Puntas y espinas, guerra y paz

/ Javier González de Durana /

Base de la torre de campanario en la basílica de Arantzazu (1950-55) y vista parcial del Swiss Army Pavillion, Lausana (1963-64).

Se ha dicho numerosas veces que los sillares con forma en punta de diamante existentes en la basílica de Arantzazu son una alusión al espino blanco –arantza, en euskera- sobre el cual la tradición dice que se presentó la Virgen María a un pastor y fue la excusa legendaria presentada por los arquitectos Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga para justificar la decisión de su diseño. Ellos conocían bien la histórica Casa de los Picos, en Segovia, no en vano en 1947 ganaron el Premio Nacional de Arquitectura con un proyecto de reforma de la plaza del Azoguejo, a los pies del acueducto. De esa construcción bajomedieval tomaron la idea para trasladarla a Arantzazu, pero las puntas de diamante tienen sentidos diferentes -casi opuestos- en cada lugar.

Construida alrededor de 1500, la casa-palacio segoviana aún muestra aspectos propios de la Edad Media y sus picos, cubriendo la práctica totalidad de la fachada, apuntan ya hacia el Renacimiento, . Ellos le daban un aspecto tan decorativo y singular como defensivo e intimidatorio, de escudo o armadura frontal para una construcción cuya conquista, por agentes armados desde la calle, se pretendía dar a entender que no resultaría fácil. Tras superar la entrada, al patio interior se accede por un pasaje en codo, dejando claro que la amenaza era real y que las puntas no funcionaban solo como elementos ornamentales, sino que tenían un valor conminatorio. El hecho de que la casa estuviera adosada a la muralla de la ciudad y junto a una de sus puertas justifica el aspecto agresivo de los picos, de coraza militar o cota de malla pétrea. Los sillares tienen una disposición claramente horizontal, en ordenadas líneas paralelas pero, observándolos hacia arriba, el despliegue potencia las líneas diagonales.

Puerta de San Martín derribada en 1883, junto a la Casa de los Picos, en la muralla salmantina.

Detalles de la fachada en la Casa de los Picos.

Estas puntas proceden de las que, no como adorno sino como defensa, existían en las puertas de las construcciones medievales importantes. Si la puerta era el flanco débil por donde el enemigo podía acceder al interior tras ser abatida, la puerta debía presentar impedimentos para evitar su derribo y estos eran las puntas de hierro. Posteriormente, esas puntas se convirtieron en elemento decorativo «all over» al saltar desde la puerta a la totalidad de la fachada.

En Arantzazu, la disposición y el sentido de los picos es otro, si bien la Pontificia Comisión Central para el Arte Sagrado en Italia en su informe de 1955, el que ratificó la suspensión de las obras artísticas, decía lo siguiente: “la iglesia debe aparecer iglesia, nunca asimilable a un edificio profano (…) la iglesia en cuestión, a primera vista, puede parecer una fortaleza más que una iglesia. La construcción en puntas de diamante no tiene una razón de ser ni funcional ni decorativa en una iglesia. (…) esta retórica modernista, imbuida de falso medioevo, no responde en modo alguno a la insuperable necesidad de relatar cosas sagradas con sencillez y que hablen por sí mismas a los peregrinos devotos, los cuales quedarían más turbados que persuadidos, más distraídos que recogidos en la pura contemplación. Estos muros de prisión y de fortaleza, esos clavos de cofre antiguo, esas intencionadas deformaciones no son, en último término, sino estériles esfuerzos seudo-intelectuales para encubrir una absoluta carencia de auténtica fantasía y de operante fe«. Es curioso que los redactores de este informe utilizaran conceptos como «fortaleza», «medioevo», «prisión» y «clavos de cofre antiguo» porque conectaban sus reflexiones directamente con la erizada fachada de la casa segoviana, sin pretenderlo porque lo más probable es que en Italia no conocieran tal edificio castellano.

