido, brillante, si bien en los dinteles de los huecos, volados a modo de marquesinas, estriadas en tres pliegues horizontales, la piedra mate está abujardada.

Sobre ese zócalo se levantan las siete plantas de viviendas que vuelan apenas la mitad de lo que estaba permitido a balcones y miradores. Las esquinas se hallan achaflanadas y levemente rehundidas respecto a las fachadas laterales y frontal, como si buscaran protegerse. El frente a la plaza presenta una imagen rotunda: dos anchas franjas laterales enmarcan verticalmente el plano; entre ellas, tres franjas más estrechas subdividen en cuatro secciones iguales el paño; las ventanas en las dos secciones laterales son más grandes que las dos centrales; las dos franjas laterales y los paños sobre y bajo las ventanas están realizados con granito rosa abujardado, aquellas con placas de ligero relieve en pico colocadas a sardinel y estas con leves puntas de diamante; las tres franjas centrales están cubiertas con placas de piedra más clara, un tratamiento liso y también a sardinel (colocación de ladrillos o placas verticalmente de canto). Las dos anchas franjas laterales está rebordeadas por esta piedra más clara y, al igual que las tres franjas centrales, arrancando del borde inferior de la primera planta, mueren poco antes de llegar a la cornisa para que ésta muestre un perfil nítido que, sólo en las esquinas y por el rehundimiento de los chaflanes antes mencionado, exhibe unos ángulos en pico. Las fachadas laterales siguen este mismo juego de color y tratamiento de la piedra, al tiempo que en los extremos las dos últimas plantas se retranquean para equiparse a la altura de los edificios colindantes. La carpintería ocre oscuro de ventanas y persianas, de buena calidad y bien conservadas, armonizan con el cromatismo general del edificio.

Podrá parecer exagerado, pero creo que Uribe se fijó en algunos detalles del cercano palacio de Chávarri para trasladarlos a este edificio suyo, reduciendo la intensidad paroxística de aquel. La importante presencia del color rosa (mármol de Ereño) con diferentes tipos de piedras y diferentes tratamientos, como apomazado, abujardado, pulido, chorreado de arena…, la presencia de puntas de diamante, los estriados… Llama la atención cómo, en la opinión popular, el vibrante colorido del palacio es admitido como un valor destacable y, en cambio, con un tratamiento más contenido sea objeto de rechazo aquí. Por otra parte, la colocación de ladrillos o placas de piedra a sardinel es una técnica muy poco frecuente; en Bilbao sólo conozco un caso y, justamente, se encuentra al lado de éste que comento aquí, en Alameda de Recalde 31 esquina con Colón de Larreategui (arq. Raimundo Beraza, 1935). Se puede aceptar o rechazar mucho, poco o nada este inmueble, pero no se podrá negar que Uribe intentó aclimatar su diseño al de los edificios vecinos al suyo.

Este fue el único inmueble de los construidos en la Plaza entre 1969 y 1976 que incorporó una pieza de arte plástico, prolongando una tradición que ya estaba en trance de desaparecer: un gran mural cerámico, 250×250 cm aprox., en el interior del portal, de autoría desconocida.

Alzados de las fachadas a la plaza y a las dos calles laterales.

Detalles de la fachada (arriba y abajo).

Frente de una de las marquesinas bajo los dinteles de los huecos en la planta baja.

Detalles en el palacio Chavarri, diferentes tipo de piedra con tratamientos variados, incluidas puntas de diamante.

Mural cerámico en el interior del portal; autoría desconocida.

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