Su traducción de las puntas habría sido la correcta si estuvieran mirando los picos de Segovia, pero en Arantzazu esa interpretación estaba fuera de lugar, pues aquí lo urbano pasa a ser rural y lo agresivo se vuelve agreste, en concordancia con el paisaje circundante, y la necesidad de defenderse terrenalmente frente otros hombres en el templo se torna espiritualidad, emoción y observancia del cielo. En Aranzazu los sillares en punta están perfectamente alineados tanto vertical como horizontalmente y su distribución por el exterior del templo potencia la exaltación ascensional, pues preferentemente se encuentran en el elevado campanario exento y en los dos torreones laterales de la fachada, de acusada verticalidad. Esta condición erguida y enhiesta se vio favorecida al prescindir los arquitectos de las puntas en alguna otra sección que, como el exterior del lucernario sobre el presbiterio, en principio también iba a llevarlas.

La fachada de la basílica terminada sin la estatuaria de Jorge Oteiza. Las líneas verticales están claramente potenciadas en los volúmenes más singulares, dirigiendo la mirada hacia las alturas en compañía de las cumbres en la naturaleza circundante.

Pocos años después del episodio de Arantzazu, otro arquitecto volvió a utilizar las puntas para conformar el aspecto de su edificio. En 1964 Carl Fingerhuth, que trabajaba en el estudio de Jan Both, diseñó el Swiss Army Pavillion para la Swiss National Exhibition que se celebró en la ciudad suiza de Lausana. Esta construcción, conocida popularmente como «concrete Hedgehog» (erizo de hormigón), fue un singular ejemplo de la arquitectura brutalista por el uso genérico y evidente del hormigón, un material que cuando queda a la vista suele proporcionar una imagen fuerte y áspera, que en este caso se vio reforzada por las formas con que cubrió el exterior de la construcción, excepto en la planta baja.

El diseño de Fingerhuth hacía hincapié en la interacción de formas geométricas y textura, creando un impresionante impacto visual con el que pretendía encarnar el espíritu fuerte y utilitario de la arquitectura brutalista, al mismo tiempo que reflejaba la naturaleza protectora y defensiva de un pabellón militar. Sus puntas, sin embargo, no se basaban en las púas del erizo, sino en la tachuelas del collar de perro de presa y ataque. Este diseño resultaba fácil de leer en un país donde el servicio militar obligatorio era parte central de la identidad nacional y del mito de los Alpes como búnker gigante, promocionado durante la Segunda Guerra Mundial y fortalecido durante la Guerra Fría.

Las tachuelas puntiagudas de seis caras en el collar de un perro tienen la misión de evitar que las manos de quien es atacado por el mastín sujeten su cuello y alejen la amenazadora boca. El collar de perro, como símbolo arquitectónico de la defensa nacional, se convirtió en la base del proyecto arquitectónico. Las diferencias con Segovia y Arantzazu no sólo son las dimensiones y los materiales: las puntas suizas son mucho más grandes y, en vez de granito, están hechas con hormigón, mostrando seis caras, sino que también se diferencian en cuanto a su orientación. En Segovia todas las puntas tienen una disposición unidireccional, hacia el frente exterior, hacia donde la agresión podía venir, esto es, la calle; en Arantzazu las puntas de diamante cubren los elementos arquitectónicos de modo ordenado e igualitario, como lanzando un llamamiento al entorno y a peregrinos procedentes de los cuatro puntos cardinales; pero en Lausana las puntas se orientaban hacia múltiples direcciones, queriendo dar a entender que el atacante podría llegar de cualquier lugar, desde arriba o desde abajo, por la derecha o por la izquierda; las puntas rodeaban el edificio por completo.

Max Bill, formado en la Bauhaus, héroe del arte moderno abstracto y arquitecto, diseñó el Swiss Art Pavillion, estrictamente funcionalista, justo al lado del de Fingerhuth y, muy comprensiblemente, quedó horrorizado por el carácter guerrero del vecino al suyo. Todos los pabellones tenían vocación efímera de seis meses, pero el de Max Bill ha sobrevivido hasta hoy sometido a sucesivas reformas para adaptarse a las nuevas normativas.

Y así es como, en este relato, el simbolismo intimidatorio y defensivo en la Casa de los Picos volvió a ser utilizado en la precavida Lausana cuatro siglos y medio más tarde, atravesando el pacifismo de un templo franciscano.




Max Bill con su pabellón en proceso de construcción.

Pabellón diseñado por Max Bill tras concluir las obras.

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